martes, 1 de noviembre de 2011

ENTRADA 45

30 de Octubre – Borja – Punto Seguro.

Debían de ser las seis de la mañana cuando dos policías militares entraron en el calabozo temporal y se llevaron al anciano que hablaba solo. No se resistió en absoluto, es más, sonreía abiertamente mientras miraba a los dos enormes personajes que le llevaban en volandas. Traté de preguntar a dónde se lo llevaban pero la única respuesta que tuve fue un fuerte empujón por parte de uno de ellos.

Al cabo de dos horas, de la misma manera que antes, los dos policías abrieron la puerta, cogieron al soldado, que continuaba en una esquina agazapado, y se lo llevaron sin más. Me quedé solo en aquel calabozo, que antes era un local de entretenimiento para niños. Por la tarde, aburrido de esperar mi turno, comencé a estudiar el lugar, esperaba poder encontrar alguna manera de salir de allí. Las dos puertas estaban cerradas, no eran muy robustas, de hecho, me recordaron a la puerta del supermercado de Guadarrama, aquella que conseguí abrir de una patada. Pero estaba claro que, si hacia lo mismo, una tromba de soldados saltaría sobre mí sin dudarlo. O mucho peor, alguno de gatillo fácil me metería unas cuantas balas en el cuerpo.

En una de las paredes vi una toma de aire, pensé que podría escabullirme por allí, como en las películas. Quizás tuviera suerte y saliera al garaje o a alguna toma de aire del exterior. O quizás me pasaría horas dando vueltas, arrastrándome, para quedarme atrapado en cualquier recodo.

-Señor.-Sonó una voz a mis espaldas.-Deje de mirar la toma del aire y haga el favor de acompañarme.

Parecía como si se hubiera dado cuenta de mis planes. Una sonrisilla salía de su boca, seguramente pensando en lo tonto de mi plan para escapar.

-¿Dónde me lleva? –Pregunté.

-El Coronel ha regresado y quiere hablar con usted.- Me respondió el soldado.

Vaya, me tenía que volver a enfrentar a ese viejo militar. Nuestro primer encuentro fue como el de dos chiquillos que se pelean por tener la razón. Yo queriendo salir de allí y el obligándome a quedarme. Su despacho se situaba en la planta de los cines. En el descansillo de las salas habían montado unas cuantas mesas, separadas por paneles de madera. Al parecer, las salas de los cines las usaban como barracones. Habían quitado las sillas, que usaban en el exterior como parte de las barricadas, para poner los camastros.

-Siéntese, por favor.-Me invitó el Coronel.-Hoy hablaremos tranquilamente. Perdone por desaparecer ayer con prisas y meterle en el calabozo.

-No pasa nada.-Respondí sarcásticamente.-He tenido buena compañía.

-Sí, bueno.-Continuó, tras mirarme un momento.-A pesar de ser pocos, aquí también hay problemas.

-No puedo imaginar los problemas que pueden dar un soldado asustado y un viejo chalado que habla solo.-Creo que me pasé.

Tras un momento de silencio, continuó hablando.

-Verá, la verdad es que ha sido un error encerrarle. Tenemos orden de proteger a los civiles sanos, sobre todo si encontrábamos civiles de nivel uno, como su caso. Aunque no sé para qué.-Sus frases terminaban a bajo volumen.

-¿Civil de nivel uno?-Pregunté extrañado.

-Sí, aquellos civiles vacunados, hayan trabajado o no para los laboratorios.-Respondió.-Nos ordenaron llevarlos a todos a Madrid, al aeropuerto de Barajas, para una evacuación masiva. Existe un punto seguro donde no ha llegado la infección.

-¿Un lugar sin infectados?-Pregunté sorprendido.

-Sí, realmente hay varios puntos, pero a Europa se le ha asignado un en concreto. Cada continente tiene asignado uno; América se divide en dos, Estados Unidos y Canadá tienen asignado Hawái, Sur América tiene asignado Las Islas Maldivas; África, Madagascar; Asia y Australia, Tasmania. Nosotros, los europeos, tenemos asignadas las Islas Azores.

-Son todo islas pequeñas.-Comenté extrañado.

-Efectivamente, son islas con una capacidad para unas doscientas mil o trescientas mil personas.-Respondió el Coronel.- ¿Cuántos humanos sanos cree que hemos conseguido encontrar sólo en España?

-Si no recuerdo mal, hace días vi en la televisión que la población mundial se había reducido en un ochenta por ciento.-Respondí con los datos que había visto en la CNN antes de salir de casa.-Contando a los infectados.

-¿De cuándo son esos datos? –Preguntó.- ¿De hace semanas?

-Sí, de antes de que tuviera que abandonar mi casa por un incendio.

-Sepa que están obsoletos.-Dijo, visiblemente cabreado, levantándose de su silla.-Sepa usted que, suponiendo que sean todos, la cifra de supervivientes sanos que hemos conseguido rescatar en España no llega a los treinta y cinco mil.- Se dirigió a un mapa de la península que había en la pared.

-¿Cómo? – Pregunté alucinado.- Si somos más de cuarenta y cinco millones de personas

-Efectivamente. – Continuó, poniendo la mano sobre el centro de España – La infección ha afectado a millones de personas. Seguramente no sea fiable, pero sus laboratorios estiman que, ahora mismo, habrá unos quince millones de personas infectadas, vivas, en España. Los millones que le faltan, todos muertos.

