jueves, 24 de noviembre de 2011

ENTRADA 58

Martes 22 Noviembre. 11.15 Horas.

Tras la tardía cena que nos dimos, nos quedamos todos durmiendo. Hace un par de horas que me he despertado. Aún están casi todos descansando. Aproveché para salir al exterior y comprobar la situación. Un resplandeciente sol brillaba en lo alto. Una ligera neblina cubría el suelo del monte. El olor a quemado aún dominaba el ambiente. Desde el establo podía ver las enormes columnas de humo que se elevaban amenazantes en múltiples puntos de la sierra. El sonido de los aviones había cesado, hace unas cuatro horas que pasó el último avión. Encendí la radio que le quité a un soldado. Crepitaba constantemente y de vez en cuando se oían lo que parecían voces. Las interferencias eran abundantes y fui incapaz de descifrar lo que decían.

Subí un poco más. Aún quedaban unos cincuenta metros para estar en la parte más alta del monte. Una enorme antena de repetición lo coronaba. Poco quedaba de su forma original. Varios trozos se repartían por el suelo y la parte alta estaba retorcida hacia abajo.

Cuando llegué el espectáculo que se extendía ante mí era increíble. Desde mi posición se veían cuatro pueblos. Bueno, lo que quedaba de cada uno de ellos. Donde antes se extendían cientos de casas y carreteras ahora sólo había escombros, chatarra, cenizas y decenas de cráteres producidos por las bombas. Muchos de ellos aún tenían varios incendios en diversos puntos. Me pareció ver, en una explanada, una fortificación militar. Cientos de bloques de arena formando muros, garitas móviles, camiones verdes y tiendas de campaña enormes totalmente abandonados. "Quizá podemos hacernos con un Humvee" Pensé, pero en un momento se me fue de la cabeza. "Muy listo, ¿y cómo pretendes pasar por las carreteras destruidas?" Mi propia mente se contradecía a sí misma. "Podríamos ir por los caminos forestales." "¿Te los conoces? porque yo no." Una pequeña conversación se formó en mi cabeza. Estaba claro que no era buena idea pero estábamos lejos de La Pedriza. El viaje a pie sería muy duro.

-¿Borja?-Una vocecilla me habló mientras una pequeña manita me tiraba del abrigo.- ¿Qué te pasa?

Elena se encontraba a mi lado, resoplando por la carrera que se había dado para llegar a mi lado. Merche, Yuko, Boni y ella habían subido detrás de mí unos minutos después de que yo saliera del establo. Las perritas correteaban por el monte. Merche se acercó a mí y me dio un beso.

-¿Estás bien? - Preguntó

-Sí. Bueno, lo bien que se puede estar en esta situación.-Respondí mientras cogía a la niña en brazos.- Es alucinante lo que pasó ayer.

-Es una mierda.-Respondió Merche mirando el espectáculo que se extendía frente a nosotros.- Todo esto es un asco.

Nos quedamos un rato allí los tres mirando lo que quedaba de la sierra de Madrid. Las perras, ajenas a todo, correteaban detrás de un ratoncillo de campo.

-¿Les habéis dado de comer? - Pregunté refiriéndome a ellas.

-Sí. Ahora mismo.-Respondió Merche.- Elena les ha dado un poco de carne.

-Se la han comido toda.-Dijo la pequeña.- Yuko me ha mordido el dedo.-Dijo sonriendo mientras me enseñaba su pequeño dedo índice.

-Ay, ¿y te ha hecho daño? - Le pregunté achuchándola.

-No.-Respondió entre carcajadas.

Los tres nos estuvimos riendo un buen rato. La niña estaba alegre y nos contagió un poco. Estoy convencido de que sabe lo qué pasa en el mundo pero no pierde la inocencia ni las ganas de reír y jugar. Es un rayo de esperanza para nosotros.

-Pues sí que estáis animados esta mañana.-La voz de Ana, la hermana mayor, sonó a nuestro lado.

