lunes, 14 de noviembre de 2011

ENTRADA 51

Martes 8 Noviembre. La huída.

En la mañana del martes sucedió todo. La situación se complicaba por momentos. Tras la reunión que tuvimos, durante la noche, con todos los que decidieron continuar con nosotros, en la cual decidimos el camino que seguiríamos para llegar hasta La Pedriza, el caos se desató en la iglesia.

Resultó que el cura y el chaval, con síndrome de Down, que vivía con él ayudándole en los oficios, habían ocultado que, durante una de las salidas para encontrar comida, habían sido atacados por una de las criaturas que vimos Gonzalo y yo hace unos días. El resultado fue que ambos sufrieron algunas heridas en el cuerpo por las cuales, el monstruo, dejó caer sangre de sus orificios de la caja torácica. Seguramente para tratar de tener una conexión con los pocos supervivientes que quedasen, introduciendo en su escondite unos "topos" que los hicieran salir en el momento oportuno. Y así fue.

Comenzamos escuchando los gritos de dolor del pobre chaval. Este se retorcía en la sacristía mientras su cuerpo mutaba violentamente. El cura, por su parte, estaba sufriendo el cambio de forma más pausada, pero los instintos asesinos habían comenzado a brotar rápidamente. Con el otro superviviente que decidió quedarse con él, embriagado por su discurso de que llegaría la ayuda divida si se mantenía en la fe y siendo paciente, había hecho un tremendo mosaico de sangre y vísceras que escurrían por las paredes, el techo y se acumulaban en el eje central de la sala en una masa irreconocible de extremidades, cabeza y carne destrozada.

En el momento en que uno de los Guardias Civiles entró para tratar de pararle, el nuevo mutante se abalanzó sobre él. En vano, el joven de la Benemérita, trató de librase de la fuerte presa que había sufrido en su pierna derecha. La criatura, que anteriormente era el joven enfermo y que apenas llegaba al uno sesenta de altura, había crecido hasta casi superar los dos metros y medio. Se puso sobre sus piernas y levantó, volviéndolo boca abajo, al joven al cual tenía fuertemente agarrado a la altura del tobillo. La fuerza del agarre era tal que los huesos de la pierna comenzaban a crujir mientras se iban rompiendo en mil pedazos. La sangre comenzó a resbalar entre los dedos de la criatura.

-Socorro, ayudadme.-Gritó el Guardia Civil mientras se revolvía, colgado con la cabeza hacia el suelo.

No nos dio tiempo a ninguno de los presentes a reaccionar. Justo cuando apuntamos con nuestras armas a la bestia, ésta, agarró a su presa del cuello y, tirando de la pierna apresada a la vez, le dio la vuelta, dejando su pierna izquierda, aún pegada a su cuerpo, colgando. Con fuerza, nos lanzó la pierna derecha del Guardia Civil. En ese momento de locura, mientras esquivábamos la extremidad que volaba sobre nosotros, la criatura dio un salto y salió por el ventanal que tenía a su espalda a unos tres metros de altura, atravesándolo mientras una lluvia de cientos de cristales caía sobre nosotros. Un tremendo grito, increíblemente agudo, que nos dejó medio sordos, nos sacó de nuestro estupor. El cura se lanzó sobre nosotros, totalmente enajenado, con un cáliz de plata ensangrentado en la mano. Pedro, el dueño del bar, no tuvo tiempo de reaccionar y recibió un monstruoso golpe con el cáliz en la cabeza. La sangre comenzó a manar por la tremenda brecha que se había abierto a lo largo de su frente. Cayó al suelo, como si se tratara de un enorme muñeco de felpa, con el cura encima de él propinándole multitud de golpes por la cabeza y el pecho.

-Que alguien le pare.-Gritó una voz a nuestras espaldas.

En ese momento conseguimos reaccionar. Con el bate de baseball, que tenía en la mano, lancé un golpe contra la cabeza del cura. Éste se tambaleó y cayó al lado de Pedro, que ya estaba muerto, pero se recuperó rápidamente. Un disparo sonó en la sala dejándonos a todos sordos. El otro Guardia Civil había sacado su pistola y disparó a bocajarro contra la cabeza del cura antes de que se levantara del suelo.

-Dios.-Casi ninguno de los presentes estaban acostumbrados a esto.

