miércoles, 19 de octubre de 2011

ENTRADA 36

Llevo tres días sin publicar nada en el blog. En la última entrada comenté que trataría de escribir algo a modo de información antes de irnos de casa pero lo que ha pasado no me lo permitió. Ahora mismo estoy conectado a internet desde un restaurante, cerca de casa.

El lunes por la mañana estuvimos preparando las cosas para marcharnos, recogiendo todo lo que pudiera servirnos para el camino y, sobre todo, para sobrevivir. Metimos en el coche todas las latas de comida que nos quedaban, el agua, las bolsas de pasta, algo de pan, en definitiva todo lo que cogimos del Mercadona y aun no habíamos consumido. Chequeamos las armas que teníamos, el G36, del que solo nos quedaba un cargador, la pistola, que afortunadamente casi no habíamos usado y aun nos quedaban algo más de cincuenta balas, la escopeta de caza mayor, que nos llevamos de casa del caníbal, con los cinco cartuchos especiales y las cajas de cartuchos normales que teníamos sin usar porque la escopeta se la comió un perro mutante.

A medio día estábamos colocando todo en el coche, tratando de organizarlo lo mejor posible para que entrara la mayor cantidad de cosas que el sitio del maletero nos permitiera, y dejando a mano el material que entendíamos como "de emergencia", botiquines, munición, parte de la comida, botellas de agua, por si tuviéramos que abandonar el coche rápidamente o, esperemos que no pase, tengamos que ir andando.

-Ya casi esta todo. - Me dijo Merche cuando subí del garaje. - Solo queda eso. -Señalándome siete bolsas y bolsos que había en el suelo.

-Bien, vamos a preparar a las perras y nos vamos. -Respondí mientras echaba un último vistazo a la casa. - Nos estamos retrasando. - dije mirando el reloj que marcaba las tres y cuarto de la tarde.

No me gustaba la idea de abandonarla, hemos pasado nuestra vida en común en ella y da pena pensar en que es posible que no podamos volver, este paso significa que las cosas han cambiado y hay muchas probabilidades de que no vuelvan a ser como antes.

-Voy a bajar esto. - Merche estaba en la puerta preparada para bajar una pequeña maleta de mano. -Ahora subo.

-Ok. - Respondí.

Me quedé delante de las estanterías del salón, mirando las fotos que teníamos colocadas. Alguno de nuestros viajes en moto, Disney, Paris, algún cumpleaños, la perritas. Un sin fin de recuerdos plasmados en papel, caí en que todas las fotos las teníamos grabadas en cds y me fui a buscarlas. Entré en el cuarto donde teníamos el ordenador y cogí la funda para cds donde guardábamos las copias, las guardé en algunas cajas, ya que no son tantos cds como espacio hay en la funda y las fui metiendo en la mochila. Cuando me quedaba uno por guardar un tremendo estruendo sacudió la casa completamente. Me quede paralizado a la espera, un segundo estruendo llego más fuerte y las cosas comenzaron a caerse de las estanterías.

-¡¡Borja!! - Gritó Merche desde la puerta. - ¡¡Están explotando los depósitos de gas de la calle de abajo!!

Joder, es cierto, nuestra urbanización aun tiene depósitos enormes de gas, y es posible que con tanto calor y el abandono tengan alguna fuga. En ese momento vi por la ventana como el edificio de enfrente comenzaba a arder rápidamente. La última explosión debió ser del depósito que tienen en frente y la bola de fuego afectó al edificio. Para más inri el viento comenzaba a soplar con fuerza y por las ventanas se veía como las llamas se iban convirtiendo en lenguas de fuego enormes que iban pegándose a los enormes arboles de los jardines. En un momento todo el jardín trasero de nuestra casa estaba en llamas.

-Tenemos que irnos de aquí ya. - Chillé mientras salía corriendo de la habitación. - El fuego nos va a coger en breve.

Notamos como los cristales de los pisos de arriba iban estallando por el calor, en un momento la casa estaba invadida por una creciente humareda que se movía lenta pero firme.

-Coge a las perras y metete en el coche. -Le ordené a Merche mientras cargaba con tres mochilas que teníamos en la entrada. - Arráncalo y sácalo del garaje, salgo por la puerta del portal.

-Vale. - respondió Merche con las perras en brazos.

