sábado, 29 de octubre de 2011

ENTRADA 42

Hoy hemos salido en busca de un coche cuyos dueños se hayan dejado las llaves en casa. Hace unos días encontramos varios garajes con un vehículo, pero fue imposible encontrar las llaves para encenderlos. No tenemos ni idea de cómo se hace el famoso puente que los arranca sin ellas y buscarlo en internet ha sido poco fructífero, hemos sido incapaces de repetirlo.

Además, hemos evitado acercarnos al instituto. No tenemos ganas de volver a ver ese espectáculo dantesco, sobre todo teniendo a Elena a nuestro lado.

Al mediodía, cuando estábamos en una de las casas buscando llaves de coche, un helicóptero pasó por encima de la urbanización, hizo varias pasadas e incluso se quedó en el aire, parado, durante un buen rato. No salimos de la casa hasta que se marchó.

Cuando hemos podido salir, nos hemos separado, la luz comenzaba a menguar y no queríamos estar en la calle de noche, nos habíamos dejado las linternas en la casa. Elena comenzaba a estar cansada y el juego de “busca las llaves” ya no la entretenía. Comprobaríamos tres casas más cada uno y volveríamos al garaje.

Entré en la primera, a la izquierda de la que estábamos, en dirección a nuestro campamento. Quedamos en que yo volvería por ese camino para preparar un par de cosas para cenar, adelantándole la comida a Elena que llevaba todo el día sin comer, lavarnos y acostarnos pronto. Fue idea mía, no me gusta estar mucho tiempo en la calle, sobre todo no quiero que Elena se exponga mucho al frío, no sea que vuelva a enfermar. Salvo por unas mantas, que pensé nos servirían de algo porque las noches cada vez eran más frías, en la casa no encontré nada interesante. Pasamos a la siguiente, Elena comenzaba a gimotear, tenía hambre y sus ojos lagrimeaban por el sueño. En ésta no encontré nada de nada. Por fin, entramos en la última, rompimos el cristal, de una de las ventanas traseras, con una piedra y entramos. La casa estaba perfectamente ordenada, no había demasiadas cosas, debía ser una casa que solo se usaba en verano. Entramos en el salón, la decoración era muy simple, la televisión era tremendamente antigua. El ruido de un coche, o un camión, sonaba muy ronco, nos llamó la atención, se oyó a lo lejos, pero claramente estaba dirigiéndose hacia nosotros. Le dije a Elena que guardara silencio, se escondiera en la habitación por la que habíamos entrado y, si me oía gritar, saliera corriendo hacia el garaje donde estábamos viviendo, saltando por la valla trasera. Me dirigí a la cocina, un enorme ventanal daba a la calle principal y tenía las persianas medio bajadas, con lo que tendría una visión perfecta de la calle mientras me mantenía a cubierto.

Vi pasar, a toda velocidad, uno de esos Humvees del ejército español, como los que habíamos visto a lo largo del camino estos días. Estaba lleno de barro y algo destartalado, no llevaba ametralladora en la torreta, pero un soldado estaba asomado en ella con el G36 colocado en posición de disparo. Dentro del coche pude ver que había otros dos soldados. El que iba de copiloto hablaba por un teléfono y llevaba una pistola en la mano, apoyada contra la puerta, por fuera, con el brazo casi totalmente sacado a través de la ventanilla. El conductor, al que no pude ver bien, conducía frenéticamente. La verdad es que verlos no me dio nada de seguridad, menos después de saber lo que hay en el instituto. Sonaron un par de disparos, uno de los soldados habló.

-Salga de la casa, con las manos en alto.- Gritó.- No nos obligue a entrar.

-Ya salgo, ya salgo, no disparen.-Oí la voz de Borja.

-Al suelo, échese al suelo.- Las órdenes eran cada vez más imperativas.

No sabía qué hacer, no tenía la pistola y, aunque la tuviera, me tendría que enfrentar a tres soldados armados, estaba en clara desventaja. Pero tampoco podía permitir que se llevaran a Borja.

-¿Qué demonios hago?-Pensé en voz baja, agobiadísima por la situación.

-Merche.-Oí la voz de Elena a mis espaldas.

-¿Qué haces aquí?-Le dije.-Te he dicho que esperes en la habitación.

-Es que te he oído hablar, pero como no gritabas no quería salir sola.-Respondió la pequeña.

En ese momento, el Humvee, pasó de nuevo delante de nosotras, vi como Borja estaba, con las manos atadas, en la parte de atrás. Giraron a la derecha en la salida de la urbanización, el sonido se fue alejando.

No sé qué hacer, no puedo evitar llorar, tengo que ir a por Borja. “Si en algún momento nos separamos” recordé las palabras que me dijo unas noches atrás. “Si puedes, trata de llegar a casa de tu madre, espera dos o tres días en el garaje y te vas. Actualiza esto avisándome de cuándo abandonáis el campamento.” Mierda, yo no quiero hacer este blog, quiero a Borja a mi lado, escribiendo mientras me da calor, haciéndome sentir más segura. No quiero perderle…

jueves, 27 de octubre de 2011

ENTRADA 41

La fiebre de Elena está remitiendo bastante bien. A pesar de sus quejas, no la hemos dejado salir de la cama en dos días. Hemos encontrado, en la habitación del niño, un reproductor de DVDs portátil, seguramente el que usaban para entretener al pequeño en los viajes en coche, con unas cuantas películas Disney. Elena ha dado buena cuenta de ellas y está disfrutando muchísimo viendo Blancanieves y los siete enanitos o La Cenicienta.

Hoy, el día, ha amanecido con el cielo despejado. El sol del otoño ilumina la sierra mitigando, un poco, el frío que estos días nos ha estado acompañando. Por la mañana he decidido aventurarme por la urbanización, revisando las casas abiertas, con la esperanza de encontrar algo de material, o comida, que nos pueda servir.

Las casas colindantes, con la que ocupamos, están cerradas, una de las que tenemos en frente tiene algunos cristales rotos, pero no me voy a arriesgar a entrar, solo casas con la puerta abierta, esa era la condición para que Merche me dejara salir.

Por fin, después de diez casas, a unos setenta metros de la nuestra, encontré una con la puerta abierta. El interior estaba realmente desordenado. Rebuscando un poco, en las habitaciones, pude conseguir algunos analgésicos, unas aspirinas infantiles, tiritas y algunas vendas, también encontré en el baño un par de tubos de pasta de dientes, nos vendrían bien, en el polideportivo gastamos la que teníamos.

Pasé a la siguiente casa, también abierta. El desorden era menor pero no encontré nada que valiera la pena. Los dueños se habían llevado todo lo imprescindible.
Cuatro casas más, todas cerradas, fueron lo que encontré al salir de esta última.
Estaba llegando al final de la urbanización, al fondo de la calle veía como el campo comenzaba a invadir el asfalto y los tejados de las casas cercanas. Un ligero olor a quemado me llamó la atención, no me gustó nada la sensación. Recordé el tremendo incendio que provocamos en casa y que nos obligó a salir a toda prisa de ella para no caer bajo su poder de destrucción. El caso es que no veía humo por encima de los tejados. Continué andando, dejándome llevar por el olor. En la segunda calle, paralela a la principal, por fin vi un pequeño hilillo de humo sobre uno de los tejados. Aceleré el paso, estaba claro que no era un incendio en condiciones pero quería asegurarme de apagar los restos que quedasen para que no se reavivara.

Cuando llegué cerca del origen, pude ver que se había producido en el patio del instituto público que había pegado a la urbanización. Me acerqué a la verja que separa una zona de otra, subí al pequeño muro de hormigón que la sujetaba. Lo que vi no me lo esperaba, realmente fue algo que me dejó absolutamente alucinado a la vez que aterrado.

A lo largo de los campos de futbol, baloncesto y zonas de descanso del patio del instituto vi varios camiones y Humvees del ejército español. Los camiones eran para el transporte de tropas, conté unos treinta, todos ellos con la puerta trasera bajada y las lonas apartadas, en el interior, cientos de maletas, mochilas y bolsos se apelotonaban unos encima de otros. Varias mesas de madera, colocadas en hileras, se situaban a los lados de cada camión. Los Humvees estaban colocados, con sus enormes ametralladoras, en puntos estratégicos que vigilaban toda la zona. En el centro la escena era aterradora, había unos veinte montones, cada uno con de decenas de cuerpos, todos carbonizados, los habían quemado a todos, casi todos los cuerpos tenían los cráneos destrozados, seguramente los pobres fueron ejecutados y después amontonados para crear enormes piras funerarias. Hombres, mujeres y niños, nadie se salvaba de la purga. ¿Tan grave era la situación? ¿El ejército había decidido acabar con todos los posibles focos de infección? ¿Cuántas personas habrán muerto en manos de los que, se supone, eran sus salvadores?

Volví a casa, muy alicaído, la imagen de toda esa gente no se me iba de la cabeza. Se lo conté a Merche, quedó tremendamente afectada.

-Mañana vamos a buscar un coche con llaves.-Le dije.-Nos vamos de aquí.

ENTRADA 40

No pude dormir ni un poco, estaba demasiado preocupado en nuestros perseguidores así que dejé que Merche durmiera tranquila con Elena. Estuve haciendo, mentalmente, una lista de todo lo que teníamos, seleccionando lo que debíamos llevarnos. Comida, armas, cuerda, navajas, Walkies, linternas, pilas, cerillas, botiquines, agua, ropa de abrigo, tienda, sacos de dormir, teníamos que meter todo en cuatro mochilas, como mucho, pensaba darle una pequeña a Elena con cosas poco pesadas y que, quizás, podríamos necesitar.

Cuando comenzó a amanecer avisé a las chicas, ambas se desperezaron, salimos fuera del coche, ya no llovía, nos lavamos un poco, desayunamos y preparamos las mochilas. Me asomé a la carretera, no había señales de vida. La idea era avanzar siguiendo la carretera, no queríamos ir campo a través, arriesgándonos a encontrarnos de frente con un rebaño de toros, muy usual en aquella zona. Estábamos bastante lejos de nuestro objetivo así que teníamos en la cabeza que, antes de que anochecerá, debíamos encontrar un lugar para refugiarnos.

Pasamos el muro de hormigón por un lateral, encontramos un pequeño hueco al lado de un muro de piedras. Detrás de él vimos unos cuantos coches en fila, aparcados en la cuneta ordenadamente, según pasábamos, cada uno de ellos, nos fijábamos en los interiores, totalmente vacios, ni cuerpos, ni pertenencias, ni llaves, nada de nada. Cuando llegamos al desvío de Alpedrete, nos llevamos una sorpresa, un Humvee del ejército español descansaba en el centro de la isleta. Corrí hacia él. “Ojalá tenga las llaves” pensé cuando abrí la puerta, pero no tuvimos suerte, “suficiente con la que nos ayuda a sobrevivir, ¿no?” me dije a mí mismo. Entré en el enorme vehículo, no había llaves que lo arrancaran pero encontré un par de cosas muy útiles, una radio de alta frecuencia y dos cargadores de G36 completos.

Tras revisar un par de coches más, nos metimos por el desvío que llevaba a las primeras urbanizaciones de Alpedrete. En esta zona ya no había coches, estaba extrañamente despejada. Poco a poco fuimos avanzando, en unas tres horas llegamos al pueblo. El avance no era demasiado rápido porque Elena se cansaba a menudo, normal siendo tan pequeña, y Boni es muy mayor para estas palizas. Al llegar al pueblo descansamos un poco en una pequeña plaza. Comimos, bebimos algo de agua y planeamos qué hacer, el día volvía a amenazar con lluvia así que decidimos buscar un chalet en las afueras, cerca de la carretera de Villalba.

Pasamos el pueblo y al llegar a la carretera comprobamos el porqué de la falta de coches en el camino, una nueva barrera de coches bloqueaba el camino. Tuvimos que rodearla y tardamos algo más de media hora en encontrar una vía por donde flanquearla. Al cabo de un rato de andar, esquivando coches, todos sin las llaves, llegamos a la última urbanización, entramos en ella, estábamos a unos metros de la rotonda de Navacerrada, eso significaba que nuestro objetivo estaba más cerca. Volvimos a tener algo de suerte, la primera casa de la colonia estaba abierta, entramos en ella, totalmente abandonada, todas las habitaciones tenían los armarios y cajoneras abiertos y revueltos por el suelo, sus dueños habían salido con muchísimas prisa. Pensamos que lo mejor era meternos en el garaje, no hacía demasiado frío dentro, cogimos un par de calefactores, que encontramos en la cocina, los colchones de las habitaciones, mantas, almohadas, alguna lámpara y montamos el campamento. Comprobé que la electricidad funcionaba correctamente y vi que en el salón tenían un modem de movistar, configuré la conexión wifi del portátil, Merche fue a la cocina y calentó agua para hacer un poco de sopa caliente.

-Borja.-Elena tiraba de mi abrigo.-Me duele la cabeza y estoy muy cansada.

-¿A ver pequeña?-Respondí mientras le tocaba la frente.-Dios, si estas ardiendo.

La pobre niña, con tanto esfuerzo y frío, no pudo aguantar y había pillado un buen resfriado. Tenía fiebre y temblaba. Se lo comenté a Merche, que trajo un termómetro que encontró en una de las habitaciones, y sopa caliente para la pequeña. Le dimos un tercio de ibuprofeno, era lo único que teníamos, la acostamos en un colchón, bien arropada y la dejamos dormir.

-¿Y si está infectada?-Pregunté a Merche.

-Haremos lo que haya que hacer, pero creo que realmente es un resfriado, es muy pequeña y la hemos forzado mucho.-Respondió Merche, que en el fondo se negaba a pensar que la niña estuviese infectada.

