lunes, 12 de diciembre de 2011

ENTRADA 61

Viernes 25 Noviembre.

La mañana del viernes llegó muy rápido. Estábamos todos agotadísimos y dormimos muchísimas horas. Cuando me desperté y me di cuenta de la hora me quedé pensativo por un momento. Si habíamos podido dormir tanto era porque había tranquilidad en el exterior. En el fondo esa idea me preocupaba. Últimamente los momentos de descanso son el prólogo de una situación de extremo peligro. Lo cierto era que llevábamos varios días sin sobresaltos. Hemos tenido que abandonar a más familiares.

Me acerqué a las puertas de entrada. El sol lucia alto en el cielo pero el frío era intenso. Se notaba que estaba llegando al invierno. Nos quedaban unos quince kilómetros para llegar a nuestro objetivo. Desde donde estábamos se veía perfectamente La Maliciosa, montaña que flanqueaba a La Pedriza por su izquierda. Una de las opciones que barajamos con Bea era llegar hasta su base y tomar La Pedriza desde ella pero la habíamos descartado por el tremendo frío que hace en la zona. La decisión final fue tomar la "línea recta". Avanzaríamos por Cerceda, El Boalo y llegaríamos hasta Manzanares. El terreno tenía muy poco desnivel y pasaríamos por varios lugares en los que refugiarnos sin necesidad de entrar en los pueblos. Aún y todo, la situación seguiría siendo muy peligrosa.

-¿Qué haces? - La voz adormilada de Merche sonó a mis espaldas.

-Pensar.- Respondí mientras la abrazada y besaba.

-¿En qué?- Preguntó.

-En todo lo que está pasando, en lo que ha pasado y en lo que pasará.-Dije mirando hacia las montañas.-Lo veo tan cerca pero a la vez tan lejos. Es preocupante. Espero que lleguemos todos los que quedamos.

Merche no respondió. Se limitó a devolverme el abrazo y quedarse un rato en esa posición. Dentro los demás comenzaban a despertarse.

-Vamos a comer algo y a hablar con todos.-Le dije.- Deberíamos continuar hoy que hace buen día.

Nos metimos dentro. La noche anterior, la madre de Merche, había encontrado una bolsa de leche en polvo. Había caducado haría tres semanas pero nos arriesgamos a tomarla. Una bebida caliente que no fuera sopa sería de agradecer en ese momento. Elena, en una de sus aventuras con Yuko y Boni, había encontrado una bolsa de bollos, algo pisoteados pero en sus envoltorios. Así que nos dimos, todos, un desayuno como los de antes. Nos sentó increíblemente bien.

-¿Cómo lo vamos a hacer? - Preguntó Gonzalo.

-Pues iremos andando. No nos queda demasiado. Yo creo que hoy podríamos cubrir la mitad del camino para no cansarnos demasiado.-Respondí.- Si llegamos hasta Manzanares podríamos parar en el picadero que hay en las afueras y ver que tal están los caballos.

La idea gustó bastante a todos. Poder dejar de andar y tener varios caballos para avanzar y no tener que cargar con el equipo podría decantar la balanza hacia el lado de la supervivencia.

-Tengo una pregunta.-Dijo Ana, la hermana.- ¿Cómo nos van a dejar entrar en el refugio ese?

La verdad es que fue una pregunta que me extrañó mucho que no me la hubieran hecho antes. Aunque es cierto que las situaciones que hemos vivido no han dado tiempo a ninguno a pensar demasiado.

-Veréis -comencé- tenemos las coordenadas de la posición exacta del punto seguro. Esperemos que el GPS funcione por lo menos un momento para comprobar dónde se encuentra. De todos modos, en el mapa, tenemos la posición del pueblo con lo que más o menos podríamos establecer la situación del sitio a ojo.

-Pero vagar por La Pedriza por la noche y con el frío que hace será muy peligroso.-Comentó la madre de Merche.

-Sí. Estoy de acuerdo. Por eso tenemos que ir con cuidado y paciencia.-Respondí.- O por lo menos con la que nos permita la situación. No pretendo estar vagando por la montaña sin rumbo.

-Vale, eso para llegar pero yo quiero saber cómo vamos a entrar.-Volvió a comentar Ana.