Miré las otras cuatro mochilas que nos quedaban tratando de hacer memoria de las cosas que habíamos metido en ellas. Una era de ropa, en la segunda habíamos metido algunas mantas y no conseguía recordar el contenido de las otras dos. "Espero haber cogido las correctas" pensé mientras salía rápidamente de casa. Los crujidos dentro eran cada vez mayores y pude ver, mientras cerraba la puerta, que las llamas ya habían tomado la habitación donde estuve hace un momento y la de al lado.

-¡¡Baja al garaje que aun no he terminado!! - Me gritó Merche, me había oído salir de casa y todavía le quedaban un par de cosas por colocar antes de poder arrancar.

Bajé a toda prisa por las escaleras, cuando llegué a la altura de la puerta del jardín trasero me quedé hipnotizado; los arboles, los edificios, todo era un impresionante baile de color rojizo y negro. Azuzado por el viento, el fuego se movía de aquí para allá creando formas extrañas e inva-diendo implacable todo lo que aun no había sido alcanzado por su tremenda fuerza de destrucción.

-¡¡Borja!! - Merche me devolvió a la realidad de un chillido.

Cuando reaccioné me di cuenta de que los cristales estaban comenzando a resquebrajarse y, en el momento que arranqué para continuar mi camino hacia el garaje, saltaron en mil pedazos. Todos y cada uno de ellos hacia dentro de la casa, noté como golpeaban la mochila que llevaba a la espalda, me puse las otras sobre la cabeza pero mis piernas estaban vendidas, varios trozos me alcanzaron provocándome algunos cortes e incluso clavándose en ellas.

-¡¡Joder!! - Dije mientras maldecía con todo tipo de palabras mal sonantes por el dolor que me estaban produciendo mientras trataba de bajar las escaleras. Tenía la sensación de ser un puto objetivo para todas las desgracias.

Merche me vio tambalearme y acudió en mi ayuda. Cogió algunas de las mochilas para liberarme de peso. Yo sentía un dolor punzante en la pierna derecha, con la mano me agarré a ella y comencé a cojear hasta el coche.

-Espera. -Supliqué mientras me apoyaba en el coche. - Mírame la pierna y quítame lo que sea que tenga.

Merche se acercó a mí, con cuidado me apartó la mano y suspiró.

-Mejor que te montes como puedas, te lo quito luego. -Me dijo tratando de mantener la calma.

-Joder, ¿tan malo parece? - gruñí, el dolor me estaba poniendo de mala leche. - duele de cojones.

-Si te lo quito ahora la montamos y no salimos de aquí. - Me increpó.

Comenzó a empujarme cuidadosamente hacia el coche, cambió a las perras de sitio, atándolas en el asiento delantero, y me hizo meterme en la parte trasera tumbado boca abajo con la pierna estirada por debajo del asiento.

-No te muevas. - Ordenó.

Se situó en el asiento del conductor y arrancó el coche. Tuvimos que dejar un par de mochilas que no cabían por mi culpa, si las llevábamos podrían darme en la herida y eso sería muy doloroso. Subió la cuesta rápidamente, por encima de nosotros, nuestra casa era pasto de las llamas, los cristales estaban rompiéndose, las cortinas ardían rápidamente mientras ondeaban por el viento, pequeñas explosiones por los muebles de madera o las bombillas se oían en el interior. La escena era la misma para casi todas las casas de la calle, las llamas surgían feroces de sus interiores, propagándose por los arboles que a su vez extendían el fuego a las demás casas o arboles. Era una cadena continua y ordenada pero implacable y destructiva, es alucinante la rapidez con la que el fuego coge fuerza y se extiende absorbiendo todo a su paso.

La calle estaba despejada, salvo por algún que otro coche que estaba estampado contra algún muro, el espacio para pasar era suficiente. El avance era muy lento pero de momento no teníamos que detenernos. Cuando llegamos a la estación de tren, Merche aparco en el parking, lo mas apartada posible y a cubierto.

-Veamos eso. - Me dijo mientras salía del coche con un botiquín en la mano.

Salí como pude y me eché en el suelo, el dolor se había apaciguado un poco, imagino que por la tensión y la adrenalina, pero notaba algo en la pierna que no debía de estar ahí. Merche cogió unas tijeras y comenzó a cortar el pantalón.

