jueves, 24 de noviembre de 2011

ENTRADA 60

Eran las seis de la tarde. Hacía doce horas que Igor y Bea nos abandonaron por el bien del grupo. Ambos tuvieron la mala suerte de caer en manos de los infectados y fueron contagiados con el maldito virus.

Los ánimos estaban por los suelos. No sé cómo lo vamos a hacer pero deberíamos abandonar el lugar lo antes posible. Me fio de que el Igor y la Bea sanos no nos ataquen pero no puedo afirmar lo mismo cuando se infecten definitivamente.

Mientras todos descansaban abajo, subí a la planta superior. El pasillo, de unos veinte metros tenía cuatro puertas a cada lado. Dos de ellas eran vestuarios, una la cocina donde encontramos a Gonzalo y a Bea, dos eran pequeños almacenes y tres despachos.

Entré en el primer almacén. Al fondo de la habitación había un cuadro de mandos. Parecían todos los diferenciales del edificio. Los conecté todos. No hubo respuesta. La luz no funcionaba. Seguramente los bombardeos habían destrozado todas las infraestructuras que abastecían a la sierra. El otro almacén estaba lleno de utensilios de limpieza. Los despachos eran pequeños cubículos con una mesita en el centro precedida por dos sillas para invitados. Un ordenador portátil descansaba sobre cada una de ellas. En los dos primeros los ordenadores no funcionaban. En el tercero el portátil tenía algo de batería. Estaba enchufado a un pequeño sait que ya pitaba por la falta de energía.

Con la tranquilidad del momento aproveché para actualizar todas las entradas que me faltaban en el blog. Recordar todo lo sucedido fue muy duro pero no quiero que nada se pierda y ningún detalle se me olvide. La web del correo electrónico no funciona. Pocos sitios están activos. Parece que está llegando el apagón tecnológico. La verdad es que es lo más normal, poca gente quedará que pueda realizar el mantenimiento y mantenerlos en funcionamiento.

Elena acababa de subir, adormilada con Yuko en brazos. Quería ver una película de Disney.

-Pero no tengo ninguna pequeña.-Le dije.

-Yo sí.-Me respondió mientras me tendía el DVD de Blancanieves.-Lo cogí de la casa donde vivíamos.

La pequeña había cogido la película de la casa donde nos refugiamos en Alpedrete. Ese DVD se había convertido en su favorito desde la primera vez que se lo pusimos en el reproductor portátil. Se lo puse. A los diez minutos se quedó dormida. Cogí a las dos en brazos y bajé a dormir junto a Merche.

ENTRADA 59

Miércoles 23 Noviembre. 03.45 Horas.

De madrugada nos despertaron los gritos de Igor. Estaba teniendo sueños febriles. Deliraba gritando, parecía que buscaba algo y no lo encontraba, produciéndole una sensación de ansiedad que iba incrementando por momentos. Al tocarle le notamos tremendamente caliente. Su temperatura corporal era excesivamente alta. Bea nos dijo que comenzó a encontrarse mal por mañana y que por eso no se ofreció voluntario para entrar en el supermercado.

Le abrí los ojos. Sus pupilas estaban inusualmente dilatadas. Las venillas de los globos oculares se habían hinchado. Miré a Merche con cara de preocupación.

-Me temo que se ha infectado.-Dije decaído.

-¡¡No puede ser!! - Bea gritó y se agachó a su lado.

"¿Pero cómo?" Me pregunté. Que supiéramos no habían tenido contacto con infectados. Supuestamente, cuando se quedaron atrapados en el supermercado del pueblo, no les atacaron y consiguieron huir sin problemas. "¿O no?" Me dije mirando a Bea.

-Bea.-Dije.- ¿Cómo escapasteis del supermercado?- Ella me miró asustada.- Sergio dijo que prendieron fuego al local cuando estabais dentro.

Rompió a llorar. Se quitó la camiseta, quedándose solo con el sujetador. Su cuerpo estaba lleno de pequeños cortes. Todos habían cicatrizado de manera extraña. Las costras que se formaron en cada uno de ellos parecían podridas, algunas rezumaban algo de pus anaranjado. Hizo lo mismo con Igor. Al igual que ella, su cuerpo estaba lleno de pequeñas heridas mal curadas, tenía mucha más cantidad.

-Nos cogieron dentro del supermercado.-Comenzó a contar su historia.-Vimos como se llevaban a Sergio. Lo arrastraban por la calle, parecía muerto. Estábamos realmente asustados. Nos llevaron a uno de los chalets cercanos. La piscina estaba llena de cadáveres, había muchísima sangre.- El recuerdo de lo que les sucedió le provocada temblores.- No nos dijeron nada. Nos desnudaron y comenzaron a hacernos cortes con varias navajas. Después de eso nos colgaron de unos ganchos y nos introdujeron en la piscina. La sangre y los cuerpos nos golpeaban por todos lados. No sé cuánto tiempo nos tuvieron allí metidos. Ambos nos desmayamos por el olor y el dolor producido por los cortes. Cuando despertamos estábamos tirados en el fondo de la piscina sobre todos los cadáveres. No había nadie. Nos vestimos y salimos corriendo. Estábamos convencidos de huir. No queríamos volver y ser un peligro para vosotros. Recordamos lo que nos contó Merche la noche que nos encontraron. Lo que habían vivido con la madre de Elena. Pero cuando saltamos el muro os oímos al otro lado y vimos que estabais en peligro. No pudimos evitar ayudaros.

El silencio reinó durante mucho tiempo. Estábamos tratando de digerir esa horrible historia. Íbamos a perder a dos miembros de la familia.

-Cof, cof.-Igor recuperó el sentido un momento.-Dejadnos... ir.-Dijo sin casi fuerzas.-Dejadnos... ir.

-Estábamos planeando marcharnos esta noche.-Continuó Bea.-Pero cuando he ido a despertarle estaba así.

La decisión estaba clara pero era difícil de llevar a cabo. Las hermanas se negaban a dejarles solos en el exterior pero a la vez sabían que allí serian un peligro mayor para nosotros. Además sería peor tener que matarlos a sangre fría. Tras un par de horas, en las que Igor se recuperó un poco y ya se mantenía en pie, Bea tomó la decisión y habló con su familia.

Dejamos a las cuatro hermanas y a su madre un rato a solas. Todas lloraban y se abrazaban. Igor se despidió de todas y Gonzalo y yo le ayudamos a salir a la calle.

-Tampoco es que nos hayamos conocido mucho.-Comenzó a decir mientras miraba el cielo estrellado.-Pero sois muy buena gente. Creo que nos habríamos llevado muy bien.

-No lo dudes.-Dijo Gonzalo.

Yo no pude decir nada. Desde que empezó esta mierda he tenido que dejar a mucha gente atrás, he tenido que matar a demasiada gente. La rabia y la impotencia me consumían y no me dejaban hablar. Recordé a mis padres y sentí mucha desesperanza. No sabía nada de ellos desde hace mucho tiempo. Tampoco sabía la suerte de mi hermana. Me sentí egoísta y cobarde por no haber insistido más e ir a buscarles quisieran o no. no pude evitar derramar algunas lágrimas. Gonzalo me miró. Después de diez años, como cuñados, sabia reconocer mi estado de ánimo. No dijo nada. Igor se preguntó que tal estaría su Madre. Vivía en Madrid y tampoco sabía nada de ella desde que había estallado la infección. Nos encontramos todos pensando en ese momento en la gente que conocíamos y en nuestros familiares, en la suerte que habrían corrido esos días.

La familia de Merche salió por la puerta del supermercado. No lloraban pero estaban tremendamente tristes. Bea se acercó a nosotros. Abrazó a Gonzalo y después a mí.

-Cuida de Merche.-Me dijo al oído.- Espero que os vaya bien.

Tras un rato de nuevos abrazos y alguna lágrima más. Igor y Bea se perdieron en la oscuridad. Cuando casi no les veíamos comenzaron a correr, se dirigieron hacia el pueblo del que habíamos huido. Por la carretera, no querían ocultarse, ya no.

Nadie pudo dormir más aquella noche.

ENTRADA 58

Martes 22 Noviembre. 11.15 Horas.

Tras la tardía cena que nos dimos, nos quedamos todos durmiendo. Hace un par de horas que me he despertado. Aún están casi todos descansando. Aproveché para salir al exterior y comprobar la situación. Un resplandeciente sol brillaba en lo alto. Una ligera neblina cubría el suelo del monte. El olor a quemado aún dominaba el ambiente. Desde el establo podía ver las enormes columnas de humo que se elevaban amenazantes en múltiples puntos de la sierra. El sonido de los aviones había cesado, hace unas cuatro horas que pasó el último avión. Encendí la radio que le quité a un soldado. Crepitaba constantemente y de vez en cuando se oían lo que parecían voces. Las interferencias eran abundantes y fui incapaz de descifrar lo que decían.

Subí un poco más. Aún quedaban unos cincuenta metros para estar en la parte más alta del monte. Una enorme antena de repetición lo coronaba. Poco quedaba de su forma original. Varios trozos se repartían por el suelo y la parte alta estaba retorcida hacia abajo.

Cuando llegué el espectáculo que se extendía ante mí era increíble. Desde mi posición se veían cuatro pueblos. Bueno, lo que quedaba de cada uno de ellos. Donde antes se extendían cientos de casas y carreteras ahora sólo había escombros, chatarra, cenizas y decenas de cráteres producidos por las bombas. Muchos de ellos aún tenían varios incendios en diversos puntos. Me pareció ver, en una explanada, una fortificación militar. Cientos de bloques de arena formando muros, garitas móviles, camiones verdes y tiendas de campaña enormes totalmente abandonados. "Quizá podemos hacernos con un Humvee" Pensé, pero en un momento se me fue de la cabeza. "Muy listo, ¿y cómo pretendes pasar por las carreteras destruidas?" Mi propia mente se contradecía a sí misma. "Podríamos ir por los caminos forestales." "¿Te los conoces? porque yo no." Una pequeña conversación se formó en mi cabeza. Estaba claro que no era buena idea pero estábamos lejos de La Pedriza. El viaje a pie sería muy duro.

-¿Borja?-Una vocecilla me habló mientras una pequeña manita me tiraba del abrigo.- ¿Qué te pasa?

Elena se encontraba a mi lado, resoplando por la carrera que se había dado para llegar a mi lado. Merche, Yuko, Boni y ella habían subido detrás de mí unos minutos después de que yo saliera del establo. Las perritas correteaban por el monte. Merche se acercó a mí y me dio un beso.

-¿Estás bien? - Preguntó

-Sí. Bueno, lo bien que se puede estar en esta situación.-Respondí mientras cogía a la niña en brazos.- Es alucinante lo que pasó ayer.

-Es una mierda.-Respondió Merche mirando el espectáculo que se extendía frente a nosotros.- Todo esto es un asco.

Nos quedamos un rato allí los tres mirando lo que quedaba de la sierra de Madrid. Las perras, ajenas a todo, correteaban detrás de un ratoncillo de campo.

-¿Les habéis dado de comer? - Pregunté refiriéndome a ellas.

-Sí. Ahora mismo.-Respondió Merche.- Elena les ha dado un poco de carne.

-Se la han comido toda.-Dijo la pequeña.- Yuko me ha mordido el dedo.-Dijo sonriendo mientras me enseñaba su pequeño dedo índice.

-Ay, ¿y te ha hecho daño? - Le pregunté achuchándola.

-No.-Respondió entre carcajadas.

Los tres nos estuvimos riendo un buen rato. La niña estaba alegre y nos contagió un poco. Estoy convencido de que sabe lo qué pasa en el mundo pero no pierde la inocencia ni las ganas de reír y jugar. Es un rayo de esperanza para nosotros.

-Pues sí que estáis animados esta mañana.-La voz de Ana, la hermana mayor, sonó a nuestro lado.

Ella y Gonzalo subían hacia nosotros. El sol de esa mañana era tremendamente agradable y en lo alto del monte, a pesar del ambiente creado por el humo de los incendios, la sensación sobre nuestras caras era cálida. Un pequeño viento frío nos encogió a todos pero por un momento se llevó con él el penetrante olor de la destrucción que nos rodeaba. Por un momento sentimos un olor fresco, vivo.

-Vamos al establo.-Les dije a todos.-Tenemos que ponernos en marcha.

Por un momento todos me miraron con cara de suplica. "Un rato más, por favor" decían todas las caras. Les sonreí a todos y comencé a bajar hacia el establo. Al llegar vi a la madre de Merche en la puerta, desperezándose.

-Buenos días.-Me dijo.

-Buenas, ¿has descansado?

-Más o menos.-Respondió

Bea e Igor salieron del establo. Ambos con unas tremendas caras de sueño.

-Jo, que buen día hace.-Dijo Bea.

-No os relajéis mucho que dentro de un rato tenemos que comenzar el viaje.-Les dije.

-¿Dónde están mis hermanas? - Preguntó Bea.

-Allí arriba. - Respondí señalando hacia los restos de la antena. - Tomando el sol y viendo el espectáculo.

Los tres se dirigieron hacia arriba. Yo entré en el establo y comencé a recoger las cosas que teníamos. No era mucho pero no podíamos permitirnos perder nada. Guardamos en varias bolsas los trozos de carne del ternero. Por lo menos hoy podríamos comer y cenar tranquilamente. Gonzalo y yo pudimos hacernos con seis raciones de combate y tres paquetes de pan galleta. Eso nos daba comida para todos durante dos días si las racionábamos bien. Entre los principales y los acompañamientos lo podríamos estirar. Aún nos quedaban cinco botellas de agua de litro y un par de cantimploras casi llenas.

