domingo, 6 de noviembre de 2011

ENTRADA 49

Al fin hemos llegado a nuestro primer objetivo. Después de varios días de viaje, en los que casi perdemos la vida en numerosas ocasiones, estamos con la familia de Merche. La situación en el pueblo es muy extraña. Por lo que nos cuenta su madre, los militares tomaron el lugar con la misma intención con la que tomaron Alpedrete. Llegaron un día, el veintinueve de Septiembre cree recordar, montaron un campamento y pasaron por el pueblo con altavoces en los Humvees. Avisaron a todos de que era la única oportunidad que tendrían de salir de allí y ser llevados a un punto seguro. Lo que sucedió después fue aterrador. Se realizó una limpieza. Análisis de sangre en masa fueron decidiendo el destino de cada una de las personas del pueblo. Los “negativos” volvían a sus casas hasta nuevo aviso. Los “positivos” eran subidos en camiones del ejército, con todas sus pertenencias, y llevados a un lugar del cual nadie sabe nada. Días después de su llegada, las tropas desaparecieron. De vez en cuando volvían y realizaban una nueva limpieza, llevándose con ellos a nuevos “positivos”. Así fue la vida en el pueblo durante tres semanas. Llegando la sexta visita del ejército, se desató el caos. Personas armadas emboscaron los transportes. Hartas de sufrir los abusos y controles sin ningún tipo de explicación. Una batalla campal se desató en la entrada del pueblo. Tras varias horas de combate, los militares decidieron retirarse y tomar una solución más drástica. En un par de horas varios helicópteros Apache aparecieron tras el monte y bombardearon la zona. Camiones de transporte llegaron con toneladas de hormigón con las que montaron barricadas en todas las carreteras y caminos de salida. Cientos de soldados minaron los campos colindantes. Varios carteles fueron colgados en todo el perímetro. “Pueblo Clausurado. Madrid. Nº7895. Nivel Alpha de Contención”. Durante unas semanas, toda persona que trataba de huir del pueblo, bien saltando el muro, bien por los campos, caía bajo el fuego de los militares o por las explosiones de las minas. De repente, los militares abandonaron la zona definitivamente. Muchos trataron de abandonar el pueblo. Otros se quedaron, a la espera.

Gonzalo y Ana llegaron el día veintitrés de Septiembre. Por lo que nos han contado, la situación en la zona no parecía muy peligrosa, pero las noticias de focos de violencia en varios puntos de la comunidad hicieron que tomaran la decisión de pasar unos días en casa de la familia. Gonzalo pensó en poner un mensaje en la pared, por si acaso. Esos días se convirtieron en semanas, hasta hoy.

Somos un total de diecinueve personas. La madre y las hermanas de Merche; Ana, Bea y Laura; Gonzalo e Igor; varios vecinos; Elena, Merche y yo. Contábamos con varias armas, tanto de fuego como de cuerpo a cuerpo. También contábamos con palas, mazas, picos y demás material de construcción que podíamos usar como armas contundentes. El mayor problema es la comida. Nosotros hemos llegado con apenas veinte latas de comida, algunas botellas de agua, sobres de sopa y poco más. El grupo tendría comida para una semana, como mucho.

¿Qué ha pasado estos dos días, entre que llegamos a la entrada del pueblo y encontramos a la familia de Merche?

Tras meternos en la casa de la finca, una tremenda tormenta de granizo se desató sobre nosotros. Unas bolas del tamaño de pelotas de tenis caían con una fuerza destructora impresionante. El BMW quedó increíblemente dañado. El capó delantero acabó cediendo a los impactos, quedando totalmente agujereado. Las bolas de granizo comenzaron a golpear directamente contra el motor, destrozándolo en pocos minutos. Era completamente imposible salir a la calle en esa situación. La casa estaba abandonada. No había nada de nada. Dando una vuelta por las habitaciones encontré un cartel de “se vende”, bastante viejo. La crisis había llevado a mucha gente a vender sus casas, pero los compradores eran escasos.

Montamos el campamento en el salón. Con algunos troncos que encontramos en el sótano encendimos la chimenea. Se agradeció muchísimo el calor que desprendía y el olor era tremendamente agradable. Las chicas se quedaron dormidas en seguida. El ambiente que se había creado era tan cómodo que, por un momento, nos sentimos tan relajados que nos olvidamos por completo de lo que estábamos viviendo en el exterior.

