jueves, 24 de noviembre de 2011

ENTRADA 57

Lunes 21 Noviembre. 20.00 Horas.

La relativa tranquilidad que reinó a lo largo de la mañana se vio violentamente turbada a partir de las ocho de la tarde. Tras contados disparos y pocos viajes de los helicópteros, la situación cambió drásticamente. Una tremenda explosión en el muro nos sacó a todos de nuestro descanso. Los cristales de toda la casa en las ventanas, mesas y espejos se destrozaron en mil pedazos. Cuando nos asomamos para comprobar qué había pasado, una tremenda columna de humo sobre una luminosa base rojiza creció amenazante por encima de los árboles. Los disparos se tornaron más frecuentes. Gritos, chillidos e incluso aullidos dominaron el ambiente en menos de diez minutos.

-¿Qué ha pasado? - Preguntó Ana, la hermana mayor, detrás de nosotros.

-Ni idea. - Respondí.- Parece que han destruido el muro y los combates son más fuertes.

-Están demasiado cerca.-Apuntó Gonzalo.

-Deberíamos pensar en escondernos o salir de aquí lo antes posible.-Sugirió Merche.

Los sonidos de combates se fueron aproximando hacia nosotros. Lo curioso es que se escucharon disparos desde muchos puntos. El sonido de helicópteros comenzó a resonar tras el monte situado a nuestras espaldas. En poco menos de cinco minutos, tres Apaches aparecieron sobre las copas de los arboles que lo coronaban. Comenzaron a descargar sus misiles y ametralladoras antes de llegar a su objetivo. Una poderosa ráfaga de gran calibre pasó sobre la casa que teníamos enfrente. El impresionante efecto de destrucción de la pesada munición destrozó los muros y el tejado como si fueran de mantequilla.

En pocos minutos tuvimos sobre nosotros tres helicópteros descargando su artillería a discreción en dirección al pueblo. Tres camiones del ejército de tierra llegaron a toda velocidad por la carretera esquivando hábilmente todos los coches abandonados. Tras varias maniobras, casi suicidas y en pocos metros, colocaron los cajones hacia el lugar del conflicto. Una decena de soldados salieron de los tres vehículos. Me parecieron muy pocos para venir en tres camiones. Rápidamente, se colocaron en posiciones defensivas, lanzaron cientos de bengalas hacia el pueblo y comenzaron a disparar hacia esa dirección. Enormes focos, instalados sobre los camiones iluminaban la zona. El día se hizo en la noche gracias a toda esta iluminación.

-Joder. ¿Qué hacemos? - Preguntó Gonzalo. - Están en la entrada de la urbanización, por ahí no podemos salir.

-Vamos a tener que huir por el campo. - Respondí.

No terminé la frase cuando uno de los helicópteros explotó en el aire. Nos quedamos alucinados. En el tiempo que habíamos sobrevivido, los infectados no habían usado armas de fuego pero, para nuestra desgracia, en ese momento muchos de ellos estaban armados con los fusiles de asalto y lanzagranadas que los soldados habían llevado consigo para limpiar el pueblo unos días antes.

-Dios.-Gritó la madre de Merche.

Por la carretera aparecieron varios soldados del ejército. Trataban de huir del pueblo, siguiendo un orden militar, avanzando y disparando. Su objetivo era llegar hasta los camiones pero pocos lo consiguieron. Muchos se quedaron por el camino, abatidos por disparos y granadas que provenían del pueblo. En pocos segundos una horda de infectados invadió la carretera. Los destellos eran incontables, pareciera como si se hubieran hecho con bastante armamento. En un movimiento, totalmente anárquico, multitud de infectados armados con palos se lanzaron por delante de los que disparaban para llegar hasta los soldados. Muchos cayeron muertos por fuego "amigo". Pero eso no pareció importarle a ninguno de ellos. Los disparos no cesaron aún cuando decenas de ellos avanzaban para atacar al ejército en una violenta batalla cuerpo a cuerpo. Esta anarquía dio a los soldados una pequeña ventaja contra las primeras líneas que llegaban a ellos. La gran mayoría estaban gravemente heridos y, a pesar de sus caras ansiosas por matar a uno de esos soldados, corrían o andaban torpemente y sus fuerzas les abandonaban poco a poco haciéndoles blanco fácil para los disparos a quemarropa contra sus cabezas. Pero esta ventaja no duró mucho. La munición escaseaba y los enemigos eran muy numerosos.