Volví a salir. Encendí de nuevo la radio y los mismos sonidos surgían del altavoz. Parecía gente hablando pero era incomprensible lo que decían. Ya bajaban todos hacia el establo.

-¿Hacia dónde está el supermercado? - Pregunté en general.

-Pues si la carretera está en aquella dirección,-respondió Bea pensativa-debería estar bajando por aquella finca.-Dijo señalando una tapia de cemento que se situaba a unos ochenta metros de nosotros.

-Creo que deberíamos intentar ir allí.-Comenté al grupo.-La comida escasea y el agua será un problema en breve. Con suerte aún estará en pie. ¿Estaba en las afueras del pueblo, no?

-Sí. Más bien lejos.-Respondió Igor.-No creo que lo hayan bombardeado.

-Bien.-Dije.-Haced lo que necesitéis y preparaos. No quiero estar a la intemperie por la noche. Tendremos unas siete horas de luz.

Todos se metieron en el establo y cogieron sus mochilas y las bolsas que habíamos rescatado de la casa antes de abandonarla a toda prisa. Gonzalo, Merche y yo llevábamos los G36, Ana, la hermana mayor, y Bea llevaban las escopetas. Igor no se sentía cómodo llevando un arma así que se hizo con uno de los cuchillos desbrozadores. La madre de Merche prefirió no llevar nada.

El descenso del monte fue de lo más tranquilo. Ya no nos preocupamos por las minas y fuimos saltando de finca en finca. En una de ellas tuvimos que salir todos corriendo y saltar lo más rápido que pudimos a la colindante. Un toro bravo se lanzó sobre nosotros. Menos mal que estaba lejos y Elena nos aviso a todos. "Una vaca negra viene corriendo" Dijo la pequeña apretando la mano de Merche. Un buen susto pero no pudimos evitar reírnos todos. Sobre todo cuando Gonzalo se quedó enganchado en el muro de piedra al tratar de saltarlo haciendo una voltereta y cayendo de bruces como una torpe marioneta. "Eso me pasa por hacer el payaso" Dijo levantándose.

Aprovechando el momento saqué el mapa y el GPS. Los satélites no funcionaban pero la brújula estaba operativa.

-Tenemos que ir hacia aquí.-Dije señalando en el mapa el pueblo cercano al supermercado.- Hay que bajar hacia allí.-Señalé la diagonal que cruzaba la finca de la que acabábamos de huir indicado por la flecha de la brújula.

-Bajemos por aquí,-Dijo Igor-hasta que pasemos la finca del toro y nos metemos en la siguiente.

Nos levantamos todos y continuamos caminando. La finca era bastante grande. Por fin encontramos un pequeño camino de tierra que bajaba hacia la carretera.

-¿Vamos por aquí? -Pregunto Ana.

-Sí.-Respondió Gonzalo.-Yo creo que desde este camino cogemos la pequeña urbanización de chalets que hay cerca del supermercado.

La tranquilidad del ambiente era tal que nos decidimos por bajar a través de ese camino. Antes de enfilarlo nos metimos en una pequeña casa derruida y abandonada hace años. Preparamos un poco de la carne del ternero que teníamos guardada y comimos. Descansamos un par de horas antes de continuar. El sol se fue ocultando tras algunas nubes.

-Parece que va a llover.-Dijo la madre de Merche.

-Vamos a darnos prisa.-Ordené al grupo.-No sería bueno que la lluvia nos pille en el exterior.

Nos colocamos de nuevo el material y apretamos el paso mientras bajábamos por el camino de tierra. Tras una hora de caminata los tejados de los chalets comenzaron a asomar por encima de los arboles. La destrucción no había llegado a esa zona. Se parecía mucho a la que habíamos abandonado el día anterior. Una pequeña colonia de unas doce casas. Todas abandonadas, todas cerradas. Por un momento dudamos en quedarnos allí o continuar.

-Se ve el supermercado desde aquí.-Dijo Bea desde la entrada a la colonia.

Decidimos continuar. El supermercado se encontraba a escasos doscientos metros de nosotros. En su parking descansaban varios coches, casi todos destrozados o abandonados con sus puertas abiertas. Los cristales del edificio habían desaparecido. Supusimos que por las explosiones de ayer aunque no lo podíamos afirmar con certeza. Teníamos que tener en mente que era posible que ya hubieran asaltado el lugar y no quedase nada. Incluso que tuviéramos que enfrentarnos a alguien allí dentro.

La entrada al supermercado estaba bloqueada por una barricada. Las puertas correderas se encontraban abiertas. Aunque eso hubiera dado igual, los cristales estaban tirados por los suelos hechos pedazos. Gonzalo, Merche, Bea y yo saltamos la barricada. Los demás se quedaron parapetados tras unos contenedores cercanos cubriendo la salida y la entrada al parking.

Merche y yo comprobamos la planta principal. Gonzalo y Bea subieron a la zona de oficinas. Los estantes de comida estaban desordenados, miles de cajas tiradas por los suelos explicaban que ese lugar había sufrido varios saqueos. La estampa nos recordaba tremendamente a la del Mercadona. Un escalofrío nos recorrió el cuerpo cuando recordamos el ataque que sufrimos el día que fuimos a por comida. Por un momento nos quedamos mirando hacia la puerta principal. Nos quedamos pensativos pero recordamos que la situación era distinta. Fuera teníamos gente que nos avisaría en caso de problemas. Continuamos andando por los pasillos buscando los de comida envasada y las sopas preparadas. Al girar hacia la derecha dimos con un estante elevado donde descansaban tres garrafas de cinco litros de agua. Sin dudarlo escale por los estantes bajos y se las fui pasando a Merche que las iba dejando a sus pies.

Un fuerte golpe en el piso superior nos puso en guardia. Estuvimos unos segundos esperando nuevos ruidos pero el silencio dominó el lugar.

-¿Qué hacemos? - Preguntó Merche. El temor a que Gonzalo y Bea se hubieran encontrado con problemas crecía en nuestro interior.

-No sé. - Respondí.

Mi mente se debatía entre conseguir comida, por lo menos algunas latas para sobrevivir unos días, o subir a comprobar si estaban bien. Un nuevo golpe, más fuerte que el anterior, se escuchó de nuevo. Tras él, varios golpes más.

-Joder.-Grité y ambos salimos corriendo hacia las escaleras.

Cuando llegamos al piso de arriba nos paramos en seco. El lugar estaba oscuro. No había ventanas y un extenso pasillo se abría ante nosotros. Nuevos golpes surgieron al fondo, en la parte más alejada de nuestra posición.

-¿Gonzalo? -Dijo Merche en un tono poco elevado.

No obtuvimos respuesta. El silencio se hizo de nuevo. Tras unos segundos, los golpes comenzaron de nuevo.

-Mierda.- Dije por lo bajo.- ¿Gonzalo? - Grite más alto tratando de superar el volumen de los golpes. Éstos volvieron a apagarse. Un susurro sonó al fondo.

Nos pareció más un gemido que una voz normal. Nos temíamos lo peor. De nuevo los golpes comenzaron a sonar.

-No hay más remedio.- Le dije a Merche mientras me colocaba el G36 en posición de disparo.

Avanzamos lentamente hacia el origen de los golpes. Poco a poco se iban escuchando más intensamente. Nos encontrábamos enfrente de una puerta blanca cerrada. Un pequeño cartel impreso en un folio verde nos informaba de que tras ella se encontraba el comedor.

-A la de tres.-Le dije a Merche.- Yo le doy una patada a la puerta y tu iluminas con la linterna.

Merche asintió. "Un, dos, TRES..." Y la puerta se abrió. Nos quedamos atónitos. Gonzalo nos miraba con cara de asombro con decenas de chocolatinas entre los brazos. Bea estaba detrás de él, con una bolsa de plástico llena de Coca Colas y Fantas.

-¿Pero qué coño? - Le dije. - ¿Qué cojones hacíais?

-Joder, que hay dos maquinas expendedoras aquí y las estábamos rompiendo para sacar la comida y la bebida. - Respondió Gonzalo como si fuera obvio.

-Serás mamón.-Le dijo Merche.- ¿No nos has oído llamarte?

-No.-Respondió.- Me ha parecido oír algo pero no le he dado importancia porque no se repetía. Bea estaba dando patadas a la máquina y no le di importancia.

-Mierda. Que susto nos habéis dado.-Le dije.

Bajamos los cuatro a la planta principal. Cogimos las garrafas de agua y algunas sopas y latas que aún quedaban. "Vuelvo a dar gracias a la gente que no valora ésta comida" Dije en silencio. Bea salió para avisar a los demás de que entraran. El supermercado estaba totalmente vacío. Pudimos pasar la noche allí sin problemas.

Mientras Ana madre preparaba los últimos trozos de ternero con la inestimable ayuda de Elena. Habíamos encontrado un par de barbacoas de un solo uso y estaban encendiendo el carbón. Los demás nos dedicamos a hacer un inventario de todo lo que teníamos. Tres G36 con ocho cargadores, dos escopetas con unos treinta cartuchos y varios cuchillos. Con las prisas al salir de la casa nos dejamos el rifle de caza y una caja completa de cartuchos para las escopetas. Seis raciones de combate, tres paquetes de pan galleta, ocho latas de comida preparada y seis sobres de sopa es lo que habíamos conseguido reunir. Estábamos a unos quince kilómetros de la entrada a La Pedriza. El parque era tremendamente grande y yo tenía un papel con las coordenadas de posición del punto seguro pero el GPS no había funcionado correctamente desde que lo encontré. Las señales de los satélites eran demasiado débiles y al poner la posición se perdían en el proceso de encontrar la mejor ruta.

Nos pusimos todos a cenar alrededor de un par de linternas y los restos de la barbacoa para darnos calor. Tras la cena, estuvimos hablando tranquilamente de las cosas que echábamos de menos o que nos gustaría poder volver a hacer. Pasamos un buen rato entre risas y lágrimas.

ENTRADA 57

Lunes 21 Noviembre. 20.00 Horas.

La relativa tranquilidad que reinó a lo largo de la mañana se vio violentamente turbada a partir de las ocho de la tarde. Tras contados disparos y pocos viajes de los helicópteros, la situación cambió drásticamente. Una tremenda explosión en el muro nos sacó a todos de nuestro descanso. Los cristales de toda la casa en las ventanas, mesas y espejos se destrozaron en mil pedazos. Cuando nos asomamos para comprobar qué había pasado, una tremenda columna de humo sobre una luminosa base rojiza creció amenazante por encima de los árboles. Los disparos se tornaron más frecuentes. Gritos, chillidos e incluso aullidos dominaron el ambiente en menos de diez minutos.

-¿Qué ha pasado? - Preguntó Ana, la hermana mayor, detrás de nosotros.

-Ni idea. - Respondí.- Parece que han destruido el muro y los combates son más fuertes.

-Están demasiado cerca.-Apuntó Gonzalo.

-Deberíamos pensar en escondernos o salir de aquí lo antes posible.-Sugirió Merche.

Los sonidos de combates se fueron aproximando hacia nosotros. Lo curioso es que se escucharon disparos desde muchos puntos. El sonido de helicópteros comenzó a resonar tras el monte situado a nuestras espaldas. En poco menos de cinco minutos, tres Apaches aparecieron sobre las copas de los arboles que lo coronaban. Comenzaron a descargar sus misiles y ametralladoras antes de llegar a su objetivo. Una poderosa ráfaga de gran calibre pasó sobre la casa que teníamos enfrente. El impresionante efecto de destrucción de la pesada munición destrozó los muros y el tejado como si fueran de mantequilla.

En pocos minutos tuvimos sobre nosotros tres helicópteros descargando su artillería a discreción en dirección al pueblo. Tres camiones del ejército de tierra llegaron a toda velocidad por la carretera esquivando hábilmente todos los coches abandonados. Tras varias maniobras, casi suicidas y en pocos metros, colocaron los cajones hacia el lugar del conflicto. Una decena de soldados salieron de los tres vehículos. Me parecieron muy pocos para venir en tres camiones. Rápidamente, se colocaron en posiciones defensivas, lanzaron cientos de bengalas hacia el pueblo y comenzaron a disparar hacia esa dirección. Enormes focos, instalados sobre los camiones iluminaban la zona. El día se hizo en la noche gracias a toda esta iluminación.

-Joder. ¿Qué hacemos? - Preguntó Gonzalo. - Están en la entrada de la urbanización, por ahí no podemos salir.

-Vamos a tener que huir por el campo. - Respondí.

No terminé la frase cuando uno de los helicópteros explotó en el aire. Nos quedamos alucinados. En el tiempo que habíamos sobrevivido, los infectados no habían usado armas de fuego pero, para nuestra desgracia, en ese momento muchos de ellos estaban armados con los fusiles de asalto y lanzagranadas que los soldados habían llevado consigo para limpiar el pueblo unos días antes.

-Dios.-Gritó la madre de Merche.

