lunes, 12 de diciembre de 2011

ENTRADA 65

La Pedriza Parte I

No sabría decir cuánto tiempo tardamos ni cómo conseguimos llegar. Por lo que me dicen estuvimos cinco días a la intemperie pero no sabría contar con seguridad lo qué pasó en cada uno de esos días.

Como habíamos decidido, el domingo por la mañana salimos del picadero. Nos habíamos preparado para el frío y llevábamos un poco de ropa; sobre todo camisetas, calcetines y ropa interior para cambiarnos. Los abrigos tendrían que aguantar se mojaran o no. Daríamos un rodeo al pueblo. Pensamos que la mejor opción, aunque nos llevara más tiempo, era bordearlo. Entrar podría suponer un peligro, a pesar de haber visto a los habitantes muertos en el granero. A pesar de la cantidad de cuerpos que encontré era imposible saber si aún quedaba gente con vida.

Volveríamos sobre nuestros pasos para ir hacia el aparcamiento de La Pedriza que se encontraba a la entrada del pueblo. Subiríamos por esa vertiente, llena de caminos y preparada para ser una zona de paseo. Trataríamos de evitar, en la medida de lo posible, el tener que meternos campo a través.

El día comenzó despejado con algunas nubes altas a las que no les dimos importancia. Los caballos estaban animados, seguramente el salir de aquella pista y de aquel encierro los alegró bastante. Afortunadamente no iban muy fuertes, no tiraban y obedecían las órdenes. Elena comenzó el viaje montada en el caballo más viejo. Fuera de los muros se le veía mucho más enérgico. Incluso diría que su pelo cambió de color de un marrón apagado a un rojizo intenso con varios mechones blancos. Los otros dos también mostraban un color impresionante. El caballo que llevaba la carga tenía un color grisáceo con motas blancas por todo el cuerpo. Su cabeza era de un gris más fuerte al igual que sus patas desde las rodillas. Sobre su lomo, colgando de la silla, habíamos colocado los plásticos, los bidones de agua, algunos palos de aluminio, un pico, una pala y las mantas de los caballos. El caballo sobre el que iba Laura era de color marrón claro con la crin y el final de las patas negros. Este era el más joven de los tres pero no dio ni un sólo problema. Merche, antes de salir, se pasó casi una hora dándole cuerda al caballo para que se relajara.

En poco más de media hora llegamos hasta el aparcamiento. Encontramos muchos coches abandonados. Quizás de gente que iba al punto seguro o de gente a la que todo esto les pilló de paseo por La Pedriza. Tendríamos que estar alerta. No podíamos descartar la posibilidad de que nos encontráramos con otra gente en aquellas montañas ya fueran infectados o sanos.

Por un momento nos quedamos parados frente al camino que íbamos a coger. Serpenteaba a lo lejos hasta perderse entre los árboles y las rocas. El inicio del viaje era al descubierto. La parte baja no estaba demasiado poblada de árboles más bien eran todo arbustos y rocas. Respiramos hondo, nos miramos unos a otros para confirmar que estábamos todos preparados. Comenzamos a andar. El camino parecía no haber sido pisado en mucho tiempo. Ni una sola huella se veía en la arena. Rocas, arbustos, ramas y algo de basura poblaban la tierra que subía frente a nosotros. En algunas zonas tuvimos que usar los machetes desbrozadores para cortar las ramas de los arboles solitarios que vivían a un lado del camino y que habían formado una barrera cortando el paso. Merche y yo abríamos el grupo. En el centro iban los tres caballos con Laura, Elena, Ana y la madre de Merche. Detrás iba Gonzalo cerrando el grupo y vigilando la retaguardia. El avance era lento pero constante. La idea de no cansarse demasiado nos rondaba la cabeza. Muchos habrían pensado en hacer una jornada brutal avanzando lo más rápido posible al principio pero nosotros queríamos reservar las fuerzas para la parte dura y para enfrentarnos a los imprevistos.

Tras un par de horas llegamos a la zona donde la vegetación era más abundante. Las rocas se situaban a ambos lados del camino que ya había dejado de estar flanqueado por los muros de piedra.

-Hay que ir con cuidado.-Dijo Merche.-El camino es muy poco visible por aquí.

