lunes, 12 de diciembre de 2011

ENTRADA 62

Lunes 28 Noviembre

Dos días sin poder movernos. Tuvimos que quedarnos en el refugio de pastores todo el fin de semana. Las lluvias y el viento eran abundantes. Con ayuda de algunas maderas que había tiradas por el suelo conseguimos levantar un pequeño tejado. Con las pastillas de fuego que venían en las raciones militares pudimos encender un pequeño fuego dentro de un cubo de pintura hecho de metal. Conseguimos alimentarlo de varios papeles, ramas, maderas y ropa rota que decidimos usar para mantener el fuego lo más posible.

Gonzalo y yo salimos un par de veces en busca de comida. Nos pareció oír vacas en algún lugar no muy lejano. Con una botella de plástico rellena con varios trozos de camisetas improvisamos una especie de silenciador. Sacamos la idea de una película que nos gusta bastante a los dos sobre un francotirador. Nuestra primera expedición no fue muy fructífera. Oíamos a las vacas pero el eco de la montaña y el silencio no nos dejaban establecer hacia dónde teníamos que ir. Al día siguiente decidimos ir en dirección contraria.

Nos acercamos mucho al pueblo y pudimos ver que de algunas casas salían algunos hilillos de humo junto a pequeños destellos. ¿Supervivientes o infectados? No íbamos a quedarnos para comprobarlo.

Para volver al campamento decidimos dar un pequeño rodeo y por fin vimos cuatro cabezas de ganado. Las vacas estaban bastante famélicas pero seguían manteniendo partes con bastante carne. Suficiente para nosotros.

-Bueno.-Dije.-Ha llegado el momento de probar el invento.

Ambos nos sonreímos. La idea era absurda pero en la película funcionaba. Nos acercamos poco a poco hacia las vacas. Gonzalo preparó un cuchillo y una mochila para cortar trozos de carne y poder llevárnoslos cómodamente.

Me aposté sobre una roca y apunté con tranquilidad a través de la pequeña mira del G36. Cuando tuve al animal en el centro apreté el gatillo. Un sonido ronco salió de la bocacha. Nos dio la sensación de haber metido un ruido tremendo pero no hubo respuesta del eco. Parecía que el silenciador había funcionado. Una de las vacas cayó desplomada al suelo. Le atravesé la cabeza de lado a lado. Las otras tres salieron corriendo en dirección contraria al cuerpo. Tuve que quitar rápidamente la botella. La camiseta que había dentro comenzó a arder.

-Date prisa.-Gritó Gonzalo que ya había comenzado a correr hacia el cuerpo.

Salté de la piedra. Al caer me quedé unos segundos escuchando el ambiente. Estaba preocupado por el sonido que había salido al disparar. No había sido muy fuerte pero podría haberse oído. Cuando me tranquilicé corrí tras Gonzalo.

Al llegar hasta él ya había comenzado a despedazar el cuerpo. Lo hacia rápidamente y cogiendo trozos grandes. No se paró a quitar la piel ni a limpiar la carne. Metía un trozo detrás de otro en la mochila. La sangre comenzó a acumularse en el fondo de la tela y gotear poco a poco.

Unos gruñidos nos sacaron de nuestra labor.

-¿Qué coño es eso? -Preguntó Gonzalo.

-Ni idea.-Le dije.

Me asomé por encima del cuerpo de la vaca. Miré a todos los lados posibles. Al fondo, entre unos arbustos vi varias formas.

-Mira.-Avisé a Gonzalo señalando hacia las formas.

Poco a poco las formas se fueron acercando. Estábamos realmente preocupados. Sólo habíamos traído un G36 y no creíamos tener muchas balas.

-Son perros.-Dijo Gonzalo.

Un sentimiento de terror me invadió. No estábamos preparados para enfrentarnos a unas bestias de ese calibre. Me incorporé y volví a mirar hacia los animales. Cuatro perros se acercaban hacia nosotros. Gruñían pero no tenían cara de rabia ni furia. Más bien parecían tremendamente asustados.

-Joder.-Suspiré aliviado.-Menos mal. No son perros mutantes.

Los perros se mantuvieron a una cierta distancia. Gruñían, se tumbaban y daban vueltas a nuestro alrededor. Estaban hambrientos. No eran muy grandes. Eran razas caseras y muy dóciles.

-Coge un trozo más y vámonos.-Le dije a Gonzalo.-Hemos cogido suficiente como para tres días y ya casi no podemos cargar más.

Nos incorporamos. Los perros recularon un poco desconfiados. Nos fuimos alejando de la vaca y de ellos poco a poco sin darles la espalda. Cuando estuvimos a unos cincuenta metros uno de ellos, el más pequeño, se acercó al cuerpo y comenzó a comer. Los demás nos miraban y al ver que seguíamos alejándonos se acercaron al cuerpo y se unieron al festín.

-Mira que pensar en alimentar perros.-Me dijo Gonzalo mientras nos alejábamos cada vez más.

-Mejor que no tengan hambre y que decidan atacarnos.-Le respondí-Lo agradeceremos.

Gonzalo hizo un gesto de afirmación. Eran pequeños pero cada vez había más. Si no comían podrían ser un serio problema para nosotros. Sobre todo para nuestras perras y para la pequeña Elena.

Esa noche comimos tranquilamente. La mañana del lunes siguió nublado y llovía abundantemente de vez en cuando. Decidimos darnos un día más. Amaneciese como amaneciese el martes continuaríamos nuestro camino.

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