Por la carretera aparecieron varios soldados del ejército. Trataban de huir del pueblo, siguiendo un orden militar, avanzando y disparando. Su objetivo era llegar hasta los camiones pero pocos lo consiguieron. Muchos se quedaron por el camino, abatidos por disparos y granadas que provenían del pueblo. En pocos segundos una horda de infectados invadió la carretera. Los destellos eran incontables, pareciera como si se hubieran hecho con bastante armamento. En un movimiento, totalmente anárquico, multitud de infectados armados con palos se lanzaron por delante de los que disparaban para llegar hasta los soldados. Muchos cayeron muertos por fuego "amigo". Pero eso no pareció importarle a ninguno de ellos. Los disparos no cesaron aún cuando decenas de ellos avanzaban para atacar al ejército en una violenta batalla cuerpo a cuerpo. Esta anarquía dio a los soldados una pequeña ventaja contra las primeras líneas que llegaban a ellos. La gran mayoría estaban gravemente heridos y, a pesar de sus caras ansiosas por matar a uno de esos soldados, corrían o andaban torpemente y sus fuerzas les abandonaban poco a poco haciéndoles blanco fácil para los disparos a quemarropa contra sus cabezas. Pero esta ventaja no duró mucho. La munición escaseaba y los enemigos eran muy numerosos.

Asistí, de nuevo, al resultado de una decisión brutal y desesperada por contener la infección. Los camiones arrancaron y huyeron sin recoger a las tropas. El desconcierto y terror reinó entre los pocos soldados que aún quedaban con vida. Muchos de ellos corrieron detrás de los camiones pero no lograron alcanzarlos. Cuando los vehículos estuvieron fuera de alcance comenzó el dantesco espectáculo. Los helicópteros descargaron todo lo que les quedaba de artillería sobre la multitud alcanzando tanto a soldados como a infectados. Varias explosiones destrozaron decenas de cuerpos que desaparecieron inmersos en bolas de fuego y escombros. Fue horrible. Los gritos de dolor, las peticiones de auxilio no dejaron de oírse durante interminables minutos. Tres nuevas pasadas de los helicópteros ametrallando violentamente sobre los montones de cuerpos dejaron un silencio sepulcral en la zona. En pocos minutos el humo se dispersó dejando varias piras de cuerpos en llamas al lado de arbustos y árboles, que prendieron rápidamente, mostrando el resultado final. Decenas de cuerpos descansaban destrozados sobre el asfalto. Algunos infectados, aún vivos, reían doloridos y se arrastraban, vomitando sangre y dejando restos a su paso, unos metros antes de caer definitivamente muertos.

Los tres helicópteros permanecieron unos minutos más en el lugar. Cuando abandonaron la zona salimos de la casa. Nos preparamos para abandonarla mientras sucedía todo aquello.

-Vamos a tratar de conseguir unos fusiles de asalto.-Le dije a Gonzalo.

-Sí.-Respondió.-Me parece buena idea.

-Mirad de paso si tienen raciones de combate.-Nos dijo Merche mientras los demás se preparaban para salir en dirección a las fincas que se situaban en la parte trasera de la casa.

Era algo arriesgado pero ya no teníamos casi comida y después de asistir a ese espectáculo nos pareció que no estábamos demasiado bien armados.

Nos acercamos a los montones de cuerpos donde descansaban casi todos los militares. Pudimos coger tres G36 aún operativos. La gran parte de las armas estaban destrozadas. También nos hicimos con varios cargadores, un GPS, una radio, un mapa militar de la zona, varias bengalas y un poco de comida. Cuando me dispuse a registrar a uno de los soldados, el cual había perdido las piernas en el ataque, su radio chascó.

-Halcón Alpha 1 para Nido.- Una voz metálica resonó al otro lado.-Bombas montadas, 50 kilómetros para objetivo. 5 minutos para contención.

-¡¡¡Gonzalo!!! - Grité. - ¡¡¡Tenemos que salir de aquí!!!

Gonzalo me miró extrañado mientras cogía un par de raciones de combate más.

-¿Qué pasa? - Preguntó.

-¡¡Creo que van a bombardear la zona!! - Grité mientras corría hacia los demás.-¡¡Rápido!! - Le hice gestos para que me siguiera.

Ambos corrimos lo más rápido posible. El grupo ya había comenzado a avanzar por una de las fincas. Igor y Bea avanzaban poco a poco con un rodillo metálico por delante de ellos. Era la manera más "segura" que habíamos encontrado para comprobar si había minas en las fincas más alejadas del pueblo. El sonido de aviones en el horizonte retumbó en mis oídos.

-¡¡Corred!! - Les grité a todos desde varios metros.

En ese momento todos se quedaron mirándonos. Pero no había tiempo para explicaciones. Cuando llegamos a su lado comenzamos a empujarles, a pedirles que corrieran lo más posible. Cogí a Elena entre mis brazos a la carrera, llevaba con ella el bolso con Yuko dentro, la pobre perrita gimoteaba asustada. Comenzó una carrera frenética a lo largo de las despejadas fincas. Subiendo el monte que lindaba con el pueblo. Desesperados buscamos un lugar a cubierto. Piedras, montones de arboles, lo que fuera. Los motores de los aviones se oían cada vez más fuertes. Los destellos de sus balizas de posición situadas en las alas se comenzaron a ver a lo lejos. Por fin, tras varios metros, encontramos un enorme montón de rocas. Nos metimos entre ellas. Los aviones pasaron por encima nuestro descargando tras sí sus enormes bombas. Los silbidos en el aire eran siniestros. Recordé la multitud de documentales sobre la Segunda Guerra Mundial que había visto. El sonido en vivo de las bombas cayendo desde lo alto era, de lejos, muchísimo más aterrador que el que se oía en la televisión. El suelo tembló violentamente en nuestros pies. Tuvimos que taparnos los oídos. Las explosiones fueron tremendamente violentas. Hasta nuestra posición llegaban restos de casas, coches, piedras, escombros. Incluso bolas de fuego y restos de metralla. La destrucción que nos rodeó en ese momento era inenarrable. Las palabras se quedan muy cortas para describir el calor, los incendios, los destrozos, todo tipo de material volando por los aires cientos de metros incluso me atrevería a decir que kilómetros. La sensación de vivir un terremoto constante. Los arboles cayendo, partiéndose, perdiendo sus ramas. La tierra moviéndose constantemente, las grietas apareciendo en el suelo. El cielo desapareció tras la cortina creada por el humo, el olor a quemado, las cenizas volando por nuestro alrededor dificultando la respiración.

Tras varios minutos a cubierto decidimos salir. Nos quedamos todos mirando, atónitos, hacia el lugar donde antes se levantaba el pueblo. Desde nuestra posición elevada vimos el resultado del ataque. El pueblo había casi desaparecido. Era una visión terrible. Un manto oscuro cubría todo el suelo. Manchado de vez en cuando por colores rojizos. Era increíble que estuviéramos vimos. Los incendios iluminaban la noche.

-Dios.- Las voces de las chicas a nuestras espaldas rompían a llorar.

Estaban asistiendo a la total destrucción del pueblo que las había visto crecer. La casa en la que tantos años habían vivido desapareció en pocos segundos. Ya sólo les quedaban recuerdos. Nada material.

-Tenemos que encontrar un lugar donde ocultarnos.-Comenté.-Hace mucho frío y no podemos quedarnos por aquí.

Poco a poco conseguimos sacar a cada una de las chicas de su trance. Subimos más arriba para poder situarnos y comprobar si el GPS que teníamos conseguía señal. Al llegar a la cima comprobamos que la escena se repitió en los pueblos que se veían desde allí. Cientos de incendios iluminaban la oscuridad. Por encima de las demás colinas resplandores palpitantes crecían tras ellas.

Nos acercamos a un pequeño establo situado en lo alto. A pesar del olor a restos de vaca nos metimos en él y tratamos de descansar lo que quedaba de noche. Hace un momento asistimos a un brutal combate. En pocas horas vimos lo frágil que es la vida y el poco valor que se le da. Vimos como más de cien personas, infectados o no, morían violentamente en pocos minutos.

A lo largo de la noche, el sonido de los grandes bombarderos no dejó de sonar. Pasaron una y otra vez por la sierra de Madrid. Los sonidos de explosiones y los silbidos de las bombas cayendo se oyeron durante horas. Por muy lejos que estuvieran, la tensión y el miedo no nos abandonaba. La contención de la infección se había transformado en destrucción.

Dormir fue imposible. Me quedé toda la noche mirando el mapa que habíamos encontrado y comprobando el GPS. Las señales de los satélites eran muy débiles pero funcionaban. La pantalla verde con los números en negro mostraba simplemente las coordenadas de situación y una pequeña brújula. Afortunadamente el mapa tenía marcadas las coordenadas de cada pueblo así como los puntos cardinales. No debería ser difícil llegar a La Pedriza gracias a nuestra orientación pero la situación tras los bombardeos no sería muy alentadora con lo que tendríamos que esquivar los puntos poblados y las carreteras. Si el GPS no funcionase, con la brújula podríamos saber, más o menos, la posición de nuestro objetivo.

Pasaron un par de horas. Oímos un ruido en el exterior. Gonzalo y yo nos preparamos para salir mientras Merche e Igor se colocaban para defender la posición desde dentro. Con las linternas de los fusiles encendidas salimos fuera. El ambiente seguía muy cargado de humo y cenizas. El ruido sonó en la parte trasera del establo. Parecía que alguien estaba golpeando la pared. Giramos la esquina del establo.

-¡¡Quieto!! - Le grité a una sombra que se acurrucaba en la oscuridad.

Para nuestra tranquilidad resultó ser un pequeño ternero. No lo dudamos ni un minuto. Le disparamos a la cabeza un par de veces y lo metimos dentro. Conteniendo las arcadas lo despedazamos en partes para poder comer. Después de lo que hemos estado viviendo fue curiosos que hacer eso nos produjera tanto asco y reparo. Encendimos una pequeña hoguera con la paja del establo y preparamos algo de carne para comer. Estábamos en plena noche comiendo en un establo pero no nos importaba. Después de la locura vivida y de las carreras que tuvimos que dar, estábamos todos exhaustos. Poder disfrutar de algo de carne fresca nos resultó tremendamente agradable. Además, podríamos reservar las pocas raciones que sustrajimos a los cadáveres de los soldados para un momento más oportuno.

lunes, 21 de noviembre de 2011

ENTRADA 56

Hoy por fin ha salido un poco el sol y los paneles solares consiguieron obtener un poco de energía. Llevábamos dos días sin luz. La comida congelada está a punto de terminarse. Pero no podemos salir de aquí. No por el momento. El sábado volvieron los helicópteros del ejército. No fueron sólo los Apache, también llegó un Chinook, un helicóptero de transporte de tropas y material. Desde unos treinta metros de altura descolgó varias cuerdas y las tropas salieron de su interior. No debían ser más de una veintena de soldados. Tras dejarlos en el suelo, los cinco helicópteros abandonaron la zona rápidamente. A la media hora comenzaron los disparos y las explosiones. Primero cerca del muro por el que saltamos para huir del pueblo. Poco a poco se fueron alejando en un compás rítmico y organizado. A las tres horas, dos Apaches aparecieron tras el monte y sobrevolaron una zona del pueblo descargando su artillería. Así durante todo el día. De vez en cuando, varios pequeños helicóptero biplaza, seguramente de reconocimiento, sobrevolaban toda la zona. Tras ellos el Chinook descargaba cajas de munición y abastecimiento.

Lo preocupante del asunto es que, desde nuestra posición, los ecos de disparos y explosiones no venían sólo del pueblo del que huimos. Tras el monte, más allá de las fincas que nos rodeaban, en la dirección en que la carretera se perdía. Toda la sierra de Madrid ha sido un hervidero de disparos acompasados, explosiones y helicópteros yendo y viniendo durante horas.

Daba la sensación de que lo poco que quedaba del ejército había sido desplegado para acabar con los restos de los pueblos clausurados. Sobre todo después de lo sucedido hace unos días cuando explotó la casa y acabamos con las criaturas.

La noche del sábado al domingo pasó tranquilamente. La actividad era mucho menor pero la noche estaba tremendamente iluminada. Cientos de incendios decoraban los horizontes por encima de las copas de los árboles. En la mañana del domingo se repitió el mismo acto que tuvo lugar el día anterior. Helicópteros, disparos y explosiones se sucedieron a lo largo del día. Pudimos ver cómo un Chinook izaba varias camillas tras desplegar algunos soldados más. Para desgracia de los militares allí destinados, los reemplazos eran menores en número que los evacuados. Estaba claro que no tendrían mucho futuro en el caso de tener que alargar su estancia más de lo necesario.

A lo largo de esta mañana los disparos han sido más contados. Los helicópteros han sobrevolado la zona menos veces y sólo para llevarse heridos y lanzar material. Ya no hay más soldados para realizar reemplazos.

Por nuestra parte, estamos bastante preocupados. Cuanto más tardemos en llegar a La Pedriza, más peligroso será. A pesar de tener bastante ropa de abrigo, el frio está siendo cada día más intenso y sin comida puede ser realmente peligroso no recuperar las calorías que nuestros cuerpos necesiten.