Ella y Gonzalo subían hacia nosotros. El sol de esa mañana era tremendamente agradable y en lo alto del monte, a pesar del ambiente creado por el humo de los incendios, la sensación sobre nuestras caras era cálida. Un pequeño viento frío nos encogió a todos pero por un momento se llevó con él el penetrante olor de la destrucción que nos rodeaba. Por un momento sentimos un olor fresco, vivo.

-Vamos al establo.-Les dije a todos.-Tenemos que ponernos en marcha.

Por un momento todos me miraron con cara de suplica. "Un rato más, por favor" decían todas las caras. Les sonreí a todos y comencé a bajar hacia el establo. Al llegar vi a la madre de Merche en la puerta, desperezándose.

-Buenos días.-Me dijo.

-Buenas, ¿has descansado?

-Más o menos.-Respondió

Bea e Igor salieron del establo. Ambos con unas tremendas caras de sueño.

-Jo, que buen día hace.-Dijo Bea.

-No os relajéis mucho que dentro de un rato tenemos que comenzar el viaje.-Les dije.

-¿Dónde están mis hermanas? - Preguntó Bea.

-Allí arriba. - Respondí señalando hacia los restos de la antena. - Tomando el sol y viendo el espectáculo.

Los tres se dirigieron hacia arriba. Yo entré en el establo y comencé a recoger las cosas que teníamos. No era mucho pero no podíamos permitirnos perder nada. Guardamos en varias bolsas los trozos de carne del ternero. Por lo menos hoy podríamos comer y cenar tranquilamente. Gonzalo y yo pudimos hacernos con seis raciones de combate y tres paquetes de pan galleta. Eso nos daba comida para todos durante dos días si las racionábamos bien. Entre los principales y los acompañamientos lo podríamos estirar. Aún nos quedaban cinco botellas de agua de litro y un par de cantimploras casi llenas.

Volví a salir. Encendí de nuevo la radio y los mismos sonidos surgían del altavoz. Parecía gente hablando pero era incomprensible lo que decían. Ya bajaban todos hacia el establo.

-¿Hacia dónde está el supermercado? - Pregunté en general.

-Pues si la carretera está en aquella dirección,-respondió Bea pensativa-debería estar bajando por aquella finca.-Dijo señalando una tapia de cemento que se situaba a unos ochenta metros de nosotros.

-Creo que deberíamos intentar ir allí.-Comenté al grupo.-La comida escasea y el agua será un problema en breve. Con suerte aún estará en pie. ¿Estaba en las afueras del pueblo, no?

-Sí. Más bien lejos.-Respondió Igor.-No creo que lo hayan bombardeado.

-Bien.-Dije.-Haced lo que necesitéis y preparaos. No quiero estar a la intemperie por la noche. Tendremos unas siete horas de luz.

Todos se metieron en el establo y cogieron sus mochilas y las bolsas que habíamos rescatado de la casa antes de abandonarla a toda prisa. Gonzalo, Merche y yo llevábamos los G36, Ana, la hermana mayor, y Bea llevaban las escopetas. Igor no se sentía cómodo llevando un arma así que se hizo con uno de los cuchillos desbrozadores. La madre de Merche prefirió no llevar nada.

El descenso del monte fue de lo más tranquilo. Ya no nos preocupamos por las minas y fuimos saltando de finca en finca. En una de ellas tuvimos que salir todos corriendo y saltar lo más rápido que pudimos a la colindante. Un toro bravo se lanzó sobre nosotros. Menos mal que estaba lejos y Elena nos aviso a todos. "Una vaca negra viene corriendo" Dijo la pequeña apretando la mano de Merche. Un buen susto pero no pudimos evitar reírnos todos. Sobre todo cuando Gonzalo se quedó enganchado en el muro de piedra al tratar de saltarlo haciendo una voltereta y cayendo de bruces como una torpe marioneta. "Eso me pasa por hacer el payaso" Dijo levantándose.

Aprovechando el momento saqué el mapa y el GPS. Los satélites no funcionaban pero la brújula estaba operativa.