Y por eso estamos aquí, la pequeña se recupera, pero no queremos arriesgarnos a salir hasta que este del todo bien. Hemos encontrado algo de ropa de niño en una de las habitaciones, son de su talla, así que, aunque sean camisetas de gormiti o ben ten, podemos cambiarla y quitarle las ropa mojada y rota.

Creemos que en un par de días podremos continuar, de momento estamos bien aquí y ella está mejorando.

Me he conectado a los laboratorios y la web da error, no hay servidores activos. Las páginas de noticias no están muy actualizadas. Por fin me he puesto al día con lo sucedido, me preocupaba no poder contar las cosas al final del día, que se me acumulara la información y no consiguiera conectarme a internet en mucho tiempo. Haciendo un repaso mental de todo lo que ha sucedido hasta ahora, hay que estar muy aliviado de estar solo magullados y con pocas heridas, no muy graves, afortunadamente. Podría ser mucho peor.

miércoles, 26 de octubre de 2011

ENTRADA 39

Tuvimos el Walkie encendido toda la noche. De vez en cuando la voz nos decía algunas palabras, aunque la mayoría eran ininteligibles. El caso es que me resultaba conocida, no sabía cuándo pero esa voz la había escuchado antes y desde luego no fue de forma amigable.

-¿Cómo estáis?-Dijo una de las veces.- ¿Habéis encontrado muchas cosas en el supermercado?

-¿Y eso a ti que te importa?-Respondí.- ¿Qué quieres?

-Epa, tranquilo.-La voz me resultaba muy cargante.-Es solo curiosidad. ¿Sabes qué pasa? que nosotros íbamos a entrar en ese supermercado y os habéis adelantado.

-Lo siento mucho pero necesitamos comida.-Dijo Merche.-Seguramente tengáis otro en el pueblo.

-Jajajaja.-Rió fuertemente.- ¿Y arriesgarnos a encontrarnos con uno de esos locos infectados?

-Ese no es nuestro problema.-Comenzaba a cabrearme.-Dejadnos en paz y seguid vuestro camino.

-Me parece que no entiendes la situación.-La voz tomó un tono serio.-Hemos visto vuestras armas, hemos visto que has cogido comida, no creo que seáis muchos, sino no habríais ido tu solo.-Respiró un momento.-Queremos esa comida y esas armas.

-Venid a por ellas si tenéis cojones.-Gritó Merche cortando la comunicación

-¿Y ahora qué?-Nos preguntamos mutuamente.

Sí, ¿y ahora qué? estaba claro que no nos enfrentábamos a infectados. Aquellas personas les tenían miedo, pero nosotros no. No sabemos a cuantos nos podemos enfrentar, el grupo de la otra noche me vino a la cabeza, ¿nos habrían seguido? es posible, tampoco habíamos ido muy lejos y los ruidos de la puerta corredera al abrirse fueron bastante altos. Pensábamos lo más rápido posible. ¿Nos arriesgábamos a salir con el coche a toda velocidad? ¿Creábamos un fortín en el polideportivo a la espera de un posible ataque? No cabía duda, estaban cerca, habían visto la comida, me habían visto a mí.

Cuando amaneció, Merche subió a las gradas para mirar por el ventanal, en la zona trasera no vio nada, en la parte delantera, sí, había un par de siluetas en lo alto de la pequeña colina, por la que habíamos visto bajar la riada. Estaban inmóviles pero vigilantes, uno de ellos tenía unos prismáticos y observaba el polideportivo y las inmediaciones, el campo de futbol, la piscina, imagino que buscando una manera de entrar sin peligro de caer bajo nuestro fuego. Cuatro siluetas aparecieron al lado de las dos primeras, comenzaron a correr colina abajo armados con palos, hachas y palas. Merche se preparó para disparar.

-Espera-le dije- aun están muy lejos y quedan pocas balas en el fusil. Coge la pistola.-Le dije tendiéndosela.-Vamos a usar la escopeta.

-Elena.-Gritó Merche.-Coge todo lo que puedas y ve metiéndolo en el coche, cielo.

-Sí.-Respondió la niña, ilusionada por ser útil, torpemente comenzó a guardar las cosas en el citroën.

Yo cogí la escopeta y fui a comprobar que la puerta que daba al pasillo de los vestuarios continuaba bien cerrada. Después me dirigí corriendo hacia el pequeño ojo de buey que había al lado de la puerta corredera del polideportivo.

-¿Donde están?-Le pregunté a Merche.-Desde aquí no los veo.

-Dos vienen directos a la puerta, los otros dos han girado hacia el campo de futbol y no les veo.-Me informó Merche.-Los dos de la colina siguen ahí parados.

Unos cristales rotos llamaron nuestra atención. El sonido vino del fondo del pasillo. Seguramente estaban intentando entrar por las puertas que daban al campo de futbol. Antes de dirigirme hacia el pasillo, cogí un rollo de cuerda que teníamos en el coche, lo até a la manilla de la puerta y, dejándolo lo mas tirante posible, lo llevé hasta el poste de hormigón que sujetaba la canasta de baloncesto atándolo a él.

-Merche.-Dije.-Si ves la oportunidad, baja a colocar el coche de cara a la puerta por si hay que salir huyendo.

-Vale.-Me respondió sin apartar la mirada de la colina.

Corrí hacia la puerta del pasillo, pasando antes por el coche de Manuel para coger un cóctel molotov. Los ruidos de golpes tratando de abrir la puerta se estaban intensificando. Mire por el ojo de buey, todo estaba tranquilo, no había nadie dentro. Me fije en una escalera que estaba pegada a la pared, esta subía hasta el techo, acabando en una pequeña plataforma, donde estaba el marcador, con un pequeño ventanal cuadrado que daba al campo de futbol. "Bien" pensé mientras me cruzaba la escopeta por debajo de la camiseta enganchándola con el cinturón. Subí por la escalera, cuando llegué arriba supliqué porque, desde ese ventanal, se viera la puerta de entrada al pasillo, "demasiada suerte estamos teniendo" pensé al ver a los dos individuos en la puerta, golpeándola con un hacha y una pala. Encendí el trozo de tela, abrí poco a poco el ventanal y arrojé el cóctel sobre ellos, de inmediato, ambos, comenzaron a arder rápidamente, gritaban, corrían, como gallos sin cabeza, de un lado a otro, uno de ellos cayó al suelo y dejó de moverse, el otro salió corriendo a la carretera.

Bajé rápidamente las escaleras. En la puerta corredera se comenzó a oír las voces de los otros dos atacantes mientras trataban de abrirla.

-No puedo, está cerrada con llave.-Dijo uno.

-No, esta atrancada con algo, ¿no ves que se mueve un poco?-Respondió el otro.-Tira fuerte.

Cargué la escopeta, por el Walkie le dije a Merche que preparara todo para salir pintado de allí. Dos habían caído y nos quedaban otros dos, que supiéramos, en la puerta principal. Merche bajo corriendo por las gradas, cuando llegó a mi lado me dijo que los tíos de la colina ya no estaban, se habían ido en dirección contraria.

-Prepárate, voy a hacer una locura y nos vamos de aquí a toda leche.-Le dije.

Me miro con cara de miedo, temía mucho mis planes locos. La sonreí y me fui a la puerta. Preparé la escopeta, cuando vi que Merche me daba el OK y estaba lista, dentro del coche con Elena y las perritas, comencé con la locura. Solté un poco la cuerda, esto hizo que tuviera poca resistencia a los envites que realizaban los atacantes al otro lado para tratar de abrirla, me acerqué a la puerta, en ese momento consiguieron abrirla, un grito de júbilo salió de ellos pero quedó enmudecido cuando me vieron frente a ellos. Apreté el gatillo de la escopeta, uno de ellos salió disparado hacia atrás por el terrible impacto que recibió en el pecho, se estrelló contra el muro que formaba la verja principal y calló, deslizándose por la pared, al suelo dejando un enorme rastro de sangre. El otro, salpicado por la sangre, se quedó inmóvil mirándome, no sabía qué hacer, se arrodillo y comenzó a llorar, suplicando que no le matara.

-Por favor, no me mates, no me... mates... no... me mates.-Balbuceaba.

-¿Cuantos sois?-Grité, me acerque a él.

-No, no, no.-Se arrastró hacia atrás.-Te lo diré pero no me mates.-Su llanto cada
vez era mayor.

-¿Cuantos sois y dónde estáis?-Estaba perdiendo la paciencia.

Merche arrancó el coche y comenzó a acercarse a mí.

-Somos unos doce.-Respondió.- Estábamos en el Carrefour de Villalba, la otra noche atacasteis a algunos de nosotros.

-¿Y qué coño queréis?-Le amenacé más violentamente.

-Solo comida, solo comida.-Estaba realmente acojonado.-Pedro pensó que si os pillábamos podíamos quitaros la comida, los coches, las armas, todo lo que tengáis.

-Entonces no ibais al supermercado.- Mantuve mi tono de amenaza.

-No, no.-Respondió-Os seguimos desde el muro, vimos que parasteis en el puente y luego entrasteis aquí.

En ese momento se oyó el eco de un disparo, el hombre que tenía enfrente cayó al suelo fulminado y la bala rebotó a mi lado, unos centímetros más y me habría alcanzado en la pierna. Merche aceleró, poniéndose a mi lado, entre rápidamente en el coche, un nuevo disparo destrozo la ventanilla de mi puerta, por los pelos no me habían alcanzado de nuevo.

-Vámonos de aquí.-Grité en cuanto cerré la puerta.

Merche arrancó rápidamente y cogimos la carretera que subía hacia el pueblo. Un nuevo disparo se oyó pero no llegó a alcanzarnos.

-Vamos, vamos.-Gritaba Merche mientras conducía.-Mierda.-Dijo cuando miró por el retrovisor.

Me di la vuelta y vi como un cuatro por cuatro saltaba a la carretera desde la colina. Nos estaban siguiendo. Llegamos a la rotonda del pueblo y Merche giró a la derecha, en dirección Alpedrete. El todoterreno hizo lo mismo y se iba acercando a nosotros. Nos golpearon por detrás, Merche casi pierde el control pero consiguió mantenerse en la carretera. Aceleró lo más posible. Cogimos un badén y volamos por los aires, oí como, detrás, Elena se quejaba y Yuko lloriqueaba.

-Mierda.-Dije mientras rebuscaba en la mochila. Cogí el último cóctel molotov que nos quedaba.

El conductor del todoterreno intentaba ponerse a nuestro lado, tratando de hacernos derrapar y perder el sentido de la marcha mientras nos daba golpes por el costado. La ventanilla izquierda bajó y un tío se asomó por ella, llevaba una palanca de metal con la que comenzó a golpear el coche. La carretera del pueblo se nos acababa y el comiendo de la nacional seis desde Guadarrama era muy peligroso, dos curvas ciegas, rodeadas por muros de granito, iniciaban un recorrido muy sinuoso, cuesta arriba.

-Merche, trata de mantenerte a su lado, no le permitas que nos golpee muy fuerte.-Le dije mientras encendía el trapo del cóctel.

-No es tan fácil.-Dijo manteniendo el coche lo más estable posible.

-Lo sé, pero lo estás haciendo de puta madre.-Las palabras finas ya no tenían cabida.

Con el codo, rompí lo que quedaba de ventanilla, el disparo la había resquebrajado entera y no me costó mucho deshacerme de ella. Como pude me coloqué sentado en la puerta, mirando al tío que golpeaba el coche con la palanca, estaba enajenado, me sonreía como un loco y me amenazaba sin parar, no estaba infectado pero se le había ido la cabeza totalmente. Cuando se dispuso a golpear de nuevo el coche, apartando la vista de mí, saqué el cóctel y lo lancé contra él. La botella rompió en su cabeza y se expandió hacia el interior, el coche comenzó a arder rápidamente, es increíble la acción de la gasolina, el fuego y las telas. Ambos pasajeros se revolvían como locos dentro, el tío que nos estuvo golpeando se arrojó por la ventanilla, golpeándose contra el asfalto y rodando varios metros, una bola de fuego. El conductor no conseguía salir, comenzó a dar bandazos, las llamas salían por las ventanillas, en uno de ellos se echó sobre nosotros, Merche no pudo evitarlo, me agarré como pude, los dos coches salieron de la carretera, el todoterreno se estrelló contra el muro de la fábrica de Mahou, Merche consiguió frenar pero no pudo evitar chocar contra una farola.

En pocos minutos conseguimos reaccionar, el coche estaba algo abollado pero funcionaba todavía, solo había saltado mi airbag, que casi me hace caer fuera del coche.

-¿Estáis bien?-Preguntó Merche.

-Sí.-Respondí.

-Sí.-Respondió Elena.- Boni y Yuko también.

-Menos mal.-Suspiró Merche.

Increíblemente habíamos escapado. Era alucinante lo que habíamos vivido, era increíble que estuviéramos vivos. Dentro de lo que cabe estamos saliendo bien de casi todos los problemas.

Salí del coche e indiqué a Merche para que sacara el coche de la cuneta. Cuando terminamos, vimos las luces de un coche, estaba parado a lo lejos, cuando nos giramos, se dio la vuelta y desapareció rápidamente en dirección Guadarrama.

Arrancamos y nos dirigimos hacia Alpedrete. Antes de llegar al desvío tuvimos un grave problema. No podíamos continuar con el coche, el ejercito había levantado, cortando la carretera, varios muros de hormigón, estaban flanqueados por lo parecían unas garitas de control, pero, al abandonarlo, habían cerrado el único paso con más bloques.