Sinceramente, estos días de "tranquilidad" también son de agradecer. Merche y yo nos estamos recuperando muy bien de la herida de bala que recibimos cada uno. Los demás están descansando. Creemos que lo más sensato será salir de noche atravesando fincas. Esperemos que los campos de minas sólo se sitúen en las cercanías del muro.

viernes, 18 de noviembre de 2011

ENTRADA 55

Seguimos en la casa de las afueras del pueblo. Tras tres días evaluando el tiempo, la situación, lo que nos rodea. Hemos decidido que las cosas no están cómo para arriesgarnos a salir. Llueve abundantemente y el frio es cada vez más intenso. Tenemos comida congelada para unos cuatro días más.

Esta mañana, varios helicópteros han pasado sobre nosotros. Han estado sobrevolando el pueblo, en especial la zona donde estaba la casa que saltó por los aires ayer. Hemos oído, en varias ocasiones, las ametralladoras de los pájaros metálicos descargar continuamente sobre diversos puntos. Pensamos que están acabando con los infectados. Es una buena noticia. Continuar sabiendo que dejamos a nuestras espaldas una docena de infectados no es muy agradable.

Estamos aprovechando para descansar lo más posible. La suerte ha estado de nuestra parte y en los maleteros de los armarios de la casa hemos encontrado varios abrigos, algunos monos de ski, mantas y diversa ropa de abrigo. Podremos ir bien equipados para llegar hasta La Pedriza.

Hay que dar gracias a los cazadores. En esta zona hay bastante caza y por lo tanto muchos de los residentes se dedican a ella en las temporadas. Tenemos dos cajas de veinticinco cartuchos y dos escopetas, un rifle de caza mayor con una veintena de balas, un arco con media docena de flechas y varios cuchillos. He perdido el G36, me lo dejé en la habitación donde descansaba para recuperarme de mi herida. Merche se ha quedado sin balas para la pistola. Tendremos que apañarnos con lo que tenemos que, afortunadamente, no es poco.

El mayor problema al que nos vamos a enfrentar es la comida. No nos queda ninguna lata de alta caducidad. Tenemos localizados dos supermercados en el camino. Espero que tengamos suerte y encontremos algo que llevarnos a la boca. El agua de momento no es problema.

Nuestras heridas evolucionan bien. El tobillo esta casi curado. La herida se recupera después de soltarse un par de puntos y sangrar un poco. Merche está muy bien, su herida esta casi cerrada.

No me puedo creer que estemos descansando.

ENTRADA 54

15 Noviembre

-Estoy alucinando.-María no salía de su asombro.-Hace 8 días que te han disparado y la recuperación está yendo tremendamente bien.

-De todos modos lo he pasado muy mal.-Respondí, recostado en la cama.-Me desmayé enseguida y no recuerdo nada de lo que pasó.

-El tema de la diabetes ha agravado tu reacción a la herida-me informó Maria. Me lo imaginaba-con la pérdida de sangre tu glucosa bajó rápidamente y el desmayo fue inevitable.

Merche dormía a nuestro lado. María me contó, por encima, lo que había pasado esos días. Merche también se recuperaba bastante bien de su herida. Afortunadamente fue muy limpia y salvo por el dolor del momento, no acabó siendo tan aparatosa como la mía. En mi caso, teniendo en cuenta que tenía el tobillo machacado y las múltiples heridillas de la pierna, lo raro era que estuviese en ese momento despierto. Las buenas noticias eran que, al haberme despertado y encontrarme mejor, podía tomarme los antibióticos en pastillas. No quedaba ni uno sólo de los inyectables. El Guardia Civil había muerto. Maria, incluso, me pidió perdón por haber dudado en dejarme atrás cuando el agente apareció tras una esquina.

Pero también tenía malas noticias. En estos ocho días la reserva de comida comenzó a escasear. Como mucho habría para un par de días más. Hacía tres que Sergio, Igor y Bea habían salido en busca de comida y todavía no se sabía nada de ellos. Muchos se temían lo peor. Los gritos, gruñidos e incluso aullidos en la lejanía no invitaban a pensar que los tres estuvieran a salvo. El desaliento era general sobre todo entre la familia de Merche.

Gonzalo entró por la puerta. Se acercó a mí y me contó que había actualizado el blog con lo sucedido el día de mi disparo. Al parecer algunos supervivientes habían intentado ponerse en contacto con otras personas sanas y habían encontrado en la página una pequeña luz de esperanza para sus desesperadísimas situaciones. También completó la información que me estaba dando Maria.

-Las cosas no van muy bien.-Comenzó.-Como ya te ha dicho ella. Igor y Bea han desaparecido, no sabemos nada desde que salieron a buscar comida junto al amigo de Ana madre.-Así solía referirse a la madre de las chicas, al llamarse igual ella y la hermana mayor.-Ante ayer salí con Alberto a buscarlos pero no dimos con ellos. Nos encontramos a una de esas criaturas.-Le miré intranquilo.-Estaba muerta, no te preocupes. Creo que era a la que disparaste en la iglesia. Tenía un brazo y un pie arrancados. Por cómo estaba destrozada seguramente la otra criatura la mató.

"Madre mía" Pensé mientras escuchaba a Gonzalo. Por un lado sentía alivio. Ya no había dos criaturas en la calle, solo una (que supiéramos). Pero por otro, haber perdido a Igor y a Bea me preocupaba muchísimo.

-Conseguimos algunas barritas energéticas de un gimnasio. También polvo para hacer batidos de proteínas.-Continuó.-Ayer por la mañana un helicóptero del ejército pasó sobre el pueblo. Se paró en el lugar donde están los restos de la lucha del otro día.

Estuvo un buen rato contándome cosas. Un poco en desorden, no se acordaba de todo. Desde cómo Igor y él encontraron las ambulancias, a cómo acabamos en esta casa. Desde cómo se enfrentaron a dos infectados que había en una de las casas colindantes, a cómo han estado buscando comida.

-Hay algunas cosas más-decía- pero no son muy relevantes. Lo único que me preocupa es que los ruidos y gritos han crecido desde nuestra huida. No son de criaturas, son humanos. Por las noches hay mucho alboroto y de vez en cuando vemos siluetas en la oscuridad. Parece que nos están buscando.

-Joder,-respondí- eso no nos da más tiempo para quedarnos aquí parados.

-¡¡¡Ayuda!!! - Alguien gritó en el piso de abajo.

Alberto había entrado corriendo en casa, con Sergio apoyado en el hombro, mientras tiraba de él para dejarlo en uno de los sillones del salón. Estaba muy mal herido. Mostraba varios golpes y cortes en todo el cuerpo.

-¿Qué ha pasado? - Pregunté cuando por fin terminé de bajar los escalones. Sentía algo de debilidad todavía.

-Hace tres días, cuando estábamos buscando comida-comenzó su relato-llegamos hasta el supermercado. Me quedé en la entrada vigilando mientras Igor y Bea entraban a buscar entre los restos. Tras media hora de búsqueda, salieron con un par de mochilas llenas de cosas, algunas caducadas, otras en mejor estado. Cuando nos preparamos para irnos cayó sobre nosotros una lluvia de piedras. Una de ellas alcanzó a Igor en la cabeza y cayó noqueado. Bea tiró de él hacia dentro del supermercado y se ocultaron detrás de una de las cajas. Yo no tuve tiempo de reaccionar y, mientras me giraba buscando el origen del ataque, sufrí un tremendo placaje que hizo que me golpeara la cabeza contra el suelo. Lo siguiente que recuerdo es que me estaban arrastrando por el suelo mientras veía como el supermercado era pasto de las llamas. No sé qué habrá sido de Igor y Bea.

-Mierda.-Dijo Gonzalo.- Habría que contárselo a las chicas.

-Me encerraron en el sótano de una de las casas cercanas. Me han torturado-comenzó a llorar-, me han mutilado- nos enseñó la mano derecha, le faltaban tres dedos-, me preguntaban si había más gente sana en el pueblo. Si no les entendí mal, nosotros somos los últimos. Ya han cazado a casi todos los supervivientes y, los que no han caído en sus manos, han muerto a manos de las criaturas que nos atacaron.

-Espera un momento.-Le interrumpí, comencé a preocuparme seriamente.-Si te estaban torturando para sacarte dónde estábamos... ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has escapado?

Su cara se tornó de angustia y las lágrimas afloraban más abundantes de sus ojos.

-¡¡Mierda!! No me jodas, joder.-Sabía perfectamente la respuesta.-¡¡Tenemos que irnos de aquí!!

En poco más de veinte minutos, una muchedumbre, de unas trece personas, se acercó por una de las calles. Gritando, chillando, aullando de ansiedad y excitación. La idea de tener carne "fresca" debía ser tremendamente ansiada por todos ellos. Armados con palos, hachas y palas estaban totalmente eufóricos.

-Lo siento.-Dijo Sergio llorando.-Lo siento, lo siento...

Gonzalo subió corriendo al piso de arriba para avisar a las chicas. En pocos segundos, los pasos se oyeron agitados encima de nuestras cabezas. Comenzaron a recoger las cosas lo más rápido que pudieron.

La turba se paró frente a la puerta metálica que separaba el pequeño jardín de la carretera. Comenzaron a golpear con fuerza los paneles metálicos. Arrojaron piedras contra las ventanas de la casa.

-¡¡Salid!!-Gritó uno de ellos.-Salid malditos cabrones.

Estaban todos totalmente desencajados, fuera de sí, tremendamente ansiosos y excitados.

-¿Qué hacemos? - Preguntó Merche.

Trataba de pensar con rapidez pero no se me ocurría nada. Teníamos unas trece personas fuera.

-¿Y si les matamos disparándoles con las armas?-Propuso Gonzalo.

-Seria una buena idea pero no sabemos si habrá más.-Respondí-Quedarnos sin balas teniendo todavía mucho camino por delante no creo que sea bueno.

En ese momento se escuchó un disparo desde el salón. Alberto se había apostado en una de las ventanas y descargó su escopeta contra los dos infectados que ya habían pasado por encima de la verja para acceder al pequeño jardín delantero. Ambos cayeron de bruces contra el césped. Uno de ellos estaba totalmente inmóvil. El disparo le voló la mitad de la cabeza dibujando un curioso grafiti en el lado interior del panel metálico. El segundo invasor recibió el disparo en uno de sus muslos. Un tremendo desgarro permitía distinguir el hueso y los restos de musculo cubiertos por los jirones que formaba lo que antes eran los pantalones. Aún con esa herida, se levantó y comenzó a andar, trastabillando, hacia la ventana desde la cual recibió el impacto.

-Mierda.-Gritó Alberto. Trataba de recargar la escopeta pero el temblor de sus manos no le permitía atinar a meter el cartucho en la boca de la recámara.

Tres infectados más saltaron al interior de la pequeña parcela. Sergio, aun conmocionado por su traición, lanzó un grito desesperado y salió por la puerta, armado con un espetón para chimenea. El primer infectado, sobre el que trató de lanzar su ataque, se quedó mirándole perplejo con una cara que mostraba un sentimiento doble. Por una parte la sorpresa de verse atacado y por otra la excitación de tener frente a él una presa. Sergio lanzó un golpe por encima de su cabeza trazando un arco tratando de clavarle el pincho en la cabeza. Por un momento pensé que lo iba a conseguir pero los otros dos infectados se lanzaron sobre él como unas bestias. Uno de ellos le quitó el espetón y se lo clavo con furia en el estomago. Un grito de dolor salió, acompañado de vómitos de sangre, de la boca de Sergio. Los tres infectados gritaron de alegría. Ver la sangre fresca de una víctima fue como un intenso orgasmo para ellos.

-¡¡Sergio!!-Gritó Alberto desde la ventana.

Entre dos de los atacantes levantaron a Sergio y lo lanzaron al otro lado de la verja. Los chillidos y gritos de júbilo se oyeron por encima de la angustia de Sergio. Una moto sierra arrancó tras varios intentos. El sonido de los acelerones nos puso la piel de gallina. Un grito de histeria sonó mientras las cadenas de la maquina sesgaban las piernas de Sergio. Varios de los atacantes se hicieron con sus trofeos y saltaban con ellos en la mano mientras la sangre salpicaba sobre el grupo.

Uno de los atacantes trató de entrar en la casa. Por muy poco, la madre de Merche y su hermana Ana, cerraron la puerta sobre la cara del infectado que comenzó a reír al ver que su nariz se colocó en una posición anti natural sangrando abundantemente.

-Joder, ja ja ja, esto duele de cojones.-Gritó mientras daba saltos por el césped.

Lo peor comenzó a llegar. Con una catapulta, bastante rudimentaria, comenzaron a lanzar fardos de paja incendiada contra la casa. La mayoría se estrellaba contra la fachada pero dos de ellos entraron por las ventanas del piso superior. En pocos minutos, un abundante humo negro comenzó a bajar por las escaleras.

-Tenemos que salir de aquí.-Gritó Gonzalo.-Por la puerta trasera, rápido.

Merche, sus hermanas y Elena corrieron hacia la cocina para salir por la puerta trasera. Esta daba a un jardín más amplio. Al fondo, un muro de metro y medio coronado por una verja metálica separaba la parcela de la carretera.

-¡Buh!-Una cabeza asomó por los cristales destrozados del salón. Y, sin darle tiempo a reaccionar, cuatro brazos se llevaron a Alberto fuera de la casa.

Un último disparo sonó en el jardín delantero. Los gritos de Alberto se fueron apagando.

-No...No... Hijos de... puta.-Su voz sonaba entrecortada. El dolor no le permitía hablar con fluidez.