-Tenemos que ir hacia aquí.-Dije señalando en el mapa el pueblo cercano al supermercado.- Hay que bajar hacia allí.-Señalé la diagonal que cruzaba la finca de la que acabábamos de huir indicado por la flecha de la brújula.

-Bajemos por aquí,-Dijo Igor-hasta que pasemos la finca del toro y nos metemos en la siguiente.

Nos levantamos todos y continuamos caminando. La finca era bastante grande. Por fin encontramos un pequeño camino de tierra que bajaba hacia la carretera.

-¿Vamos por aquí? -Pregunto Ana.

-Sí.-Respondió Gonzalo.-Yo creo que desde este camino cogemos la pequeña urbanización de chalets que hay cerca del supermercado.

La tranquilidad del ambiente era tal que nos decidimos por bajar a través de ese camino. Antes de enfilarlo nos metimos en una pequeña casa derruida y abandonada hace años. Preparamos un poco de la carne del ternero que teníamos guardada y comimos. Descansamos un par de horas antes de continuar. El sol se fue ocultando tras algunas nubes.

-Parece que va a llover.-Dijo la madre de Merche.

-Vamos a darnos prisa.-Ordené al grupo.-No sería bueno que la lluvia nos pille en el exterior.

Nos colocamos de nuevo el material y apretamos el paso mientras bajábamos por el camino de tierra. Tras una hora de caminata los tejados de los chalets comenzaron a asomar por encima de los arboles. La destrucción no había llegado a esa zona. Se parecía mucho a la que habíamos abandonado el día anterior. Una pequeña colonia de unas doce casas. Todas abandonadas, todas cerradas. Por un momento dudamos en quedarnos allí o continuar.

-Se ve el supermercado desde aquí.-Dijo Bea desde la entrada a la colonia.

Decidimos continuar. El supermercado se encontraba a escasos doscientos metros de nosotros. En su parking descansaban varios coches, casi todos destrozados o abandonados con sus puertas abiertas. Los cristales del edificio habían desaparecido. Supusimos que por las explosiones de ayer aunque no lo podíamos afirmar con certeza. Teníamos que tener en mente que era posible que ya hubieran asaltado el lugar y no quedase nada. Incluso que tuviéramos que enfrentarnos a alguien allí dentro.

La entrada al supermercado estaba bloqueada por una barricada. Las puertas correderas se encontraban abiertas. Aunque eso hubiera dado igual, los cristales estaban tirados por los suelos hechos pedazos. Gonzalo, Merche, Bea y yo saltamos la barricada. Los demás se quedaron parapetados tras unos contenedores cercanos cubriendo la salida y la entrada al parking.

Merche y yo comprobamos la planta principal. Gonzalo y Bea subieron a la zona de oficinas. Los estantes de comida estaban desordenados, miles de cajas tiradas por los suelos explicaban que ese lugar había sufrido varios saqueos. La estampa nos recordaba tremendamente a la del Mercadona. Un escalofrío nos recorrió el cuerpo cuando recordamos el ataque que sufrimos el día que fuimos a por comida. Por un momento nos quedamos mirando hacia la puerta principal. Nos quedamos pensativos pero recordamos que la situación era distinta. Fuera teníamos gente que nos avisaría en caso de problemas. Continuamos andando por los pasillos buscando los de comida envasada y las sopas preparadas. Al girar hacia la derecha dimos con un estante elevado donde descansaban tres garrafas de cinco litros de agua. Sin dudarlo escale por los estantes bajos y se las fui pasando a Merche que las iba dejando a sus pies.

Un fuerte golpe en el piso superior nos puso en guardia. Estuvimos unos segundos esperando nuevos ruidos pero el silencio dominó el lugar.

-¿Qué hacemos? - Preguntó Merche. El temor a que Gonzalo y Bea se hubieran encontrado con problemas crecía en nuestro interior.

-No sé. - Respondí.