-¿Recordáis que cogí una radio militar? -Continué.- Tenemos un canal privado por el que tenemos que comunicarnos cuando estemos cerca. Con un código especial que nos dieron debemos establecer contacto y saldrán a buscarnos.

-¿Y no podemos pedir la ayuda ahora? - Preguntó Ana de nuevo.

-No. Las instrucciones son claras. Solo actuarán si confirman que estamos dentro de su perímetro.-Respondí.-Según parece está vigilado por cámaras, radares y demás parafernalia de seguridad.

-Pero puede ser peligroso, ¿no?- La madre de Merche temía por nuestra seguridad.- Si nos confunden con infectados nos pueden matar.

-Ya, es un riesgo que habrá que correr.-Respondió Merche.- Pero es lo mejor que tenemos.

Lo cierto era que estábamos frente a un viaje peligroso con un final incierto en algunos puntos. Pero Merche y yo tomamos la decisión de ir allí para estar a salvo. No obligamos a nadie a venir pero les dimos la oportunidad de hacerlo. No es que dudasen ahora de estar allí. Tenían muy claro que no estarían vivos de haberse quedado en el pueblo pero después de todo lo sucedido fue normal que tuvieran esas dudas.

-Permaneceremos todos juntos.-Finalicé tratando de tranquilizarles.- O todos o ninguno.

Tras la pequeña reunión delante del desayuno comenzamos todos a prepararnos.

-Toma.-Merche me tendió una cajita de toallas húmedas para limpiar a los bebes.-Seguro que agradeces lavarte un poco.

Lo cierto es que limpiarme un poco con esas toallitas me sentó muy bien. Llevábamos varios días sin parar y no hemos podido asearnos bien. Algo de ropa colgaba de las barandillas de la escalera. La noche anterior lavamos con espráis de limpieza en seco la poca ropa que nos quedaba. Cuando llegué arriba Gonzalo salía de uno de los vestuarios. Se había cambiado de ropa. Llevaba puestos unos pantalones del ejército y un forro polar. Ana salió tras él igualmente vestida con unos pantalones del ejercito y un chaquetón. Entré en el despacho donde estaba el ordenador que usé ayer. El sait estaba apagado y el portátil ya no se encendía. La pequeña tarjeta 3g con la que pude conectarme a internet ya no parpadeaba. Me la metí en el bolsillo por si acaso.

En poco más de media hora estábamos todos preparados. Metimos en las mochilas todo lo que pudimos llevar de comida y agua repartiéndola equitativamente esperando no perder más de una en caso de problemas. Cada dos mochilas nos darían para comer dos días e hidratarnos tres a todos. Nos ajustamos las armas y salimos al exterior. La calma seguía reinando. Incluso se oyó algún pájaro que canturreaba a unos metros. El cielo se mantenía despejado.

Comenzamos a andar por la carretera. Tendríamos que llegar a una de las primeras urbanizaciones antes de meternos por el camino rural. El camino más rápido era esa pequeña carretera de unos tres kilómetros. Tardamos algo más de hora y media en conseguir recorrerlos. Sobre el grupo pesó un desagradable ambiente de inseguridad. La carretera estaba llena de vehículos quemados y destrozados. Algún que otro cráter producido por alguna bomba que no llegó a su objetivo decoraba los campos colindantes. Cientos de cuerpos yacían inmóviles en las cunetas y en el interior de los coches. Multitud de cascotes y restos de edificios descansaban humeantes allá donde alcanzaba la vista. Estaba claro que Cerceda había sido objeto de una purga como la del pueblo del que veníamos.

-Cuando lleguemos a la entrada de la urbanización tenemos que meternos e ir por la carreterilla que va hacia la derecha.- Dijo Gonzalo recordando las instrucciones de Bea.

Nos quedaban poco más de cien metros para llegar cuando se escuchó el rugir del motor de un camión que se aproximaba por la carretera. Debía de avanzar embistiendo los coches y restos que se encontraba por el camino porque se oían multitud de golpes secos que apagaban el sonido del motor de vez en cuando.

-Rápido.-Grité.-Todos detrás del muro.

