martes, 25 de octubre de 2011

ENTRADA 37

Llegar a casa de la familia de Merche nos está costando mucho más de lo que podríamos habernos imaginado. Nos hicimos a la idea, antes de salir, de que era muy posible que no fuéramos a tardar los treinta minutos de un día normal, pero jamás se nos pasó por la cabeza que llevaríamos varios días de viaje y aun nos encontráramos a unos kilómetros de nuestro destino.

Ahora mismo estamos en un chalet, en una urbanización de Alpedrete, encerrados en el garaje y de momento no parece que podamos avanzar demasiado.

El jueves por la mañana estábamos todos preparados para salir. Manuel y María habían metido a sus hijas en su coche, les entregamos unas diez latas de comida, llenamos unas bolsas de carburante, no sin antes comprobar que el depósito estaba completo, y preparamos unas armas para ellos; un par de cuchillos, un bate de baseball de aluminio que encontramos en la gasolinera, seguramente de los trabajadores para protegerse de atracadores, y varias botellas con la mezcla de coctel Molotov.

Hacia las diez de la mañana estábamos tomando la carretera que llevaba a la A6. Como bien nos dijo Manuel, había bastantes coches accidentados, algún camión cruzado en la carretera que nos obligó a meternos por el campo colindante para esquivarlo y, lo peor de todo, cadáveres en descomposición. Aquí y allí, centenares de cuerpos sin vida poblaban la carretera, los coches, el campo, todos destrozamos, golpeados, atropellados e incluso tiroteados. Un espectáculo dantesco.

Tardamos un par de horas en dejar atrás aquel maldito lugar; un pinchazo en el coche de Manuel o unas rocas que cortaban la entrada al campo, en una zona de la carretera donde cinco coches habían formado un enorme amasijo de hierros levantando un muro infranqueable, hicieron que el trayecto se hiciera larguísimo. Poco a poco conseguimos avanzar, metro tras metro, hasta que llegamos a la autopista, justo en el momento en que una tremenda tormenta comenzó a caer sobre nosotros.

-Joder, casi no se ve. –Dije mientras trataba de ver a través de un cristal donde rompían millones de gotas de agua formando una cortina casi opaca.

-Quizás sería mejor parar un rato. –Propuso Merche tratando de ayudarme a orientarme.

En ese momento llegó el primer problema grave del día. Afortunadamente íbamos muy lentos y pudimos ver la montaña de coches que cortaban la autopista cuando las luces del coche comenzaron a escalar por ella. Cientos de automóviles, camiones y furgonetas habían sido colocados unos encima de otros hasta formar un tremendo muro de más de siete metros.

-Pues qué bien.-Dije mientras paraba y me preparaba para bajar del coche.

-Ten cuidado.-Me pidió Merche mientras cargaba la pistola.

Bajo la tremenda lluvia me acerqué al enorme obstáculo que nos impedía continuar. Puede ver, a través de las ventanillas destrozadas de la primera línea, varias grúas del ejército, abandonadas con prisa tras realizar su trabajo. Totalmente imposible continuar por allí, ni se me pasaba por la cabeza la posibilidad de empujar alguna columna de coches con las grúas.

-¿Qué tal pinta tiene?-La voz de Manuel sonó a mis espaldas.

-Muy mala.-Respondí.-Detrás hay grúas del ejército, pero está montado de tal manera
que si movemos algo seguro que se viene todo abajo. Creo que deberíamos ir por otro camino.

La idea de cambiar de camino no me gustaba en absoluto, suponía dar la vuelta y coger carreteras secundarias, más estrechas, obligados a pasar por multitud de urbanizaciones, además de tener que recorrer muchos más kilómetros.

-Bueno, ve dando la vuelta.-Le dije a Manuel mientras echaba un último vistazo al maldito muro.-Ah, por cierto, se me olvido darte esto.-Le tendí uno de los Walkies que teníamos.- Así estaremos en contacto.

-Vaya, gracias.-Respondió mientras lo cogía.

-Vamos.

En ese momento un golpe sonó al otro lado. Le hice una señal a Merche para que apagara las luces mientras Manuel salió corriendo hacia su coche para hacer lo mismo. Un nuevo golpe vino justo del otro lado, frente a mí.