Aparcamos en coche en una finca, tras el muro de rocas y los arboles, la noche estaba sobre nosotros e ir andando no era un plan muy agradable. Descansaríamos allí, turnándonos para vigilar y al amanecer continuaríamos el camino.

ENTRADA 38

La mañana del viernes comenzó con una tremenda tormenta, a lo largo de la noche se fueron sucediendo los chaparrones pero al amanecer el día continuó sumido en la oscuridad bajo nubarrones negros, neblina y un manto de agua que no permitía ver con claridad.

Elena aún dormía dentro del coche, las perritas se habían despertado hace unas horas y estaban correteando por la pista del polideportivo. Merche y yo estábamos en las gradas, mirando, a través de los ventanales, el aguacero.

-¿Qué hacemos?-Pregunté a Merche.- Deberíamos continuar.

-Sí.-Respondió Merche tranquilamente.-Pero con esta lluvia me parece peligroso salir de aquí con el coche. No tenemos ni idea de cómo estará la carretera.

Vimos como se iba formando un fuerte arroyo de agua que bajaba por la ladera del monte, que llegaba a la carretera, inundándola y dejando a su paso una cantidad tremenda de barro y rocas.

-La verdad es que sí.-Merche tenía toda la razón.-Si nos encontramos con algo de eso en la carretera puede ser muy peligroso.

A media mañana, Elena se despertó, bajamos juntos hasta el coche para estar con ella. Cuando nos vio preguntó por su padre.

-Papá se ha ido a buscar ayuda con mamá.-Le dijo Merche.-Han dicho que nos encargáramos de ti y te quedases tranquila con nosotros.

La niña miró a Merche, con cara de cansada, y se abrazó a ella, no sé si se acordaría de lo que vivió hace unas horas pero no dijo nada. Los tres nos levantamos, fuimos a un lavabo que había bajo las gradas, dentro del cuarto de mantenimiento, a lavarnos un poco, por la noche no reparamos en esa pequeña habitación, pero, con la tenue luz que la mañana nos daba, pudimos saber de su existencia. Menos mal, no queríamos tener que volver a los vestuarios, habíamos dejado los cuerpos allí, encerrados y desde luego no queríamos que Elena viera a sus padres así.

Al medio día, la lluvia amainaba poco a poco, nos preparamos un par de latas de comida para los tres, Elena nos sorprendió con una pequeña bolsa de comida para perros que guardaban en su coche, "era de Luna, nuestra perrita" seguramente Manuel y Maria ni se acordaban de que la tenían, estarían demasiado preocupados por salvar a sus hijas y un saco de comida para perro no era importante. Yuko y Boni dieron cuenta de la nueva comida, les costó un poco, normal, después de degustar las latas de comida precocinada de sus dueños, el pienso era comida para chuchos pero, viendo que no conseguirán nada, se resignaron a comerlo.

Por la tarde, por fin, la lluvia dejó de caer y el día comenzaba a despejarse poco a poco. Pudimos ver, a través de los ventanales, que teníamos un pequeño supermercado en frente del polideportivo. Tras hacer un recuento rápido de la comida que nos quedaba, estaba claro que era necesario echarle un ojo por si hubiera restos que pudiéramos coger, si no hicimos las cuentas mal, no tendríamos comida en diez días y, teniendo en cuenta lo que estábamos tardando en llegar a casa de la familia de Merche, ese dato era preocupante.

-Me acerco yo con la pistola y tú me cubres desde los ventanales con el G36.-Le propuse a Merche.-Podemos hacer un banco de tiro para que no tengas mucho retroceso.

-Vale, pero ten mucho cuidado.

Y así lo hicimos, en el momento en el que la tarde comenzaba a menguar su luz, salí del polideportivo por el pequeño hueco que abrimos en la puerta corredera. Una vez en la calle, estuve pidiendo, no sé a quién, que por favor ese día fuera tranquilo y no tuviera que enfrentarme a nada ni a nadie.

Llegué a la carretera, coches abandonados aquí y allí la poblaban, había mas de los que creí ver el día anterior. Avancé rápidamente para cruzarla en el menor tiempo posible y me acurruqué detrás de una parada de autobús a unos veinte metros del supermercado. Antes de continuar, miré hacia el polideportivo, ver a Merche apuntando hacia mí con el G36 me dio bastante seguridad, habíamos quedado que, sí ella veía algo fuera de lo normal, me avisaría con destellos continuos de la linterna. Tras esperar unos minutos y sentir que todo estaba totalmente tranquilo me acerqué a la puerta del supermercado. La verja de seguridad estaba echada, afortunadamente no era de persiana, sino de esas que se extienden de un lado a otro y solo estaba asegurada con un candado. Apunté con la pistola al candado, como hacen en las películas, me tapé la cara y apreté el gatillo. Lo único que conseguí fue hacer ruido. Mi disparo había alcanzado al candado pero no lo había roto, solo tenía una abolladura en el centro. "Bueno, dispararé a uno de los brazos" pensé y volví a repetir la operación, esta vez conseguí arrancar un pequeño trozo del candado y abollarlo un poco más, pero no lo suficiente como para abrirlo. "Joder, como nos mienten en las películas" con ese pensamiento en la cabeza volví a disparar y por fin el candado cayó al suelo. "Tres disparos a conciencia cuando en las películas disparan a lo loco y lo consiguen a la primera, en fin" tiré de la verja lo suficiente como para dejar la puerta descubierta. La empujé pero estaba cerrada, con dos empujones mas comprobé que no era de muy buena calidad y, con decisión, lancé un fuerte golpe con el pie sobre el cierre que saltó por los aires abriendo la puerta de par en par.

Dentro del supermercado, Merche me tendría que avisar por el Walkie, así que lo encendí y comprobé que estábamos en la misma frecuencia.

-¿Merche?-Hablé hacia el Walkie.- ¿Estás ahí, me oyes?

-Sí.-Respondió.-Qué bruto eres.

-¿Por?-Pregunté sorprendido.

-Menos mal que querías ir con cuidado, he oído los golpes desde aquí.-Me dijo con un tono entre enfadado y alegre.

-Joder, es que no es tan fácil como en las películas.-Dije.-Maldito Eastwood y sus pelis del oeste.

-Deja de hacer el bobo y date prisa.-Su tono era desenfadado pero firme.

Tras la breve conversación con Merche me adentré en el supermercado. Increíblemente estaba totalmente ordenado, nadie había pasado por allí, las estanterías no estaban repletas pero algo quedaba, tenía toda la pinta de que, antes de irse todo a la mierda, la gente compró lo que pudo y el dueño no repuso las existencias. Quitando los productos caducados, pude hacerme con varios sobres de preparado de sopa, once latas de lentejas, de nuevo la gente no veía la utilidad de la comida enlatada, un par de botellas de agua, toallitas higiénicas, tres chocolatinas y un huevo Kinder, para Elena.

Pasé a la trastienda, estaba más oscuro y tuve que encender la linterna. El desorden aquí era un poco más predominante, se notaba que habían estado buscando nerviosamente entre los archivos, cuadernos y cajones del escritorio. Una caja fuerte en la pared, abierta totalmente, daba a entender que los dueños no querían dejarse nada importante atrás, ya fuera dinero, papeles de los seguros, escrituras, a saber si realmente servirían de algo en la situación a la que habíamos llegado. Rebusqué un poco y, para mi sorpresa, no se habían llevado todo lo realmente importante. Una escopeta de dos cañones descansaba en el fondo de un pequeño armario, acompañada de una caja de veinticinco cartuchos, la suerte nos sonreía un poco, entre los que teníamos en el coche y estos sumábamos unos cuantos cartuchos de escopeta. Tener un arma más, con potencia de fuego, era todo un chollo, sobre todo porque el G36 dejaría de ser útil en cuanto gastáramos el cargador que nos quedaba.
Volví hacia la parte delantera del supermercado, echando un vistazo a mí alrededor por si daba con alguna sorpresa más.

-¿Va todo bien?-Escuché la voz de Merche por el Walkie.

-Sí, sí, he conseguido bastantes cosillas-respondí-quedan algunas que podríamos usar pero no tengo sitio en la mochila.

-Déjalo, si las necesitamos iremos de nuevo.-Me dijo Merche.

-Vale, ya salgo.

Salí del supermercado, cerré la puerta y la verja tratando de dejarlas lo mejor posible, para que no pareciera que había pasado por allí. Me costó un poco dejar la puerta bien colocada, estaba un poco desencajada del marco por el golpe que había recibido. Comprobé que lo tenía todo encima antes de volver al polideportivo. Cogí el Walkie para apagarlo.

-Hooola.-Una voz chulesca sonó en el altavoz.-Os estamos viendooo.

"Joder, mierda" pensaba mientras corría como un loco hacia el polideportivo. Merche me esperaba con la puerta entreabierta y con el G36 en la mano, exigiéndome que me diera prisa en entrar.

martes, 25 de octubre de 2011

ENTRADA 37

Llegar a casa de la familia de Merche nos está costando mucho más de lo que podríamos habernos imaginado. Nos hicimos a la idea, antes de salir, de que era muy posible que no fuéramos a tardar los treinta minutos de un día normal, pero jamás se nos pasó por la cabeza que llevaríamos varios días de viaje y aun nos encontráramos a unos kilómetros de nuestro destino.

Ahora mismo estamos en un chalet, en una urbanización de Alpedrete, encerrados en el garaje y de momento no parece que podamos avanzar demasiado.

El jueves por la mañana estábamos todos preparados para salir. Manuel y María habían metido a sus hijas en su coche, les entregamos unas diez latas de comida, llenamos unas bolsas de carburante, no sin antes comprobar que el depósito estaba completo, y preparamos unas armas para ellos; un par de cuchillos, un bate de baseball de aluminio que encontramos en la gasolinera, seguramente de los trabajadores para protegerse de atracadores, y varias botellas con la mezcla de coctel Molotov.

Hacia las diez de la mañana estábamos tomando la carretera que llevaba a la A6. Como bien nos dijo Manuel, había bastantes coches accidentados, algún camión cruzado en la carretera que nos obligó a meternos por el campo colindante para esquivarlo y, lo peor de todo, cadáveres en descomposición. Aquí y allí, centenares de cuerpos sin vida poblaban la carretera, los coches, el campo, todos destrozamos, golpeados, atropellados e incluso tiroteados. Un espectáculo dantesco.

Tardamos un par de horas en dejar atrás aquel maldito lugar; un pinchazo en el coche de Manuel o unas rocas que cortaban la entrada al campo, en una zona de la carretera donde cinco coches habían formado un enorme amasijo de hierros levantando un muro infranqueable, hicieron que el trayecto se hiciera larguísimo. Poco a poco conseguimos avanzar, metro tras metro, hasta que llegamos a la autopista, justo en el momento en que una tremenda tormenta comenzó a caer sobre nosotros.

-Joder, casi no se ve. –Dije mientras trataba de ver a través de un cristal donde rompían millones de gotas de agua formando una cortina casi opaca.

-Quizás sería mejor parar un rato. –Propuso Merche tratando de ayudarme a orientarme.

En ese momento llegó el primer problema grave del día. Afortunadamente íbamos muy lentos y pudimos ver la montaña de coches que cortaban la autopista cuando las luces del coche comenzaron a escalar por ella. Cientos de automóviles, camiones y furgonetas habían sido colocados unos encima de otros hasta formar un tremendo muro de más de siete metros.

-Pues qué bien.-Dije mientras paraba y me preparaba para bajar del coche.

-Ten cuidado.-Me pidió Merche mientras cargaba la pistola.

Bajo la tremenda lluvia me acerqué al enorme obstáculo que nos impedía continuar. Puede ver, a través de las ventanillas destrozadas de la primera línea, varias grúas del ejército, abandonadas con prisa tras realizar su trabajo. Totalmente imposible continuar por allí, ni se me pasaba por la cabeza la posibilidad de empujar alguna columna de coches con las grúas.

-¿Qué tal pinta tiene?-La voz de Manuel sonó a mis espaldas.

-Muy mala.-Respondí.-Detrás hay grúas del ejército, pero está montado de tal manera
que si movemos algo seguro que se viene todo abajo. Creo que deberíamos ir por otro camino.

La idea de cambiar de camino no me gustaba en absoluto, suponía dar la vuelta y coger carreteras secundarias, más estrechas, obligados a pasar por multitud de urbanizaciones, además de tener que recorrer muchos más kilómetros.

-Bueno, ve dando la vuelta.-Le dije a Manuel mientras echaba un último vistazo al maldito muro.-Ah, por cierto, se me olvido darte esto.-Le tendí uno de los Walkies que teníamos.- Así estaremos en contacto.

-Vaya, gracias.-Respondió mientras lo cogía.

-Vamos.

En ese momento un golpe sonó al otro lado. Le hice una señal a Merche para que apagara las luces mientras Manuel salió corriendo hacia su coche para hacer lo mismo. Un nuevo golpe vino justo del otro lado, frente a mí.

-Mierda, aquí no hay nada de comer.-Una voz resonó entre los coches.- ¿Habéis encontrado algo?-Gritó hacia su espalda.

-No nada.-Respondió una segunda voz.

-Por aquí tampoco.-Una tercera voz resonó a nuestra derecha.

No sabía qué hacer, me quedé inmóvil observando, a través de los coches, los haces de luz que bailaban al otro lado delante de varias siluetas. Se acercaban a todos los vehículos, desaparecían por un momento y volvían a aparecer para saltar al siguiente. No estaban teniendo suerte en su búsqueda.

-¡¡Aquí hay una ración militar!!-Gritó una de las voces.

-Bien.-Respondieron al unísono las otras dos-¿Esta completa?-Preguntó una de ellas después.

-Sí, tiene dos latas y un poco de mermelada.-Les informó el primero.