-Tenemos que darnos prisa.-Traté de sacar a todos de su aturdimiento por el momento vivido.-El otro se ha marchado y no sabemos si atraerá a las demás criaturas.-Salí de la sala tratando de empujar a los que allí estaban.-Vamos, vamos. Coged todo lo que sea extremadamente necesario, nada de llevar peso de más.

Corrí hacia el aula de catequesis. Merche y Elena ya tenían casi todo preparado para salir. Las dos perritas estaban dentro de las mochilas, muy asustadas.

-¿Qué ha pasado? - Me preguntó Merche cuando entré.

-El cura y el monaguillo, o lo que fuera ese chaval.-Respondí sin mirarla mientras recogía lo poco que quedaba.-Resulta que estaban infectados. El chaval se ha convertido en uno de esos bichos que vimos el otro día. Ha salido huyendo, no sé a dónde.

-Joder.-Dijo Merche.-Hemos oído los golpes y el disparo y nos hemos puesto a recogerlo todo. No es que hayamos sacado muchas cosas de las que traíamos pero tal y como están las cosas...

Un rugido cortó la conversación. Seguido de otros cuatro más.

-Mierda.-Maldije.-Ya están aquí.

Efectivamente. Ya no eran cuatro, sino cinco criaturas las que estaban fuera de la iglesia. Aún tenían restos del Guardia Civil que comían ansiosamente.

-¿Qué coño hacemos ahora? - Una voz gritó en el descansillo de la entrada.

Dos de las criaturas se lanzaron contra nosotros. La primera de ellas embistió con fuerza contra la puerta de madera, casi rompiéndola. La otra saltó al tejado. Reconocí a esta como el chaval que había huido hace un momento.

-¡¡Gonzalo!! - Grité.-¡¡¡Vigilad la sacristía!!! Uno de ellos va a entrar por allí.

Tarde. La bestia había saltado dentro de la iglesia a través del ventanal que había roto para salir. Escuchamos los primeros disparos y chillidos. Cogí la escopeta. Salí al descansillo. Justo en ese momento, una nueva embestida contra la puerta la dejó hecha astillas. La criatura del exterior se quedó mirándome. Era imponente. Se levantó sobre sus piernas, apoyando las manos sobre el marco de la puerta destrozada, y lanzó hacia mí un increíble gruñido. El sonido era inaguantable y el olor peor aún, si era posible. Le miré, estaba claro que tenía que tomar la iniciativa. Si me atacaba no podría defenderme. Disparé la escopeta, accionando los dos gatillos a la vez, apuntando hacia una de las piernas. Su pie saltó por los aires y el monstruo cayó de bruces contra el suelo. Empezó a gruñir con furia, sin apartar la mirada de mí.

-Merche.-Grité.-Salid de ahí ahora mismo. Id hacia la salida del jardín.

Realmente, lo que llamaba jardín, era la parte de la parcela de la iglesia que hace años hizo las veces de cementerio del pueblo, ahora cubierta por el manto verde del césped. Este tenía dos verjas de salida y era nuestra única oportunidad. Merche y Elena salieron corriendo del aula hacia la zona de culto. La criatura estaba incorporándose sobre el muñón ensangrentado. Cargué la escopeta rápidamente, mientras reculaba, siguiendo los pasos de las chicas. Un nuevo disparo hizo que el brazo derecho cayera al suelo, acompañado por un tremendo chorro de sangre. Aún así, la criatura, seguía avanzando, inmutable ante las heridas que había sufrido. Volví a recargar. Esta vez disparé contra su cabeza pero, aparte de varios agujeros y chorros de sangre, no tuvo el efecto deseado. Por fin llegué a la puerta de la zona de culto. La cerramos como pudimos entre tres personas mientras los demás traían bancos y sillas para atrancarla.

-Joder, joder.-Gritó Ana, la hermana de Merche.- ¿Dónde están mamá y Laura?

-Mierda, estaban en el baño de la sala de catequesis.-Gritó Bea, la otra hermana.-Abrid, hay que ir a por ellas.

Trató de abrirse paso entre nosotros para quitar la barricada. Igor y Gonzalo la cogieron y apartaron de la zona, tratando de hacerla entrar en razón y tranquilizarla. Tuvimos un momento de duda, quedándonos todos parados, sin hacer nada. Menos mal, sintiéndolo mucho por Javier, que la lucha contra la otra criatura llegó a la zona de culto. Desde la sacristía vimos como Javier volaba, literalmente, atravesando toda la zona hasta llegar a la pared de enfrente con tan mala suerte de quedar empalado contra las falsas antorchas de metal. Ésta le atravesó la zona lumbar saliendo por la clavícula izquierda. El pobre no murió en el acto, estuvo alrededor de quince minutos chillando y llorando mientras trataba de bajarse, sin éxito.