Me asomé por una ventana pequeña situada en el lateral de la puerta principal. Uno de los infectados había puesto el espetón en una de las hogueras formadas por los fardos de paja. Tras unos minutos este estaba al rojo vivo. Con la punta fue quemando poco a poco la cara de Alberto. Primero los ojos, la nariz, las orejas, la lengua... Desfigurado, Alberto cayó al suelo. Dos de los infectados le cogieron por las piernas y lo arrastraron hasta los restos de un fardo que chasqueaba fieramente. Le quitaron los pantalones y metieron sus piernas en el fuego. Los gritos de dolor eran espantosos. No le dejaron moverse y poco a poco fueron introduciendo el cuerpo de Alberto en la hoguera hasta que solo quedó la cabeza fuera. En pocos minutos el cuerpo entero estaba en llamas. Alberto se desmayó o, más probable, murió tras maldecir a sus atacantes.

-¡¡María!! - Grité desde las escaleras hacia el piso de arriba.-Vamos, tenemos que irnos.

No recibí respuesta. Me temía lo peor. El piso superior estaba casi en llamas por completo y Maria aún estaba en la habitación principal. Comenzamos a subir Gonzalo y yo. No habíamos llegado ni a la mitad de la escalera cuando una bola de fuego salió corriendo de una de las habitaciones. Se echó sobre nosotros pero la esquivamos por muy poco. Los chillidos penetraban en nuestros oídos. La antorcha humana bajó las escaleras y se lanzó por una de las ventanas del salón. Nos quedamos mirando por un momento hacia el salón. En poco tiempo estábamos perdiendo a casi todos los miembros del grupo.

-Voy a por la mochila que tenia María.-Dijo Gonzalo.-Creo que la dejó en el baño y tiene bastante material que cogimos de las ambulancias.

-Yo voy bajando y cogiendo a las chicas.-Era consciente de que, en mi estado, tardaría un poco en llegar hasta el muro y en saltarlo.

Gonzalo subió rápidamente. El baño estaba frente a la escalera. El fuego se extendía por las habitaciones rápidamente pero aun no había alcanzado ese lugar. Cuando acabé de bajar las escaleras un fenómeno tremendamente peligroso tuvo lugar en el piso superior. El fuego se "recogió" sobre sí mismo, entrando en una habitación, cuando consumió todo el oxigeno una tremenda onda expansiva ardiente tomó todo el techo del piso superior pendiendo todo a su paso.

-¡¡Gonzalo!! - Grité.

Me lancé al suelo, al lado de la escalera, justo en el momento en que el fuego se extendió por el piso inferior. El calor y el humo transformaron la casa al completo en un infierno. Me arrastré hacia la cocina y conseguí salir de la casa. Un fogonazo me siguió. Comencé a escuchar un silbido rápido en la cocina. "Dios, los tubos del gas" Dentro de la cocina se estaba preparando una tremenda explosión. Las tomas de gas habían saltado por el calor y se estaba acumulando rápidamente. Me levanté, cojeé lo más rápido que pude.

-¡¡Borja!! ¡¡Cuidado!! - Una voz me gritó por encima de mi cabeza.

Gonzalo se había metido en el baño justo antes de la brutal expansión del incendio. Abrió la pequeña ventana que había y se lanzó desde ella al jardín. Por poco no le esquivé y casi me cayó encima. Lo siento por él pero si eso llega a pasar, a saber que habría pasado con mi herida.

-¿Estás bien? - Le pregunté

-Sí, menos mal que te has quitado-respondió- si llego a caer encima tuyo la liamos.

Nos ayudamos mutuamente a levantarnos. Las chicas nos hacían señas desde el otro lado del muro. Primero pasé yo, ayudado por Gonzalo desde dentro y por Merche desde fuera. Cuando pasé, Merche y Ana ayudaron a Gonzalo a pasar. Una tremenda explosión tuvo lugar en la casa justo cuando nos echamos todos al suelo. La casa voló por los aires. Escuchamos varios gritos de dolor al otro lado a los que se unieron otros de júbilo.

-Tenemos que saltar el muro antes de que se den cuenta de que estamos aquí.-Dijo Merche.

Ahora sólo quedábamos siete personas y dos perros.

-¿Qué hacemos con Igor y Bea? - Preguntó la madre de Merche preocupada.

-Cuando estemos a salvo lo decidiremos.- Respondió Ana, la hermana mayor.

Los siete nos dirigimos a la gasolinera. Cerca de ella pasaba parte del muro y podíamos unas unos cuantos bidones que había pegados al él para saltarlo con más facilidad. Llegamos al sitio elegido y comenzamos a movernos para saltar rápidamente y con orden.

-Mierda, no llegamos.-Dijo Gonzalo.

Él era el más alto de todos y aún tenía casi metro y medio por encima.

-¿Qué hacemos? -Todos tratábamos de pensar lo más rápido posible.

-¡¡Gonzalo!! - Una voz conocida sonó por encima del muro. - Coge esto.

Igor asomaba por el otro lado del muro. Nos estaba tendiendo una escalerilla de cuerda. La alegría fue incontenible. Ver que ambos estaban vivos y a salvo resultó ser la mejor noticia del día.

-Daos prisa.- Insistió Bea.-Los infectados se están moviendo buscando supervivientes.

Se encontraba en un lateral desde donde vigilaba la casa de la que veníamos. Los infectados la estaban rodeando.

Lo más rápido que pudimos fuimos pasando uno a uno al otro lado del imponente muro. Cuando terminamos de pasar, nos quedamos unos segundos tomando aire.

-Venid. -Dijo Bea.-Hay una casa aquí cerca donde podemos ocultarnos un rato hasta que veamos que está todo tranquilo.

A unos quinientos metros del muro, esquivando coches, camiones, motos y muchos restos, se encontraba la entrada a una pequeña urbanización. Un cartel de madera, colgado de uno de los pilares que franqueaban el paso, ponía "Sin esperanza más allá". Ocho casas formaban el pequeño reducto. Todas y cada una de ellas cerradas a cal y canto. Totalmente abandonadas. No nos gustaba quedarnos tan cerca del pueblo pero estábamos agotados. Además, mi herida, se había abierto. "Menos mal que según María me curo bien" pensé mientras apretaba la mano contra mi pecho. Sentí un ligero mareo.

-Hay carne congelada aquí dentro.-Dijo Laura saliendo de uno de los garajes.

-Es muy raro que todo funcione en estas casas.-Gonzalo hablaba extrañado.

Los cables del tendido eléctrico estaban destrozados. Varios postes descansaban a lo largo de la carretera y en el campo.

-Mira el techo.-Le dije.

Cinco paneles solares descansaban sobre el tejado de la casa. Seguramente, dentro del garaje, habría un acumulador de energía. No debería tener mucha potencia. Hacía tres días que no salía el sol.

Nos metimos todos en el garaje. La madre encendió, con algunas ramas, una pequeña hoguera en la chimenea de la casa. Con el tremendo incendio que tenía lugar a pocos metros, el fuego de una chimenea seguramente no llamaría mucho la atención. Preparamos varios trozos de carne y comimos tranquilamente. Mañana haríamos el recuento de material.

martes, 15 de noviembre de 2011

ENTRADA 53

Martes 8 Noviembre

Merche se lanzó sobre mí. Con la fuerza de su abrazo nos ladeamos unos centímetros hacia la izquierda. Recuerdo una incómoda sensación de quemazón en mi pecho derecho, a medio palmo de mi clavícula. Sentí como el peso de Merche, impulsado por la fuerza de la bala, caía sobre mí haciéndonos caer contra el suelo. La quemazón de mi pecho se fue transformando poco a poco en un desagradable escozor, mil veces peor que el producido por el alcohol etílico cuando te limpias con él una buena herida abierta. Después de eso, mientras miraba la cara de Merche, cubierta por las lágrimas, moviendo la boca y mirándome desesperada, un intenso calor comenzó a recorrerme el tronco hacia la espalda. Noté como mis pantalones se iban humedeciendo, con el templado liquido de lo que seguramente sería mi orina. El dolor del tobillo se había pasado. Por un momento pensé que ni siquiera estaba allí, no sentía nada, absolutamente nada salvo escozor.

Miré, dejando caer los ojos a un lado, hacia Gonzalo e Igor. Difuminados en un cuadro gris. Vi como desaparecieron sin más. Deje caer mi cabeza hacia el lado contrario. Buscaba algo, aún no se el qué. Noté un ligero apretón en mi mano derecha. No conseguía controlar mis ojos. Traté de mirar pero frente a mí solo distinguía una silueta, deformada y borrosa, fui incapaz de reconocerla.

Noté un ligero meneo sobre mis hombros. Por un momento, unas decimas de segundo, el mundo volvió a tener forma, la más bonita del universo, pero lloraba desconsoladamente. "No llores, Merche" quise decir. Ni siquiera sé si mis labios se movieron.

Un saborcillo amargo comenzó a escalar por mi garganta. Como si me hubiera bebido un trago de coca cola pero en dirección contraria, cientos de burbujillas se agolparon en mi laringe. Sentí que me ahogaba y una convulsión de mis pulmones me despejó por un momento el conducto. Noté como mi cara se llenó de pequeñas gotitas. En mis ojos, estas se mezclaron con mis lágrimas formando una película viscosa y opaca.

"No te preocupes, te quiero pequeña" ¿me habría oído? No sentía mis labios. Y ella no dejaba de llorar.

Poco a poco noté como la oscuridad iba apareciendo por el rabillo de cada uno de mis ojos. Un túnel negro apareció ante mí. Mi visión se iba centrando en una pequeña luz, situada frente a mí. En pocos segundos el mundo se apagó. Mi cerebro se apagó.

lunes, 14 de noviembre de 2011

ENTRADA 52

Martes 8 Noviembre. La Huida (Gonzalo)

El puto Guardia Civil había huido cuando las criaturas nos atacaron en la calle. Tras acabar con ellas, mientras continuábamos el camino, más lentos porque Borja estaba con el tobillo malherido, apareció tras una esquina y trató de quitárselo de en medio. El desconcierto reinó en el grupo cuando el Guardia Civil trató de anular a Borja haciendo ver a los demás que, en su estado, sería un problema. Podrían llegar ellos hasta el refugio sin él. No entiendo cómo la gente es tan influenciable, sobre todo por una persona que ante un problema no ha dudado en abandonar al grupo por su propia seguridad. Pero lo cierto era que algunos de ellos miraron a Borja con recelo, tragándose cada una de las palabras que salían por la boca de aquel capullo vestido de verde.

La imagen pasó a cámara lenta ante mis ojos. El Guardia Civil sacó su pistola. En una decima de segundo apretó el gatillo y una bala salió del cañón dirigiéndose con fuerza hacia el pecho de Borja. Merche, que estaba ayudando a Borja a andar, se puso delante de él. La bala le entró por el hombro. El movimiento hizo que ambos se ladearan y al salir la bala, a la altura de la clavícula, ésta se alojo en el pulmón derecho de Borja. Ambos cayeron al suelo. Un pequeño charco de sangre comenzó a formarse a su alrededor. El puto Civil se quedó atontado mirando la escena. Seguramente no se esperaba eso.

-¡¡Hijo de puta!! - Ana, la hermana mayor de Merche, se lanzó hacia el Guardia Civil.

Este reaccionó le apuntó con la pistola.

-Quieta, quieta.-Dijo chulamente.-No quiero tener que disparar de nuevo. Necesitamos las balas.

La situación se tornó terriblemente tensa. La familia estábamos realmente enfurecidos, incapaces de hacer algo pero pensando rápidamente buscando una salida.

-Para empezar.-Continuó el bastardo.-Tú y tú, me vais a dar toda la comida.-Apuntó a Ana, la madre de las hermanas, y a Laura.-Y cuidadito con hacer tonterías.-Se dirigió hacia Igor.-Tira la escopeta, ahora.

Igor arrojó la escopeta al suelo con rabia. ¿Qué coño podíamos hacer?

-Vais a darme todas las armas.- Pretendía abandonarnos a todos los que teníamos algo que ver con Merche y Borja.-Vosotros-se dirigió a los amigos de la madre de las hermanas y a la veterinaria-podéis venir conmigo, pero haréis todo lo que yo diga. Yo soy la ley aquí.

Viéndole actuar cada vez estaba más convencido de que había perdido la cabeza. Tenía la cara desencajada, los ojos abiertos como platos y gotas de sudor le recorrían todo el rostro.

-No hacía falta dispararles.-Dijo la veterinaria. Maria se había acercado a Borja y a Merche y estaba comprobando su estado.

Ambos respiraban. Borja se había desmayado. Imaginé que su cuerpo no pudo aguantar tanto dolor a la vez. Merche estaba consciente y lloraba. Preguntaba por el estado de Borja y se dolía del hombro. Su herida era limpia. La bala atravesó de lado a lado su cuerpecito pero no había tocado ningún órgano o arteria vital. Borja estaba peor. La veterinaria pensaba que la bala había sido frenada por el cuerpo de Merche y se había quedado alojada muy cerca de un pulmón, seguramente lo habría alcanzado pero no podía asegurarlo, aunque las pompas de sangre que salían de la boca de Borja con cada expiración no dejaban lugar a dudas.

-Déjales.-Ordenó el Guardia Civil a la veterinaria.-Vente conmigo, tendrás más oportunidades. Yo te protegeré.-Su mirada se tornó lasciva.