Comencé a mover a todos hacia un muro cercano. Se encontraba a unos diez metros de la carretera pero estaba medio tapado por varios arbustos, algo quemados, que apenas conservaban hojas verdes. Fuimos tremendamente rápidos en ocultarnos. Gonzalo, Merche y yo nos quedamos en primera línea con los fusiles de asalto preparados. Ana, Laura, Elena y la madre de las chicas se acurrucaron tras unos restos de lo que parecía el frontal de una casa aún con los marcos de las ventanas y una pequeña campanilla colgada.

-Silencio.-Dijo Merche que oteaba la carretera por el hueco formado por las piedras en el muro.-Ya están ahí.

En un principio todos pensamos que trataría de un camión del ejército pero lo que apareció tras la curva fue un camión mediano de obra. Del frontal colgaba una pala de buldócer con la que iban apartando los restos. Estaba decorada con alambre de espinos en los bordes y unos ojos rojos pintados sobre fondo blanco miraban amenazantes hacia el frente. En la cabina pudimos ver a dos personas. Llevaban las caras tapadas con gafas de ventisca y gorros de lana. Del cuello colgaban unas maltrechas bufandas negras. El conducto dirigía el camión con destreza tratando de esquivar, en la medida de lo posible, los restos que bloqueaban la carretera. Cuando no podía hacerlo, aceleraba bruscamente y los golpeaba hasta que quedaban apartados del camino. El copiloto iba armado con un AK47 bastante viejo y usado. El volquete había sido transformado en una fortaleza móvil. En la pequeña cornisa que quedaba sobre la cabina se había montado un puesto de vigía. Un hombre con barba rugía, desde ella, órdenes para el conductor informándole de las mejores vías para avanzar. Tras él, la cuenca del volquete estaba decorada de la misma manera que la pala frontal. El alambre de espino se extendía por todo el reborde cortándose de vez en cuando para dejar una posición de defensa desde la que los hombres y mujeres de su interior pudieran disparar o arrojar lo que tuvieran a mano contra los atacantes. Los laterales estaban decorados con calaveras y palabras como "Muerte", "Juicio Divino", "Los Únicos" y todo tipo de palabrería sensacionalista que daba a entender que ellos se creían los elegidos. Las ruedas de todo el camión estaban tapadas con planchas de acero para protegerlas de ataques.

Cuando llegaron a una gran acumulación de coches entre los que había un camión de los supermercados Gigante, el vehículo redujo la marcha y de su parte trasera bajaron cuatro individuos. Tres hombres y una mujer corrieron hacia los coches y el camión. Rebuscaron rápidamente entre los restos de coches pero no encontraron nada de interés. Del camión bajaron dos de ellos bastante contentos.

-Hemos conseguido algo de comida.-Gritó uno de ellos.-Esta caducada pero puede servir.

No hubo ni una sola pelea. Los hombres entregaron la comida a otro que les esperaba en el camión. Llevaba unas enormes gafas y apuntaba, con una sonrisa en la boca, lo que le habían entregado en un cuaderno medio deshojado. Los demás volvieron a rastrear la zona. Un grito sacó a todos de su alegría.

-Mierda.-Gritó el hombre que iba en puesto de vigía.-Los demonios se acercan. Subid, rápido.

Los cuatro individuos dejaron lo que estaban haciendo y corrieron hasta el camión. Subieron veloces y se pusieron de nuevo en marcha. Los gritos se hacían cada vez más cercanos y fuertes. El camión no encontraba un camino despejado y se entretenía demasiado quitando los coches que estaban en el medio.

-Date prisa.-Gritó de nuevo el hombre del puesto vigía.-Les veo al fondo. Son diez, creo.

En la parte de atrás se afanaban en poner una serie de placas con pinchos que formaban una pequeña cúpula sobre el volquete. Varios se colocaron con sus escopetas y rifles de caza en los agujerillos que quedaban.

-Joder.-Se oyó dentro del volquete.-¡¡Preparaos, nos cogen!!!

En poco tiempo una docena de infectados atacaron el camión. Lanzando piedras, golpeándolo con palos y disparando algunos rifles contra las placas de metal. Del interior del vehículo comenzaron a escucharse los primeros disparos.

-Por la izquierda, por la izquierda.-El vigía dirigía la defensa.