-Hay que aislar al otro.-Gritamos todos casi al unísono.-Vamos, vamos.

Nos lanzamos Merche, Gonzalo, Igor y yo hacia la puerta de la sacristía. La criatura comenzó a asomar la cabeza. Entre Gonzalo e Igor cerraron la puerta contra su cabeza, dejándola atrapada. La bestia se revolvió con fuerza y en un par de ocasiones casi consiguió quitarse a los dos de la puerta.

-¡¡Aguantad!! - Chilló Merche mientras preparaba la pistola.

Se acercó a la cabeza, apoyó el cañón en uno de los ojos y disparó cinco veces. La bestia comenzó a gemir tratando de meter la cabeza dentro de la habitación, tratando de huir. Aproveché uno de sus movimientos para incrustarle la escopeta en la boca y soltar los dos disparos a la vez. Los restos de su cabeza volaron hacia adentro de la sacristía, uniéndose a los pedazos del cuerpo asesinado anteriormente allí dentro. El resto del cuerpo cayó al suelo, inmóvil.

-¿Está muerto? - Preguntó Ana, la hermana de Merche.

-Eso parece.-Contestó Gonzalo.

-¿A qué coño esperáis? -Gritó Merche a todos los presentes.-Hay que salir de aquí.

Todos se quedaron un momento mirando a Merche. Tras unos segundos, por fin reaccionaron y comenzaron a salir por la puerta que daba al antiguo cementerio.

-¿Qué hacemos con tu madre? - Pregunté.

-Creo que desde la sacristía me ha parecido ver un ventanuco que daba a ese baño.- Me dijo mientras pasaba por encima del cadáver de la criatura muerta.

Efectivamente, un pequeño ventanuco asomaba en un lateral de la pequeña habitación. Merche cogió una de las sillas rápidamente y se subió a ella llamando a su madre. Se quedó un momento paralizada sobre la silla.

-¿Qué pasa? -Pregunté temiéndome lo peor.

-No hay nadie.-Respondió mientras se giraba hacia mí.-Han salido por la ventana que da al patio delantero.-Su voz tenía un tono entre aliviado y preocupado.

-Vámonos entonces.-Le dije.-Ahora las buscamos.

Cuando salimos de la sacristía, la barricada estaba comenzando a ceder. Solo faltaban dos personas por abandonar el lugar. Merche y yo corrimos hacia ellos y por fin conseguimos salir todos de allí. Al cerrar la puerta metálica escuchamos como una última embestida destrozó la barricada de bancos y sillas. El eco de un gruñido comenzó a resonar en el interior de la iglesia.

-Merche, Elena, Ana, Bea y los amigos de vuestra madre.-Comencé a organizar el grupo.

-Somos Sergio y Alberto.-Me dijo uno de ellos.

-Encantado.-Respondí sin darle demasiado importancia.-Vosotros formáis el grupo dos. Merche con la pistola, Bea y Ana con los machetes desbrozadores, y vosotros con vuestras escopetas. Avanzareis cuando nosotros tomemos posiciones y veamos el camino despejado.

El grupo comenzó a prepararse. Merche cargó las últimas balas que le quedaban para la pistola. Los dos hombres prepararon sus cananas de cartuchos y las escopetas. Bea y Ana se ajustaron los seguros de los machetes a las muñecas. Cada uno de ellos llevaba una mochila, salvo Merche que además llevaba el bolso donde iba Boni. Elena iría al lado de Merche, con el bolso de Yuko y una pequeña mochila con cosas para ella.

-Gonzalo, Igor, el Guardia Civil y la veterinaria.-Dije dirigiéndome a los que quedábamos.

-Me llamo María.-Dijo ella.

-Yo soy Iván.-Continuó el Guardia Civil, un poco reacio a seguir órdenes.

-Vale.-Dije.-Nosotros saldremos primero. De dos en dos y uno cubriendo la retaguardia.-Miré el armamento que llevábamos. Le entregué la escopeta y los cartuchos que me quedaban a Igor. Gonzalo llevaba una escopeta que había encontrado en la casa de la familia de Merche, algo corto de cartuchos. El Guardia Civil tenía dos Berettas y la veterinaria llevaba el maltrecho bate de baseball. Yo me coloqué el G36 que llevaba a la espalda.-Saldremos en dirección a la gasolinera. Nos iremos cubriendo con los coches y los restos que haya por el camino. Saltos cortos, de no más de cinco metros.-Gonzalo me miraba y se reía. Sabía perfectamente de donde había sacado esa idea.