Por la mañana comprobamos el estado de nuestro vehículo. Evidentemente, después de la tormenta, estaba totalmente destrozado y era imposible arrancarlo. Tocaría andar.
Sacamos todo lo que teníamos en el maletero y preparamos cinco mochilas con lo que seleccionamos. Nos cambiamos, poniéndonos ropa limpia y tirando la que llevábamos puesta. Comprobamos las armas y la munición.

Pasado el mediodía salimos de la casa. Fuimos por la carretera. Varios coches destrozados a los lados, estampados contra los muros y arboles, dejaban evidencia de la cantidad de accidentes ocurridos en la zona. Otros tantos simplemente abandonados, poblaban la carretera. Tomamos la última curva antes de llegar al pueblo. La visión de un enorme muro de hormigón apareció frente a nosotros. No se parecía en absoluto al que vimos en Guadarrama. Este parecía el muro de un getho de la segunda guerra mundial, o, poniendo un ejemplo más actual, se asemejaba al muro de la vergüenza Israelí. Sin puertas, sin controles. Simplemente cinco metros de
hormigón.

-¿Cómo vamos a pasar? – Preguntó Merche.

La verdad es que no me lo planteaba. El muro llegaba hasta los laterales de la carretera, juntándose con los levantados, en piedra, de las fincas. Con entrar en una finca y bordear el muro sería suficiente.

-¿Estás loco? – Me gritó Merche cuando me dispuse a saltar el muro de piedra. – Mira ese cartel.

-Mierda.-Respondí.

A unos metros del muro, un cartel verde con letras blancas descansaba en el suelo. “Área de Peligro. Campo Minado”.

-Menos mal que lo has visto.-Le agradecí a Merche.-Vamos a buscar una manera de cruzar.

Eché un vistazo al campo. Estaba completamente removido. Varios agujeros dejaban constancia de la existencia de las minas. Zapatillas, zapatos, pantalones, camisetas. El color rojizo de la sangre reseca acompañaba todo tipo de ropa dispersa por el campo. Creí ver varios miembros amputados en diversos lugares. No tenía ganas de confirmarlo, así que dejé de mirar.

-Merche, Borja.-La vocecilla de Elena sonó tratando de llamarnos la atención.-Mirad.

La pequeña señalaba una cuerda que colgaba del muro en el lado contrario de la carretera. Un gancho de hierro la sujetaba contra la parte alta.

-Creo que podemos usarla.-Dije.-Esperad aquí.

Me quité las dos mochilas que llevaba, me puse unos guantes y comprobé la cuerda. Di varios tirones. Aguantó. Me colgué, dejando todo mi peso suspendido en el aire. Aguantó.

-Bien. Parece que aguanta.-Le dije a Merche.-Voy a subir. Miro lo que hay al otro lado y te cuento.

Comencé a escalar por el muro. Cinco metros no son muchos pero una cuerda ayuda bastante. Al llegar a lo alto me crucé en el muro, como si montara un caballo. Solo había cuerda en ese lado. Seguramente, la persona o personas que la usaron, se subieron todos, uno tras otro. Cuando estuvieron todos, colgaron la cuerda del otro lado y bajaron.

-Merche.-Grité.- Tenéis que subir las dos y esperar aquí arriba. Cuando estemos todos aquí, cambiamos la cuerda de lado y bajamos. Ata las mochilas a la cuerda, las subo, para tirarlas al otro lado y después subís vosotras.

-Vale.-Respondió Merche desde abajo.

Mientras Merche ataba las cinco mochilas a la cuerda, miré a mí alrededor. El pueblo daba la sensación de estar abandonado. Una tremenda fila de coches se agolpaba al otro lado, casi todos con las puertas abiertas. Algunas manchas de sangre decoraban el asfalto. Varios pasos, en los muros de las fincas, daban a entender que, en su huida, la gente había tirando las piedras. Otros tantos agujeros mostraban el caos desatado por múltiples explosiones de minas mientras la gente trataba de salir atravesando los campos. En las cunetas se podían distinguir varios cuerpos sin vida, posiblemente de personas que se arrastraron hasta allí tras sufrir heridas mortales por las explosiones.

-Borja.-La voz de Merche me sacó de mi abstracción.- ¿A qué esperas?