-Mierda, aquí no hay nada de comer.-Una voz resonó entre los coches.- ¿Habéis encontrado algo?-Gritó hacia su espalda.

-No nada.-Respondió una segunda voz.

-Por aquí tampoco.-Una tercera voz resonó a nuestra derecha.

No sabía qué hacer, me quedé inmóvil observando, a través de los coches, los haces de luz que bailaban al otro lado delante de varias siluetas. Se acercaban a todos los vehículos, desaparecían por un momento y volvían a aparecer para saltar al siguiente. No estaban teniendo suerte en su búsqueda.

-¡¡Aquí hay una ración militar!!-Gritó una de las voces.

-Bien.-Respondieron al unísono las otras dos-¿Esta completa?-Preguntó una de ellas después.

-Sí, tiene dos latas y un poco de mermelada.-Les informó el primero.

-Guárdalo, tenemos que seguir buscando comida para todos.

¿Todos? Joder, no me gustaba nada la idea de que hubiera más gente. Traté de fijarme en los ojos de los individuos, recordaba al infectado que estaba pegado a la puerta del portal, cuando empezó todo, sus ojos brillaban con un destello siniestro. No conseguía centrar la vista por culpa de la lluvia, las linternas y el movimiento continuo. Me incliné un poco más. “Clonk” un estruendo resonó en la carretera, sin darme cuenta me había apoyado demasiado sobre el capó del coche que tenia frente a mí. “Mierda” pensé mientras me reclinaba de nuevo.

-¿Qué ha sido eso?- Una de las voces gritó nerviosa.

-No lo sé, tened cuidado.-Ordenó la primera que escuché.-Estad alerta, si son infectados tenemos que salir corriendo lo más rápido posible.

Oí como uno de ellos se acercaba hacia la parte del muro que daba al coche donde yo me escondía. Pude notar cómo se agachaba y entraba poco a poco en el coche continuo al mío en el muro.

-Ten cuidado Jorge.- Una voz de mujer sonó al fondo.

Ya van cuatro si no estaba equivocado. El llamado Jorge se estaba acercando cada vez más. La lluvia comenzó a amainar.

-Creo que veo algo.-Dijo Jorge.-Hay dos coches tras el muro que no estaban ayer.

Pude ver que Merche se había agachado y no se la veía pero lo malo fue que los otros tres individuos se acercaban hacia el muro. Noté el aliento de Jorge en la cabeza, estaba a punto de salir del coche. No sé como llegué a esa decisión, quizás fuera el momento de miedo, quizás fuera la idea de sobrevivir a toda costa, pero cuando sacó medio cuerpo del coche solté un derechazo con toda la fuerza que pude sobre su pecho. Un quejido salió de su boca mientras se quedaba sin aire.

-¡¡Merche!!-Grité al incorporarme.-Arranca, nos vamos de aquí.-Le solté otro derechazo en la cara.

Merche arrancó el coche y comenzó a dar la vuelta, Manuel hizo lo propio y comenzó a dar marcha atrás en el suyo. Las voces y pasos comenzaron a crecer con rapidez acercándose hacia el muro.

-¡¡Jorge!!-Chillaron al unísono.

Miré durante unos segundos a Jorge. Trataba de decirle que ni se les ocurriera seguirnos. Sangraba por la boca y lloraba, o eso parecía, la lluvia hacia cesado pero estábamos todos calados. Me miró, suplicaba por su vida. Me giré y salí corriendo hacia el coche, me monté justo en el momento en que los compañeros de Jorge asomaron por los huecos del muro.

-Cabron.-Gritó uno de ellos mientras nos lanzaba una lata de Coca Cola que había en el coche por el que se había colado.

Comenzamos a avanzar por la autopista en dirección contraria a los siluetas. Afortunadamente con cada metro que avanzábamos más pequeñas se iban haciendo, no nos estaban siguiendo.

-Manuel, aminora.-Dije por le Walkie.-Parece que les hemos dejado atrás.

Reducimos la marcha, el cielo comenzó a despejar, la tarde caía sobre nosotros. La carretera estaba algo mas despejada en esa dirección, seguíamos pasando coches accidentados o abandonados pero no en la cantidad que habíamos llegado a ver hasta ese momento. Por fin llegamos al desvío de Guadarrama. Estábamos muy lejos de nuestro objetivo pero a salvo, de momento.