-¿De dónde te has sacado eso? - Preguntó un escéptico Guardia Civil.- ¿Has estado en el ejército?

-Para nada.-Respondí.-He jugado durante varios años al Airsoft y en el club en el que estábamos - continué señalando a Gonzalo- teníamos varios ex-militares que nos enseñaron varias cosas básicas.

El Guardia Civil se quedó perplejo, imagino que verse dirigido por unos novatos no le gustaba en absoluto pero era lo que había.

-¿Podemos continuar? - Le dije irónico.-No hay tiempo para estar en contra.

-Sigue.-Respondió.

-Si nos encontramos con las criaturas. El grupo dos tiene que correr lo más posible. Ampliaremos los saltos a diez metros. El grupo uno tratará de contenerlos hasta que el dos este a salvo.-Continué.-Si nos vemos muy apurados, nos atrincheraremos en una de las casas del camino.

El plan era simple. Llegar lo más rápido posible a la gasolinera que había en la salida del pueblo. Saltar el muro y continuar hacia La Pedriza. Simple pero peligroso. Sobre todo por lo que teníamos en la calle.

En poco tiempo abrimos la verja del lado derecho. El camino estaba despejado. Salí con Gonzalo y nos colocamos en un par de coches que había en dirección hacia la calle principal, donde supuestamente estaban las criaturas. Seguíamos escuchando los gruñidos dentro de la iglesia. Eso daba tres enemigos potenciales de momento.

Igor y María salieron detrás de nosotros y se situaron en el comienzo de la calle que llevaba a la gasolinera. Iván, el Guardia Civil, se quedó en la verja. Daría paso al grupo dos para salir.

-Todo despejado.-Le dije a Gonzalo.

-Ya pueden salir.-Le dijo a su vez a Iván.

Merche salió la primera con Elena a su lado. Corrió hacia la calle que vigilaban Igor y María. Tras ella, Bea y Ana se situaron a unos metros de la posición que había tomado. Sergio y Alberto, los últimos en salir, corrieron y cambiaron la posición con Igor y Maria que avanzaron un poco para apoyarnos. Ya estábamos colocados en el orden de avance.

-Vale.-Dije.-Vamos allá.-Le hice un gesto a Merche para que comenzaran a avanzar.

Merche y Elena corrieron unos cinco metros hasta llegar a un muro derruido. Cuando llegaron a él, sus hermanas hicieron el mismo proceso. Cuando encontraron cobertura, los dos amigos de la madre continuaron la cadena.

Gonzalo y yo avanzamos hasta la posición de Igor y Maria. Cuando llegamos a ellos, estos, avanzaron por la calle hasta una posición a cubierto por delante del grupo dos. El Guardia Civil corrió y se situó entre ambas parejas.

De momento la cosa iba muy bien. Habíamos conseguido avanzar unos cien metros. La sensación de ver la Iglesia desde esa distancia producía un ligero alivio.

Por fin llevamos a la curva que tomaba la calle que acababa en la gasolinera. Nos quedaba algo menos de un kilometro para llegar a nuestro objetivo. Continuamos con el plan de avance. El grupo dos avanzaba primero, buscando coberturas, mientras el grupo uno les cubría.

-Vamos bien.-Me comentó Gonzalo mientras miraba hacia las chicas que avanzaban poco a poco pero sin pausa.

-Hasta ahora.-Le respondí.

En la curva que acabamos de dejar, unos sesenta metros atrás, aparecieron las siluetas que tratábamos de esquivar. Dos de las criaturas nos habían seguido y nos ganaban terreno.

-Mierda.-Dijo Gonzalo.

-Tranquilo.-Le dije.-Nos quedamos aquí y les pillamos por la espalda.-Le comencé a hacer señas al Guardia Civil pero este pasaba de mí.-Hijo de puta.

El muy capullo había visto a las criaturas y comenzó a correr sin esperar a nadie. "Tonto el último" Debió de pensar. Afortunadamente, todos los demás se ceñían al plan y se habían ocultado lo mejor que habían podido. Lo malo para él es que ambas criaturas le habían tomado por la presa a conseguir.

-Prepárate.-Le pedí a Gonzalo.-Cuando nos pasen les acribillamos a saco las piernas.