Tiramos, todos, las armas al suelo. El agente estaba fuera de sí. Los que hace un momento habían casi aceptado su invitación, ahora le miraban con miedo y culpa. Haber pensado en unirse a semejante elemento demostraba un gran error por su parte, posiblemente morirían antes de llegar a La Pedriza. Abandonados o a manos de aquel chiflado.

-Yo me largo.-Dijo mientras se preparaba para coger las mochilas.-Venid si queréis, desgraciados.

En ese momento se colgó todas las mochilas en los hombros. Al tratar de colocarse la última, todas las que se había colgado al hombro de la mano con la que sujetaba la pistola se le cayeron y la golpearon, haciéndole perder el objetivo al que apuntaba. Igor, un amigo de la madre de las hermanas y yo nos lanzamos sobre él. Trató de recomponerse pero fue tarde para él. Igor le había golpeado en el estomago. Cuando se arqueó, Sergio le lanzó una tremenda patada contra la cara. El Guardia Civil saltó hacia atrás, cayendo de culo. Aproveché ese momento para recoger el bate de baseball que tenía en el camino hacia el Guardia Civil. Con la fuerza que me dio la carrerilla que llevaba solté un tremendo golpe contra su cabeza. Un enorme hueco se abrió en su frontal mientras restos de cerebro salían por los aires. El cuerpo quedó sentado, dejando caer más trozos de cerebro sobre su regazo junto a chorros de sangre.

-¡¡Tengo que operarle ya!! - Gritó la veterinaria.- Si no le saco la bala, comenzara a infectarse y eso es muy serio.

Igor y yo salimos corriendo hacia la gasolinera. Estaba a poca distancia del grupo, unos cuarenta metros, y queríamos tratar de conseguir un coche para bajar a Borja a la clínica. Cuando llegamos a la esquina vimos algo muy interesante. Un par de ambulancias descansaban en la cuneta. Nos acercamos a ellas, rompimos los cristales de la cabina de conducción para abrir la parte trasera. Pudimos comprobar, para nuestro respiro, que ambas tenían todo el material.

-Ve a por ellos.-Me dijo Igor.-Yo voy preparando todo.

Corrí hacia el grupo. Merche estaba de pie. La veterinaria le había curado allí mismo. Había limpiado la herida, desinfectado y cosido. Llevaba un cabestrillo hecho con vendas y una camiseta vieja. Los demás habían puesto a Borja sobre la tapa de un contenedor, acolchada con ropa.

-Vamos, hay dos ambulancias aquí al lado.-Les dije a todos.-No hace falta que vayamos a la clínica.

Cuando llegamos a las ambulancias, Igor había dispuesto la gran mayoría de las cosas necesarias. Preparó suero, puso sobre una bandeja de metal los utensilios y tenía dispuesto un kit de transfusiones.

Tras cuatro horas dentro de la ambulancia, por fin, Maria asomó por la puerta.

-Ya está.-Dijo aliviada.-Le he sacado la bala y los restos de hueso astillado. No ha perdido demasiada sangre, afortunadamente, y con el suero que hay de momento creo que valdrá. De todos modos estad preparados por si hay que hacerle una transfusión.

-¿Qué tal esta? -Pregunté.

-Bueno.-Respondió.-Esta sedado, las constantes son buenas y el haberse desmayado ha ayudado a operarle, porque no había anestesia. Deberíamos descansar aquí.

Nos acercamos a la urbanización de chalets que había al lado de la gasolinera. Tiramos una de las puertas abajo y nos metimos todos en la casa. Dejamos a Borja y a Merche en la habitación grande, con el sistema de monitorización y los sueros. María dispuso mucho material en la habitación para limpiarle la herida y cambiar los vendajes.

-Tenemos pocos antibióticos inyectables.-Nos informó.-Tengo que intentar que despierte lo antes posible.

Nos repartimos las habitaciones y el salón. Decidimos dormir aquella noche en esa casa. Ha sido un día tremendamente duro.

ENTRADA 51

Martes 8 Noviembre. La huída.

En la mañana del martes sucedió todo. La situación se complicaba por momentos. Tras la reunión que tuvimos, durante la noche, con todos los que decidieron continuar con nosotros, en la cual decidimos el camino que seguiríamos para llegar hasta La Pedriza, el caos se desató en la iglesia.

Resultó que el cura y el chaval, con síndrome de Down, que vivía con él ayudándole en los oficios, habían ocultado que, durante una de las salidas para encontrar comida, habían sido atacados por una de las criaturas que vimos Gonzalo y yo hace unos días. El resultado fue que ambos sufrieron algunas heridas en el cuerpo por las cuales, el monstruo, dejó caer sangre de sus orificios de la caja torácica. Seguramente para tratar de tener una conexión con los pocos supervivientes que quedasen, introduciendo en su escondite unos "topos" que los hicieran salir en el momento oportuno. Y así fue.

Comenzamos escuchando los gritos de dolor del pobre chaval. Este se retorcía en la sacristía mientras su cuerpo mutaba violentamente. El cura, por su parte, estaba sufriendo el cambio de forma más pausada, pero los instintos asesinos habían comenzado a brotar rápidamente. Con el otro superviviente que decidió quedarse con él, embriagado por su discurso de que llegaría la ayuda divida si se mantenía en la fe y siendo paciente, había hecho un tremendo mosaico de sangre y vísceras que escurrían por las paredes, el techo y se acumulaban en el eje central de la sala en una masa irreconocible de extremidades, cabeza y carne destrozada.

En el momento en que uno de los Guardias Civiles entró para tratar de pararle, el nuevo mutante se abalanzó sobre él. En vano, el joven de la Benemérita, trató de librase de la fuerte presa que había sufrido en su pierna derecha. La criatura, que anteriormente era el joven enfermo y que apenas llegaba al uno sesenta de altura, había crecido hasta casi superar los dos metros y medio. Se puso sobre sus piernas y levantó, volviéndolo boca abajo, al joven al cual tenía fuertemente agarrado a la altura del tobillo. La fuerza del agarre era tal que los huesos de la pierna comenzaban a crujir mientras se iban rompiendo en mil pedazos. La sangre comenzó a resbalar entre los dedos de la criatura.

-Socorro, ayudadme.-Gritó el Guardia Civil mientras se revolvía, colgado con la cabeza hacia el suelo.

No nos dio tiempo a ninguno de los presentes a reaccionar. Justo cuando apuntamos con nuestras armas a la bestia, ésta, agarró a su presa del cuello y, tirando de la pierna apresada a la vez, le dio la vuelta, dejando su pierna izquierda, aún pegada a su cuerpo, colgando. Con fuerza, nos lanzó la pierna derecha del Guardia Civil. En ese momento de locura, mientras esquivábamos la extremidad que volaba sobre nosotros, la criatura dio un salto y salió por el ventanal que tenía a su espalda a unos tres metros de altura, atravesándolo mientras una lluvia de cientos de cristales caía sobre nosotros. Un tremendo grito, increíblemente agudo, que nos dejó medio sordos, nos sacó de nuestro estupor. El cura se lanzó sobre nosotros, totalmente enajenado, con un cáliz de plata ensangrentado en la mano. Pedro, el dueño del bar, no tuvo tiempo de reaccionar y recibió un monstruoso golpe con el cáliz en la cabeza. La sangre comenzó a manar por la tremenda brecha que se había abierto a lo largo de su frente. Cayó al suelo, como si se tratara de un enorme muñeco de felpa, con el cura encima de él propinándole multitud de golpes por la cabeza y el pecho.

-Que alguien le pare.-Gritó una voz a nuestras espaldas.

En ese momento conseguimos reaccionar. Con el bate de baseball, que tenía en la mano, lancé un golpe contra la cabeza del cura. Éste se tambaleó y cayó al lado de Pedro, que ya estaba muerto, pero se recuperó rápidamente. Un disparo sonó en la sala dejándonos a todos sordos. El otro Guardia Civil había sacado su pistola y disparó a bocajarro contra la cabeza del cura antes de que se levantara del suelo.

-Dios.-Casi ninguno de los presentes estaban acostumbrados a esto.

-Tenemos que darnos prisa.-Traté de sacar a todos de su aturdimiento por el momento vivido.-El otro se ha marchado y no sabemos si atraerá a las demás criaturas.-Salí de la sala tratando de empujar a los que allí estaban.-Vamos, vamos. Coged todo lo que sea extremadamente necesario, nada de llevar peso de más.

Corrí hacia el aula de catequesis. Merche y Elena ya tenían casi todo preparado para salir. Las dos perritas estaban dentro de las mochilas, muy asustadas.

-¿Qué ha pasado? - Me preguntó Merche cuando entré.

-El cura y el monaguillo, o lo que fuera ese chaval.-Respondí sin mirarla mientras recogía lo poco que quedaba.-Resulta que estaban infectados. El chaval se ha convertido en uno de esos bichos que vimos el otro día. Ha salido huyendo, no sé a dónde.

-Joder.-Dijo Merche.-Hemos oído los golpes y el disparo y nos hemos puesto a recogerlo todo. No es que hayamos sacado muchas cosas de las que traíamos pero tal y como están las cosas...

Un rugido cortó la conversación. Seguido de otros cuatro más.

-Mierda.-Maldije.-Ya están aquí.

Efectivamente. Ya no eran cuatro, sino cinco criaturas las que estaban fuera de la iglesia. Aún tenían restos del Guardia Civil que comían ansiosamente.

-¿Qué coño hacemos ahora? - Una voz gritó en el descansillo de la entrada.

Dos de las criaturas se lanzaron contra nosotros. La primera de ellas embistió con fuerza contra la puerta de madera, casi rompiéndola. La otra saltó al tejado. Reconocí a esta como el chaval que había huido hace un momento.

-¡¡Gonzalo!! - Grité.-¡¡¡Vigilad la sacristía!!! Uno de ellos va a entrar por allí.

Tarde. La bestia había saltado dentro de la iglesia a través del ventanal que había roto para salir. Escuchamos los primeros disparos y chillidos. Cogí la escopeta. Salí al descansillo. Justo en ese momento, una nueva embestida contra la puerta la dejó hecha astillas. La criatura del exterior se quedó mirándome. Era imponente. Se levantó sobre sus piernas, apoyando las manos sobre el marco de la puerta destrozada, y lanzó hacia mí un increíble gruñido. El sonido era inaguantable y el olor peor aún, si era posible. Le miré, estaba claro que tenía que tomar la iniciativa. Si me atacaba no podría defenderme. Disparé la escopeta, accionando los dos gatillos a la vez, apuntando hacia una de las piernas. Su pie saltó por los aires y el monstruo cayó de bruces contra el suelo. Empezó a gruñir con furia, sin apartar la mirada de mí.

-Merche.-Grité.-Salid de ahí ahora mismo. Id hacia la salida del jardín.

Realmente, lo que llamaba jardín, era la parte de la parcela de la iglesia que hace años hizo las veces de cementerio del pueblo, ahora cubierta por el manto verde del césped. Este tenía dos verjas de salida y era nuestra única oportunidad. Merche y Elena salieron corriendo del aula hacia la zona de culto. La criatura estaba incorporándose sobre el muñón ensangrentado. Cargué la escopeta rápidamente, mientras reculaba, siguiendo los pasos de las chicas. Un nuevo disparo hizo que el brazo derecho cayera al suelo, acompañado por un tremendo chorro de sangre. Aún así, la criatura, seguía avanzando, inmutable ante las heridas que había sufrido. Volví a recargar. Esta vez disparé contra su cabeza pero, aparte de varios agujeros y chorros de sangre, no tuvo el efecto deseado. Por fin llegué a la puerta de la zona de culto. La cerramos como pudimos entre tres personas mientras los demás traían bancos y sillas para atrancarla.

-Joder, joder.-Gritó Ana, la hermana de Merche.- ¿Dónde están mamá y Laura?

-Mierda, estaban en el baño de la sala de catequesis.-Gritó Bea, la otra hermana.-Abrid, hay que ir a por ellas.

Trató de abrirse paso entre nosotros para quitar la barricada. Igor y Gonzalo la cogieron y apartaron de la zona, tratando de hacerla entrar en razón y tranquilizarla. Tuvimos un momento de duda, quedándonos todos parados, sin hacer nada. Menos mal, sintiéndolo mucho por Javier, que la lucha contra la otra criatura llegó a la zona de culto. Desde la sacristía vimos como Javier volaba, literalmente, atravesando toda la zona hasta llegar a la pared de enfrente con tan mala suerte de quedar empalado contra las falsas antorchas de metal. Ésta le atravesó la zona lumbar saliendo por la clavícula izquierda. El pobre no murió en el acto, estuvo alrededor de quince minutos chillando y llorando mientras trataba de bajarse, sin éxito.

-Hay que aislar al otro.-Gritamos todos casi al unísono.-Vamos, vamos.

Nos lanzamos Merche, Gonzalo, Igor y yo hacia la puerta de la sacristía. La criatura comenzó a asomar la cabeza. Entre Gonzalo e Igor cerraron la puerta contra su cabeza, dejándola atrapada. La bestia se revolvió con fuerza y en un par de ocasiones casi consiguió quitarse a los dos de la puerta.

-¡¡Aguantad!! - Chilló Merche mientras preparaba la pistola.

