lunes, 12 de diciembre de 2011

ENTRADA 67

La Pedriza Parte III

Habíamos conseguido llegar a una pequeña cueva que se abría entre dos enormes rocas. Estábamos agotados y sin aliento. Los gritos y chillidos se oyen por toda la montaña. Volví a cantar el mensaje por la emisora de radio.

-Código XXXXXX tenemos sus señales en nuestros monitores.-La misma voz de hace unos días respondía a mi mensaje.-Deben acercarse un kilometro más para poder darles apoyo.

-¿Cómo que un kilometro más? - Grité. -Estamos rodeados de infectados y nos van a cazar.

-Código XXXXXX deben proceder según las normas. Serán rescatados cuando se sitúen en nuestro sector.

Era increíble. Nos tenían localizados pero no nos rescatarían hasta que estuviéramos más cerca. Estábamos desesperados. La comunicación se cortó.

-¿De qué coño van? - La hermana de Merche estaba desesperada.

No sabíamos qué responder. Todos alucinábamos con la situación. Entre los árboles veíamos como los infectados corrían de un lado a otro buscándonos.

-¿Qué vamos a hacer? - Pregunto Merche.

Teníamos una difícil decisión por delante. Estábamos desorientados y sin brújula. Según nuestro interlocutor nos encontrábamos a un kilometro de la salvación pero ¿en qué dirección? Estaba claro que debíamos seguir la misma que habíamos tomado cuando huimos del cerco pero ¿hacia arriba? ¿Todo recto? ¿Tiramos por la calle de en medio y vamos en diagonal?

-Lo mejor va a ser eso.-Dijo Gonzalo.-Esta claro que tenemos que seguir por aquí, hagámoslo a mitad y mitad.

-Pero eso supone correr en pendiente.-Dijo la madre de Merche.-Estamos muy cansados.

-Creo que es la mejor, no, la única opción que tenemos.-Dijo Merche.

-Decidido.-Zanjé la conversación.

Nos preparamos. Bebimos un poco de agua y tomamos un pequeño bocado de comida. Decidimos quedarnos unos minutos más en esa cueva hasta que la luz fuera un poco más tenue sin llegar a caer la noche sobre la montaña. Con un poco de oscuridad tendríamos más oportunidades.

Lo gritos y chillidos se oían a lo lejos. Las siluetas no pasaban frente a nosotros. Era el momento de seguir.

-Vamos.-Grité.-Merche, Elena, Laura, Ana y Ana. Salid detrás de Gonzalo, yo cubro la retaguardia. No os paréis pase lo que pase.

-¡¡Vale!! - Respondieron todos al unisonó.

-Merche, toma.-Le tendí la radio.-Siempre que puedas da el código y pide ayuda.

Merche se engancho la radio en el abrigo. Al otro lado de vez en cuando sonaban chasquidos de conexión y se escuchan voces distantes.

Salimos corriendo de la cueva. Comenzamos a subir realizando una diagonal con respecto al camino que habíamos realizado antes. Pocos minutos después el cansancio hacia mella sobre nosotros. El ritmo fue bajando pero, sacando fuerzas de flaqueza, tratábamos de no parar. Merche cogió a Elena en brazos. La pequeña no podía más y el peso de Yuko le agotaba la poca energía que tenía. Ana, la hermana de Merche, y Laura comenzaron a bajar el ritmo bruscamente. Gonzalo, en la vanguardia, trataba de no tropezar con las piedras que tenía en el camino. La madre de Merche luchaba por mantenerse pegada a él pero el sobre esfuerzo que realizaba la hacía tropezar continuamente. Yo me apoyaba en cada árbol que pasaba tratando de coger un poco de impulso para continuar.

-Seguid... seguid.-Mi voz entrecortada por la falta de aliento trataba de dar ánimos al grupo.

Los gritos se comenzaron a oír a la altura de la cueva de la que habíamos salido. Giré la cabeza para comprobar el terreno que dejábamos atrás y vi lo inevitable. Más de una treintena de infectados se apostaban sobre las rocas y nos señalaban saltando y gritando excitados. En pocos segundos los teníamos corriendo detrás de nosotros.
Me pareció que ellos también estaban agotados pero no lo suficiente como para dejarlos atrás. Los golpes y empujones se sucedían entre ellos haciendo mella en sus filas obligándoles a muchos de ellos a recuperar el terreno perdido. Esas luchas fueron las que nos daban la ligera ventaja que nos separaba.