-Guárdalo, tenemos que seguir buscando comida para todos.

¿Todos? Joder, no me gustaba nada la idea de que hubiera más gente. Traté de fijarme en los ojos de los individuos, recordaba al infectado que estaba pegado a la puerta del portal, cuando empezó todo, sus ojos brillaban con un destello siniestro. No conseguía centrar la vista por culpa de la lluvia, las linternas y el movimiento continuo. Me incliné un poco más. “Clonk” un estruendo resonó en la carretera, sin darme cuenta me había apoyado demasiado sobre el capó del coche que tenia frente a mí. “Mierda” pensé mientras me reclinaba de nuevo.

-¿Qué ha sido eso?- Una de las voces gritó nerviosa.

-No lo sé, tened cuidado.-Ordenó la primera que escuché.-Estad alerta, si son infectados tenemos que salir corriendo lo más rápido posible.

Oí como uno de ellos se acercaba hacia la parte del muro que daba al coche donde yo me escondía. Pude notar cómo se agachaba y entraba poco a poco en el coche continuo al mío en el muro.

-Ten cuidado Jorge.- Una voz de mujer sonó al fondo.

Ya van cuatro si no estaba equivocado. El llamado Jorge se estaba acercando cada vez más. La lluvia comenzó a amainar.

-Creo que veo algo.-Dijo Jorge.-Hay dos coches tras el muro que no estaban ayer.

Pude ver que Merche se había agachado y no se la veía pero lo malo fue que los otros tres individuos se acercaban hacia el muro. Noté el aliento de Jorge en la cabeza, estaba a punto de salir del coche. No sé como llegué a esa decisión, quizás fuera el momento de miedo, quizás fuera la idea de sobrevivir a toda costa, pero cuando sacó medio cuerpo del coche solté un derechazo con toda la fuerza que pude sobre su pecho. Un quejido salió de su boca mientras se quedaba sin aire.

-¡¡Merche!!-Grité al incorporarme.-Arranca, nos vamos de aquí.-Le solté otro derechazo en la cara.

Merche arrancó el coche y comenzó a dar la vuelta, Manuel hizo lo propio y comenzó a dar marcha atrás en el suyo. Las voces y pasos comenzaron a crecer con rapidez acercándose hacia el muro.

-¡¡Jorge!!-Chillaron al unísono.

Miré durante unos segundos a Jorge. Trataba de decirle que ni se les ocurriera seguirnos. Sangraba por la boca y lloraba, o eso parecía, la lluvia hacia cesado pero estábamos todos calados. Me miró, suplicaba por su vida. Me giré y salí corriendo hacia el coche, me monté justo en el momento en que los compañeros de Jorge asomaron por los huecos del muro.

-Cabron.-Gritó uno de ellos mientras nos lanzaba una lata de Coca Cola que había en el coche por el que se había colado.

Comenzamos a avanzar por la autopista en dirección contraria a los siluetas. Afortunadamente con cada metro que avanzábamos más pequeñas se iban haciendo, no nos estaban siguiendo.

-Manuel, aminora.-Dije por le Walkie.-Parece que les hemos dejado atrás.

Reducimos la marcha, el cielo comenzó a despejar, la tarde caía sobre nosotros. La carretera estaba algo mas despejada en esa dirección, seguíamos pasando coches accidentados o abandonados pero no en la cantidad que habíamos llegado a ver hasta ese momento. Por fin llegamos al desvío de Guadarrama. Estábamos muy lejos de nuestro objetivo pero a salvo, de momento.

-¿Qué hacemos?-Preguntó Manuel por el Walkie.

-Vamos a parar aquí, comemos y ahora pensamos qué hacemos.-Respondí.

Los siete bajamos de los coches, estábamos debajo del puente que forma la A6 sobre la carretera de El Escorial. El coche más cercano estaba a más de quinientos metros, la zona estaba bastante tranquila. Cogimos cuatro latas de comida y nos las repartimos entre todos. Tras la comida, las niñas se durmieron con las perritas en un coche, los adultos nos quedamos fuera hablando.

-No eran infectados.-Dije.-Cuando me oyeron uno de ellos aviso a los otros de que tuvieran cuidado.

-Aun así.-Continuó Merche.-No podemos fiarnos.

Era cierto, en las pocas noticias que pudimos ver antes de irnos de casa, se avisaba de que muchos grupos de gente sana se habían vuelto iguales o más peligrosos que los propios infectados, no podíamos arriesgarnos a enfrentarnos a más problemas de los necesarios.

Cuando decidimos ponernos en marcha, la noche comenzaba a caer sobre nosotros. Es increíble lo rápido que pasan los días, no te das cuenta de la falta de luz hasta que no dispones de la artificial y si además sumamos que los días son mucho más cortos por el otoño, no estamos haciendo bien las cosas.

Decidimos acampar en el polideportivo de Guadarrama, estaba como mucho a dos kilómetros, desde nuestra posición podríamos ver los grandes focos del campo de futbol. Arrancamos los coches y avanzamos por la carretera.

Cuando llegamos a la enorme puerta corredera de metal, estuvimos un rato parados mirando alrededor. La noche estaba realmente tranquila, la carretera parecía un cementerio de coches; camiones, furgonetas y multitud de vehículos se agolpaban aquí y allá, abandonados o accidentados, algún que otro cuerpo sin vida asomaba por las ventanillas o yacía en el asfalto, afortunadamente la lluvia se había llevado consigo el fuerte olor que desprenden los cuerpos en descomposición y el agradable olor del campo mojado nos rodeaba.

-Bueno, vamos a ver si la puerta se abre.-Le comenté a Merche mientras me disponía a salir del coche.

-De acuerdo, ten cuidado.-Respondió mientras se preparaba para cubrirme con la pistola.

Le hice un gesto a Manuel para que estuvieran atentos por si tuviéramos que volver a huir. Se limitó a asentir con la cabeza mientras se aferraba al volante del coche.

Me acerqué a la puerta, me paré frente a ella y comencé a echar un vistazo alrededor, buscando un botón, una manilla o algo que me pudiera permitir abrirla pero lo único que encontré fue un simple tirador y una cerradura. "Bueno, esperemos que haya suerte" pensé mientras agarraba el tirador y me disponía a tirar con fuerza. Con un tremendo chirrido la puerta comenzó a moverse; poco a poco la fui abriendo pero el sonido era cada vez más fuerte, el raíl por el que se deslizaba estaba completamente oxidado. Eché un vistazo hacia los coches y vi las caras de preocupación de todos los ocupantes. Era consciente de que el ruido se oiría a varios metros de allí pero era nuestra única opción, el frio comenzaba a ser muy desagradable y el cansancio se notaba en todos nosotros, sobre todo en Manuel. Finalmente la puerta quedó lo suficientemente abierta para que pasaran los dos coches. Le hice un gesto a Merche para que avanzara con cuidado y se metiera dentro. En unos minutos estábamos todos dentro del polideportivo, con la puerta cerrada de nuevo, tras un nuevo coro de chirridos, y resguardados.

El interior estaba totalmente oscuro, Merche encendió las luces largas del coche iluminando toda la cancha de baloncesto. Enfrente de nosotros se extendían varias hileras de camastros militares, unos cien de ellos aproximadamente, algunas filas estaban descolocadas, otras mantenían el perfecto orden lineal con que se habían colocado. ¿Sería este un punto seguro? Pude ver que encima o al lado de muchos de los camastros había mochilas, maletas, ropa y multitud de objetos personales.

-No me infunde mucha seguridad todo esto.-Escuché la voz de Merche a mi lado.-Si aquí ha estado tanta gente, ¿por qué ya no están? ¿Qué ha pasado aquí?

-No sé, quizás decidieron evacuarlos a otro sitio.-respondí pensativo.-De todos modos, no montemos nada hasta que comprobemos que estamos en un lugar seguro.

-De acuerdo.-Afirmó Merche mientras cogía del coche la pistola y el G36.

-Voy a ir con Manuel a comprobar los vestuarios, por si pudiéramos darnos una ducha, y los despachos, para dejarlos todos cerrados y aislarnos aquí.-Informé a Merche.

-Preferiría ir contigo.-Me dijo.

-Lo sé, y yo, pero no quiero dejarles aquí con todas las provisiones y el material.-Le dije al oído.-Prefiero no arriesgarnos a que nos roben todo y se larguen.

-Vale.-Merche se resignó, me dio un beso y se fue al coche con las perritas.

Avisé a Manuel para que viniera conmigo, le puse al corriente de mis planes. No se mostró muy contento de tener que venir conmigo y trató de protestar pero no se lo permití.

-No te preocupes, ellas saben defenderse.-Le dije mientras comencé a avanzar hacia la pequeña puerta que daba a los pasillos, oí como maldecía a mi espalda.

Encontramos muchos enseres personales tirados por el camino, algún que otro rastro de sangre, varios casquillos y ventanas rotas pero, salvo eso, no había señales de vida, estábamos totalmente rodeados de un silencio casi sepulcral. Fuimos comprobando todas las puertas que encontrábamos, la mayoría estaban cerradas con llave, a través de los ojos de buey no se veía nada en el interior, o atrancadas desde dentro, a estas últimas les atábamos un trozo de cuerda, cogido de las redes de las porterías y protecciones, en las manillas y las asegurábamos atándolas a las verjas de las ventanas para que no se pudieran abrir. Por fin llegamos a los vestuarios. El femenino estaba cerrado con llave, pero por si acaso, hicimos lo mismo que con las puertas atrancadas ya que era un sito mucho más grande y no podíamos mirar dentro. El vestuario masculino estaba abierto, bueno, estaba la puerta destrozada en una esquina. Entramos en él, toallas y ropa se encontraban tiradas por todos lados, en el suelo, desde un par de taquillas, había varios rastros de sangre que llevaban o provenían de las duchas, no lo teníamos muy claro, habría que comprobarlo.

-Acércate mientras yo te cubro.-Le dije a Manuel mientras preparaba el G36.

Su cara fue un poema, entre el miedo y la rabia por no tener él el arma y ser el que abriera las puertas de las duchas, volvió a maldecir por lo bajo.

-No te preocupes, no voy a dejar que te pase algo.-Traté de tranquilizarle.

Nos colocamos enfrente de la primera ducha, el rastro se perdía bajo la puerta. Le hice un gesto a Manuel con los dedos "a la de tres... uno, dos, tres" y abrió de golpe apartándose rápidamente. Vacía, las paredes estaban repletas de sangre y un pequeño charco en el sumidero hacia entender que la mayoría se había colado por él. "Vamos a la siguiente" le gesticulé a Manuel, hicimos el mismo procedimiento y nos encontramos el mismo resultado, la ducha vacía y las paredes llenas de sangre. Definitivamente la dirección del rastro era hacia afuera. Comprobamos las duchas limpias, el agua corría con un débil caudal pero por lo menos era suficiente para darse una ducha, ¡¡y salía caliente!!

-Bueno, hemos terminado, vamos a avisar a las chicas y que vengan a ducharse o lavarse si quieren, nosotros nos quedamos en el polideportivo preparando el campamento.-Le dije a Manuel. Un pequeño gruñido salió de su boca.- ¿Estás bien?-Le pregunté.

-Sí, déjame, vámonos.-Respondió algo violento.

No me gustaba nada como se estaba comportando desde que entramos en el polideportivo.
Llegamos donde estaban los coches e informamos a las chicas de que todo estaba correcto, los vestuarios masculinos estaban disponibles por si querían darse una ducha o lavarse un poco. Me fije en Maria y la vi con la mirada perdida y muy pálida, cuando fui a preguntarle si estaba bien, Manuel me empujó, me miro con cara de pocos amigos, cogió a Maria y se fue a los vestuarios con ella y sus hijas.

-¿A qué viene eso?- Preguntó Merche sorprendida.

-Ni idea.-Respondí mientras miraba como desparecían por la puerta.-Pero Manuel está muy raro.

Nos fuimos al coche a por las perritas, las soltamos por el polideportivo para que corretearan un poco e hicieran sus necesidades, no pensábamos salir fuera para ello. Preparamos unas latas para cenar, los sacos bajo una lona desde el techo del coche a unos bastones y cogimos algo de ropa para cambiarnos.

-Están tardando mucho, ¿no?-Comentó Merche mientras miraba hacia la puerta.

-La verdad es que sí.-Respondí mientras miraba el reloj del coche, llevaban más de una hora y media en los vestuarios.

Entonces apareció Elena por la puerta, se tambaleaba y lloraba, no paraba de gritar "Papá, papá". Nos acercamos corriendo a ella, cuando la cogí en brazos vi que estaba cubierta de sangre.

-Joder.-Dijimos los dos a la vez.

Desde donde estábamos se comenzaron a oír el eco de los golpes que provenían del vestuario. Eran golpes secos, parecían dados contra algo blando, un débil quejido acompañaba a cada uno de ellos y de vez en cuando, una risa nerviosa los tapaba.

-¿¿Manuel??-Pregunté hacia el pasillo.-¿¿Está todo bien??

Los golpes cesaron, la risa calló, solo los quejidos continuaban llegando.

-Esto no me gusta nada.-Merche estaba nerviosa y tenía la pistola en la mano.

Dejé a Elena en el suelo, le acaricié el pelo y traté de preguntarle qué había pasado, pero no respondía, solo balbuceaba y llamaba a su padre. Los golpes volvieron a resonar en el pasillo, esta vez de algo metálico chocando contra las paredes, se iba acercando torpemente. Desde donde estábamos había unos cien metros de pasillo hacia los vestuarios que giraban a la izquierda por otro pequeño pasillo de unos quince metros. Los golpes se pararon cuando llegaron a la esquina. Como si de una película de terror se tratase, unos rayos comenzaron a iluminar el pasillo, una tremenda tormenta se estaba preparando fuera, con el tercer destello pudimos ver una silueta al fondo del pasillo, andaba lentamente hacia nosotros, una risa nerviosa comenzó de nuevo a resonar.