Se acercó a la cabeza, apoyó el cañón en uno de los ojos y disparó cinco veces. La bestia comenzó a gemir tratando de meter la cabeza dentro de la habitación, tratando de huir. Aproveché uno de sus movimientos para incrustarle la escopeta en la boca y soltar los dos disparos a la vez. Los restos de su cabeza volaron hacia adentro de la sacristía, uniéndose a los pedazos del cuerpo asesinado anteriormente allí dentro. El resto del cuerpo cayó al suelo, inmóvil.

-¿Está muerto? - Preguntó Ana, la hermana de Merche.

-Eso parece.-Contestó Gonzalo.

-¿A qué coño esperáis? -Gritó Merche a todos los presentes.-Hay que salir de aquí.

Todos se quedaron un momento mirando a Merche. Tras unos segundos, por fin reaccionaron y comenzaron a salir por la puerta que daba al antiguo cementerio.

-¿Qué hacemos con tu madre? - Pregunté.

-Creo que desde la sacristía me ha parecido ver un ventanuco que daba a ese baño.- Me dijo mientras pasaba por encima del cadáver de la criatura muerta.

Efectivamente, un pequeño ventanuco asomaba en un lateral de la pequeña habitación. Merche cogió una de las sillas rápidamente y se subió a ella llamando a su madre. Se quedó un momento paralizada sobre la silla.

-¿Qué pasa? -Pregunté temiéndome lo peor.

-No hay nadie.-Respondió mientras se giraba hacia mí.-Han salido por la ventana que da al patio delantero.-Su voz tenía un tono entre aliviado y preocupado.

-Vámonos entonces.-Le dije.-Ahora las buscamos.

Cuando salimos de la sacristía, la barricada estaba comenzando a ceder. Solo faltaban dos personas por abandonar el lugar. Merche y yo corrimos hacia ellos y por fin conseguimos salir todos de allí. Al cerrar la puerta metálica escuchamos como una última embestida destrozó la barricada de bancos y sillas. El eco de un gruñido comenzó a resonar en el interior de la iglesia.

-Merche, Elena, Ana, Bea y los amigos de vuestra madre.-Comencé a organizar el grupo.

-Somos Sergio y Alberto.-Me dijo uno de ellos.

-Encantado.-Respondí sin darle demasiado importancia.-Vosotros formáis el grupo dos. Merche con la pistola, Bea y Ana con los machetes desbrozadores, y vosotros con vuestras escopetas. Avanzareis cuando nosotros tomemos posiciones y veamos el camino despejado.

El grupo comenzó a prepararse. Merche cargó las últimas balas que le quedaban para la pistola. Los dos hombres prepararon sus cananas de cartuchos y las escopetas. Bea y Ana se ajustaron los seguros de los machetes a las muñecas. Cada uno de ellos llevaba una mochila, salvo Merche que además llevaba el bolso donde iba Boni. Elena iría al lado de Merche, con el bolso de Yuko y una pequeña mochila con cosas para ella.

-Gonzalo, Igor, el Guardia Civil y la veterinaria.-Dije dirigiéndome a los que quedábamos.

-Me llamo María.-Dijo ella.

-Yo soy Iván.-Continuó el Guardia Civil, un poco reacio a seguir órdenes.

-Vale.-Dije.-Nosotros saldremos primero. De dos en dos y uno cubriendo la retaguardia.-Miré el armamento que llevábamos. Le entregué la escopeta y los cartuchos que me quedaban a Igor. Gonzalo llevaba una escopeta que había encontrado en la casa de la familia de Merche, algo corto de cartuchos. El Guardia Civil tenía dos Berettas y la veterinaria llevaba el maltrecho bate de baseball. Yo me coloqué el G36 que llevaba a la espalda.-Saldremos en dirección a la gasolinera. Nos iremos cubriendo con los coches y los restos que haya por el camino. Saltos cortos, de no más de cinco metros.-Gonzalo me miraba y se reía. Sabía perfectamente de donde había sacado esa idea.

-¿De dónde te has sacado eso? - Preguntó un escéptico Guardia Civil.- ¿Has estado en el ejército?

-Para nada.-Respondí.-He jugado durante varios años al Airsoft y en el club en el que estábamos - continué señalando a Gonzalo- teníamos varios ex-militares que nos enseñaron varias cosas básicas.

El Guardia Civil se quedó perplejo, imagino que verse dirigido por unos novatos no le gustaba en absoluto pero era lo que había.

-¿Podemos continuar? - Le dije irónico.-No hay tiempo para estar en contra.

-Sigue.-Respondió.

-Si nos encontramos con las criaturas. El grupo dos tiene que correr lo más posible. Ampliaremos los saltos a diez metros. El grupo uno tratará de contenerlos hasta que el dos este a salvo.-Continué.-Si nos vemos muy apurados, nos atrincheraremos en una de las casas del camino.

El plan era simple. Llegar lo más rápido posible a la gasolinera que había en la salida del pueblo. Saltar el muro y continuar hacia La Pedriza. Simple pero peligroso. Sobre todo por lo que teníamos en la calle.

En poco tiempo abrimos la verja del lado derecho. El camino estaba despejado. Salí con Gonzalo y nos colocamos en un par de coches que había en dirección hacia la calle principal, donde supuestamente estaban las criaturas. Seguíamos escuchando los gruñidos dentro de la iglesia. Eso daba tres enemigos potenciales de momento.

Igor y María salieron detrás de nosotros y se situaron en el comienzo de la calle que llevaba a la gasolinera. Iván, el Guardia Civil, se quedó en la verja. Daría paso al grupo dos para salir.

-Todo despejado.-Le dije a Gonzalo.

-Ya pueden salir.-Le dijo a su vez a Iván.

Merche salió la primera con Elena a su lado. Corrió hacia la calle que vigilaban Igor y María. Tras ella, Bea y Ana se situaron a unos metros de la posición que había tomado. Sergio y Alberto, los últimos en salir, corrieron y cambiaron la posición con Igor y Maria que avanzaron un poco para apoyarnos. Ya estábamos colocados en el orden de avance.

-Vale.-Dije.-Vamos allá.-Le hice un gesto a Merche para que comenzaran a avanzar.

Merche y Elena corrieron unos cinco metros hasta llegar a un muro derruido. Cuando llegaron a él, sus hermanas hicieron el mismo proceso. Cuando encontraron cobertura, los dos amigos de la madre continuaron la cadena.

Gonzalo y yo avanzamos hasta la posición de Igor y Maria. Cuando llegamos a ellos, estos, avanzaron por la calle hasta una posición a cubierto por delante del grupo dos. El Guardia Civil corrió y se situó entre ambas parejas.

De momento la cosa iba muy bien. Habíamos conseguido avanzar unos cien metros. La sensación de ver la Iglesia desde esa distancia producía un ligero alivio.

Por fin llevamos a la curva que tomaba la calle que acababa en la gasolinera. Nos quedaba algo menos de un kilometro para llegar a nuestro objetivo. Continuamos con el plan de avance. El grupo dos avanzaba primero, buscando coberturas, mientras el grupo uno les cubría.

-Vamos bien.-Me comentó Gonzalo mientras miraba hacia las chicas que avanzaban poco a poco pero sin pausa.

-Hasta ahora.-Le respondí.

En la curva que acabamos de dejar, unos sesenta metros atrás, aparecieron las siluetas que tratábamos de esquivar. Dos de las criaturas nos habían seguido y nos ganaban terreno.

-Mierda.-Dijo Gonzalo.

-Tranquilo.-Le dije.-Nos quedamos aquí y les pillamos por la espalda.-Le comencé a hacer señas al Guardia Civil pero este pasaba de mí.-Hijo de puta.

El muy capullo había visto a las criaturas y comenzó a correr sin esperar a nadie. "Tonto el último" Debió de pensar. Afortunadamente, todos los demás se ceñían al plan y se habían ocultado lo mejor que habían podido. Lo malo para él es que ambas criaturas le habían tomado por la presa a conseguir.

-Prepárate.-Le pedí a Gonzalo.-Cuando nos pasen les acribillamos a saco las piernas.

-Vale.

Nos preparamos. Vi como Igor y Maria se ocultaban y se preparaban para disparar. En pocos segundos las dos criaturas llegaron a nuestra altura.

-¡¡Ahora!!-Grité.

Gonzalo y yo salimos de nuestro escondrijo y comenzamos a disparar sobre el mismo objetivo, la bestia de la derecha. Mal hecho por nuestra parte. Gonzalo descargó los dos cartuchos sobre el costado izquierdo de la criatura. Mientras recargaba, yo, por mi parte, disparaba, rítmicamente, sobre las piernas tratando de hacerla caer. La bestia se revolvía con cada impacto. Una nueva descarga de la escopeta, por parte de Gonzalo, sobre el mismo costado hizo que la criatura por fin cayera. Recargué el fusil de asalto. Mientras se mantenía en el suelo, retorciéndose, no sé si de dolor o de rabia, me acerqué a ella. Por un momento me quedé mirando esa impresionante mutación. La carne del cuerpo tenía un color amarillento, realmente enfermizo. Arrugada y reseca en muchísimas partes, donde multitud de costras se formaban dando la sensación de estar contaminada de Lepra. La sangre manaba abundantemente de las heridas que le habíamos infringido. El espesor, el color rojo oscuro, casi negro, mostraba un sistema sanguíneo falto de agua, totalmente deshidratado. Los enormes globos oculares, totalmente al descubierto, me miraban enrojecidos. Cientos de venillas reventadas transformaban el color blanco en un rojizo pastoso que resaltaba unas pupilas totalmente dilatadas las cuales ocultaban el color que anteriormente hubiera tenido el iris, dejando un enorme círculo negro en el centro de los ojos cubierto por una finísima película blanquecina. Era espeluznante a la vez que hipnótico el hecho de observarla. La repulsión se trasformaba en una morbosa curiosidad. Su cuerpo, deformado, mostraba la piel totalmente pegada a unos huesos que habían tratado de salir hacia afuera. Tenía muchas heridas producidas por sus costillas, las cuales habían conseguido asomar una pequeña parte, rajando la piel y los músculos, dejando a la vista un conjunto de puntos blanquecinos casi alineados a lo largo del tronco. Un enorme corazón palpitaba en el interior. Podía verlo perfectamente a través de algunos agujeros. Estos se hinchaban al compás de sus latidos, dejando ver, en algunos casos, pompas de carne, formadas por el musculo de la vida cuando trataba de salir por alguno de los huecos.

Cuando la criatura me agarró del tobillo, salí de mi trance de golpe. La imagen del Guardia Civil que cayó en manos de una en ellas, zarandeado hasta que finalmente fue partido por la mitad como un pedazo de pan, invadió mi mente. Reacciones por instinto y descargué una larga ráfaga con el fusil de asalto sobre los agujeros por los que el corazón asomaba de vez en cuando. Al recibir los impactos, la bestia me aferró, con mucha más fuerza, el tobillo. Me dio la sensación de que en cualquier momento me lo arrancaría. No pude contenerme y comencé a gritar por el dolor. Un tremendo espasmo de muerte de la criatura hizo que mi cuerpo golpeara el suelo con fuerza. "Joder, me voy a quedar sin pie" Pensé en ese momento cuando el dolor pasó a ser una calambre continuo. En ese momento una descarga de la escopeta separó la garra del brazo de la bestia, haciendo que me soltara. Tenía un enorme cardenal en el tobillo, mis vasos sanguíneos superficiales habían reventado por la presión. El hueso no estaba roto pero un enorme bulto comenzaba a crecer alrededor de mi tobillo. La inflamación era terriblemente dolorosa. Cuando me incorporé vi a Gonzalo acercándose a mí.

-Tío, lo siento.-Me dijo mientras se reclinaba para ayudarme a levantarme.

-Joder, ¿por qué? si me has salvado.-Respondí agradecido.

-Si bueno...-Dijo.

Entonces comprendí sus palabras. Al disparar la escopeta para destrozar la muñeca de la bestia para que me soltara. Muchos perdigones de cada cartucho acabaron dentro de mi pierna. Tenía una decena de agujeros por los que salían pequeños hilillos de sangre. No había reparado en ellos. El dolor del tobillo era mucho más intenso.

-Mierda.-Es lo único que pude decir. Tampoco podía quejarme. Estaba vivo, todavía.-¿Dónde está el otro bicho?-Pregunté.

-Pues han tenido mejor suerte que nosotros.-Me respondió Gonzalo señalando hacia los demás integrantes del grupo.

Estaban todos en pie. Al parecer, Igor y María habían llamado la atención de la bestia. Cuando pasó a su lado. Maria le asestó un golpe con el bate en una de sus rotulas, destrozándola. Cuando cayó, hincando la rodilla en el suelo, Igor disparó la escopeta contra ella. Esta retrocedió un par de metros. Pero lo más alucinante fue que, mientras Igor recargaba la escopeta, un coche embistió con fuerza a la bestia antes de que se recuperara, estampándola contra un muro y destrozándole las piernas y parte del tronco. Sus entrañas se esparcieron por la acera y cayó muerta sobre el capó del coche. Atontadas y medio idas por el impacto, la madre de Merche y Laura salieron del coche. Bastante magulladas pero sanas y salvas. Durante el ataque a la iglesia habían conseguido escapar por la ventana del baño. Escondiéndose entre los matorrales que rodeaban la iglesia. Salieron del recinto y se metieron en el primer coche abandonado que encontraron. La fortuna quiso que este coche tuviera las llaves puestas y algo de gasolina. Arrancaron y, trastabillando sobre miles de escombros, se alejaron del lugar. Cuando pararon, nos vieron pasar por la calle perpendicular a la que estaban, a unos cien metros de ellas. Pensaron en bajarse e ir corriendo, pero en ese momento vieron como las bestias se lanzaban sobre nosotros. Callejeando llegaron hasta el grupo y, viendo el panorama, la madre decidió estrellar el coche para matar a la criatura que tenía a unos metros enfrente de ellas.