-Vale.

Nos preparamos. Vi como Igor y Maria se ocultaban y se preparaban para disparar. En pocos segundos las dos criaturas llegaron a nuestra altura.

-¡¡Ahora!!-Grité.

Gonzalo y yo salimos de nuestro escondrijo y comenzamos a disparar sobre el mismo objetivo, la bestia de la derecha. Mal hecho por nuestra parte. Gonzalo descargó los dos cartuchos sobre el costado izquierdo de la criatura. Mientras recargaba, yo, por mi parte, disparaba, rítmicamente, sobre las piernas tratando de hacerla caer. La bestia se revolvía con cada impacto. Una nueva descarga de la escopeta, por parte de Gonzalo, sobre el mismo costado hizo que la criatura por fin cayera. Recargué el fusil de asalto. Mientras se mantenía en el suelo, retorciéndose, no sé si de dolor o de rabia, me acerqué a ella. Por un momento me quedé mirando esa impresionante mutación. La carne del cuerpo tenía un color amarillento, realmente enfermizo. Arrugada y reseca en muchísimas partes, donde multitud de costras se formaban dando la sensación de estar contaminada de Lepra. La sangre manaba abundantemente de las heridas que le habíamos infringido. El espesor, el color rojo oscuro, casi negro, mostraba un sistema sanguíneo falto de agua, totalmente deshidratado. Los enormes globos oculares, totalmente al descubierto, me miraban enrojecidos. Cientos de venillas reventadas transformaban el color blanco en un rojizo pastoso que resaltaba unas pupilas totalmente dilatadas las cuales ocultaban el color que anteriormente hubiera tenido el iris, dejando un enorme círculo negro en el centro de los ojos cubierto por una finísima película blanquecina. Era espeluznante a la vez que hipnótico el hecho de observarla. La repulsión se trasformaba en una morbosa curiosidad. Su cuerpo, deformado, mostraba la piel totalmente pegada a unos huesos que habían tratado de salir hacia afuera. Tenía muchas heridas producidas por sus costillas, las cuales habían conseguido asomar una pequeña parte, rajando la piel y los músculos, dejando a la vista un conjunto de puntos blanquecinos casi alineados a lo largo del tronco. Un enorme corazón palpitaba en el interior. Podía verlo perfectamente a través de algunos agujeros. Estos se hinchaban al compás de sus latidos, dejando ver, en algunos casos, pompas de carne, formadas por el musculo de la vida cuando trataba de salir por alguno de los huecos.

Cuando la criatura me agarró del tobillo, salí de mi trance de golpe. La imagen del Guardia Civil que cayó en manos de una en ellas, zarandeado hasta que finalmente fue partido por la mitad como un pedazo de pan, invadió mi mente. Reacciones por instinto y descargué una larga ráfaga con el fusil de asalto sobre los agujeros por los que el corazón asomaba de vez en cuando. Al recibir los impactos, la bestia me aferró, con mucha más fuerza, el tobillo. Me dio la sensación de que en cualquier momento me lo arrancaría. No pude contenerme y comencé a gritar por el dolor. Un tremendo espasmo de muerte de la criatura hizo que mi cuerpo golpeara el suelo con fuerza. "Joder, me voy a quedar sin pie" Pensé en ese momento cuando el dolor pasó a ser una calambre continuo. En ese momento una descarga de la escopeta separó la garra del brazo de la bestia, haciendo que me soltara. Tenía un enorme cardenal en el tobillo, mis vasos sanguíneos superficiales habían reventado por la presión. El hueso no estaba roto pero un enorme bulto comenzaba a crecer alrededor de mi tobillo. La inflamación era terriblemente dolorosa. Cuando me incorporé vi a Gonzalo acercándose a mí.

-Tío, lo siento.-Me dijo mientras se reclinaba para ayudarme a levantarme.

-Joder, ¿por qué? si me has salvado.-Respondí agradecido.

-Si bueno...-Dijo.

Entonces comprendí sus palabras. Al disparar la escopeta para destrozar la muñeca de la bestia para que me soltara. Muchos perdigones de cada cartucho acabaron dentro de mi pierna. Tenía una decena de agujeros por los que salían pequeños hilillos de sangre. No había reparado en ellos. El dolor del tobillo era mucho más intenso.

-Mierda.-Es lo único que pude decir. Tampoco podía quejarme. Estaba vivo, todavía.-¿Dónde está el otro bicho?-Pregunté.