-Tienes un trozo de unos cinco centímetros clavado en el muslo. - Me informó mientras echaba suelo salino por la herida. - No sangra mucho, parece que no es muy profundo, el vaquero parece que te ha salvado, la herida debe ser de unos tres centímetros.

Después de limpiarla, preparó unas pinzas, yodo, un paquete de gasas y una venda. Tiró del cristal lentamente con las pinzas cuando lo sacó, un chorrillo de sangre salió del muslo. Lo paró con unas gasas y cuando dejo de salir vació el botecillo de yodo sobre la herida y comenzó a vendarla.

-De momento la dejamos así, cuando estemos más tranquilos la revisamos y si hace falta te damos unos puntos... aunque no tenga ni idea de cómo se hace. - pensó en alto.

-Tú piensa que estas remendando un roto de una camiseta. - dije sonriendo.

-Pero si nunca lo he hecho. - respondió sorprendida.

-Pero lo abras visto hacer en la tele. - le dije - yo lo he visto, pero no llego a hacerlo. - volví a sonreírla.

-Eres bobo. -Me dijo mientras me daba un golpecito con la mano en el hombro y comenzaba a reír.

Ese momento nos relajó, nos vino muy bien reírnos un rato. Me incorpore y miramos hacia la zona de nuestra casa, un resplandor parpadeante de color rojizo iluminaba el cielo mientras enormes columnas de humo negro trepaban hacia arriba rápidamente. Nos quedamos unos minutos allí, mirando, descansando.

-Bueno, ¿continuamos?-Me comentó Merche.

-Sí, se está haciendo tarde.

El camino en coche a casa de la madre de Merche era, en situaciones normales, fácil. Se tardaban unos treinta minutos en llegar. Teníamos que atravesar un camino de unos tres kilómetros para salir definitivamente de la zona residencial en donde se encontraba nuestra urbanización. Después debíamos coger una carretera de unos seis kilómetros hasta llegar a la A6, a donde debíamos incorporarnos, recorrer tres kilómetros más hasta el desvío, entrar la vía de servicio, conducir por ella unos ocho kilómetros hasta llegar al pueblo, bordearlo durante unos cinco kilómetros y coger la carretera secundaria que llegaba a nuestro destino y tenía una longitud de unos diez kilómetros. Teníamos en mente parar en la gasolinera que hay a la salida del camino de la zona residencial, queríamos rellenar el bidón de gasolina y coger algunos más.

Tardamos alrededor de cuarenta minutos en recorrer tres kilómetros, la carretera del camino es bastante estrecha, de las que tienes que bajar la velocidad cuando te cruzas con otro coche. Encontramos muchísimos coches atravesados, empotrados o, simplemente, abandonados con las puertas abiertas. Hubo una zona donde la acumulación de coches era tal que, ayudándome de un palo, andaba por delante del coche e iba cerrando puertas, moviendo coches, si tenían las llaves puestas, o dirigiendo a Merche por los pequeños huecos que encontrábamos. En varias ocasiones tuvo que rozar nuestro coche con otros o empujar poco a poco alguno para apartarlo lo suficiente y poder pasar. El ambiente estaba realmente tranquilo, no se escuchaba nada extraño, los pájaros cantaban tranquilamente, algún perro cruzó la calle asustado, incluso vimos una pareja de ardillas. El olor del incendio, que dejábamos a nuestras espaldas, era cada vez más fuerte, no llegaba el humo ni las llamas pero se notaba perfectamente que cerca de allí un incendio de dimensiones astronómicas se estaba cebando con todo lo que encontraba a su paso.

Cuando la noche comenzaba a caer sobre nosotros, conseguimos llegar a la gasolinera, moverse en Otoño tiene el hándicap de que tienes pocas horas de luz. Afortunadamente estaba totalmente abandonada, aparcamos el coche en un lateral, donde están las cabinas nuevas de los aspiradores, estas cabinas están separadas unas de otras por paneles con lo que el coche queda a cubierto y no se ve desde la carretera que pasa por enfrente. Había algunos coches aquí y allá pero ni una sola persona. La tienda estaba con las luces apagadas, la puerta corredera, sin energía, no se podía abrir pero uno de los paneles de cristal de su lado estaba reventado. Cogimos del coche las linternas y las armas, llevábamos a las perras atadas para que no se pongan nerviosas por dejarlas en el coche.