-¡¡Continuad!! - Grité.- No miréis atrás.

Me paré apoyado en un árbol y realicé varios disparos. Dos infectados habían despuntado del grupo y casi nos cogen antes de que me diera cuenta. Uno de ellos cayó colina abajo por la fuerza del impacto pero a unos cincuenta metros se levantó tambaleándose y continuó la persecución a trompicones. El otro, por fortuna, se quedó tirado muerto a unos metros de mí. Continué corriendo. El grupo estaba a unos setenta metros de mi posición. Los infectados nos ganaban terreno y se situaban ya a poco más de cien metros de mí.

La lluvia comenzó a caer. Era el efecto tétrico que nos faltaba en la persecución. Alguien en las alturas debió pensar que no teníamos suficiente con el terreno blando producido por las frías mañanas del invierno. Los charcos de agua y barro, los pequeños arroyos y las hojas empapadas nos complicaron cien veces nuestra huida. Los infectados parecían regocijarse con la situación. A pesar de todo ellos tenían más resistencia y, lo más importante, nos superaban en número. Cuando los primeros se cansaban y bajaban el ritmo, los de atrás tomaban la cabeza y tiraban del grupo.
Volví a pararme y a realizar unos cuantos disparos más. Esta vez tres infectados de la primera línea cayeron hacia atrás tirando tras de sí a otros tantos colina abajo. Abrí una pequeña brecha que nos dio unos metros más de ventaja. Cuando arranqué de nuevo comencé a contar mentalmente los disparos que había realizado para saber cuántas balas me quedaban aproximadamente. Solo dieciocho. No era mucho.

Entonces todo se fue a la mierda. Comencé a escuchar disparos frente a mí. Vi los destellos de los rifles de Merche y Gonzalo disparando hacia ambos lados. Los infectados nos habían adelantado o, seguramente, teníamos algunos por delante y no habíamos reparado en ellos. Traté de apurar el paso lo más que me permitían mis piernas. Tenía al grupo a unos treinta metros y vi varios cadáveres en mi camino. Se estaban enfrentando a una emboscada. Mientras subía comencé a realizar algunos disparos contra siluetas que se acercaban a ellos por sus flancos traseros. Diez balas. Por fin llegué hasta ellos. Se habían parado. La madre de Merche tenía una seria herida en la pierna. Habían transformado ramas en lanzas y una de ellas acertó en el muslo de Ana madre.

-¿Cómo está? - Pregunté cuando me puse a su lado.

-Mal.-Respondió Merche.-No puede andar y está muy metida... no me quiero arriesgar a sacarla.-Las lagrimas surgían de sus ojos.

-Dejadme aquí.-Dijo la madre de Merche.-Salvaos vosotros.

-Ni de coña.-Dijo Ana, la hermana de Merche.

Los infectados ganaban terreno.

-Vamos.-Dije mientras me agachaba y me colocaba a la madre de Merche a la espalda.-Tenemos que seguir.

-Yo os cubro.-Dijo Gonzalo disparando hacia la oleada de infectados que escalaban hacia nosotros.

Laura, Elena, Merche y yo con su madre a cuestas comenzamos a avanzar como pudimos. Merche se giraba de vez en cuando y disparaba una ráfaga para apoyar a Gonzalo.

-Mierda.-Dijo.-Ana se ha quedado con Gonzalo.

Giré la cabeza y vi que Ana estaba al lado de Gonzalo, con un cargador en la mano y arrojando piedras con la otra. Algún que otro infectado recibió una de ellas en su cabeza y cayó hacia atrás perdiendo unos metros de avance.

-Sigue, sigue.-Le dije a Merche.-Ahora vendrán no te preocupes.

Seguimos avanzando. Los gritos cada vez eran más fuertes. Gonzalo no pudo contenerlos por mucho tiempo. Se levantó de su sitio, cogió a Ana del brazo y comenzaron a correr hacia nosotros. De vez en cuando se giraba y descargaba una ráfaga contra sus perseguidores demasiado próximos a él.