-Pues han tenido mejor suerte que nosotros.-Me respondió Gonzalo señalando hacia los demás integrantes del grupo.

Estaban todos en pie. Al parecer, Igor y María habían llamado la atención de la bestia. Cuando pasó a su lado. Maria le asestó un golpe con el bate en una de sus rotulas, destrozándola. Cuando cayó, hincando la rodilla en el suelo, Igor disparó la escopeta contra ella. Esta retrocedió un par de metros. Pero lo más alucinante fue que, mientras Igor recargaba la escopeta, un coche embistió con fuerza a la bestia antes de que se recuperara, estampándola contra un muro y destrozándole las piernas y parte del tronco. Sus entrañas se esparcieron por la acera y cayó muerta sobre el capó del coche. Atontadas y medio idas por el impacto, la madre de Merche y Laura salieron del coche. Bastante magulladas pero sanas y salvas. Durante el ataque a la iglesia habían conseguido escapar por la ventana del baño. Escondiéndose entre los matorrales que rodeaban la iglesia. Salieron del recinto y se metieron en el primer coche abandonado que encontraron. La fortuna quiso que este coche tuviera las llaves puestas y algo de gasolina. Arrancaron y, trastabillando sobre miles de escombros, se alejaron del lugar. Cuando pararon, nos vieron pasar por la calle perpendicular a la que estaban, a unos cien metros de ellas. Pensaron en bajarse e ir corriendo, pero en ese momento vieron como las bestias se lanzaban sobre nosotros. Callejeando llegaron hasta el grupo y, viendo el panorama, la madre decidió estrellar el coche para matar a la criatura que tenía a unos metros enfrente de ellas.

Merche se acercó a mí corriendo. Tomamos un momento de descanso. Me puso sobre el tobillo una pomada antiinflamatoria y me lo vendó fuertemente. El dolor era intenso. Mientras, la veterinaria, me iba sacando los balines de la pierna poco a poco. Según sacaba uno, Merche me ponía yodo. Cuando acabaron me vendaron toda la pierna.

-Tomate esto.-Me dijo Merche mientras me tendía un Ibuprofeno y dos pastillas de antibióticos.

-Ya tocaba.-Le dije con una sonrisa.-Llegaba tiempo sin sufrir heridas.

-Mira que eres bobo.-Me dijo, devolviéndome la sonrisa mientras recogía el botiquín.

Tras atenderme, se dirigió, con Maria, hacia su madre y su hermana pequeña para curarles las magulladuras y pequeños cortes.

-Si no recuerdo mal-oí a Igor a mí lado-aún hay dos criaturas por ahí.

-Sí.-Respondió Gonzalo.- Deberíamos continuar, no nos queda mucho para llegar a la gasolinera.

Tenían toda la razón. De momento habíamos tenido bastante suerte. El ataque de la iglesia se había llevado varias vidas y este casi me cuesta la mía, además de la de la madre de Merche y su hermana. Esa decisión, aunque acertada, fue muy peligrosa. Podrían haber muerto dentro del coche.

Un nuevo rugido lejano nos puso a todos en guardia.

-Vámonos de aquí ya.-Grité mientras me incorporaba.

El tobillo me molestaba bastante y no podía correr. De hecho, andaba ralentizando a los demás. Una risa malévola y despectiva se oyó desde una esquina.

-Puf, deberíamos dejarle aquí.-El Guardia Civil habló, saliendo de su escondrijo.-Es y será un problema. Sera mejor que me hagáis casi y lleve yo el mando. El no tiene ni idea y está muerto.

Un desconcierto reinó en el grupo. Miré al Guardia Civil con ira. Desde que salimos de la iglesia supe que no le gustaba nada recibir órdenes. El se veía como el único con capaz de mandar y dirigir el grupo. Los amigos de la madre de Merche me miraron. En sus caras pude ver que estaban de acuerdo con el agente de la Benemérita. La veterinaria dudaba, pero su balanza interior se iba decantando por la misma opinión.

-¿Estáis gilipollas? -Merche explotó.- Si no es por nosotros aun estaríais en la iglesia esperando a que esas cosas os mataran. Él os está dando una oportunidad.-Se dirigió hacia el Guardia Civil con ira en sus ojos.- Además, ¡¡tú nos has abandonado en cuanto has visto el peligro!!

-Que le den por culo.-Gritó el Guardia.-No pienso cargar con un herido. Iremos a La Pedriza y buscaremos ese refugio. Pero sin él.-Y me disparó.

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