Asistí, de nuevo, al resultado de una decisión brutal y desesperada por contener la infección. Los camiones arrancaron y huyeron sin recoger a las tropas. El desconcierto y terror reinó entre los pocos soldados que aún quedaban con vida. Muchos de ellos corrieron detrás de los camiones pero no lograron alcanzarlos. Cuando los vehículos estuvieron fuera de alcance comenzó el dantesco espectáculo. Los helicópteros descargaron todo lo que les quedaba de artillería sobre la multitud alcanzando tanto a soldados como a infectados. Varias explosiones destrozaron decenas de cuerpos que desaparecieron inmersos en bolas de fuego y escombros. Fue horrible. Los gritos de dolor, las peticiones de auxilio no dejaron de oírse durante interminables minutos. Tres nuevas pasadas de los helicópteros ametrallando violentamente sobre los montones de cuerpos dejaron un silencio sepulcral en la zona. En pocos minutos el humo se dispersó dejando varias piras de cuerpos en llamas al lado de arbustos y árboles, que prendieron rápidamente, mostrando el resultado final. Decenas de cuerpos descansaban destrozados sobre el asfalto. Algunos infectados, aún vivos, reían doloridos y se arrastraban, vomitando sangre y dejando restos a su paso, unos metros antes de caer definitivamente muertos.

Los tres helicópteros permanecieron unos minutos más en el lugar. Cuando abandonaron la zona salimos de la casa. Nos preparamos para abandonarla mientras sucedía todo aquello.

-Vamos a tratar de conseguir unos fusiles de asalto.-Le dije a Gonzalo.

-Sí.-Respondió.-Me parece buena idea.

-Mirad de paso si tienen raciones de combate.-Nos dijo Merche mientras los demás se preparaban para salir en dirección a las fincas que se situaban en la parte trasera de la casa.

Era algo arriesgado pero ya no teníamos casi comida y después de asistir a ese espectáculo nos pareció que no estábamos demasiado bien armados.

Nos acercamos a los montones de cuerpos donde descansaban casi todos los militares. Pudimos coger tres G36 aún operativos. La gran parte de las armas estaban destrozadas. También nos hicimos con varios cargadores, un GPS, una radio, un mapa militar de la zona, varias bengalas y un poco de comida. Cuando me dispuse a registrar a uno de los soldados, el cual había perdido las piernas en el ataque, su radio chascó.

-Halcón Alpha 1 para Nido.- Una voz metálica resonó al otro lado.-Bombas montadas, 50 kilómetros para objetivo. 5 minutos para contención.

-¡¡¡Gonzalo!!! - Grité. - ¡¡¡Tenemos que salir de aquí!!!

Gonzalo me miró extrañado mientras cogía un par de raciones de combate más.

-¿Qué pasa? - Preguntó.

-¡¡Creo que van a bombardear la zona!! - Grité mientras corría hacia los demás.-¡¡Rápido!! - Le hice gestos para que me siguiera.

Ambos corrimos lo más rápido posible. El grupo ya había comenzado a avanzar por una de las fincas. Igor y Bea avanzaban poco a poco con un rodillo metálico por delante de ellos. Era la manera más "segura" que habíamos encontrado para comprobar si había minas en las fincas más alejadas del pueblo. El sonido de aviones en el horizonte retumbó en mis oídos.

-¡¡Corred!! - Les grité a todos desde varios metros.

En ese momento todos se quedaron mirándonos. Pero no había tiempo para explicaciones. Cuando llegamos a su lado comenzamos a empujarles, a pedirles que corrieran lo más posible. Cogí a Elena entre mis brazos a la carrera, llevaba con ella el bolso con Yuko dentro, la pobre perrita gimoteaba asustada. Comenzó una carrera frenética a lo largo de las despejadas fincas. Subiendo el monte que lindaba con el pueblo. Desesperados buscamos un lugar a cubierto. Piedras, montones de arboles, lo que fuera. Los motores de los aviones se oían cada vez más fuertes. Los destellos de sus balizas de posición situadas en las alas se comenzaron a ver a lo lejos. Por fin, tras varios metros, encontramos un enorme montón de rocas. Nos metimos entre ellas. Los aviones pasaron por encima nuestro descargando tras sí sus enormes bombas. Los silbidos en el aire eran siniestros. Recordé la multitud de documentales sobre la Segunda Guerra Mundial que había visto. El sonido en vivo de las bombas cayendo desde lo alto era, de lejos, muchísimo más aterrador que el que se oía en la televisión. El suelo tembló violentamente en nuestros pies. Tuvimos que taparnos los oídos. Las explosiones fueron tremendamente violentas. Hasta nuestra posición llegaban restos de casas, coches, piedras, escombros. Incluso bolas de fuego y restos de metralla. La destrucción que nos rodeó en ese momento era inenarrable. Las palabras se quedan muy cortas para describir el calor, los incendios, los destrozos, todo tipo de material volando por los aires cientos de metros incluso me atrevería a decir que kilómetros. La sensación de vivir un terremoto constante. Los arboles cayendo, partiéndose, perdiendo sus ramas. La tierra moviéndose constantemente, las grietas apareciendo en el suelo. El cielo desapareció tras la cortina creada por el humo, el olor a quemado, las cenizas volando por nuestro alrededor dificultando la respiración.