El fuego del interior se concentro en el lateral izquierdo. Varios infectados cayeron fulminados por los disparos casi a bocajarro que salían desde el volquete.

-Tened cuidado en la retaguardia.-Gritó de nuevo el hombre.-Van a...-Un infectado saltó sobre la cabina, a sus espaldas. Le agarró de la cabeza y tiró de él fuera de su puesto. Le dio un tremendo cabezazo, varios puñetazos y lo arrojó hacia la carretera.

El hombre trató de incorporarse pero recibió una embestida que lo arrojó contra una placa de metal de las que cubría las ruedas. La mala suerte quiso que se quedara enganchado entre la placa y la rueda y comenzó a girar a la velocidad del vehículo dejando un rastro de sangre contra el asfalto y el camión. Los gritos de dolor se debían escuchar a kilómetros. Cuando la rueda avanzó un poco el destrozado cuerpo se cortó en dos al chocar contra la placa de metal.

En el tiempo que nos fijamos en esa escena. Varios infectados habían arrojado unas piedras enormes contra el tejadillo de placas que habían formado en el camión. El peso y tamaño de las piedras hizo que una de las placas cediera y cayera en el interior. Los gritos de la gente aplastada surgían del interior.

-Socorro.-Gritaba una voz.-Tengo la pierna atrapada. ¡¡Duele!!

Una mujer lloraba y chillaba. Los disparos no cesaron. Dos infectados saltaron al interior del vehículo. Los golpes de las balas contra el metal sonaban como un martillo que golpeaba con fuerza. Uno de los infectados salió disparado por el hueco dejando sus sesos esparcidos por el volquete. Más gritos, más disparos. Dos individuos del camión fueron arrojados al exterior. Trataron de levantarse pero fueron cazados por otros dos infectados que comenzaron a arrancarles los brazos y piernas. Del camión volvieron a salir los disparos contra el exterior. Seguramente habían reducido a su asaltante. Por fin, el conductor encontró una vía despejada. Para desgracia nuestra era la entrada de la urbanización. Sin pensarlo se metió dentro. Los disparos perdidos hicieron que nos ocultáramos más detrás del muro. Las balas golpearon la piedra y los zumbidos nos pasaban por encima de nuestras cabezas.

Los restos de la batalla se dejaron ver en la carretera. Tres cuerpos de los individuos del camión decoraban macabros varios puntos. Seis cuerpos de infectados en posturas imposibles descansaban a lo largo del corto camino que había recorrido el vehículo. Los disparos se seguían escuchando dentro de la urbanización.

-¿Qué hacemos? - Preguntó Gonzalo.- Se han ido por donde tenemos que ir nosotros.

-No se.-Miré hacia la urbanización con cara pensativa.

-No, no, no.-Merche se olía lo que pasaba por mi cabeza.-Ese camión nos vendría muy bien pero hay demasiada gente. Infectados y no infectados, unos son peligrosos pero los otros no lo sabemos.

-Con ese camión podríamos llegar a Manzanares sin problemas.-Les dije.

-Si claro, pero has visto que llama la atención.-Dijo Gonzalo.-No creo que sea buena idea.

-Pero tenemos que ir por allí.-Respondí.-La otra opción es ir por el pueblo y no sabemos lo que nos vamos a encontrar.

La cosa se complicó. Los disparos bajaron de ritmo y se oían más lejanos.

-Yo creo que se han ido hacia el interior de la urbanización.-Dijo Merche.-Nosotros tenemos que ir por la calle que esta nada más entrar a la derecha.

Estaba claro a dónde quería llegar.

-Está bien.-Dije.-Vamos lo más rápido que podamos. Si vemos problemas nos metemos en alguno de los chalets.

Les hicimos una señal a las demás que aún permanecían ocultas. Cogimos todas las cosas y corrimos hacia la urbanización. Al llegar a la entrada nos paramos todos y me asomé. Varios cuerpos más descansaban sobre el asfalto. Vi que uno de ellos se arrastraba mal herido.

-Creo que es uno de los del camión.-Dije.

-Pasa de él.-Dijo Gonzalo.-Esta arrastrándose en dirección contraria a la que tenemos que coger.