El camino de tierra se iba convirtiendo poco a poco en un manto verde. La vegetación lo había tomado. En tan solo dos meses de estado salvaje, sin gente ni animales pasando por el mismo lugar un día tras otro los brotes de hierba crecían libremente en cualquier esquina. Las ramas de los arboles caían sobre los restos del camino. Rocas caídas nos obligaban a rodearlas haciéndonos perder bastante tiempo en volver a identificar por donde teníamos que continuar. A cada paso que dábamos estábamos más cerca de perder el camino de vista.

Encendí el GPS pero no conseguí obtener señales de satélites. Lo mantuve encendido por lo menos para usar la brújula y orientarnos con ayuda del mapa. Merche llevaba con ella la radio. La habíamos dejado encendida y de vez en cuando daba el mensaje por el canal que nos habían adjudicado pero sin obtener respuesta.

-Apágala un rato.-Le dije.-Quedan dos rayas de batería y no sabemos cuánto va a durar.

-Sí.-Respondió mientras se guardaba la radio en su mochila.- ¿Crees que vamos bien?

-Espero que sí.-Le comenté.-El punto seguro esta hacia el noreste desde el aparcamiento. Estoy yendo en esa dirección. De momento vemos el camino.

Supuestamente a unos dos kilómetros tenemos que encontrar una bifurcación. Deberíamos coger el camino que sube, vamos, que queda a la izquierda. Otros tres kilómetros andando y meternos campo a través unos dos kilómetros.

-Joder.-Suspiró Merche.-Si estamos muy lejos todavía.

Decidimos tomar un descanso. Dar de beber a los caballos, tomar algo nosotros y relajarnos un poco. El cielo estaba despejado y el sol brillaba en lo alto. Nos quedarían todavía unas cinco horas de luz.

-¿Sabes que no llegaremos hoy, verdad? - Me dijo Gonzalo.

-Es muy posible.-Respondí.-Hemos recorrido poco más de dos kilómetros en casi tres horas.

-Vamos muy lentos.-Dijo Ana, la hermana de Merche.

-Ya, pero es preferible ir así que agotarse.-Dijo Merche.

Todos lo teníamos muy presente pero era lógico que estuviéramos preocupados por tener que pasar la noche al raso.

-Tenemos que mantener la calma ante todo.-Dije.-No podemos agobiarnos después de todo lo que hemos pasado. Estamos muy cerca de nuestra meta. No la caguemos ahora.

Desde donde estábamos se veía el aparcamiento y parte del pueblo. El embalse se extendía a lo lejos. Multitud de puntos decoraban las orillas y la propia agua. No quisimos pensar en lo obvio. Tras media hora volvimos a ponernos en marcha. El viento comenzó a soplar. De momento no era molesto pero sí muy frío. Las copas de los arboles danzaban sobre nosotros. El cielo comenzó a tornarse gris.

-No me lo puedo creer.-Dijo la madre de Merche.

Lamentablemente se estaba formando sobre nosotros una tormenta. Aún no habíamos alcanzado la bifurcación. La idea de que la habíamos pasado se asentaba en nuestras cabezas. Ya casi íbamos intuyendo el camino. El color verde predominaba sobre el amarillento de la arena. El viento se fue haciendo más fuerte por momentos. Las ramas y hojas volaban de un lado a otro.

-Esto no va bien.-Dije mientras trataba de encontrar la bifurcación. Sentía que ya habíamos recorrido dos kilómetros y no había señal de ella.

-Quizás deberíamos parar y acampar.-Me dijo Merche.-Montar el campamento con lluvia no será muy buena idea. Aun podemos coger un sitio seco.

Me quedé pensativo. La idea era la más sensata que podíamos tener. Miré hacia delante.

-Espera un momento.-Le dije a Merche.

Salí corriendo hacia un montón de piedras que se levantaban a unos veinte metros de donde estábamos. Cuando llegué vi que una pequeña porción de arena se dirigía hacia mi izquierda para luego perderse de nuevo bajo el manto verde. Recordé que en algunos montes me pareció haber visto este tipo de montones para marcar las bifurcaciones. Llamé a Merche haciendo gestos. Todo el grupo se acercó a mi posición.

-Creo que esta es la bifurcación.-Dije con todo de alivio.- ¿A vosotros no os suena haber visto en el monte este tipo de montones para marcar los caminos?