-Miremos la comida de dentro por si pudiéramos usar algo. - dijo Merche. - Así no gastamos nuestras provisiones.

Dentro, la tienda era un caos, se notaba perfectamente que había sido saqueada y no quedaba casi nada, los expositores estaban desperdigados por el suelo, arrastrados y desmontados. Las cajas registradoras habían sido reventadas.

-Bueno, parece que no hay nada que podamos comer. -Comenté mientras pateaba un par de bolsas abiertas de patatas. - ¿Nos quedamos aquí o vamos a la trastienda?

-¿Piensas dormir aquí?- Pregunto Merche sorprendida.

-Hombre, aquí o en el coche, ya es de noche y la iluminación publica no funciona. -Respondí mientras señalaba hacia la calle.

Merche dudaba mucho de tener que parar allí por mucho tiempo. Miró desconfiada alrededor, se paseó un poco por la tienda.

-¿No podemos tratar de llegar a casa aunque sea de noche? - Preguntó aun sabiendo que sería una locura.

-¿Noche cerrada, a saber con cuántos accidentes de tráfico y coches en la carretera, sin saber si hay gente o no? - No tuve que repetirlo. - Sé que la idea no mola nada pero creo que es peor meternos en un viaje en la oscuridad.

Estaba claro que la única solución pasaba por quedarnos esa noche allí, ahora el problema era decidir si fuera o dentro.

-Aquí a lo mejor estamos más cómodos y calentitos. -Comencé - pero puede ser más peligroso y nos podemos quedar atrapados sin poder llegar al coche.

Merche estaba pensativa. Seria sin verlo claro.

-Creo que prefiero estar en el coche.-dijo por fin.- Si hay algún problema quiero poder escapar.

Y así lo hicimos. Antes de colocarnos para dormir, cogí el bidón de nuestro coche y tres más que había en la gasolinera. Son pequeños, de cinco litros, pero suficientes para un viaje. Merche estuvo trabajando en una gasolinera, hace muchos años, para sacarse un dinerillo mientras estudiaba, se fue a la trastienda y liberó manualmente los surtidores. En poco tiempo llené tres bidones y los metí en el coche. El cuarto lo dejé para rellenar el depósito de nuestro coche; en cinco viajes estaba el depósito totalmente lleno. Se me ocurrió dejar por el suelo de la gasolinera unas líneas de gasolina, rodeándola y dejando un hueco por el que poder salir. Si nos atacaban le prendería fuego y saldríamos a toda velocidad. "Tienes ideas de bombero" me dijo Merche cuando se lo conté.

Me quedé vigilando un par de horas, no paso nada, afortunadamente. El olor del incendio seguía presente aun estando a tres kilómetros de él, el viento era muy variable así que no supe si se dirigía hacia nosotros o no. Me quedé dormido. Pasadas unas horas noté como Merche me zarandeaba tratando de despertarme.

-¿Qué pasa?-Dije aun dormido.

-Mira allí.-Me respondió en voz baja.

Cuando mire hacia el punto que me señalaba Merche con el dedo, vi un coche, estaba parado en la entrada de la gasolinera con las luces encendidas apuntando hacia los surtidores. Una persona se bajó de él con un bate de beisbol en la mano derecha, hizo un gesto hacia el interior y comenzó a andar, despacio, hacia la tienda.

-¿Qué hacemos?-Preguntó Merche.

-Quédate quieta y veamos que hace.