Pasamos corriendo por la entrada y nos dirigimos hacia la calle por la que teníamos que avanzar. No le quitaba ojo al cuerpo que se arrastraba tras nosotros.

-¡¡Cuidado!!- Grité al grupo.-¡¡Agachaos!!

El individuo reparó en nosotros y levantó una pistola hacia nuestra posición. Sin pensarlo le apunté con el G36 y descargué una ráfaga contra él. Cayó al suelo.

-Joder.-Dije.-Espero que esto no haya llamado la atención.

Todos se levantaron de nuevo y continuamos corriendo. Cogí a Elena en brazos. Los disparos del ataque al camión cesaron. El silencio que comenzó a rodearnos se tornó realmente preocupante e incomodo. Nos sentíamos mucho más seguros sabiendo que aún se estaban peleando. Unos gritos muy familiares resonaron en las calles. Los infectados habían ganado el combate. Lo cierto era que no parecían tan numerosos como al principio pero estaba clarísimo que estábamos en peligro.

-Mira.-Me dijo Merche.

Una columna de humo comenzó a elevarse por encima de los tejados de las casas. Estarían a tres o cuatro parcelas de nosotros.

-Seguid corriendo.-Ordené a todos.-No pararemos hasta que lleguemos al camino rural.

-Tiene que estar por aquí cerca.-Dijo Gonzalo que continuaba repasando mentalmente el plan que nos dio Bea.

Tras varios metros, en los que apenas podíamos correr e íbamos andando lo más rápido que las piernas nos permitían, vimos la puerta de metal que separaba el camino de la urbanización. Nos sentimos aliviados. Gonzalo se adelantó y lanzó su mochila al otro lado antes de llegar. Apoyándose en un montón de piedras que había en un lateral se aupó y salto la puerta.

-Vamos, daos prisa.-Nos alentaba desde el otro lado.

Llegamos todos y le entregué a Elena por encima de la puerta. Gonzalo la cogió y la dejo al otro lado. Merche le dio la bolsa con Boni. Después saltaron Laura y la madre de las chicas. Ana, la hermana, comenzó a saltar. Las fuerzas le faltaban y no podía darse el impulso necesario. El maldito grito se oyó a nuestras espaldas.

-Joder.-Dije mientras me daba la vuelta.

Tres infectados nos miraban desde una de las calles. Sus caras mostraban incredulidad a la vez que ansias. Más víctimas en poco más de unos minutos. Les había tocado la lotería.

-Rápido.-Grité colocándome el G36 para disparar.

No tenía ni idea de cuantas balas quedaban en el cargador. No lo había comprobado antes de salir. El fusil perteneció a uno de los soldados que asaltaron el pueblo hace días y lo disparó varias veces.

Los tres infectados arrancaron contra nosotros. Me dio la sensación de que eran mucho más rápidos. Se abrieron para abarcar todas nuestras vías de escape. Merche se colocó a mi lado.

-No, no.-Le dije.-Ayuda a tu hermana a saltar.

Disparé la primera ráfaga. Alcancé en el estomago a mi objetivo que cayó dando una voltereta hacia delante y con ese mismo impulso se volvió a poner en pie. Sangraba abundantemente y sus intestinos se iban saliendo con cada sacudida de la carrera pero no parecía importarle. "Me cago en la puta" Pensé para mí. Disparé una nueva ráfaga. Esta vez contra el que venía por mi izquierda. Le alcancé en el brazo y en el cuello. Como si de una fuente se tratara la sangre a presión que pasaba por su arteria carótida comenzó a manar de su cuello. Su carrera cada vez era más lenta. No apartaba los ojos de mí y tras unos pasos se derrumbó. Comenzó a arrastrase con sus últimas fuerzas. Gritaba desesperado, desencajado por no poder llegar hasta nosotros.

-Borja, cuidado.-Gonzalo me alertó desde la puerta.

Una ráfaga salió de su fusil pasando a escasos centímetros de mi cabeza dejándome medio sordo por el zumbido de las balas. Cuando me giré vi que el infectado que vino por ese lado había recorrido en pocos segundos la distancia que nos separaba y se dispuso a lanzarse sobre mí. Las balas de Gonzalo le acertaron en la cabeza haciéndola desaparecer y provocando que el cuerpo se lanzara sobre mi tirándome al suelo.