-Mierda, ¡¡Manuel!! ¿Qué coño esta pasado?-Grité con más fuerza.-¡¡Manuel!!

No obtuvimos respuesta más que una risa mucho más fuerte, ya convertida en carcajadas, un nuevo destello iluminó el pasillo, de nuevo la silueta apareció, estaba más cerca de nosotros, cuando la luz desapareció una imagen conocida y temida apareció ante nosotros a unos treinta metros. Unos ojos rojizos iluminaban la oscuridad del pasillo, llenos de furia, clavados en nosotros.

-Oh, no.-Un suspiro salió de la boca de Merche.- Esta infectada.

-¿Infectada?-Miré a Merche sorprendido.

-Es Maria.-Dijo entristecida.

-No me jodas.-La sorpresa se hizo más grande.

Un nuevo destello iluminó el pasillo y por fin le vi la cara, efectivamente, era Maria, tenía la cara desencajada por una sonrisa siniestra, su ropa estaba cubierta completamente de sangre, en la mano izquierda llevaba el bate de baseball que habíamos cogido de la gasolinera.

-Llévate a Elena.-Le ordené a Merche.-No quiero que vea esto.

En ese momento Maria comenzó a correr agotando los últimos metros que nos separaban de ella. Empuje a Merche hacia el polideportivo y cerré la puerta. "Joder, si no tengo armas" me miré las manos mientras me llamaba a mi mismo gilipollas. Maria cargó contra mí tratando de golpearme con el bate, lo esquive por poco y la agarré del cuello. Comenzó a revolverse enloquecida dejando caer el bate al suelo. Conseguí lanzarla contra la pared golpeándola en la cabeza pero, como si nada, ella se volvió a levantar tratando de atacarme de nuevo. Volví a esquivarla y salí corriendo por el pasillo hacia los vestuarios. "Joder, no he cogido el bate" me estaba luciendo. Maria sí que se acordó del bate, pero no me siguió, comenzó a golpear la puerta del polideportivo como una loca, con tanta fuerza que se estaba destrozando las manos. Cuando llegué al vestuario vi la horrible escena que había tenido lugar. Las paredes estaban llenas de sangre y pequeños pedazos de carne, una mano cortada que reposaba encima de un banco de madera era testigo de la carnicería que la rodeaba. Un rastro de sangre muy reciente se dirigía al fondo del vestuario, a la zona de los lavabos. Al entrar vi a Manuel apoyado en la pared, ensangrentado. Un abundante reguero de sangre le caía desde la boca hasta el estomago, a su lado estaba Cristina, o lo que quedaba de ella, estaba cubierta por el brazo derecho de su padre que le agarraba su tronco y cabeza, únicas partes que permanecían unidas. Me acerqué a ellos, Manuel todavía respiraba, muy levemente pero seguía vivo. Levantó un poco la cabeza, no sin antes vomitar una buena cantidad de sangre, tenía un ojo colgando y multitud de golpes.

-¿Borja?-Susurró.- ¿Eres tú?

-Sí.-Respondí.

-Lo siento, no quería que os enterarais, pensábamos que no le iba a pasar nada.-Cada
vez le costaba más hablar.-En la gasolinera, el cabron del infectado le hizo beber sangre.-Tosió y más sangre salió de su boca.-No se encontraba mal pero esta noche tenía mucha fiebre y estaba muy mareada... intente detenerla cuando cogió a Cristina pero no pude.-Comenzó a llorar, su voz se apagaba cada vez más.-Lo siento, cuida de Elena... por favor.

Y dejó de hablar. Por eso estaba tan tenso hace unas horas, estaba demasiado preocupado por su mujer y sus hijas como para tener que comprobar el polideportivo, se preocupaba porque no nos atacara a ninguno de nosotros.

En ese momento un grito sonó a mis espaldas, en el momento en el que me giré vi un bate acercarse rápidamente a mí, por poco no lo esquivo y casi me revienta la cara, el golpe fue a parar a la cabeza de Manuel haciéndola saltar en varios pedazos. Por un momento Maria dudó y tratando de sacar el bate del cráneo de Manuel tuvo un pequeño traspiés y cayó de bruces contra él. Empezó a gritar desesperada y a resbalarse con la sangre, parecía una marioneta descontrolada, la agarré de la camiseta y del pantalón y la balanceé con fuerza contra una de las pilas de lavabos de mi derecha, un fuerte golpe sonó y de su frente comenzó a manar la sangre abundantemente, antes de que se reincorporara, la agarré por el cuello y volví a golpear su cabeza contra el lavabo, con furia, una nueva brecha dejó salir más cantidad de sangre. Se desmayó. Merche apareció en el vestuario con la pistola.

-Estas bien.-Me preguntó.-Joder, que hija de puta, la que ha montado aquí, ¿cómo ha podido hacerle eso a su hija?

-Dame la pistola.-Le pedí fríamente a Merche mientras extendía la mano.

Puso la pistola en mi mano y, sin pensarlo dos veces, le pegué dos tiros en la cabeza a Maria. Cogí varias toallas del vestuario y tapé con ellas a Manuel y a Cristina.

-Vámonos.-Le dije a Merche mientras la cogía de la mano.-Mierda.-No pude evitar llorar.

Cuando llegamos a los coches, Elena estaba dormida en el asiento trasero, no sé cómo Merche había conseguido calmarla, flanqueada por Boni y Yuko. Merche la había tapado con una manta de Hello Kitty y las perritas le daban el calor que necesitaba.

-¿Y ahora qué hacemos?-Pregunté a Merche.

-No sé, vamos a dormir y mañana lo veremos.-Respondió.

Nos metimos en los sacos, dejando la puerta del coche, que daba al asiento donde estaba Elena, abierta. No sé si dormimos o no, pero el día llegó rápidamente.

(*De momento tenemos internet, recordar lo sucedido con Manuel y su familia me ha dejado sin ganas de continuar por hoy, en cuanto me recupere continuo contando cómo hemos llegado hasta este chalet.)

miércoles, 19 de octubre de 2011

ENTRADA 36

Llevo tres días sin publicar nada en el blog. En la última entrada comenté que trataría de escribir algo a modo de información antes de irnos de casa pero lo que ha pasado no me lo permitió. Ahora mismo estoy conectado a internet desde un restaurante, cerca de casa.

El lunes por la mañana estuvimos preparando las cosas para marcharnos, recogiendo todo lo que pudiera servirnos para el camino y, sobre todo, para sobrevivir. Metimos en el coche todas las latas de comida que nos quedaban, el agua, las bolsas de pasta, algo de pan, en definitiva todo lo que cogimos del Mercadona y aun no habíamos consumido. Chequeamos las armas que teníamos, el G36, del que solo nos quedaba un cargador, la pistola, que afortunadamente casi no habíamos usado y aun nos quedaban algo más de cincuenta balas, la escopeta de caza mayor, que nos llevamos de casa del caníbal, con los cinco cartuchos especiales y las cajas de cartuchos normales que teníamos sin usar porque la escopeta se la comió un perro mutante.

A medio día estábamos colocando todo en el coche, tratando de organizarlo lo mejor posible para que entrara la mayor cantidad de cosas que el sitio del maletero nos permitiera, y dejando a mano el material que entendíamos como "de emergencia", botiquines, munición, parte de la comida, botellas de agua, por si tuviéramos que abandonar el coche rápidamente o, esperemos que no pase, tengamos que ir andando.

-Ya casi esta todo. - Me dijo Merche cuando subí del garaje. - Solo queda eso. -Señalándome siete bolsas y bolsos que había en el suelo.

-Bien, vamos a preparar a las perras y nos vamos. -Respondí mientras echaba un último vistazo a la casa. - Nos estamos retrasando. - dije mirando el reloj que marcaba las tres y cuarto de la tarde.

No me gustaba la idea de abandonarla, hemos pasado nuestra vida en común en ella y da pena pensar en que es posible que no podamos volver, este paso significa que las cosas han cambiado y hay muchas probabilidades de que no vuelvan a ser como antes.

-Voy a bajar esto. - Merche estaba en la puerta preparada para bajar una pequeña maleta de mano. -Ahora subo.

-Ok. - Respondí.

Me quedé delante de las estanterías del salón, mirando las fotos que teníamos colocadas. Alguno de nuestros viajes en moto, Disney, Paris, algún cumpleaños, la perritas. Un sin fin de recuerdos plasmados en papel, caí en que todas las fotos las teníamos grabadas en cds y me fui a buscarlas. Entré en el cuarto donde teníamos el ordenador y cogí la funda para cds donde guardábamos las copias, las guardé en algunas cajas, ya que no son tantos cds como espacio hay en la funda y las fui metiendo en la mochila. Cuando me quedaba uno por guardar un tremendo estruendo sacudió la casa completamente. Me quede paralizado a la espera, un segundo estruendo llego más fuerte y las cosas comenzaron a caerse de las estanterías.

-¡¡Borja!! - Gritó Merche desde la puerta. - ¡¡Están explotando los depósitos de gas de la calle de abajo!!

Joder, es cierto, nuestra urbanización aun tiene depósitos enormes de gas, y es posible que con tanto calor y el abandono tengan alguna fuga. En ese momento vi por la ventana como el edificio de enfrente comenzaba a arder rápidamente. La última explosión debió ser del depósito que tienen en frente y la bola de fuego afectó al edificio. Para más inri el viento comenzaba a soplar con fuerza y por las ventanas se veía como las llamas se iban convirtiendo en lenguas de fuego enormes que iban pegándose a los enormes arboles de los jardines. En un momento todo el jardín trasero de nuestra casa estaba en llamas.

-Tenemos que irnos de aquí ya. - Chillé mientras salía corriendo de la habitación. - El fuego nos va a coger en breve.

Notamos como los cristales de los pisos de arriba iban estallando por el calor, en un momento la casa estaba invadida por una creciente humareda que se movía lenta pero firme.

-Coge a las perras y metete en el coche. -Le ordené a Merche mientras cargaba con tres mochilas que teníamos en la entrada. - Arráncalo y sácalo del garaje, salgo por la puerta del portal.

-Vale. - respondió Merche con las perras en brazos.

Miré las otras cuatro mochilas que nos quedaban tratando de hacer memoria de las cosas que habíamos metido en ellas. Una era de ropa, en la segunda habíamos metido algunas mantas y no conseguía recordar el contenido de las otras dos. "Espero haber cogido las correctas" pensé mientras salía rápidamente de casa. Los crujidos dentro eran cada vez mayores y pude ver, mientras cerraba la puerta, que las llamas ya habían tomado la habitación donde estuve hace un momento y la de al lado.

-¡¡Baja al garaje que aun no he terminado!! - Me gritó Merche, me había oído salir de casa y todavía le quedaban un par de cosas por colocar antes de poder arrancar.

Bajé a toda prisa por las escaleras, cuando llegué a la altura de la puerta del jardín trasero me quedé hipnotizado; los arboles, los edificios, todo era un impresionante baile de color rojizo y negro. Azuzado por el viento, el fuego se movía de aquí para allá creando formas extrañas e inva-diendo implacable todo lo que aun no había sido alcanzado por su tremenda fuerza de destrucción.

-¡¡Borja!! - Merche me devolvió a la realidad de un chillido.

Cuando reaccioné me di cuenta de que los cristales estaban comenzando a resquebrajarse y, en el momento que arranqué para continuar mi camino hacia el garaje, saltaron en mil pedazos. Todos y cada uno de ellos hacia dentro de la casa, noté como golpeaban la mochila que llevaba a la espalda, me puse las otras sobre la cabeza pero mis piernas estaban vendidas, varios trozos me alcanzaron provocándome algunos cortes e incluso clavándose en ellas.

-¡¡Joder!! - Dije mientras maldecía con todo tipo de palabras mal sonantes por el dolor que me estaban produciendo mientras trataba de bajar las escaleras. Tenía la sensación de ser un puto objetivo para todas las desgracias.

Merche me vio tambalearme y acudió en mi ayuda. Cogió algunas de las mochilas para liberarme de peso. Yo sentía un dolor punzante en la pierna derecha, con la mano me agarré a ella y comencé a cojear hasta el coche.

-Espera. -Supliqué mientras me apoyaba en el coche. - Mírame la pierna y quítame lo que sea que tenga.

Merche se acercó a mí, con cuidado me apartó la mano y suspiró.

-Mejor que te montes como puedas, te lo quito luego. -Me dijo tratando de mantener la calma.

-Joder, ¿tan malo parece? - gruñí, el dolor me estaba poniendo de mala leche. - duele de cojones.

-Si te lo quito ahora la montamos y no salimos de aquí. - Me increpó.

Comenzó a empujarme cuidadosamente hacia el coche, cambió a las perras de sitio, atándolas en el asiento delantero, y me hizo meterme en la parte trasera tumbado boca abajo con la pierna estirada por debajo del asiento.

-No te muevas. - Ordenó.

Se situó en el asiento del conductor y arrancó el coche. Tuvimos que dejar un par de mochilas que no cabían por mi culpa, si las llevábamos podrían darme en la herida y eso sería muy doloroso. Subió la cuesta rápidamente, por encima de nosotros, nuestra casa era pasto de las llamas, los cristales estaban rompiéndose, las cortinas ardían rápidamente mientras ondeaban por el viento, pequeñas explosiones por los muebles de madera o las bombillas se oían en el interior. La escena era la misma para casi todas las casas de la calle, las llamas surgían feroces de sus interiores, propagándose por los arboles que a su vez extendían el fuego a las demás casas o arboles. Era una cadena continua y ordenada pero implacable y destructiva, es alucinante la rapidez con la que el fuego coge fuerza y se extiende absorbiendo todo a su paso.