El hombre llegó a la tienda, entró en ella y escuchamos como rebuscaba entre los restos destrozados de los expositores. Bajé un poco la ventanilla del coche para poder escucharle mejor. Un suave "joder" se oyó en el interior. Salió de la tienda y se dirigió a uno de los surtidores, cogió la manguera y apretó la manilla, un gesto de alivio surgió de su cara, entró corriendo de nuevo en la tienda y salió con un paquete de bolsas para carburante. Vimos como rellenaba dos de ellas y corría hacia su coche con gesto triunfal, depositando la gasolina en el depósito del coche con ayuda de un embudo hecho con un periódico. La cabeza de una mujer asomó por la ventanilla del copiloto y comenzó a hablar con él, se la veía muy tensa y asustada. En contra de la voluntad de la mujer, que trataba de agarrarle el brazo desde el interior, el hombre volvió al surtidor a rellenar de nuevo las bolsas. En ese instante una sombra nos cortó el reflejo de las luces de aquel coche por un momento, paso rápido por nuestro lado, tenía que venir desde la parte trasera de la gasolinera. La mujer del coche comenzó a dar ráfagas tratando de alertar al hombre que se asomó con cara de sorpresa y le hacía gestos duda con el brazo, lamentablemente esos avisos le cegaron y cuando se dio la vuelta no puedo ver el ataque que se le venía encima. La sombra golpeo fuertemente al hombre con un palo de hierro, este cayó al suelo en un charco de sangre provocado por la brecha que le acababan de abrir en la cabeza. Un grito de júbilo salió del atacante. La mujer gritó asustada y salió del coche corriendo hacia el hombre. En ese momento otra sombra la asaltó y la agarró, levantándola en el aire y llevándosela hacia la tienda. Los llantos y chillidos de unos niños surgieron del interior del coche.

-Joder, tenemos que hacer algo. -Dijo Merche mientras observaba la escena.

-Sí, parece que son dos. - Respondí mientras trataba de vislumbrar en la oscuridad algún perfil más.

Salimos los dos del coche, Merche llevaba la pistola y yo un martillo.

-Cuidado con la gasolina. - Le dije.

-Menuda idea, podríamos dispararles desde lejos. -No le faltaba razón.

Nos acercamos a la sombra que estaba pateando al hombre que se retorcía en el suelo. Merche se situó enfrente de él apuntándole con la pistola, el tío quedó totalmente alucinado, tanto que se quedo quieto mirándola de arriba a abajo con una cara de sorpresa que casi era cómica. En ese momento me acerqué a él por la espalda y hundí el martillo en su cráneo. Cayó fulminado en el suelo sobre un charco de sangre aun mayor, con sus sesos desparramándose por el tremendo agujero que le acaba de abrir en el parietal.

-Dame la pistola. - Le dije a Merche. -Quédate con él y trata de pararle la hemorragia de la cabeza.

Merche me entregó la pistola y corrió al coche a por el botiquín, yo me dirigí hacia la tienda de la gasolinera. Podía oír los gritos de la mujer, desesperados, mientras el otro energúmeno la pegaba y zarandeaba. Entré en la tienda, la zona principal estaba removida, el muy cabrón había arrojado a la mujer al suelo y la arrastró por el suelo hacia la trastienda, no se dio cuenta de que me facilitó entrar sin hacer ni un ruido. Cuando llegué a la puerta vi que había atado a la mujer a un gancho que colgaba del techo, estaba casi desnuda y él se estaba bajando los pantalones. El muy cerdo no se había dado cuenta de que estaba a sus espaldas, estaba obsesionado con la mujer, de vez en cuando la acariciaba, la golpeaba mientras se tocaba y se disponía a violarla. Me acerqué y apunté con la pistola a su cabeza.

-Eh, hijo de puta. - le chillé a un metro de él.

Se giró sorprendido, estaba flipando con la situación, trato de subirse los pantalones. Imbécil, en el momento que se reincorporo hice saltar su cabeza por los aires, cuando cayó al suelo me acerqué y le metí un par de balas mas en el cuerpo, una al corazón y otra a los huevos.

Solté a la mujer, se había desmayado hace tiempo. La tapé con un abrigo de Cepsa y salí a buscar a Merche. Había conseguido parar la hemorragia del hombre, era un golpe muy feo pero no era grave, le vendó la cabeza y lo apoyó contra un poste. Estaba semiconsciente y no paraba de preguntar por su mujer y sus hijas.

-¿Qué tal?-Me preguntó Merche.

-Bien, ya está muerto el otro cerdo. -Respondí. - Ha intentado violar a la mujer.

-Que hijo de puta.-Maldijo Merche con rabia.

Se levantó y fue a la tienda a ver a la mujer, se llevo con ella el botiquín. En ese momento el hombre parecía algo más lucido, le ofrecí una botellita de agua.

-Habéis tenido suerte. - Le dije manteniendo la distancia. -Si no llegamos a estar aquí os habrían matado a todos.

Me miro con cara de miedo, muy desconfiado.

-¿Donde están mi mujer y mis hijas?-Me preguntó mientras trataba de mirar hacia su coche.