Me miraron con cara de asombro. Parecía que no sabían de qué estaba hablando.

-No sé si será verdad o no.-Por fin Gonzalo rompió el silencio.-Pero está claro que parece que por aquí pasaba un camino y es lo mejor que tenemos.

-Vale.-Respondieron los demás al unisonó.-Seguiremos por aquí.-Dijo Ana.

Conteníamos por ese camino durante una hora más. Miré el mapa para comprobar la dirección que tomaba el camino con respecto a las coordenadas. Teníamos que estar avanzando hacia el Norte con unos grados hacia el Este. Comprobé la brújula del GPS. Para mi sorpresa, en algún momento el aparato había obtenido la señal de algún satélite y, aunque en ese momento estaba perdida, tenía dibujado una línea sobre el camino que seguíamos.

-Mirad.-Se lo enseñé a los demás.-Yo creo que vamos bien, ¿no?-Dije con una sonrisa.

Las caras de alivio se dejaron ver en cada uno de nosotros. A pesar de no tener señal, el GPS mostraba la ruta óptima para llevar hasta las coordenadas que habíamos introducido y, para nuestra tranquilidad, estábamos encima de esa pequeña línea negra. Sin dudarlo un momento saqué el mapa de nuevo y con un lápiz comencé a señalar el camino que mostraba el aparato. Pulsé el botón para avanzar a la siguiente parte y para nuestra desgracia el GPS se apagó.

-¡¡Mierda!! - Grité.-Nos falta el último kilómetro.

Nos quedamos mirando la pantallita atontados, con la esperanza de que se encendiera. Pero no ocurrió. Pulsé varias veces el botón de encendido pero no tuvimos suerte.

-Según eso estamos a poco más de cinco kilómetros.-Dijo Ana.

El viento comenzó a soplar con mucha más fuerza. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer sobre nosotros.

-Vamos debajo de esos árboles.-Dijo Merche.-Aun está seco y podemos montar el campamento.

Los caballos comenzaron a estar nerviosos por primera vez en todo el camino. El que llevaba Laura comenzó a levantarse sobre sus cuartos traseros nerviosamente.

-Cuidado, cuidado.-Dijo la madre de Merche.

Laura salió despedida hacia atrás y cayó encima de Gonzalo. El caballo se encabritó y salió al galope saltando una pila de troncos. Le oímos relinchar durante un rato hasta que se apagó a lo lejos.

-Olvidaos de el.-Dije.-Vamos a montar un campamento.

Gonzalo y yo comenzamos a levantar un pequeño perímetro de tierra e hicimos algunos agujeros para meter los palos de aluminio que sujetarían las mantas de los caballos sobre nosotros. Atamos las cintas de cierre a los tres arboles que rodeaban el hueco. Creamos un pequeño tejadillo bajo el árbol dejando caer los laterales de las mantas a modo de cortinillas. Con los plásticos tapamos la parte superior para que el agua no entrara e hiciera de caída hacia los laterales. Como estábamos debajo de unos árboles muy frondosos la lluvia se notó muy poco.

Nos quedamos allí metidos. Fuera había muy poca luz. Imaginé que la noche estaba cayendo sobre nosotros. Los caballos relinchaban bajo los árboles. Los atamos uno a cada árbol para que tuvieran espacio. Merche le puso a cada uno una manta impermeable y les tapó la cabeza hasta los ojos. Dejaron de relinchar. El sonido de la lluvia contra los plásticos era constante. Al no caer directamente contra nosotros las gotas que se acumulaban en las hojas de los árboles eran más grandes.
Cuando me desperté la lluvia continuaba cayendo. La oscuridad dominaba el día. No nos movimos de allí. Encendí la radio y comencé a dar el mensaje. Seguimos sin obtener respuesta. Busqué el canal por el que escuché a los otros hablar. Llegué a él y la voz seguía allí dando su mensaje.

-Código... XXXXXX... tres personas... situación desconocida... no funciona... pero... estamos en... Pedriza. Ayuda... por favor.

"Tres personas" Si no recordé mal en el primer mensaje que escuché decía que eran cuatro. Habían perdido a uno en el camino. Volví a mi canal y comencé a cantar mi mensaje de nuevo.