La calle estaba despejada, salvo por algún que otro coche que estaba estampado contra algún muro, el espacio para pasar era suficiente. El avance era muy lento pero de momento no teníamos que detenernos. Cuando llegamos a la estación de tren, Merche aparco en el parking, lo mas apartada posible y a cubierto.

-Veamos eso. - Me dijo mientras salía del coche con un botiquín en la mano.

Salí como pude y me eché en el suelo, el dolor se había apaciguado un poco, imagino que por la tensión y la adrenalina, pero notaba algo en la pierna que no debía de estar ahí. Merche cogió unas tijeras y comenzó a cortar el pantalón.

-Tienes un trozo de unos cinco centímetros clavado en el muslo. - Me informó mientras echaba suelo salino por la herida. - No sangra mucho, parece que no es muy profundo, el vaquero parece que te ha salvado, la herida debe ser de unos tres centímetros.

Después de limpiarla, preparó unas pinzas, yodo, un paquete de gasas y una venda. Tiró del cristal lentamente con las pinzas cuando lo sacó, un chorrillo de sangre salió del muslo. Lo paró con unas gasas y cuando dejo de salir vació el botecillo de yodo sobre la herida y comenzó a vendarla.

-De momento la dejamos así, cuando estemos más tranquilos la revisamos y si hace falta te damos unos puntos... aunque no tenga ni idea de cómo se hace. - pensó en alto.

-Tú piensa que estas remendando un roto de una camiseta. - dije sonriendo.

-Pero si nunca lo he hecho. - respondió sorprendida.

-Pero lo abras visto hacer en la tele. - le dije - yo lo he visto, pero no llego a hacerlo. - volví a sonreírla.

-Eres bobo. -Me dijo mientras me daba un golpecito con la mano en el hombro y comenzaba a reír.

Ese momento nos relajó, nos vino muy bien reírnos un rato. Me incorpore y miramos hacia la zona de nuestra casa, un resplandor parpadeante de color rojizo iluminaba el cielo mientras enormes columnas de humo negro trepaban hacia arriba rápidamente. Nos quedamos unos minutos allí, mirando, descansando.

-Bueno, ¿continuamos?-Me comentó Merche.

-Sí, se está haciendo tarde.

El camino en coche a casa de la madre de Merche era, en situaciones normales, fácil. Se tardaban unos treinta minutos en llegar. Teníamos que atravesar un camino de unos tres kilómetros para salir definitivamente de la zona residencial en donde se encontraba nuestra urbanización. Después debíamos coger una carretera de unos seis kilómetros hasta llegar a la A6, a donde debíamos incorporarnos, recorrer tres kilómetros más hasta el desvío, entrar la vía de servicio, conducir por ella unos ocho kilómetros hasta llegar al pueblo, bordearlo durante unos cinco kilómetros y coger la carretera secundaria que llegaba a nuestro destino y tenía una longitud de unos diez kilómetros. Teníamos en mente parar en la gasolinera que hay a la salida del camino de la zona residencial, queríamos rellenar el bidón de gasolina y coger algunos más.

Tardamos alrededor de cuarenta minutos en recorrer tres kilómetros, la carretera del camino es bastante estrecha, de las que tienes que bajar la velocidad cuando te cruzas con otro coche. Encontramos muchísimos coches atravesados, empotrados o, simplemente, abandonados con las puertas abiertas. Hubo una zona donde la acumulación de coches era tal que, ayudándome de un palo, andaba por delante del coche e iba cerrando puertas, moviendo coches, si tenían las llaves puestas, o dirigiendo a Merche por los pequeños huecos que encontrábamos. En varias ocasiones tuvo que rozar nuestro coche con otros o empujar poco a poco alguno para apartarlo lo suficiente y poder pasar. El ambiente estaba realmente tranquilo, no se escuchaba nada extraño, los pájaros cantaban tranquilamente, algún perro cruzó la calle asustado, incluso vimos una pareja de ardillas. El olor del incendio, que dejábamos a nuestras espaldas, era cada vez más fuerte, no llegaba el humo ni las llamas pero se notaba perfectamente que cerca de allí un incendio de dimensiones astronómicas se estaba cebando con todo lo que encontraba a su paso.

Cuando la noche comenzaba a caer sobre nosotros, conseguimos llegar a la gasolinera, moverse en Otoño tiene el hándicap de que tienes pocas horas de luz. Afortunadamente estaba totalmente abandonada, aparcamos el coche en un lateral, donde están las cabinas nuevas de los aspiradores, estas cabinas están separadas unas de otras por paneles con lo que el coche queda a cubierto y no se ve desde la carretera que pasa por enfrente. Había algunos coches aquí y allá pero ni una sola persona. La tienda estaba con las luces apagadas, la puerta corredera, sin energía, no se podía abrir pero uno de los paneles de cristal de su lado estaba reventado. Cogimos del coche las linternas y las armas, llevábamos a las perras atadas para que no se pongan nerviosas por dejarlas en el coche.

-Miremos la comida de dentro por si pudiéramos usar algo. - dijo Merche. - Así no gastamos nuestras provisiones.

Dentro, la tienda era un caos, se notaba perfectamente que había sido saqueada y no quedaba casi nada, los expositores estaban desperdigados por el suelo, arrastrados y desmontados. Las cajas registradoras habían sido reventadas.

-Bueno, parece que no hay nada que podamos comer. -Comenté mientras pateaba un par de bolsas abiertas de patatas. - ¿Nos quedamos aquí o vamos a la trastienda?

-¿Piensas dormir aquí?- Pregunto Merche sorprendida.

-Hombre, aquí o en el coche, ya es de noche y la iluminación publica no funciona. -Respondí mientras señalaba hacia la calle.

Merche dudaba mucho de tener que parar allí por mucho tiempo. Miró desconfiada alrededor, se paseó un poco por la tienda.

-¿No podemos tratar de llegar a casa aunque sea de noche? - Preguntó aun sabiendo que sería una locura.

-¿Noche cerrada, a saber con cuántos accidentes de tráfico y coches en la carretera, sin saber si hay gente o no? - No tuve que repetirlo. - Sé que la idea no mola nada pero creo que es peor meternos en un viaje en la oscuridad.

Estaba claro que la única solución pasaba por quedarnos esa noche allí, ahora el problema era decidir si fuera o dentro.

-Aquí a lo mejor estamos más cómodos y calentitos. -Comencé - pero puede ser más peligroso y nos podemos quedar atrapados sin poder llegar al coche.

Merche estaba pensativa. Seria sin verlo claro.

-Creo que prefiero estar en el coche.-dijo por fin.- Si hay algún problema quiero poder escapar.

Y así lo hicimos. Antes de colocarnos para dormir, cogí el bidón de nuestro coche y tres más que había en la gasolinera. Son pequeños, de cinco litros, pero suficientes para un viaje. Merche estuvo trabajando en una gasolinera, hace muchos años, para sacarse un dinerillo mientras estudiaba, se fue a la trastienda y liberó manualmente los surtidores. En poco tiempo llené tres bidones y los metí en el coche. El cuarto lo dejé para rellenar el depósito de nuestro coche; en cinco viajes estaba el depósito totalmente lleno. Se me ocurrió dejar por el suelo de la gasolinera unas líneas de gasolina, rodeándola y dejando un hueco por el que poder salir. Si nos atacaban le prendería fuego y saldríamos a toda velocidad. "Tienes ideas de bombero" me dijo Merche cuando se lo conté.

Me quedé vigilando un par de horas, no paso nada, afortunadamente. El olor del incendio seguía presente aun estando a tres kilómetros de él, el viento era muy variable así que no supe si se dirigía hacia nosotros o no. Me quedé dormido. Pasadas unas horas noté como Merche me zarandeaba tratando de despertarme.

-¿Qué pasa?-Dije aun dormido.

-Mira allí.-Me respondió en voz baja.

Cuando mire hacia el punto que me señalaba Merche con el dedo, vi un coche, estaba parado en la entrada de la gasolinera con las luces encendidas apuntando hacia los surtidores. Una persona se bajó de él con un bate de beisbol en la mano derecha, hizo un gesto hacia el interior y comenzó a andar, despacio, hacia la tienda.

-¿Qué hacemos?-Preguntó Merche.

-Quédate quieta y veamos que hace.

El hombre llegó a la tienda, entró en ella y escuchamos como rebuscaba entre los restos destrozados de los expositores. Bajé un poco la ventanilla del coche para poder escucharle mejor. Un suave "joder" se oyó en el interior. Salió de la tienda y se dirigió a uno de los surtidores, cogió la manguera y apretó la manilla, un gesto de alivio surgió de su cara, entró corriendo de nuevo en la tienda y salió con un paquete de bolsas para carburante. Vimos como rellenaba dos de ellas y corría hacia su coche con gesto triunfal, depositando la gasolina en el depósito del coche con ayuda de un embudo hecho con un periódico. La cabeza de una mujer asomó por la ventanilla del copiloto y comenzó a hablar con él, se la veía muy tensa y asustada. En contra de la voluntad de la mujer, que trataba de agarrarle el brazo desde el interior, el hombre volvió al surtidor a rellenar de nuevo las bolsas. En ese instante una sombra nos cortó el reflejo de las luces de aquel coche por un momento, paso rápido por nuestro lado, tenía que venir desde la parte trasera de la gasolinera. La mujer del coche comenzó a dar ráfagas tratando de alertar al hombre que se asomó con cara de sorpresa y le hacía gestos duda con el brazo, lamentablemente esos avisos le cegaron y cuando se dio la vuelta no puedo ver el ataque que se le venía encima. La sombra golpeo fuertemente al hombre con un palo de hierro, este cayó al suelo en un charco de sangre provocado por la brecha que le acababan de abrir en la cabeza. Un grito de júbilo salió del atacante. La mujer gritó asustada y salió del coche corriendo hacia el hombre. En ese momento otra sombra la asaltó y la agarró, levantándola en el aire y llevándosela hacia la tienda. Los llantos y chillidos de unos niños surgieron del interior del coche.

-Joder, tenemos que hacer algo. -Dijo Merche mientras observaba la escena.

-Sí, parece que son dos. - Respondí mientras trataba de vislumbrar en la oscuridad algún perfil más.

Salimos los dos del coche, Merche llevaba la pistola y yo un martillo.

-Cuidado con la gasolina. - Le dije.

-Menuda idea, podríamos dispararles desde lejos. -No le faltaba razón.

Nos acercamos a la sombra que estaba pateando al hombre que se retorcía en el suelo. Merche se situó enfrente de él apuntándole con la pistola, el tío quedó totalmente alucinado, tanto que se quedo quieto mirándola de arriba a abajo con una cara de sorpresa que casi era cómica. En ese momento me acerqué a él por la espalda y hundí el martillo en su cráneo. Cayó fulminado en el suelo sobre un charco de sangre aun mayor, con sus sesos desparramándose por el tremendo agujero que le acaba de abrir en el parietal.

-Dame la pistola. - Le dije a Merche. -Quédate con él y trata de pararle la hemorragia de la cabeza.

Merche me entregó la pistola y corrió al coche a por el botiquín, yo me dirigí hacia la tienda de la gasolinera. Podía oír los gritos de la mujer, desesperados, mientras el otro energúmeno la pegaba y zarandeaba. Entré en la tienda, la zona principal estaba removida, el muy cabrón había arrojado a la mujer al suelo y la arrastró por el suelo hacia la trastienda, no se dio cuenta de que me facilitó entrar sin hacer ni un ruido. Cuando llegué a la puerta vi que había atado a la mujer a un gancho que colgaba del techo, estaba casi desnuda y él se estaba bajando los pantalones. El muy cerdo no se había dado cuenta de que estaba a sus espaldas, estaba obsesionado con la mujer, de vez en cuando la acariciaba, la golpeaba mientras se tocaba y se disponía a violarla. Me acerqué y apunté con la pistola a su cabeza.

-Eh, hijo de puta. - le chillé a un metro de él.

Se giró sorprendido, estaba flipando con la situación, trato de subirse los pantalones. Imbécil, en el momento que se reincorporo hice saltar su cabeza por los aires, cuando cayó al suelo me acerqué y le metí un par de balas mas en el cuerpo, una al corazón y otra a los huevos.

Solté a la mujer, se había desmayado hace tiempo. La tapé con un abrigo de Cepsa y salí a buscar a Merche. Había conseguido parar la hemorragia del hombre, era un golpe muy feo pero no era grave, le vendó la cabeza y lo apoyó contra un poste. Estaba semiconsciente y no paraba de preguntar por su mujer y sus hijas.

-¿Qué tal?-Me preguntó Merche.

-Bien, ya está muerto el otro cerdo. -Respondí. - Ha intentado violar a la mujer.

-Que hijo de puta.-Maldijo Merche con rabia.

Se levantó y fue a la tienda a ver a la mujer, se llevo con ella el botiquín. En ese momento el hombre parecía algo más lucido, le ofrecí una botellita de agua.

-Habéis tenido suerte. - Le dije manteniendo la distancia. -Si no llegamos a estar aquí os habrían matado a todos.

Me miro con cara de miedo, muy desconfiado.

-¿Donde están mi mujer y mis hijas?-Me preguntó mientras trataba de mirar hacia su coche.

-Están bien, las niñas siguen en el coche, parece que algo mas calmadas, tu mujer está en la trastienda.- Le informé un poco de la situación. - ¿Cómo se te ocurre conducir de noche?