-Están bien, las niñas siguen en el coche, parece que algo mas calmadas, tu mujer está en la trastienda.- Le informé un poco de la situación. - ¿Cómo se te ocurre conducir de noche?

-¿Quién eres tú?- Preguntó.- No nos hagas daño, por favor. - Comenzó a llorar.

-No te preocupes, ahora mismo estas lo más a salvo que te puedas
imaginar.-Le respondí mientras me inclinaba sobre él poniéndole la mano en el hombro. - Somos unos supervivientes de toda esta mierda igual que vosotros, eso sí, un poco más prudentes.

El hombre me miro a los ojos, no parecía creerse que estuviera a salvo pero comenzaba a relajarse, las lágrimas cada vez eran más abundantes.

-¿Cómo te llamas?- Pregunté. - Yo soy Borja, vivía por aquí cerca.

-Me llamo Manuel- Respondió. - Vivimos... bueno... vivíamos en Madrid, salimos de allí con la esperanza de llegar a la casa que tienen mis padres en Galapagar. No hemos podido contactar con ellos pero sabemos que por la sierra en estas fechas hay poca gente y seguro que es menos peligroso que quedarse en la ciudad.

-Bueno, casi os matan pero sí, menos gente sí que hay.

Le tendí la mano para ayudarle a levantarse. En ese momento Merche salía con la mujer apoyada sobre ella. Me hizo un gesto con el pulgar dándome a entender que estaba bien y tranquila. Nos acercamos los cuatro al coche a por las niñas. Ambas estaban acurrucadas en el asiento trasero, abrazas y llorando en silencio. Cuando vieron a sus padres se abalanzaron sobre ellos.

-Sera mejor que las cojáis y os metáis en aquellas casa. - dije señalando un restaurante que estaba al lado de la gasolinera. -Ahora vamos nosotros.

Ambos cogieron a sus hijas, apagaron el coche y se fueron a la casa. Nosotros fuimos al coche, cogimos dos latas de comida, a las perras y un par de cuchillos que nos escondimos, será una familia pero hasta que no estemos tranquilos, pueden ser peligrosos. Cuando llegamos la mujer había dejado a sus hijas en una esquina, entre dos mesas, tapadas con varios manteles, ambas parecían tranquilas pero no querían perder de vista a sus padres.

-Toma, comed un poco.-Le dije al hombre mientras le tendía las dos latas de albóndigas.- Tendrán que ser frías pero es mejor que nada.

-Gracias.-Me miró con la cara iluminada.- Hace dos días que no comemos.

Los cuatro se juntaron en la esquina donde estaban las niñas y se repartieron en platos pequeños, cogidos de un mueble del restaurante, las albóndigas, para las niñas había más cantidad que para ellos.

-Coged esto también.-Merche se acercó a ellos y les tendió un poco de chocolate y dos botellas de agua.- ¿Os gusta el chocolate?-Preguntó con una sonrisa a las niñas que asintieron felices

Dejamos que comieran tranquilamente y descansaran. Se les notaba a todos muy agotados. Cuando terminaron, Yuko y Boni se juntaron con las niñas y las estaban lamiendo y jugando con ellas, ambas estaban encantadas, al rato la madre se abrazó a las pequeñas durante unos minutos hasta que ambas se quedaron dormidas, cada una con una perra a su lado, las dejó reposar tranquilamente sobre un colchón de manteles y con unos pequeños cojines como almohadas.

-Muchas gracias por salvarnos.- Comenzó Manuel a hablarnos mientras se abrazaba a su mujer. - Ella es Maria, mi mujer. Aquellas pequeñas son Cristina y Elena, tienen once y ocho años.

-Las nuestras se llaman Boni y Yuko.-Dijo Merche con una sonrisa. - Parece que se llevan bien.

Los cuatro sonreímos y miramos el cuadro que formaban las dos niñas con las dos perras a su lado mientras las cuatro dormían profundamente. Transmitían una sensación muy cálida y apacible.

-Sera mejor que tratemos todos de dormir, mañana hablaremos. -Les dije a todos.- No creo que tengamos que preocuparnos por mas ataques.

Todos asentimos y nos colocamos en diversos lugares del restaurante, entre Manuel y yo tapamos el cristal roto, por el que habíamos entrado, con una serie de tablones, mesas y sillas. Yo me quedé un rato mirando hacia la calle, comprobando el coche y mirando el resplandor del incendio que continuaba iluminando el cielo.