-¿Qué hacemos?-Preguntó Manuel por el Walkie.

-Vamos a parar aquí, comemos y ahora pensamos qué hacemos.-Respondí.

Los siete bajamos de los coches, estábamos debajo del puente que forma la A6 sobre la carretera de El Escorial. El coche más cercano estaba a más de quinientos metros, la zona estaba bastante tranquila. Cogimos cuatro latas de comida y nos las repartimos entre todos. Tras la comida, las niñas se durmieron con las perritas en un coche, los adultos nos quedamos fuera hablando.

-No eran infectados.-Dije.-Cuando me oyeron uno de ellos aviso a los otros de que tuvieran cuidado.

-Aun así.-Continuó Merche.-No podemos fiarnos.

Era cierto, en las pocas noticias que pudimos ver antes de irnos de casa, se avisaba de que muchos grupos de gente sana se habían vuelto iguales o más peligrosos que los propios infectados, no podíamos arriesgarnos a enfrentarnos a más problemas de los necesarios.

Cuando decidimos ponernos en marcha, la noche comenzaba a caer sobre nosotros. Es increíble lo rápido que pasan los días, no te das cuenta de la falta de luz hasta que no dispones de la artificial y si además sumamos que los días son mucho más cortos por el otoño, no estamos haciendo bien las cosas.

Decidimos acampar en el polideportivo de Guadarrama, estaba como mucho a dos kilómetros, desde nuestra posición podríamos ver los grandes focos del campo de futbol. Arrancamos los coches y avanzamos por la carretera.

Cuando llegamos a la enorme puerta corredera de metal, estuvimos un rato parados mirando alrededor. La noche estaba realmente tranquila, la carretera parecía un cementerio de coches; camiones, furgonetas y multitud de vehículos se agolpaban aquí y allá, abandonados o accidentados, algún que otro cuerpo sin vida asomaba por las ventanillas o yacía en el asfalto, afortunadamente la lluvia se había llevado consigo el fuerte olor que desprenden los cuerpos en descomposición y el agradable olor del campo mojado nos rodeaba.

-Bueno, vamos a ver si la puerta se abre.-Le comenté a Merche mientras me disponía a salir del coche.

-De acuerdo, ten cuidado.-Respondió mientras se preparaba para cubrirme con la pistola.

Le hice un gesto a Manuel para que estuvieran atentos por si tuviéramos que volver a huir. Se limitó a asentir con la cabeza mientras se aferraba al volante del coche.

Me acerqué a la puerta, me paré frente a ella y comencé a echar un vistazo alrededor, buscando un botón, una manilla o algo que me pudiera permitir abrirla pero lo único que encontré fue un simple tirador y una cerradura. "Bueno, esperemos que haya suerte" pensé mientras agarraba el tirador y me disponía a tirar con fuerza. Con un tremendo chirrido la puerta comenzó a moverse; poco a poco la fui abriendo pero el sonido era cada vez más fuerte, el raíl por el que se deslizaba estaba completamente oxidado. Eché un vistazo hacia los coches y vi las caras de preocupación de todos los ocupantes. Era consciente de que el ruido se oiría a varios metros de allí pero era nuestra única opción, el frio comenzaba a ser muy desagradable y el cansancio se notaba en todos nosotros, sobre todo en Manuel. Finalmente la puerta quedó lo suficientemente abierta para que pasaran los dos coches. Le hice un gesto a Merche para que avanzara con cuidado y se metiera dentro. En unos minutos estábamos todos dentro del polideportivo, con la puerta cerrada de nuevo, tras un nuevo coro de chirridos, y resguardados.

El interior estaba totalmente oscuro, Merche encendió las luces largas del coche iluminando toda la cancha de baloncesto. Enfrente de nosotros se extendían varias hileras de camastros militares, unos cien de ellos aproximadamente, algunas filas estaban descolocadas, otras mantenían el perfecto orden lineal con que se habían colocado. ¿Sería este un punto seguro? Pude ver que encima o al lado de muchos de los camastros había mochilas, maletas, ropa y multitud de objetos personales.