Mi mente se debatía entre conseguir comida, por lo menos algunas latas para sobrevivir unos días, o subir a comprobar si estaban bien. Un nuevo golpe, más fuerte que el anterior, se escuchó de nuevo. Tras él, varios golpes más.

-Joder.-Grité y ambos salimos corriendo hacia las escaleras.

Cuando llegamos al piso de arriba nos paramos en seco. El lugar estaba oscuro. No había ventanas y un extenso pasillo se abría ante nosotros. Nuevos golpes surgieron al fondo, en la parte más alejada de nuestra posición.

-¿Gonzalo? -Dijo Merche en un tono poco elevado.

No obtuvimos respuesta. El silencio se hizo de nuevo. Tras unos segundos, los golpes comenzaron de nuevo.

-Mierda.- Dije por lo bajo.- ¿Gonzalo? - Grite más alto tratando de superar el volumen de los golpes. Éstos volvieron a apagarse. Un susurro sonó al fondo.

Nos pareció más un gemido que una voz normal. Nos temíamos lo peor. De nuevo los golpes comenzaron a sonar.

-No hay más remedio.- Le dije a Merche mientras me colocaba el G36 en posición de disparo.

Avanzamos lentamente hacia el origen de los golpes. Poco a poco se iban escuchando más intensamente. Nos encontrábamos enfrente de una puerta blanca cerrada. Un pequeño cartel impreso en un folio verde nos informaba de que tras ella se encontraba el comedor.

-A la de tres.-Le dije a Merche.- Yo le doy una patada a la puerta y tu iluminas con la linterna.

Merche asintió. "Un, dos, TRES..." Y la puerta se abrió. Nos quedamos atónitos. Gonzalo nos miraba con cara de asombro con decenas de chocolatinas entre los brazos. Bea estaba detrás de él, con una bolsa de plástico llena de Coca Colas y Fantas.

-¿Pero qué coño? - Le dije. - ¿Qué cojones hacíais?

-Joder, que hay dos maquinas expendedoras aquí y las estábamos rompiendo para sacar la comida y la bebida. - Respondió Gonzalo como si fuera obvio.

-Serás mamón.-Le dijo Merche.- ¿No nos has oído llamarte?

-No.-Respondió.- Me ha parecido oír algo pero no le he dado importancia porque no se repetía. Bea estaba dando patadas a la máquina y no le di importancia.

-Mierda. Que susto nos habéis dado.-Le dije.

Bajamos los cuatro a la planta principal. Cogimos las garrafas de agua y algunas sopas y latas que aún quedaban. "Vuelvo a dar gracias a la gente que no valora ésta comida" Dije en silencio. Bea salió para avisar a los demás de que entraran. El supermercado estaba totalmente vacío. Pudimos pasar la noche allí sin problemas.

Mientras Ana madre preparaba los últimos trozos de ternero con la inestimable ayuda de Elena. Habíamos encontrado un par de barbacoas de un solo uso y estaban encendiendo el carbón. Los demás nos dedicamos a hacer un inventario de todo lo que teníamos. Tres G36 con ocho cargadores, dos escopetas con unos treinta cartuchos y varios cuchillos. Con las prisas al salir de la casa nos dejamos el rifle de caza y una caja completa de cartuchos para las escopetas. Seis raciones de combate, tres paquetes de pan galleta, ocho latas de comida preparada y seis sobres de sopa es lo que habíamos conseguido reunir. Estábamos a unos quince kilómetros de la entrada a La Pedriza. El parque era tremendamente grande y yo tenía un papel con las coordenadas de posición del punto seguro pero el GPS no había funcionado correctamente desde que lo encontré. Las señales de los satélites eran demasiado débiles y al poner la posición se perdían en el proceso de encontrar la mejor ruta.

Nos pusimos todos a cenar alrededor de un par de linternas y los restos de la barbacoa para darnos calor. Tras la cena, estuvimos hablando tranquilamente de las cosas que echábamos de menos o que nos gustaría poder volver a hacer. Pasamos un buen rato entre risas y lágrimas.

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