Por la mañana, Maria cogió a sus hijas y se fue al vestuario del restaurante. Comprobó que había unas duchas y aun corría el agua y estaba decidida a dar una ducha a sus hijas porque llevaban dos días sin bañarse. Merche estaba sentada en una mesa con el ordenador leyendo un correo de su madre, no quiere trasladarlo todo al blog pero me lo ha resumido. "Hola hija, estamos bien, Gonzalo y Ana están aquí, vinieron el día de tu cumpleaños, pasaron por vuestra casa pero no había nadie. De Bea no sabemos nada. Laurita también está bien. Si venís tened mucho cuidado por favor, besos." La fecha del mail era de ayer por la tarde. Respiró aliviada y se fue al vestuario con Maria y las niñas, también se quería asear un poco, las dos perritas se fueron con ella.

Manuel y yo nos quedamos en el comedor. Estuvo contándome que Madrid se convirtió en un autentico caos, venían del barrio de la Estrella. Los saqueos, enfrentamientos y asesinatos cada vez eran más a menudo. El ejercito había tomado las calles y en algunos puntos no se paraban a comprobar si los civiles estaban o no infectados, la ciudad era una autentica batalla campal. Consiguieron escapar con los padres de Maria y algunos vecinos pero tuvieron un percance con un grupo de infectados, los cuales les atacaron por sorpresa cuando pararon a recoger a un pequeño grupo de niños que andaban solos por Castellana.

-Fue algo horrible, no tienen piedad, disfrutan matando. - Contaba con lágrimas en los ojos.

Yo lo sabía, los había visto actuar y me había tenido que enfrentar a ellos. Nada de lo que me contara sobre ellos me sorprendía, en cambio si veía sorprendente la manera de actuar de los supervivientes, no parecía que tuvieran cuidado alguno, no iban preparados para defenderse ni sabían cómo actuar. Continuó contándome la historia; perdieron a los padres de Maria en el ataque, acabaron todos dispersados, los que tuvieron suerte, como ellos, consiguieron dar esquinazo a sus perseguidores. Seguramente muchos de ellos caerían en manos de los infectados y habrían muerto en sus manos o formarían parte de ellos. Fueron andando por Madrid durante un día hasta que llegaron a Moncloa, en el camino, me cuenta, vieron todo tipo de infectados; deformados, mutantes, animales, hombres, mujeres y niños. Todos unidos por una causa, matar. Consiguieron encontrar un coche con las llaves puestas y que no hubiera consumido toda la batería, muchos coches estaban abandonados y sus dueños los habían dejado encendidos, no creo que alguien se pare a apagarlo cuando tiene que salvar su vida. De camino a Villalba se encontraron con cantidad de coches abandonados en la carretera, controles policiales destrozados y rodeados de cadáveres, cantidad de signos de luchas y muchísimos accidentes.

-Es increíble que aun estemos vivos. - Finalizó así su relato.

En mi turno le conté que a nosotros nos pilló en casa, un día llegó el ejército y hubo algún que otro combate en la urbanización. Le hablé de los perros hiper desarrollados, de nuestros vecinos y de los infectados que nos atacaron en el Mercadona. No quise contarle todo lo que sabía, las pruebas, el punto seguro, los problemas en el laboratorio... son cosas que me guardare para mí a no ser que sea extremadamente necesario contar.

El día fue pasando, les contamos que íbamos en dirección al pueblo de la familia de Merche. No estaba muy lejos pero después de lo vivido ayer, quedó claro que el viaje iba a ser complicado. Después de hablarlo Merche y yo, decidimos invitarles a venir con nosotros. La familia se reunió durante un par de horas, seguramente valorando la posibilidad de ir con unos desconocidos o tratar de llegar a casa de los padres de Manuel ya que estaba más cerca. Estaba claro que nosotros les infundíamos seguridad y por eso dudaban tanto.

-Manuel. -Le llamé. - son las cinco y media de la tarde, no tenéis que respondernos ahora, mañana por la mañana nos podéis dar vuestra decisión definitiva. El jueves salimos de aquí con o sin vosotros. -No quise que sonara tan tajante pero estábamos perdiendo mucho tiempo.