-Atención código XXXXXX.-Una voz respondió a mi llamada.- Aquí punto seguro La Pedriza.-Era claro y limpio.-Confirmado código de acceso. No les tenemos en nuestro radio de apoyo. Por favor, aproxímense más.

-Aquí código XXXXXX.-Respondí eufórico.-Estamos atrapados en la tormenta. No tenemos muy claro la dirección qué debemos tomar. Solicitamos ayuda.

-Atención código XXXXXX. Negativo. No podemos proceder. Deben acercarse más.

"Joder" Pensé. No les costaba nada salir en nuestra búsqueda. Seguro que tenían los medios necesarios para ayudarnos.

-Atención código XXXXXX. Están en zona caliente. No podemos proceder. Aproxímense más.

¿"Zona caliente"? Qué demonios. Eso no significa nada bueno.

-Atención código XXXXXX. Mantengan comunicación cada tres horas por su canal.
Cuando establezcamos su situación dentro de nuestro radio de acción procederemos a rescatarles. Corto y cierro.

Me quedé mirando alucinado la radio.

-¿Qué es eso de que estamos en una zona caliente? - Preguntó Laura.

-Pues que estamos en zona peligrosa.-Respondió Gonzalo.

La preocupación se hizo visible en nuestras caras. Yo solo podía pensar que sería debido a que en la zona había infectados. Un trueno sonó en el cielo. La tormenta comenzaba a coger fuerza cada minuto. Tuvimos que salir a asegurar con piedras las partes de las mantas que caían sobre el suelo. Los caballos estaban muy nerviosos. El resplandor de los rayos se metía entre los huecos de las mantas. Una desagradable sensación de miedo e inseguridad nos abordó a todos.

Laura y Elena se quedaron dormidas. Merche y su hermana Ana trataban de aguantar el cansancio pero en pocos minutos se unieron al sueño de las dos pequeñas. La madre de Merche tampoco pudo aguantar y se quedó dormida en poco tiempo. Gonzalo y yo nos quedamos despiertos. Sentíamos la necesidad de vigilar el campamento.

-¿Crees que se referían a infectados? - Me preguntó.

-Estoy convencido.-Respondí sin dudarlo.

-Menudo follón. Tan cerca y no vamos a poder llegar sin problemas.

-Eso parece.-Dije.-Pero hemos salido bien de todo.

La cara de Gonzalo no dejaba lugar a dudas. Estaba muy preocupado. La verdad es que pensar que estas a las puertas de la salvación pero que antes tienes que pasar una prueba de fuego no es una sensación muy alentadora.

Los caballos comenzaron a relinchar insistentemente. Nos pusimos en guardia. De pronto uno de ellos coceó una de las mantas desmontando parcialmente el campamento. Las gotas que caían de los arboles comenzaron a caer entre nosotros. Las chicas se despertaron aterradas. Pensaron que estábamos siendo atacados. El caballo se revolvía violentamente. Comenzó a golpear el árbol hasta que finalmente se soltó y salió al galope hacia la oscuridad.

-Tranquilas, tranquilas.-Gritó Gonzalo tratando de calmarlas.-Ha sido uno de los caballos.

-¿Pero qué ha pasado? - Preguntó Merche mientras cogía a Elena y a las perritas.

-Se ha puesto nervioso con los rayos y los truenos.-Respondí.-Y se ha soltado.

-¿Se ha escapado? - Me preguntó de nuevo con cara de preocupación.

-Sí.-Dije.-Sólo queda el viejo.

Curiosamente, a pesar de estar asustadísimo, apenas se movía. De vez en cuando relinchaba pero no hacía nada en absoluto. La oscuridad no me permitió saber en qué momento del día estábamos. Estaba claro que no debía ser de noche completa porque había una ligera iluminación pero era tan mínima que podría ser de la tarde o de la temprana mañana. Una mano me agarró del hombro. Vi a Ana, la madre de Merche, agarrándome fuertemente mientras miraba aterrada hacia unos arbustos.

-Joder.-Sólo alcancé a decir eso.

Los malditos ojos rojos se multiplicaban a varios metros de nosotros. Estaban inmóviles pero nos vigilaban. Algunos se movían de lado a lado pero ninguno se acercaba. Los gritos comenzaron a escucharse unos detrás de otros. Las carcajadas los siguieron. Pero los ojos seguían sin acercarse.

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