Tras varios minutos a cubierto decidimos salir. Nos quedamos todos mirando, atónitos, hacia el lugar donde antes se levantaba el pueblo. Desde nuestra posición elevada vimos el resultado del ataque. El pueblo había casi desaparecido. Era una visión terrible. Un manto oscuro cubría todo el suelo. Manchado de vez en cuando por colores rojizos. Era increíble que estuviéramos vimos. Los incendios iluminaban la noche.

-Dios.- Las voces de las chicas a nuestras espaldas rompían a llorar.

Estaban asistiendo a la total destrucción del pueblo que las había visto crecer. La casa en la que tantos años habían vivido desapareció en pocos segundos. Ya sólo les quedaban recuerdos. Nada material.

-Tenemos que encontrar un lugar donde ocultarnos.-Comenté.-Hace mucho frío y no podemos quedarnos por aquí.

Poco a poco conseguimos sacar a cada una de las chicas de su trance. Subimos más arriba para poder situarnos y comprobar si el GPS que teníamos conseguía señal. Al llegar a la cima comprobamos que la escena se repitió en los pueblos que se veían desde allí. Cientos de incendios iluminaban la oscuridad. Por encima de las demás colinas resplandores palpitantes crecían tras ellas.

Nos acercamos a un pequeño establo situado en lo alto. A pesar del olor a restos de vaca nos metimos en él y tratamos de descansar lo que quedaba de noche. Hace un momento asistimos a un brutal combate. En pocas horas vimos lo frágil que es la vida y el poco valor que se le da. Vimos como más de cien personas, infectados o no, morían violentamente en pocos minutos.

A lo largo de la noche, el sonido de los grandes bombarderos no dejó de sonar. Pasaron una y otra vez por la sierra de Madrid. Los sonidos de explosiones y los silbidos de las bombas cayendo se oyeron durante horas. Por muy lejos que estuvieran, la tensión y el miedo no nos abandonaba. La contención de la infección se había transformado en destrucción.

Dormir fue imposible. Me quedé toda la noche mirando el mapa que habíamos encontrado y comprobando el GPS. Las señales de los satélites eran muy débiles pero funcionaban. La pantalla verde con los números en negro mostraba simplemente las coordenadas de situación y una pequeña brújula. Afortunadamente el mapa tenía marcadas las coordenadas de cada pueblo así como los puntos cardinales. No debería ser difícil llegar a La Pedriza gracias a nuestra orientación pero la situación tras los bombardeos no sería muy alentadora con lo que tendríamos que esquivar los puntos poblados y las carreteras. Si el GPS no funcionase, con la brújula podríamos saber, más o menos, la posición de nuestro objetivo.

Pasaron un par de horas. Oímos un ruido en el exterior. Gonzalo y yo nos preparamos para salir mientras Merche e Igor se colocaban para defender la posición desde dentro. Con las linternas de los fusiles encendidas salimos fuera. El ambiente seguía muy cargado de humo y cenizas. El ruido sonó en la parte trasera del establo. Parecía que alguien estaba golpeando la pared. Giramos la esquina del establo.

-¡¡Quieto!! - Le grité a una sombra que se acurrucaba en la oscuridad.

Para nuestra tranquilidad resultó ser un pequeño ternero. No lo dudamos ni un minuto. Le disparamos a la cabeza un par de veces y lo metimos dentro. Conteniendo las arcadas lo despedazamos en partes para poder comer. Después de lo que hemos estado viviendo fue curiosos que hacer eso nos produjera tanto asco y reparo. Encendimos una pequeña hoguera con la paja del establo y preparamos algo de carne para comer. Estábamos en plena noche comiendo en un establo pero no nos importaba. Después de la locura vivida y de las carreras que tuvimos que dar, estábamos todos exhaustos. Poder disfrutar de algo de carne fresca nos resultó tremendamente agradable. Además, podríamos reservar las pocas raciones que sustrajimos a los cadáveres de los soldados para un momento más oportuno.

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