-¿Quién eres tú?- Preguntó.- No nos hagas daño, por favor. - Comenzó a llorar.

-No te preocupes, ahora mismo estas lo más a salvo que te puedas
imaginar.-Le respondí mientras me inclinaba sobre él poniéndole la mano en el hombro. - Somos unos supervivientes de toda esta mierda igual que vosotros, eso sí, un poco más prudentes.

El hombre me miro a los ojos, no parecía creerse que estuviera a salvo pero comenzaba a relajarse, las lágrimas cada vez eran más abundantes.

-¿Cómo te llamas?- Pregunté. - Yo soy Borja, vivía por aquí cerca.

-Me llamo Manuel- Respondió. - Vivimos... bueno... vivíamos en Madrid, salimos de allí con la esperanza de llegar a la casa que tienen mis padres en Galapagar. No hemos podido contactar con ellos pero sabemos que por la sierra en estas fechas hay poca gente y seguro que es menos peligroso que quedarse en la ciudad.

-Bueno, casi os matan pero sí, menos gente sí que hay.

Le tendí la mano para ayudarle a levantarse. En ese momento Merche salía con la mujer apoyada sobre ella. Me hizo un gesto con el pulgar dándome a entender que estaba bien y tranquila. Nos acercamos los cuatro al coche a por las niñas. Ambas estaban acurrucadas en el asiento trasero, abrazas y llorando en silencio. Cuando vieron a sus padres se abalanzaron sobre ellos.

-Sera mejor que las cojáis y os metáis en aquellas casa. - dije señalando un restaurante que estaba al lado de la gasolinera. -Ahora vamos nosotros.

Ambos cogieron a sus hijas, apagaron el coche y se fueron a la casa. Nosotros fuimos al coche, cogimos dos latas de comida, a las perras y un par de cuchillos que nos escondimos, será una familia pero hasta que no estemos tranquilos, pueden ser peligrosos. Cuando llegamos la mujer había dejado a sus hijas en una esquina, entre dos mesas, tapadas con varios manteles, ambas parecían tranquilas pero no querían perder de vista a sus padres.

-Toma, comed un poco.-Le dije al hombre mientras le tendía las dos latas de albóndigas.- Tendrán que ser frías pero es mejor que nada.

-Gracias.-Me miró con la cara iluminada.- Hace dos días que no comemos.

Los cuatro se juntaron en la esquina donde estaban las niñas y se repartieron en platos pequeños, cogidos de un mueble del restaurante, las albóndigas, para las niñas había más cantidad que para ellos.

-Coged esto también.-Merche se acercó a ellos y les tendió un poco de chocolate y dos botellas de agua.- ¿Os gusta el chocolate?-Preguntó con una sonrisa a las niñas que asintieron felices

Dejamos que comieran tranquilamente y descansaran. Se les notaba a todos muy agotados. Cuando terminaron, Yuko y Boni se juntaron con las niñas y las estaban lamiendo y jugando con ellas, ambas estaban encantadas, al rato la madre se abrazó a las pequeñas durante unos minutos hasta que ambas se quedaron dormidas, cada una con una perra a su lado, las dejó reposar tranquilamente sobre un colchón de manteles y con unos pequeños cojines como almohadas.

-Muchas gracias por salvarnos.- Comenzó Manuel a hablarnos mientras se abrazaba a su mujer. - Ella es Maria, mi mujer. Aquellas pequeñas son Cristina y Elena, tienen once y ocho años.

-Las nuestras se llaman Boni y Yuko.-Dijo Merche con una sonrisa. - Parece que se llevan bien.

Los cuatro sonreímos y miramos el cuadro que formaban las dos niñas con las dos perras a su lado mientras las cuatro dormían profundamente. Transmitían una sensación muy cálida y apacible.

-Sera mejor que tratemos todos de dormir, mañana hablaremos. -Les dije a todos.- No creo que tengamos que preocuparnos por mas ataques.

Todos asentimos y nos colocamos en diversos lugares del restaurante, entre Manuel y yo tapamos el cristal roto, por el que habíamos entrado, con una serie de tablones, mesas y sillas. Yo me quedé un rato mirando hacia la calle, comprobando el coche y mirando el resplandor del incendio que continuaba iluminando el cielo.

Por la mañana, Maria cogió a sus hijas y se fue al vestuario del restaurante. Comprobó que había unas duchas y aun corría el agua y estaba decidida a dar una ducha a sus hijas porque llevaban dos días sin bañarse. Merche estaba sentada en una mesa con el ordenador leyendo un correo de su madre, no quiere trasladarlo todo al blog pero me lo ha resumido. "Hola hija, estamos bien, Gonzalo y Ana están aquí, vinieron el día de tu cumpleaños, pasaron por vuestra casa pero no había nadie. De Bea no sabemos nada. Laurita también está bien. Si venís tened mucho cuidado por favor, besos." La fecha del mail era de ayer por la tarde. Respiró aliviada y se fue al vestuario con Maria y las niñas, también se quería asear un poco, las dos perritas se fueron con ella.

Manuel y yo nos quedamos en el comedor. Estuvo contándome que Madrid se convirtió en un autentico caos, venían del barrio de la Estrella. Los saqueos, enfrentamientos y asesinatos cada vez eran más a menudo. El ejercito había tomado las calles y en algunos puntos no se paraban a comprobar si los civiles estaban o no infectados, la ciudad era una autentica batalla campal. Consiguieron escapar con los padres de Maria y algunos vecinos pero tuvieron un percance con un grupo de infectados, los cuales les atacaron por sorpresa cuando pararon a recoger a un pequeño grupo de niños que andaban solos por Castellana.

-Fue algo horrible, no tienen piedad, disfrutan matando. - Contaba con lágrimas en los ojos.

Yo lo sabía, los había visto actuar y me había tenido que enfrentar a ellos. Nada de lo que me contara sobre ellos me sorprendía, en cambio si veía sorprendente la manera de actuar de los supervivientes, no parecía que tuvieran cuidado alguno, no iban preparados para defenderse ni sabían cómo actuar. Continuó contándome la historia; perdieron a los padres de Maria en el ataque, acabaron todos dispersados, los que tuvieron suerte, como ellos, consiguieron dar esquinazo a sus perseguidores. Seguramente muchos de ellos caerían en manos de los infectados y habrían muerto en sus manos o formarían parte de ellos. Fueron andando por Madrid durante un día hasta que llegaron a Moncloa, en el camino, me cuenta, vieron todo tipo de infectados; deformados, mutantes, animales, hombres, mujeres y niños. Todos unidos por una causa, matar. Consiguieron encontrar un coche con las llaves puestas y que no hubiera consumido toda la batería, muchos coches estaban abandonados y sus dueños los habían dejado encendidos, no creo que alguien se pare a apagarlo cuando tiene que salvar su vida. De camino a Villalba se encontraron con cantidad de coches abandonados en la carretera, controles policiales destrozados y rodeados de cadáveres, cantidad de signos de luchas y muchísimos accidentes.

-Es increíble que aun estemos vivos. - Finalizó así su relato.

En mi turno le conté que a nosotros nos pilló en casa, un día llegó el ejército y hubo algún que otro combate en la urbanización. Le hablé de los perros hiper desarrollados, de nuestros vecinos y de los infectados que nos atacaron en el Mercadona. No quise contarle todo lo que sabía, las pruebas, el punto seguro, los problemas en el laboratorio... son cosas que me guardare para mí a no ser que sea extremadamente necesario contar.

El día fue pasando, les contamos que íbamos en dirección al pueblo de la familia de Merche. No estaba muy lejos pero después de lo vivido ayer, quedó claro que el viaje iba a ser complicado. Después de hablarlo Merche y yo, decidimos invitarles a venir con nosotros. La familia se reunió durante un par de horas, seguramente valorando la posibilidad de ir con unos desconocidos o tratar de llegar a casa de los padres de Manuel ya que estaba más cerca. Estaba claro que nosotros les infundíamos seguridad y por eso dudaban tanto.

-Manuel. -Le llamé. - son las cinco y media de la tarde, no tenéis que respondernos ahora, mañana por la mañana nos podéis dar vuestra decisión definitiva. El jueves salimos de aquí con o sin vosotros. -No quise que sonara tan tajante pero estábamos perdiendo mucho tiempo.

La gasolinera estaba muy tranquila, no hubo ningún movimiento en todo el día, nos sentíamos muy seguros y sobre todo, no volveríamos a salir con el tiempo justo. Salí al coche a coger unas latas de comida y algo de agua. "Estamos consumiendo más de lo esperado" pensé mientras miraba las cajas de latas. Preparamos la cena y nos sentamos a contarnos un poco nuestra vida antes de la infección global. Manuel era aparejador autónomo, Maria era fiscal en un pequeño pueblo del sur de Madrid. Nosotros les contamos que éramos informáticos, es cierto, pero yo no dije donde trabajaba. Manuel encontró unas botellas de vino y algunas cervezas que compartimos tranquilamente entre los cuatro. A las dos de la mañana nos quedamos todos dormidos.
Es miércoles, son las diez de la mañana y soy el único levantado. Todos están tranquilos, la verdad es que nos viene bien a todos. Manuel se está recuperando muy bien de la herida de la cabeza y María parece que ha superado el asalto que sufrió. Hoy nos tienen que dar una respuesta, les hemos ofrecido venir con nosotros y mantenernos a salvo mutuamente. Ayer estuvieron hablando solos un buen rato del tema.

-Lo primero, queremos agradeceros todo lo que habéis hecho estos días por nosotros.
– Comenzó Manuel. – Sin vosotros no creo que estuviéramos aquí. Ayer María y yo estuvimos hablando de vuestra oferta de ir con vosotros a casa de la familia de Merche y buscar un lugar seguro para todos. Os mentiría si os dijera que me parece un buen plan, tenemos a dos niñas de las que cuidar y no queremos ponerlas en peligro pero después de lo vivido creemos que nosotros no estamos preparados para cuidarlas de los infectados. – Hizo una breve pausa. – Además, estamos muy cerca de casa de mis padres y volver atrás nos preocupa.

-Lo entiendo perfectamente. –Dijo Merche. – Pero ¿y si no hay nadie u os encontráis con otros infectados?

-La lo sabemos. –Respondió María. – Eso es lo que nos da miedo.

-Lo que queremos decir. –Retomó Manuel la palabra. – Es que apenas nos conocemos, no sabemos si en tu casa nos van a aceptar y tampoco si llegaremos vivos.

-Estas en una encrucijada. –Le dije a Manuel. –El peligro está a ambos lados. Tu mismo lo has dicho, solos no llegareis muy lejos.

Hubo un largo silencio que de vez en cuando se veía roto por las carcajadas de las niñas que jugaban con nuestras perritas al fondo del comedor del restaurante.

-Te podemos decir que encerrarse en una casa al final es condenarse. –Continué con la conversación. - ¿Qué haréis cuando se acabe la comida? Sinceramente, no os voy a insistir pero creo que lo mejor para vosotros, para vuestras hijas, es quedaros con nosotros.

Se quedaron de nuevo pensativos y en silencio. Nosotros no ofrecemos nuestra ayuda porque sí, a ellos se la estamos ofreciendo porque tenemos una buena sensación con ellos, nos recuerdan a unos muy buenos amigos nuestros de Sevilla.

-Mañana por la mañana nos vamos. – Finalicé mi turno. – Si venís, bien, si no, también y muchas suerte.

Me levanté de la mesa, estaba un poco irritado por la indecisión, sobre todo porque estaba suponiendo un tremendo retraso en nuestros planes. Merche me siguió, no sin antes comentarles un último consejo.

-Tranquilo. –Me dijo cuando llegó a mi lado. – Mañana continuamos y punto.

Merche y yo salimos del restaurante, nos acercamos al coche y recolocamos lo que estuvimos moviendo estos días para coger cosas. Le di la vuelta para tenerlo de cara a la salida. La luz del incendio era más tenue. Tras comer, nos quedamos viendo la televisión, las noticias españolas tenían el mismo formato que las americanas de la CNN que vimos hace unos días. No decían nada de interés, o por lo menos, nada nuevo. Pusimos una película, nos quedamos toda la tarde viendo la tele y tomando una cerveza.

-Una cosa, si decidís venir con nosotros quiero que estéis totalmente preparados a primera hora. – Le dije a Manuel.

-No te preocupes, estaremos preparados. – Me dijo. – Nos vamos con vosotros.

domingo, 16 de octubre de 2011

ENTRADA 35

Estamos destrozados, agotados, no sé si habrá sido la mejor decisión pero por lo menos nos iremos de aquí con la tranquilidad de que no seremos perseguidos por ninguna bestia. Esta será la última entrada por algún de tiempo, esperemos que no mucho.

La noche del viernes tomamos la decisión de enfrentarnos a los dos perros que rondan la urbanización y que tienen su guarida en el garaje del psicópata que casi nos mata.

El plan es el siguiente, haremos unos pequeños cocteles molotov con los cuatro botellines de Mahou que tenemos en la nevera. Afortunadamente internet sigue funcionando y hemos podido buscar cómo preparar unos muy simples; sacaremos la gasolina y el aceite de las motos, no sabemos la cantidad que habrá pero para cuatro botellines de veinte centilitros seguro que tenemos. Con camisetas viejas haremos las mechas impregnándolas en alcohol. Con ellos pretendemos encargarnos de los perros, sobre todo del grande. Con la piel que tiene las botellas se romperán fácilmente al lanzárselas. Nuestra intención es sorprenderles en la guarida, atacarlos con los cocteles molotov tratando de cerrar la puerta del garaje, esperemos que con todo lo que tienen allí abajo se acabe incendiando rápidamente. Si no recordamos mal, la puerta del jardín trasero la dejamos cerrada con llave, nos quedan la que da al garaje y la del portal, ambas destrozadas. Esta es la parte del plan que más peligro tiene, con uno de nuestros coches, el Clio ha sido el elegido, si salen del garaje por la puerta del portal, tratar de arrollarlos, o por lo menos a uno, con la mayor fuerza posible para matarlo del golpe, salir rápidamente y atacar con la escopeta al que siga en pie disparándole todos los cartuchos posibles en la cabeza. Lo sabemos, es un plan bastante peligroso y nos vamos a jugar la vida pero el viaje va a ser largo y agotador, no queremos que nos sorprendan pudiendo haber solucionado el problema antes.