La gasolinera estaba muy tranquila, no hubo ningún movimiento en todo el día, nos sentíamos muy seguros y sobre todo, no volveríamos a salir con el tiempo justo. Salí al coche a coger unas latas de comida y algo de agua. "Estamos consumiendo más de lo esperado" pensé mientras miraba las cajas de latas. Preparamos la cena y nos sentamos a contarnos un poco nuestra vida antes de la infección global. Manuel era aparejador autónomo, Maria era fiscal en un pequeño pueblo del sur de Madrid. Nosotros les contamos que éramos informáticos, es cierto, pero yo no dije donde trabajaba. Manuel encontró unas botellas de vino y algunas cervezas que compartimos tranquilamente entre los cuatro. A las dos de la mañana nos quedamos todos dormidos.
Es miércoles, son las diez de la mañana y soy el único levantado. Todos están tranquilos, la verdad es que nos viene bien a todos. Manuel se está recuperando muy bien de la herida de la cabeza y María parece que ha superado el asalto que sufrió. Hoy nos tienen que dar una respuesta, les hemos ofrecido venir con nosotros y mantenernos a salvo mutuamente. Ayer estuvieron hablando solos un buen rato del tema.

-Lo primero, queremos agradeceros todo lo que habéis hecho estos días por nosotros.
– Comenzó Manuel. – Sin vosotros no creo que estuviéramos aquí. Ayer María y yo estuvimos hablando de vuestra oferta de ir con vosotros a casa de la familia de Merche y buscar un lugar seguro para todos. Os mentiría si os dijera que me parece un buen plan, tenemos a dos niñas de las que cuidar y no queremos ponerlas en peligro pero después de lo vivido creemos que nosotros no estamos preparados para cuidarlas de los infectados. – Hizo una breve pausa. – Además, estamos muy cerca de casa de mis padres y volver atrás nos preocupa.

-Lo entiendo perfectamente. –Dijo Merche. – Pero ¿y si no hay nadie u os encontráis con otros infectados?

-La lo sabemos. –Respondió María. – Eso es lo que nos da miedo.

-Lo que queremos decir. –Retomó Manuel la palabra. – Es que apenas nos conocemos, no sabemos si en tu casa nos van a aceptar y tampoco si llegaremos vivos.

-Estas en una encrucijada. –Le dije a Manuel. –El peligro está a ambos lados. Tu mismo lo has dicho, solos no llegareis muy lejos.

Hubo un largo silencio que de vez en cuando se veía roto por las carcajadas de las niñas que jugaban con nuestras perritas al fondo del comedor del restaurante.

-Te podemos decir que encerrarse en una casa al final es condenarse. –Continué con la conversación. - ¿Qué haréis cuando se acabe la comida? Sinceramente, no os voy a insistir pero creo que lo mejor para vosotros, para vuestras hijas, es quedaros con nosotros.

Se quedaron de nuevo pensativos y en silencio. Nosotros no ofrecemos nuestra ayuda porque sí, a ellos se la estamos ofreciendo porque tenemos una buena sensación con ellos, nos recuerdan a unos muy buenos amigos nuestros de Sevilla.

-Mañana por la mañana nos vamos. – Finalicé mi turno. – Si venís, bien, si no, también y muchas suerte.

Me levanté de la mesa, estaba un poco irritado por la indecisión, sobre todo porque estaba suponiendo un tremendo retraso en nuestros planes. Merche me siguió, no sin antes comentarles un último consejo.

-Tranquilo. –Me dijo cuando llegó a mi lado. – Mañana continuamos y punto.

Merche y yo salimos del restaurante, nos acercamos al coche y recolocamos lo que estuvimos moviendo estos días para coger cosas. Le di la vuelta para tenerlo de cara a la salida. La luz del incendio era más tenue. Tras comer, nos quedamos viendo la televisión, las noticias españolas tenían el mismo formato que las americanas de la CNN que vimos hace unos días. No decían nada de interés, o por lo menos, nada nuevo. Pusimos una película, nos quedamos toda la tarde viendo la tele y tomando una cerveza.

-Una cosa, si decidís venir con nosotros quiero que estéis totalmente preparados a primera hora. – Le dije a Manuel.

-No te preocupes, estaremos preparados. – Me dijo. – Nos vamos con vosotros.

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