-No me infunde mucha seguridad todo esto.-Escuché la voz de Merche a mi lado.-Si aquí ha estado tanta gente, ¿por qué ya no están? ¿Qué ha pasado aquí?

-No sé, quizás decidieron evacuarlos a otro sitio.-respondí pensativo.-De todos modos, no montemos nada hasta que comprobemos que estamos en un lugar seguro.

-De acuerdo.-Afirmó Merche mientras cogía del coche la pistola y el G36.

-Voy a ir con Manuel a comprobar los vestuarios, por si pudiéramos darnos una ducha, y los despachos, para dejarlos todos cerrados y aislarnos aquí.-Informé a Merche.

-Preferiría ir contigo.-Me dijo.

-Lo sé, y yo, pero no quiero dejarles aquí con todas las provisiones y el material.-Le dije al oído.-Prefiero no arriesgarnos a que nos roben todo y se larguen.

-Vale.-Merche se resignó, me dio un beso y se fue al coche con las perritas.

Avisé a Manuel para que viniera conmigo, le puse al corriente de mis planes. No se mostró muy contento de tener que venir conmigo y trató de protestar pero no se lo permití.

-No te preocupes, ellas saben defenderse.-Le dije mientras comencé a avanzar hacia la pequeña puerta que daba a los pasillos, oí como maldecía a mi espalda.

Encontramos muchos enseres personales tirados por el camino, algún que otro rastro de sangre, varios casquillos y ventanas rotas pero, salvo eso, no había señales de vida, estábamos totalmente rodeados de un silencio casi sepulcral. Fuimos comprobando todas las puertas que encontrábamos, la mayoría estaban cerradas con llave, a través de los ojos de buey no se veía nada en el interior, o atrancadas desde dentro, a estas últimas les atábamos un trozo de cuerda, cogido de las redes de las porterías y protecciones, en las manillas y las asegurábamos atándolas a las verjas de las ventanas para que no se pudieran abrir. Por fin llegamos a los vestuarios. El femenino estaba cerrado con llave, pero por si acaso, hicimos lo mismo que con las puertas atrancadas ya que era un sito mucho más grande y no podíamos mirar dentro. El vestuario masculino estaba abierto, bueno, estaba la puerta destrozada en una esquina. Entramos en él, toallas y ropa se encontraban tiradas por todos lados, en el suelo, desde un par de taquillas, había varios rastros de sangre que llevaban o provenían de las duchas, no lo teníamos muy claro, habría que comprobarlo.

-Acércate mientras yo te cubro.-Le dije a Manuel mientras preparaba el G36.

Su cara fue un poema, entre el miedo y la rabia por no tener él el arma y ser el que abriera las puertas de las duchas, volvió a maldecir por lo bajo.

-No te preocupes, no voy a dejar que te pase algo.-Traté de tranquilizarle.

Nos colocamos enfrente de la primera ducha, el rastro se perdía bajo la puerta. Le hice un gesto a Manuel con los dedos "a la de tres... uno, dos, tres" y abrió de golpe apartándose rápidamente. Vacía, las paredes estaban repletas de sangre y un pequeño charco en el sumidero hacia entender que la mayoría se había colado por él. "Vamos a la siguiente" le gesticulé a Manuel, hicimos el mismo procedimiento y nos encontramos el mismo resultado, la ducha vacía y las paredes llenas de sangre. Definitivamente la dirección del rastro era hacia afuera. Comprobamos las duchas limpias, el agua corría con un débil caudal pero por lo menos era suficiente para darse una ducha, ¡¡y salía caliente!!

-Bueno, hemos terminado, vamos a avisar a las chicas y que vengan a ducharse o lavarse si quieren, nosotros nos quedamos en el polideportivo preparando el campamento.-Le dije a Manuel. Un pequeño gruñido salió de su boca.- ¿Estás bien?-Le pregunté.

-Sí, déjame, vámonos.-Respondió algo violento.

No me gustaba nada como se estaba comportando desde que entramos en el polideportivo.
Llegamos donde estaban los coches e informamos a las chicas de que todo estaba correcto, los vestuarios masculinos estaban disponibles por si querían darse una ducha o lavarse un poco. Me fije en Maria y la vi con la mirada perdida y muy pálida, cuando fui a preguntarle si estaba bien, Manuel me empujó, me miro con cara de pocos amigos, cogió a Maria y se fue a los vestuarios con ella y sus hijas.