Por la mañana del sábado bajamos a sacar la gasolina y el aceite de las motos, nos ha dado una pena tremenda, dos Harleys que vamos a dejar abandonadas pero es lo que hay y no creo que disfrutásemos mucho de ellas en la situación que estamos viviendo. Hemos conseguido gasolina para los cuatro botellines, además, hemos llenado una botella y media de plástico con el resto, es súper 95 así que no nos vale para los coches con lo que las vamos a usar para a rellenar botes de cristal que lanzaremos contra los perros para que haya más combustible que pueda quemarlos.

A parte de la escopeta vamos a llevar el G36, de algo servirá la posibilidad de tener disparos a ráfagas y sesenta cartuchos. No nos gustaría quedarnos sin ellos pero hay que salir vivos y cuantas más posibilidades de defendernos, mejor.

Por la tarde hemos colocado el coche en la calle que da a la casa donde están los animales, a unos treinta metros para poder reaccionar rápidamente y pegar un buen acelerón. Merche se quedará en el coche y hará la embestida en caso de ser necesario. Yo atacaré la guarida y me esconderé cerca de las escaleras del portal para dar apoyo con el G36. Nos hemos quedado un rato en la calle mirando hacia el garaje, ambos perros están dentro, parece que tienen algo de caza para comer hoy y están tranquilos.

La noche del sábado ha sido muy larga, no hemos podido dormir mucho por los nervios de lo que nos espera, queremos hacerlo lo más pronto posible para tener luz natural y no tener que usar linternas. Durante un buen rato nos ha parecido oír a las bestias, algo lejanas, como si estuvieran dando vueltas por la urbanización.

Son las ocho de la mañana del domingo. Nos hemos preparado lo mejor posible, con ropa lo más dura que hemos encontrado; las chaquetas de las motos, botas, guantes e incluso hemos cogido los cascos. Merche no va a estamparse contra nada si no se protege por lo que se ha puesto el suyo de moto, yo me he puesto uno que tengo del ejército, de cuando jugaba al airsoft antes de todo este follón. La verdad, hay mucho material que tengo de este juego de guerra que nos está ayudando muchísimo.

Llegado el momento hemos salido de casa por la puerta principal, avanzamos por la calle vigilando todos los puntos por donde puede aparecer algo o alguien, siempre alerta. Poco a poco hemos caminado en dirección a la posición donde dejamos el coche aparcado la tarde anterior, está aparcado en la esquina con lo que no llamamos la atención desde nuestra posición.
Mucha calma, es algo que no se si agradecer o preocuparme, no me gusta la maldita ley de Murphy, siempre se dice que antes de una tempestad hay una calma extrema.

Con tranquilidad, Merche se ha montado en el coche, ajustándose todo de tal manera que no pueda sufrir demasiado cuando se estrelle con su objetivo, que esperamos que sea una de esas criaturas, cinturón, el casco, los guantes, todo preparado.

-Ten mucho cuidado, por favor – Me dice con voz temblorosa mientras baja la ventanilla.
-Si, no te preocupes, tu apunta bien cuando vayas a chocarte con el bicho – Respondo con una sonrisa tratando de calmarla un poco. - Allá voy.

Comencé a bajar la calle en dirección al garaje, apuntando con el fusil de asalto hacia la entrada y con los botellines chocando entre sí en la mochila que llevaba colgando en mi costado derecho. Cuando tuve a la vista el garaje, me pareció que algo se movía en el interior, decidí echarme un poco hacia la izquierda para perder línea de visión con el interior y que desde dentro no se viera como me iba acercando. Llegué a la altura del garaje, unos metros me separaban de la entrada, un rugido suave surgía del interior, se asemejaba mucho a un ronquido, parecía que estaban durmiendo. Respiré hondo, me ajusté la mentonera del casco, me puse las gafas y los guantes. “Llegó el momento, animo” me dije a mí mismo.

Saqué los cuatro botellines y los coloqué en el suelo, con cinta de embalar até dos de ellos dejándome otros dos a parte que lanzaría hacia los montones de huesos y material que hubiera por el garaje. Cogí los dos mecheros que tenía, los probé, “bien, funcionan los dos”, metí uno en un bolsillo y el otro lo mantuve fuera. Ajuste el G36 a mi espalda. Cuando sentí que estaba preparado me asomé a la carretera para ver a Merche, levanté el pulgar en señal de confirmación de que todo estaba listo, ella me respondió con un par de ráfagas.

Encendí las dos botellas que tenía en la mano, salí corriendo hacia la puerta del garaje, al llegar me asome para localizar los objetivos, en cuanto vi unos ojos mirándome las lance en esa dirección, el sonido de los cristales rotos resonó en el interior y una llama de fuego lo iluminó todo. La bestia del interior se revolvió, en ese momento encendí otra de las botellas y la lancé contra el montón de huesos sobre el que estaba apoyada, una nueva bola de fuego estalló en el interior prendiendo todo lo que tenía alrededor, tablones y varios cartones ardieron rápidamente. La bestia comenzó a ladrar y gruñir fuertemente, tenía bastante fuego pegado a ella y su cuerpo parecía un excelente combustible ya que se prendía con rapidez y facilidad. Cogí la cuarta botella, la encendí y mire hacia el interior buscando rápidamente contra qué lanzarla, en ese momento oí el coche arrancar y derrapar por un fuerte acelerón. “Qué pasa, no me ha parecido ver que los animales se movieran”, Merche bajaba rápidamente la calle pitando continuamente, cuando me quise dar cuenta de lo que pasaba sentí un fuerte golpe, la botella de coctel molotov se me escapó de las manos y fue a parar a una esquina del garaje, estallando y prendiendo fuego a unos muebles de cocina que había colocados en la pared.

Cuando conseguí darme la vuelta vi lo que pasaba, el perro “pequeño” me había sorprendido por la espalda, debía de estar fuera del garaje y no me había dado cuenta. Con la idea de lanzar los cocteles lo más rápido posible no valoré la posibilidad de que no estuvieran los dos animales dentro por lo que en cuanto vi algo moverse lance el ataque sin pensarlo. El perro me había lanzado un zarpazo que me alcanzó en el casco y me lanzó contra el suelo. En el momento en que el animal se dispuso a saltar sobre mí, Merche lo embistió con fuerza haciendo que su cabeza acabara en mi regazo y sus intestinos y vísceras se esparcieran por todo el coche y la calle haciendo que Merche se estrellara contra otro coche.

-¡¡¡Merche!!! – Chillé mientras me levantaba.

Cuando me dispuse a acercarme al coche, un golpe seco me distrajo, el fuego había hecho que las puertas de los muebles se soltaran y lo que vi dentro me dejo acojonado. Tres bombonas de butano estaban rodeadas de fuego, al rojo vivo. “Que no estén llenas, por favor”, pensé mientras miraba hacia el interior, el perro grande estaba tratando de levantarse, dolorido por las quemaduras pero con una mirada de ira tremenda. Cogí un par de botes con la gasolina sobrante y los arroje con fuerza contra él volviendo a generar una tremenda bola de fuego.

-¡¡Merche!! ¿Estás bien? – grite mientras me hacía con el G36. – ¡¡Responde!!

Varios chasquidos surgieron de nuevo de la esquina donde estaban las bombonas, una de ellas se estaba hinchando alarmantemente. Apunté con el fusil hacia el perro que se revolvía envuelto en llamas mientras comenzaba a avanzar hacia mí. Lance varios disparos apuntando hacia sus patas, la delantera izquierda saltó por los aires destrozada y el animal cayó de bruces contra el suelo.

-¡¡Borja!! – Por fin Merche daba señales de vida – Estoy bien pero me duele mucho un hombro. – Estaba saliendo por su propio pie del coche pero visiblemente magullada.
-¡¡¡Aléjate!!! – le grite – Lo más rápido que puedas, aquí hay varias bombonas y mucho fuego.

Vi que tenía algunas heridas en la cara, la pantalla del casco se había roto al chocar con el airbag y algunos trozos se le habían clavado. Me volví hacia el perro, avanzaba cojeando hacia mí, una nueva ráfaga salió del fusil y de nuevo una pata, esta vez de atrás, salto por los aires. Al ver que el animal volvía a caer, me giré y salí corriendo. Cogí a Merche en brazos como pude, no sin antes una fuerte queja por su parte, seguramente por el dolor del hombro y salté detrás de un coche bajo unos arbustos que había en la acera de enfrente de la casa. Dejé a Merche en el suelo “lo siento” le dije al oído antes de volver a centrarme en el garaje.

-Joder – No pude contenerme.
-¿Qué pasa? – Preguntó Merche mientras trataba de incorporarse.
-Quédate en el suelo – la ordené.

La maldita bestia había conseguido llegar hasta la puerta del garaje, casi no tenia fuego pegado en su piel, al arrastrase debía de haber apagado las llamas con el suelo, pero estaba visiblemente herido. Su mirada de odio era impresionante y nos buscaba con ansia, estaba claro que tanto humo y fuego le habían afectado y no podía oler bien.

Me incorporé decido a atacarle con el G36, en ese momento una terrible explosión salió del garaje, medio edificio salto por los aires y una enorme bola de fuego se propagó por toda la calle. Salí despedido hacia atrás y me golpee con un árbol, Merche se encogió y aguantó todos los cascotes que le cayeron encima. El edificio comenzó a derrumbarse y el animal quedo atrapado en el fuego y los escombros.

No sabría decir cuánto estuvimos inconscientes, pero cuando abrí los ojos ya era casi de noche. El olor a quemado invadía todo el lugar, al levantarme vi que el fuego se había propagado en las casas colindantes y poco a poco iba cogiendo fuerza. Un quejido me saco de mi abstracción con el fuego.

-Merche, ¿estás bien? – unas ramas de árbol le habían caído encima.
-Me duele todo, y el hombro está muy agarrotado y no puedo moverlo bien.
-Tenemos que salir de aquí, el fuego está comenzando a ser muy peligroso. – Le dije mientras la levantaba con el mayor cuidado posible.

Comenzó a levantarse una leve brisa y el fuego tomo fuerza cuando alcanzo los arboles del jardín trasero. Subimos la calle lo más rápido que pudimos. Al llegar al final nos volvimos, tres edificios eran pasto total de las llamas, los arboles parecían antorchas que propagaban el fuego a los edificios colindantes.

-Madre mía, la que hemos montado. – Dijo Merche mientras observábamos el espectáculo.
-Me temo que tenemos que irnos de aquí antes de lo planeado – pensé en alto. – No hay nadie para controlar ese fuego y toda la urbanización acabara reducida a cenizas.
-Sí, vamos a casa y nos preparamos. – Fue lo último que dijo Merche antes de desmayarse.

Cuando llegué a casa dejé a Merche en la cama, boca abajo y le levanté la camiseta. Tenía un enorme moratón en el hombro, a la altura del omoplato. Lo toqué con cuidado, no me pareció que estuviera algo roto, moví un poco la articulación y no sonó nada raro ni sentí ninguna resistencia ni rotura. Merche soltó un leve lamento. Afortunadamente era un simple golpe, más bien un golpazo pero no tenía nada roto. Le unté la espalda con una crema para golpes, le cure los cortes de la cara y la deje durmiendo. Salí al jardín trasero, la noche estaba iluminada por el resplandor del incendio que estaba unas casas más abajo. “Mañana nos tenemos que ir de aquí sin falta”, la brisa ya no se notaba, afortunadamente no había nada de viento. Fui por todo el jardín abriendo los grifos de las mangueras que hay distribuidas y dejándolas en los arboles colgadas para que fueran mojando lo más posible ramas, hojas, suelo y todo lo que pudieran para evitar un poco la propagación del fuego.

Al volver a casa Merche estaba despierta y sentada en la cama.

-¿Dónde estabas? – pregunto con cara de susto.
-Fuera, mirando el fuego y poniendo las mangueras por el jardín para que lo inunden. – respondí.
-Me he asustado, cuando me he despertado estaba sola y no respondías. – me dijo mientras unas lagrimas se le escapaban de los ojos.
-No te preocupes, no te abandonaré jamás – Respondí mientras la abrazaba. – ¿Qué tal el hombro?
-Me duele, pero no es mucho, puedo moverlo un poco.
-Mañana nos tenemos que ir de aquí, no creo que ese incendio se apague solo y estamos en peligro. – la informe de la situación y de lo que había pasado antes de desmayarse.

Nos preparamos algo de comer, dimos a las perras su ración y terminamos de guardar todo lo que teníamos y queríamos llevarnos.

Antes de irnos dejare aquí un comentario con la idea que tenemos y las novedades antes de dar la casa por cerrada. Tengo un par de cuadernos y varios bolígrafos preparados, hare el diario en papel hasta que lo pueda transcribir al ordenador y ponerlo en el blog, si es que encontramos algún sitio donde conectarnos a internet y cargar los aparatos electrónicos. Seguramente en casa de la madre de Merche podremos hacerlo, que la suerte nos acompañe y nos salga todo bien.