Merche se acercó a mí corriendo. Tomamos un momento de descanso. Me puso sobre el tobillo una pomada antiinflamatoria y me lo vendó fuertemente. El dolor era intenso. Mientras, la veterinaria, me iba sacando los balines de la pierna poco a poco. Según sacaba uno, Merche me ponía yodo. Cuando acabaron me vendaron toda la pierna.

-Tomate esto.-Me dijo Merche mientras me tendía un Ibuprofeno y dos pastillas de antibióticos.

-Ya tocaba.-Le dije con una sonrisa.-Llegaba tiempo sin sufrir heridas.

-Mira que eres bobo.-Me dijo, devolviéndome la sonrisa mientras recogía el botiquín.

Tras atenderme, se dirigió, con Maria, hacia su madre y su hermana pequeña para curarles las magulladuras y pequeños cortes.

-Si no recuerdo mal-oí a Igor a mí lado-aún hay dos criaturas por ahí.

-Sí.-Respondió Gonzalo.- Deberíamos continuar, no nos queda mucho para llegar a la gasolinera.

Tenían toda la razón. De momento habíamos tenido bastante suerte. El ataque de la iglesia se había llevado varias vidas y este casi me cuesta la mía, además de la de la madre de Merche y su hermana. Esa decisión, aunque acertada, fue muy peligrosa. Podrían haber muerto dentro del coche.

Un nuevo rugido lejano nos puso a todos en guardia.

-Vámonos de aquí ya.-Grité mientras me incorporaba.

El tobillo me molestaba bastante y no podía correr. De hecho, andaba ralentizando a los demás. Una risa malévola y despectiva se oyó desde una esquina.

-Puf, deberíamos dejarle aquí.-El Guardia Civil habló, saliendo de su escondrijo.-Es y será un problema. Sera mejor que me hagáis casi y lleve yo el mando. El no tiene ni idea y está muerto.

Un desconcierto reinó en el grupo. Miré al Guardia Civil con ira. Desde que salimos de la iglesia supe que no le gustaba nada recibir órdenes. El se veía como el único con capaz de mandar y dirigir el grupo. Los amigos de la madre de Merche me miraron. En sus caras pude ver que estaban de acuerdo con el agente de la Benemérita. La veterinaria dudaba, pero su balanza interior se iba decantando por la misma opinión.

-¿Estáis gilipollas? -Merche explotó.- Si no es por nosotros aun estaríais en la iglesia esperando a que esas cosas os mataran. Él os está dando una oportunidad.-Se dirigió hacia el Guardia Civil con ira en sus ojos.- Además, ¡¡tú nos has abandonado en cuanto has visto el peligro!!

-Que le den por culo.-Gritó el Guardia.-No pienso cargar con un herido. Iremos a La Pedriza y buscaremos ese refugio. Pero sin él.-Y me disparó.

lunes, 7 de noviembre de 2011

ENTRADA 50

Me está resultado muy complicado actualizar el blog estos días. Tener que ir a la casa de enfrente es un problema. La señal WIFI es imposible de usar, la antena del router está rota y no debe funcionar correctamente. Las lluvias están siendo cada vez más potentes. El frio en la iglesia es más difícil de combatir cada día. Pero lo que más me preocupa son unas criaturas que hemos visto rondando por la zona. Gonzalo me ha contado que no es la primera vez que aparecen, aunque ninguna de las veces anteriores las había visto tan de cerca. Las llamo criaturas por llamarlas de alguna manera. Está claro que eran humanoides, más que nada porque la cabeza era, todavía, reconocible.

Pudimos contarlos, eran cuatro. A pesar de los rasgos humanos de la cabeza, andaban casi a cuatro patas. La columna vertebral estaba exageradamente desarrollada, el más pequeño debía de medir unos dos metros. Se arqueaban sobre sí mismos, incapaces de mantenerse sobre las dos piernas unos minutos. Éstas mantenían su longitud natural pero los muslos mostraban unos músculos increíblemente desarrollados, al igual que los gemelos. Los pies habían tomado forma curva y andan casi de puntillas. Uno de ellos saltó hasta un tejado de una casa de dos pisos casi sin despeinarse. Los brazos los tenían medio pegados al cuerpo, parecía que les costaba moverlos pero, cuando lo hacían, demostraban una fuerza abrumadora. La caja torácica era lo más alucinante. Las costillas estaban expandidas hacia afuera. Algunas sobresalían por tremendos agujeros en la piel. La sangre, totalmente seca, decoraba la zona pectoral de cada una de las criaturas. Tuvo que ser algo muy doloroso. Algunos huecos dejaban entre ver los órganos internos. Eran realmente asquerosos. Respiraban bruscamente, inspiraban fuertemente por la nariz y lo soltaban, junto a cantidad de babas, por la boca, con unos suspiros que resultaban dolorosos. Sus ojos eran de ese maldito color rojizo. Dentro de profundas cuencas, sin parpados, se distinguían los globos oculares al completo.

Se comunicaban por gruñidos. Parecía como si hubieran vuelto a la edad de piedra. Escasamente vestidos, la piel estaba podrida por casi todo el cuerpo. Habían estado más de dos horas fuera, buscando comida. Cuando un gato apareció en una esquina, se volvieron absolutamente locos. Se pelearon entre ellos por tratar de cazarlo. El pobre animal trató de huir subiéndose a un árbol, plantado en un hueco de la acera, pero una tremenda embestida contra el tronco hizo que cayera de nuevo y no tuvo más oportunidad. Dos de las criaturas se lanzaron sobre él, tirando cada uno en una dirección, lo partieron en dos y comenzaron a comérselo. Tras unos minutos más de gruñidos y peleas, las cuatro salieron corriendo, atraídos por unos gritos que se escucharon en el monte cercano.

Tras comprobar que las criaturas habían desaparecido Merche y yo reunimos a todos en la sacristía. Era una zona pequeña pero, por eso mismo, era la más cálida de la iglesia. Les íbamos a contar nuestras intenciones.

-Veréis.-Comencé a hablar.-Como a muchos de vosotros, a nosotros, todo esto nos pilló por sorpresa. La diferencia puede ser que, Merche y yo, hemos vivido, posiblemente, el inicio de este tremendo caos. Pero la evolución de los problemas, todos y cada uno de nosotros, nos la hemos encontrado en la puerta de casa.

Mi intención era contarles lo que ya sabían pero sin darles a conocer el origen de toda esta mierda que nos rodeaba. Pensaba que ya no venía al caso contar que, nosotros, hemos vivido los ataques de estos infectados mucho antes que otras personas. Tenía la extraña sensación de que, si la gente se enteraba, nos tratarían de forma distinta. Si bien es cierto que, como sabrá cualquier persona que haya podido seguir este diario, es un secreto a voces todo lo que nos ha pasado.

-Sabemos de un lugar, cerca de aquí-continué-donde nos aseguran seguridad, comida, camas y las comodidades necesarias para afrontar todo este caos.

-¿Cómo sabes eso?-Preguntó uno de los vecinos.

-Gracias a lo poco que ha estado funcionando internet estos días.-Contesté.-Tratando de investigar sobre lo que estaba pasando, encontré información de puntos seguros "extra"-simulé las comillas con las manos- donde se está alojando a los supervivientes de cada zona.

Las caras no eran de mucha credibilidad. De hecho parecían bastante escépticas.
Pensé que era totalmente normal después de lo vivido con los militares en el pueblo.

-Sabed que estos puntos que hemos encontrado son privados.-Traté de convencerles.-No tienen nada que ver con los militares.

En este punto caí en que tendría que inventarme una manera de hacerles creer que podrían entrar una vez nos encontrásemos ante a sus puertas. Por norma general la gente piensa que "privado" es lo mismo que "pagar" con lo que no creerían que pudieran entrar en los puntos sin tener que dar algo a cambio. La siguiente pregunta lo confirmó.

-Pero, si son empresas privadas ¿algo pedirán a cambio de nuestra seguridad, no?-Una voz sonó al fondo.

-No os preocupéis.-Respondí.-Podemos llevar algunas cosas de valor con nosotros.

Pero, por lo que he leído, lo que piden a cambio es que podamos funcionar como mano de obra. Necesitan gente para mantener en pie esos lugares. Así que con tratar de parecer necesarios, podremos quedarnos con ellos.

Creo que la excusa de los "oficios" ayudó. El murmullo fue general.

-Por ejemplo.-Pensé que poner algunos ejemplos sería de utilidad.-La madre de Merche trabajaba en un jardín de infancia. Seguro que agradecen que haya personas que se encarguen de los pequeños.- Primer ejemplo.- Bea e Igor han trabajado con los cuerpos anti incendios de la comunidad, eso será muy útil seguramente. Pensad qué se os da bien y engrandecedlo para que sea algo necesario.

Por fin las caras de escepticismo habían desaparecido. Pensar en poder formar parte, de nuevo, de una comunidad supuso un rayo de esperanza para los allí presentes.

Decidimos dejarles en la sala para que deliberaran sus opciones.

-Que quede clara una cosa.-Concluí antes de abandonarla.-Nosotros.-Dije haciendo un gesto sobre Merche, Elena y yo.-Nos vamos lo antes posible, con o sin vosotros. No obligo a nadie a venir, sólo creo que esto es una buena oportunidad. Mejor que quedarse aquí esperando la salvación, la muerte o lo que sea que creáis que estáis esperando.

Salimos los tres de la habitación. Noté que Merche estaba un poco triste, seguramente por la forma tan tajante que tuve de cerrar la charla sin incluir a su familia.

-Sabes que aún no nos han confirmado que vayan a venir, ¿no?-Le pregunté

-Sí, lo sé.-Respondió visiblemente afligida.

-También sabes que no es viable quedarse aquí esperando.-Continué.-Antes de que llegáramos casi no tenían comida y no salían en su busca. Además...

-Ya basta.-Me gritó.-Lo sé todo, no hace falta que me digas lo que ya conozco.

Cogió a Elena y me dejó allí. Pensé en que quizás me habría pasado. Nos había costado mucho llegar hasta allí y, seguramente, la idea de continuar sin su familia era algo que la dolía demasiado como para pensar en ella. Me quedé unos minutos allí de pie. Antes de que la gente saliera de la sala me fui detrás de Merche. Ambas se habían metido en la habitación donde estaban las camas. Elena jugaba con las perritas mientras Merche la miraba.

-Merche.-Dije por lo bajo mientras me sentaba a su lado.-Lo siento. Sé que la situación no es como para...

En ese momento me abrazó y me besó.

-Cállate.-Me dijo, abrazada a mí.- Tienes toda la razón pero ya sabes lo que pienso en estos casos.

Elena se vino con nosotros, junto a las perritas, que la seguían. Nos quedamos los cinco allí un buen rato.

-No dejaré que os pase nada a ninguna.-Les prometí.-Llegaremos al punto seguro y estaremos a salvo.

En ese momento, Ana, la hermana mayor, entró en la sala, seguida de toda la familia.

-Merche.-Dijo.-No te preocupes por nosotros. No nos vamos a quedar aquí.
Toda la familia confirmó que vendría con nosotros. Cuatro vecinos entraron unos minutos después.

-No sabemos a qué nos enfrentaremos allí fuera.-Dijo uno de ellos.-Pero seguro que no es mucho peor que estar aquí esperando a morir.

Dos de ellos eran guardias civiles, habían sido destinados al pueblo en los primeros controles policiales cuando la infección comenzó a extenderse. Cuando los militares atacaron no quisieron abandonarlo. Decidieron ayudar, en la medida de lo posible, a la gente atrapada.

Otros dos eran amigos de la madre de Merche. Uno de ellos solía cazar antes de la infección. Facilitó varias armas a sus amigos. Al comienzo del contagio eran siete personas pero cayeron bajo el fuego de los militares cuando trataron de abandonar el pueblo.

Tres personas más confirmaron su adhesión al grupo. Ninguno veía futuro en el horizonte pero no querían morir sin haber intentado, por todos los medios, tratar de sobrevivir. El cura del pueblo y dos personas más decidieron quedarse en la iglesia. "Dios proveerá" Fueron sus palabras.

Los tres eran vecinos del pueblo. Uno de ellos era el dueño de los establos donde la familia de Merche tenía a la yegua. Otra era una de las veterinarias de la clínica a donde llevábamos a las perritas. El tercero era el dueño de uno de los bares del pueblo, conocido de toda la vida por la familia de Merche.

Finalmente éramos dieciséis personas. Teníamos siete escopetas, dos rifles y tres pistolas. Sin contar con la comida para los que se quedaban, conseguimos reunir lo suficiente para alimentarnos durante unos cinco días, quizás siete si lo racionábamos bien.

Aún no hemos decidido cuándo saldremos de aquí, pero no esperaremos mucho. No nos rendiremos, es más, pido a todos los supervivientes que no se rindan. Por muy pequeña que sea la luz de la esperanza, no debemos dejar que se apague.