-¿A qué viene eso?- Preguntó Merche sorprendida.

-Ni idea.-Respondí mientras miraba como desparecían por la puerta.-Pero Manuel está muy raro.

Nos fuimos al coche a por las perritas, las soltamos por el polideportivo para que corretearan un poco e hicieran sus necesidades, no pensábamos salir fuera para ello. Preparamos unas latas para cenar, los sacos bajo una lona desde el techo del coche a unos bastones y cogimos algo de ropa para cambiarnos.

-Están tardando mucho, ¿no?-Comentó Merche mientras miraba hacia la puerta.

-La verdad es que sí.-Respondí mientras miraba el reloj del coche, llevaban más de una hora y media en los vestuarios.

Entonces apareció Elena por la puerta, se tambaleaba y lloraba, no paraba de gritar "Papá, papá". Nos acercamos corriendo a ella, cuando la cogí en brazos vi que estaba cubierta de sangre.

-Joder.-Dijimos los dos a la vez.

Desde donde estábamos se comenzaron a oír el eco de los golpes que provenían del vestuario. Eran golpes secos, parecían dados contra algo blando, un débil quejido acompañaba a cada uno de ellos y de vez en cuando, una risa nerviosa los tapaba.

-¿¿Manuel??-Pregunté hacia el pasillo.-¿¿Está todo bien??

Los golpes cesaron, la risa calló, solo los quejidos continuaban llegando.

-Esto no me gusta nada.-Merche estaba nerviosa y tenía la pistola en la mano.

Dejé a Elena en el suelo, le acaricié el pelo y traté de preguntarle qué había pasado, pero no respondía, solo balbuceaba y llamaba a su padre. Los golpes volvieron a resonar en el pasillo, esta vez de algo metálico chocando contra las paredes, se iba acercando torpemente. Desde donde estábamos había unos cien metros de pasillo hacia los vestuarios que giraban a la izquierda por otro pequeño pasillo de unos quince metros. Los golpes se pararon cuando llegaron a la esquina. Como si de una película de terror se tratase, unos rayos comenzaron a iluminar el pasillo, una tremenda tormenta se estaba preparando fuera, con el tercer destello pudimos ver una silueta al fondo del pasillo, andaba lentamente hacia nosotros, una risa nerviosa comenzó de nuevo a resonar.

-Mierda, ¡¡Manuel!! ¿Qué coño esta pasado?-Grité con más fuerza.-¡¡Manuel!!

No obtuvimos respuesta más que una risa mucho más fuerte, ya convertida en carcajadas, un nuevo destello iluminó el pasillo, de nuevo la silueta apareció, estaba más cerca de nosotros, cuando la luz desapareció una imagen conocida y temida apareció ante nosotros a unos treinta metros. Unos ojos rojizos iluminaban la oscuridad del pasillo, llenos de furia, clavados en nosotros.

-Oh, no.-Un suspiro salió de la boca de Merche.- Esta infectada.

-¿Infectada?-Miré a Merche sorprendido.

-Es Maria.-Dijo entristecida.

-No me jodas.-La sorpresa se hizo más grande.

Un nuevo destello iluminó el pasillo y por fin le vi la cara, efectivamente, era Maria, tenía la cara desencajada por una sonrisa siniestra, su ropa estaba cubierta completamente de sangre, en la mano izquierda llevaba el bate de baseball que habíamos cogido de la gasolinera.

-Llévate a Elena.-Le ordené a Merche.-No quiero que vea esto.