No me había dado cuenta de que Merche llevaba un rato tirando de la cuerda, tratando de avisarme de que ya podía recogerla. Subí las mochilas y las lancé, una a una, al otro lado. Cuando acabé, volví a pasarle la cuerda a Merche.

-Ata el bolso de Boni.-Le dije.- Me lo subo y me lo pongo a la espalda.

Merche metió a Boni en el bolso que teníamos para llevarla en caso de urgencia. Cerró la cremallera y lo ató a la cuerda. La perra estaba nerviosa pero no se movía demasiado. Cuando la tuve en mis manos, abrí un poco la cremallera y la acaricié. Dejé caer la cuerda de nuevo. Era el turno de Elena. Merche ató la cuerda a su cinturita y le dijo que se sujetara con las manos a ella. Poco a poco la subí.

-Ponte como yo, pequeña.-Le dije cuando estuvo conmigo.- Sujétate con las manos al muro y no te muevas, ¿vale?

-Vale.-Respondió la niña.

Ya solo quedaban Merche y Yuko. La perrita se revolvía en el bolso. No le gustaba nada estar encerrada y se agobiaba enseguida. Merche se ató la cuerda a la cintura y tiró para hacerme saber que estaba preparada. Llegó a nuestro lado. Se agarró al muro.

-No te desates.-Le dije.- Vas directa para abajo.- Le sonreí.

-Vale.-Respondió.- Cuanto antes pueda sacar a Yuko, antes deja de hacerme daño.

La descolgué por el otro lado. Cuando llegó al otro lado, se desató y sacó a la perrita del bolso. Esta se sacudió y por fin se relajó un poco. Subí la cuerda y realicé el mismo proceso con Elena.

En pocos minutos estábamos todos al otro lado. Comenzamos a avanzar entre los coches. Varios cadáveres asomaban por las ventanillas de algunos de ellos. Los muertos por las minas iban en aumento según nos acercábamos al pueblo. Malheridos, trataron de volver a sus casas.

Comenzó a llover. La lluvia era tremendamente fina y abundante. En pocos segundos estábamos totalmente empapados. Por fin, entramos en el pueblo.

-¿Por dónde vamos? – Le pregunté a Merche. -¿Cuál será el mejor camino?

-Yo creo que por las urbanizaciones nuevas. Cogemos mi casa por detrás.

Subimos las cuestas de camino al centro del pueblo que atravesaban las nuevas urbanizaciones de chalets. Estábamos en un pueblo fantasma. Ni siquiera teníamos la sensación de estar siendo observados. El único presentimiento que teníamos era el de la nada. No había nada ni nadie. La vida se había marchado de aquel lugar.

Miles de cascotes, escombros y fragmentos de edificios se agolpaban por todos lados. La destrucción era la nota predominante bajo la lluvia. El agua inundaba las decenas de boquetes que había en el suelo. Ropa, muebles, juguetes y cantidad de objetos personales se encontraban aquí y allí. Desperdigados por todos lados. En ese momento no teníamos ni idea de lo que había pasado en aquel lugar.

-Espero que estén bien.-Pensó Merche en voz alta.

-No te preocupes.-Respondí, sin creerme casi mis palabras.

En treinta minutos llegamos cerca de la casa de Merche. La zona estaba igual o peor que la que acabábamos de pasar. Decenas de cuerpos se encontraban desperdigados por todos lados. Los cascotes y escombros eran mucho más numerosos. La preocupación invadió la cara de Merche. Aceleramos el paso.

Cuando llegamos a la zona de chalets, donde vivía la familia de Merche, el espectáculo no era demasiado alentador. El chalet estaba medio derruido. Uno de los muros laterales había caído y dejaba ver las habitaciones del piso superior. Merche dejó sus mochilas en el suelo y corrió hacia la casa. Entró por un agujero abierto en el garaje. Elena y yo nos quedamos fuera con las perras. En el descansillo, al resguardo de la lluvia.

-No hay nadie.-Merche salió de la casa. La lluvia no disimulaba sus lágrimas.

Se sentó a mi lado. Ya no podía contenerse. Rompió a llorar. La lluvia comenzaba a amainar. Las nubes nos abandonaban poco a poco, dejando un cielo grisáceo sobre nosotros. Dentro de poco la noche llegaría.

-¿Merche?-Una voz familiar sonó al otro lado de lo que quedaba de verja.-¡¡¡Merche, eres tú!!!- Se transformó en un grito de emoción incontrolable.