Ana por fin consiguió saltar la puerta. Merche se lanzó hacia mí para ayudarme a levantarme. El infectado al que le había sacado las tripas se lanzó sobre ella. Con los ojos desencajados comenzó a zarandearla. Le agarró del cuello y la empezó a estrangular. Me levanté lo más rápido que pude y estrellé la culata del fusil contra su cabeza. Merche consiguió escapar de su estrangulamiento. El infectado se giró hacia mí y descargue con toda la fuerza que tenía un nuevo golpe contra su cabeza. Cuando cayó al suelo le metí la bota en los agujeros del estomago haciendo que la piel se desgarrara e introduciendo todo el pie hasta la mitad de mi espinilla en su interior. El infectado comenzó a revolverse de dolor pero me golpeaba con fuerza la pierna. Le apunté con el fusil y disparé. Me había quedado sin balas. Descargué un nuevo golpe con la culata sobre su nariz la cual se rompió en mil pedazos. Quedó inmóvil bajo mi pie. Le había incrustado los huesos en el cerebro.

-¿Estás bien? - Le pregunté a Merche.

-Sí.-Me respondió mientras recogía su mochila y se disponía a saltar la puerta.

Saqué el pie del cuerpo del infectado. Me di la vuelta para saltar detrás de Merche. Me placaron con fuerza. Sentí como la sangre me corría por la cara. El infectado se levantó y me atacó de nuevo. Tenía casi todos sus intestinos colgando y la cara le sangraba abundantemente. Me golpeó con fuerza. Su sangre me salpicaba con cada movimiento.

-¡¡Borja!! - Gritó Merche que estaba a medio camino de saltar.

Me revolví como pude y conseguí tumbarme boca arriba. Paré los puñetazos que me lanzaba con rabia. Le clavé la rodilla en los agujeros del estomago. Parecía que eso ya no le hacía efecto. Estuvimos forcejeando un buen rato hasta que, de repente y para mi sorpresa, los ojos del infectado se quedaron en blanco y cayó como un plomo encima de mí.

-¿Estás bien?-Merche gritaba al otro lado.-¿¿Estás bien??

-Sí, sí.-Respondí mientras me incorporaba observando detenidamente el cuerpo del infectado.

Recogí el fusil y me fui hacia la puerta de metal. No le quité ojo al cadáver. Estaba convencido de que iba a levantarse de nuevo. Pero allí se quedó.

Salté la puerta y Merche me recibió con un fuerte abrazo. Les conté lo que pasó y todos pusieron la misma cara de asombro que puse yo cuando lo viví.

-Continuemos.-Dije.-Hemos perdido mucho tiempo con todo esto.

El camino de tierra estaba tomado por la maleza. Se notaba que hacía tiempo que no pasaban por allí los tractores ni camiones que llevaban comida al ganado de los campos. Al llegar a una intersección de caminos tomamos el que avanzaba hacia la izquierda. Seguir recto nos llevaba al pueblo y a las columnas de humo que se veían al fondo. Siguiendo ese camino llegaríamos a otra vía que nos llevaría directos al siguiente pueblo. Pasaríamos de largo y entraríamos en La Pedriza. El camino acababa en Manzanares, al lado del picadero del que hablamos unas noches atrás. Seguíamos con la idea de ver si los caballos seguían allí antes de meternos de lleno en el parque natural.

La luz comenzaba a abandonarnos y el frío era más intenso. Nos estaba costando mucho avanzar. En una situación normal podríamos cubrir unos cuatro kilómetros en algo más de una hora. Pero esto no era normal. Ninguno estábamos con energías. Recorrimos unos tres kilómetros en casi cuatro horas. Teníamos que parar. Pasamos de largo el pequeño pueblo por el que cruzaba el camino. La madre de Merche recordaba que por la zona había un refugio. Las montañas comenzaban a imponerse ante nosotros y antiguamente había varias casetas que servían de cobertura para los pastores. Tuvimos que salir del camino unos cuantos metros hasta que dimos con una de ellas. Estaba medio derruida pero sería el mejor lugar que encontraríamos en esos momentos.

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