Me estaba poniendo malísimo, las nauseas me estaban invadiendo. Más de veinte millones de personas habían muerto en apenas dos meses.

-Entiendo su malestar.-El Coronel me miró fijamente.- Esta infección ha sido lo peor que le ha pasado a la humanidad en miles de años.

¿Lo peor? Esto está mucho más allá de eso.

-Además.-Continuó hablando.-La guerra esta diezmándonos más todavía si cabe. La tenemos totalmente perdida.

-¿Guerra?-Pregunté extrañado.

-Sí, ¿cómo llamaría usted a lo que hacemos para defendernos de los infectados?-Preguntó irritado, volvió a sentarse en su silla, con la mano sobre en la frente.-Ellos avanzan, nosotros nos defendemos. En ocasiones hemos conseguido avanzar pero sólo para poder escapar por otra vía. La única manera de ganarles es acabando con todos y cada uno ellos. Y de gracias de que no les guste usar armas de fuego. Aún así, no creo que lo logremos.

Los datos se agolpaban en mi cabeza, tenía una sensación de deja vi. Esta conversación se parecía demasiado a la que tuve, con el doctor Montero, en los laboratorios, el día en que nos vacunaron.

-Pero bueno, dejémoslo aquí.-Su gesto cambió.- Explíqueme qué hacia usted en Alpedrete. Cuénteme cómo ha sobrevivido hasta ahora.-Le noté tremendamente intrigado.

Le conté todo lo que nos paso a lo largo de estos dos meses, desde el inicio, en mi nuevo trabajo, hasta el momento en que conocimos a Manuel y a su familia. La lucha con los supervivientes en Guadarrama y nuestra llegada a Alpedrete. Omití algunos detalles, no demasiados.

-¿Entonces, ha dejado a su mujer y una niña en aquella urbanización? – Preguntó asombrado.

-Sí, verá, no me fio demasiado de los militares.-Respondí.-Sobre todo después de lo que vimos en el instituto.

-Ya.-Dijo, apenado.- Pero son ordenes. Se estableció un foco de contagio en el pueblo, estábamos desbordados. La orden llegó de la OTAN, o lo que queda de ella. “No queremos arriesgar los puntos seguros” Me dijo el Teniente Coronel.

-Pero, ¿todo el pueblo? ¿Así, sin más?-Le pregunté, ahora era yo el cabreado.- ¿Usted habría puesto en peligro a su familia si hubiera visto eso, si estuviera en mi lugar?

-No lo creo… - Dijo por lo bajo.

-Verá, si me permite, quisiera ir a por ellas.-Trataba de convencerle. Realmente no tenía intención de volver pero debía hacer que lo pareciera.-Volveremos todos aquí y nos puede llevar donde usted quiera.

-No sé si debiera.-Pensó.-Sepa que tenemos a cientos de miles de infectados a tan solo cinco kilómetros.

-¿Qué? – Me levanté de golpe.- Más razón para dejarme ir, no puede pretender que las deje abandonadas.

Dudó por un momento. Estaba claro que estaba frente a una persona que ya no sabía qué hacer ni qué decisión tomar. Me dio la sensación de que aquel hombre se estaba rindiendo.

-Está bien, pero le acompañaran dos de mis hombres.-Dijo, haciéndole un gesto al soldado que estaba en la entrada al cubículo.-Llame al cabo Iniesta y al soldado Reguera.

-Muchas gracias.-Dije realmente aliviado y siendo totalmente sincero.- Se lo agradezco de veras.

-Baje al local que hay al lado de donde estaba la tienda de videojuegos, allí hemos establecido la sección de intendencia.-Se levantó de la silla, con un papel en la mano.- Entregue este papel, le darán un arma, un uniforme y el material necesario.-Me dio una palmada en la espalda.-Traiga sana y salva a su familia.

Cuando llegué al local, dos soldados me esperaban en la puerta. Sus parches indicaban que eran el cabo Iniesta y el soldado Reguera. Ambos eran de la BriPac, brigada paracaidista de España.

-Buenas.-Les dije.- Así que ustedes son mi escolta.

-Cabo Iniesta a su servicio.- Se plantó delante de mí, saludándome con gesto militar.

-Soldado Reguera.- Dijo secamente el más joven.

No sabía si sentirme seguro o contrariado. Mi intención no era volver allí pero con estos dos escoltándome sería difícil darles esquinazo.

-Bueno, el coronel me ha dicho que nos dejará salir mañana por la mañana.-Dije.-

Descansad y mañana a las siete nos vemos en las escaleras mecánicas que llevan al garaje.

Entré en la intendencia. Me dieron un uniforme del ejército de tierra español, sin distintivos, con despuntes en el lugar donde irían los galones y el parche del nombre. Se notaba que los habían arrancado, me habían dado el uniforme de un muerto.
También un chaleco de combate, completamente equipado; un G36, con tres cargadores y un casco.

-¿Sabes dónde puedo conectarme a internet? – Le pregunté a uno de los soldados de la intendencia.

-¿Cómo? – Preguntó sorprendido.- Aquí no hay internet. ¿Dónde cree que estamos? – Se rió sonoramente.

-Pero en todos los locales hay tomas de teléfono y datafonos, tiene que haber internet.

-Aquí no funciona nada, la luz sale de unos generadores, que tenemos, en varios camiones aparcados en el garaje.-Respondió otro soldado.

Joder, no puedo conectarme para decirle a Merche que vamos para allá.

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