Tras el muro derruido apareció la hermana mayor de Merche, Ana. Había vuelto a la casa para ver si podía recuperar algunas mantas. Estaban todos refugiados en la iglesia. Uno de los pocos edificios que quedaban en pie casi entero. Merche no podía más. Se lanzó sobre su hermana y la abrazó con fuerza. La verdad es que encontrarnos con ella supuso un alivio increíble. Un poco de felicidad nos venía bien.
Nos llevó junto a los demás. La fortuna quiso que nos encontráramos todos y estuviéramos más o menos bien. Algunos de los vecinos tenían heridas producidas por los ataques de los militares. Afortunadamente no estaban muy graves. Habían conseguido sobrevivir encerrándose en la iglesia.

Merche se quedó toda la noche hablando con su familia. Yo caí rendido en uno de los colchones que tenían en el aula de catequesis. Habían conseguido varios braseros antiguos donde metían las ascuas de las pequeñas hogueras que encendían. Estaba todo iluminado con velas.

Cuando llegó la mañana. Merche estaba dormida a mi lado, junto a Elena. Acaban de quedarse dormidas. Estuve hablando con Gonzalo. Le pregunté por la situación. Lo que más me interesaba era su opinión de los vecinos, ¿eran de fiar? Casi todos eran amigos de Ana, la madre de Merche. Así que debíamos suponer que sí podíamos confiar en ellos. Tras una larguísima conversación, en la que le puse al día de lo que habíamos vivido, me comentó las posibilidades que habían surgido para tratar de continuar con vida. Desde ir a la finca de un conocido hasta encerrarse en una nave del polígono industrial.

Le pregunté si había electricidad en alguna casa.

-Sí.-Respondió.-En la casa de enfrente hay luz e internet. Pero ten cuidado. De vez en cuando hay cortos por culpa del agua.

Me contó que usaban esa casa para cargar las baterías de grupos eléctricos, que uno de los vecinos trajo de su taller. Algunos se habían quemado por culpa de subidas de tensión pero los que funcionaban producían la energía suficiente para tener calor de vez en cuando y poder calentar agua.

De momento estamos descansando. Mañana por la mañana les contaremos lo del punto seguro de La Pedriza. Nosotros estamos convencidos de llegar a él. Y queremos que vengan con nosotros.

3 comentarios:

  1. Hola

    Me alegro que estéis bien

    Debíamos ser casi vecinos, seguro que hasta nos hemos visto en algún sitio y ahora ,.....

    Gracias por escribir , me sirves de muchísimo

    Nosotros somos cinco ( tres Pekes y nosotros ) Aún no nos hemos movido ,ya oS contaremos si
    podemos.Pero estamos bien

    Somos cinco de esos menos 20.000 supervivientes ,casi grito cuando te leí.

    Suerte

    Luna

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  2. Hola Borja y Luna

    No se ni como he encontrado este blog. Estoy en la antigua sede de la Diputacion, en el casco antiguo de Caceres. He salido a buscar comida y, entre toda la desolacion y el destrozo del edificio, he encontrado este ipad guardado en un cajon de lo que queda de una mesa. Increiblemente, la wifi y la energia electrica aun funcionan, aunque intermitentemente.

    Vivimos atrincherados en un antiguo palacio del que todavia no os dire el nombre, porque no se hasta donde pueden llegar esos hijosdeperra. Somos cuatro, dos adultos y dos niños (uno con tres semanas y otro con seis años) y estamos solos.

    Tengo que dejaros, pero me llevo el ipad. Aun tengo que reventar la ultima maquina de snacks de la tercera planta y recoger todo lo que pueda. Afortunadamente el palacio donde nos escondemos tiene un antiguo aljibe y de agua estamos servidos. Ire contactando cada vez que pueda

    Me alegro de saber que hay mas gente sana

    He oido algo. Pasos en esta planta. Estan aqui. Deseadme suerte

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  3. Me siento aliviado de saber que hay más gente luchando por sobrevivir.

    Luna y Tar, jamás os rindáis, jamás perdáis la esperanza. Entre todos podremos salir adelante, aprendiendo unos de otros.

    Nuestra vida es lo más preciado que tenemos, no la abandonemos.

    Os deseo la mayor de las suertes para continuar esta difícil lucha.

    No estáis solos.

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