En ese momento Maria comenzó a correr agotando los últimos metros que nos separaban de ella. Empuje a Merche hacia el polideportivo y cerré la puerta. "Joder, si no tengo armas" me miré las manos mientras me llamaba a mi mismo gilipollas. Maria cargó contra mí tratando de golpearme con el bate, lo esquive por poco y la agarré del cuello. Comenzó a revolverse enloquecida dejando caer el bate al suelo. Conseguí lanzarla contra la pared golpeándola en la cabeza pero, como si nada, ella se volvió a levantar tratando de atacarme de nuevo. Volví a esquivarla y salí corriendo por el pasillo hacia los vestuarios. "Joder, no he cogido el bate" me estaba luciendo. Maria sí que se acordó del bate, pero no me siguió, comenzó a golpear la puerta del polideportivo como una loca, con tanta fuerza que se estaba destrozando las manos. Cuando llegué al vestuario vi la horrible escena que había tenido lugar. Las paredes estaban llenas de sangre y pequeños pedazos de carne, una mano cortada que reposaba encima de un banco de madera era testigo de la carnicería que la rodeaba. Un rastro de sangre muy reciente se dirigía al fondo del vestuario, a la zona de los lavabos. Al entrar vi a Manuel apoyado en la pared, ensangrentado. Un abundante reguero de sangre le caía desde la boca hasta el estomago, a su lado estaba Cristina, o lo que quedaba de ella, estaba cubierta por el brazo derecho de su padre que le agarraba su tronco y cabeza, únicas partes que permanecían unidas. Me acerqué a ellos, Manuel todavía respiraba, muy levemente pero seguía vivo. Levantó un poco la cabeza, no sin antes vomitar una buena cantidad de sangre, tenía un ojo colgando y multitud de golpes.

-¿Borja?-Susurró.- ¿Eres tú?

-Sí.-Respondí.

-Lo siento, no quería que os enterarais, pensábamos que no le iba a pasar nada.-Cada
vez le costaba más hablar.-En la gasolinera, el cabron del infectado le hizo beber sangre.-Tosió y más sangre salió de su boca.-No se encontraba mal pero esta noche tenía mucha fiebre y estaba muy mareada... intente detenerla cuando cogió a Cristina pero no pude.-Comenzó a llorar, su voz se apagaba cada vez más.-Lo siento, cuida de Elena... por favor.

Y dejó de hablar. Por eso estaba tan tenso hace unas horas, estaba demasiado preocupado por su mujer y sus hijas como para tener que comprobar el polideportivo, se preocupaba porque no nos atacara a ninguno de nosotros.

En ese momento un grito sonó a mis espaldas, en el momento en el que me giré vi un bate acercarse rápidamente a mí, por poco no lo esquivo y casi me revienta la cara, el golpe fue a parar a la cabeza de Manuel haciéndola saltar en varios pedazos. Por un momento Maria dudó y tratando de sacar el bate del cráneo de Manuel tuvo un pequeño traspiés y cayó de bruces contra él. Empezó a gritar desesperada y a resbalarse con la sangre, parecía una marioneta descontrolada, la agarré de la camiseta y del pantalón y la balanceé con fuerza contra una de las pilas de lavabos de mi derecha, un fuerte golpe sonó y de su frente comenzó a manar la sangre abundantemente, antes de que se reincorporara, la agarré por el cuello y volví a golpear su cabeza contra el lavabo, con furia, una nueva brecha dejó salir más cantidad de sangre. Se desmayó. Merche apareció en el vestuario con la pistola.

-Estas bien.-Me preguntó.-Joder, que hija de puta, la que ha montado aquí, ¿cómo ha podido hacerle eso a su hija?

-Dame la pistola.-Le pedí fríamente a Merche mientras extendía la mano.

Puso la pistola en mi mano y, sin pensarlo dos veces, le pegué dos tiros en la cabeza a Maria. Cogí varias toallas del vestuario y tapé con ellas a Manuel y a Cristina.

-Vámonos.-Le dije a Merche mientras la cogía de la mano.-Mierda.-No pude evitar llorar.

Cuando llegamos a los coches, Elena estaba dormida en el asiento trasero, no sé cómo Merche había conseguido calmarla, flanqueada por Boni y Yuko. Merche la había tapado con una manta de Hello Kitty y las perritas le daban el calor que necesitaba.

-¿Y ahora qué hacemos?-Pregunté a Merche.

-No sé, vamos a dormir y mañana lo veremos.-Respondió.

Nos metimos en los sacos, dejando la puerta del coche, que daba al asiento donde estaba Elena, abierta. No sé si dormimos o no, pero el día llegó rápidamente.

(*De momento tenemos internet, recordar lo sucedido con Manuel y su familia me ha dejado sin ganas de continuar por hoy, en cuanto me recupere continuo contando cómo hemos llegado hasta este chalet.)

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