-Hijos de puta.-Gritó Gonzalo a nuestras espaldas.

Nos giramos todos y vimos como Gonzalo hincaba la rodilla en la tierra. Una lanza le había atravesado el gemelo derecho. Se giró hacia los perseguidores y comenzó a descargar las balas que le quedaban en el cargador a discreción contra todo lo que se aproximaba a él. Un infectado le asaltó por su izquierda y le descargó un tremendo golpe con una rama de árbol en la espalda. Gonzalo se echó hacia delante gritando. Ana saltó sobre el infectado y le clavó el cuchillo desbrozador en la cabeza. La mala suerte quiso que el cuerpo cayera por la colina y se llevara consigo la única arma que tenía ella. Ana cogió un palo y se aproximó a Gonzalo. Los infectados comenzaron a rodearles. Gritaban, saltaban, de vez en cuando se acercaban a ellos y los golpeaban o empujaban.

-¡¡Noo!!-Gritó Merche.

Comenzó a disparar hacia el grupo de infectados que rodeaba a su hermana y su cuñado. Cuatro de ellos cayeron fulminados por tiros en la cabeza. Dos más cayeron colina abajo heridos. El arma dejó de funcionar. Ya no tenía balas.

-Mierda, mierda, mierda.-Grité.-Quedaos aquí escondidas, no os mováis.-Le dije a la madre de Merche mientras la dejaba en el hueco del tronco de un árbol.-No hagáis ruido.

Salí corriendo detrás de Merche. "Diez balas" Disparé contra los que se lanzaron contra ella. "Tres balas" Merche llegó hasta su hermana. Con la fuerza de la carreta estrelló la culata del fusil contra uno de los infectados que murió en el acto con medio cráneo hundido en su cerebro. El fusil voló de nuevo estrellándose contra otra cabeza. Tres disparos más le quitaron de encima a dos infectados que saltaron sobre ella a su espalda.

-¡¡Cabrones!! - Grité cogiendo el fusil por la bocacha quemándome las manos.

Descargué mi ataque contra uno de los infectados que se volvió hacia mí. Su mandíbula se desencajó y cayó muerto a mis pies. Sin ninguna esperanza comenzamos un combate anárquico cuerpo a cuerpo contra las decenas de infectados que llegaban constantemente a nuestra posición. Con los machetes hacíamos volar manos separadas de sus brazos. La sangre salpicaba por todos lados.

Nos superaban. Una nueva embestida hizo que Gonzalo cayera colina abajo unos cinco metros. Lo suficiente como para que tres infectados lo cogieran en volandas y huyeran con él tratando de escapar.

-¡¡Gonzalo!! - Gritó Ana, la hermana de Merche.

Cuando se dispuso a seguirles, dos infectados la agarraron del pelo y las piernas y tiraron de ella colina abajo. La bajada era rapidísima y no nos dio tiempo a reaccionar.

-¡¡Noooo!! ¡¡Noooo!!- Merche gritó desesperada.

Los infectados nos rodearon. No teníamos sitio para blandir los machetes desbrozadores con fuerza y efectividad. Recibí un tremendo golpe en la cabeza. Caí al suelo y traté de darme la vuelta lo más rápido posible. Una nueva patada en el estomago me ayudo a ponerme boca arriba. Vi como cuatro infectados cogían a Merche y trataban de arrancarle la ropa.

-¡¡¡Os mataré!!! - Grité lleno de ira pero sin casi poder moverme.

Sentí como me clavaban una lanza en cada brazo. Me crucificaron en el suelo. Merche gritaba, pateaba tratando de quitarse a los atacantes de encima. Apareció Laura detrás de ellos con una piedra en las manos. Le reventó la cabeza al más próximo. Cuando trató de atacar al segundo, éste la esquivó y la golpeó tan fuerte que cayó inconsciente al suelo.

Un infectado se aproximó a mí con una enorme piedra entre las manos. Mi visión se nublaba por momentos y apenas podía mantener los ojos abiertos. El dolor en mis brazos era cada vez más fuerte y se propagaba por todo mi cuerpo. Noté como uno de ellos movía las lanzas clavadas en mis brazos.

A punto de desmayarme la última visión que tuve fue la cabeza del infectado desapareciendo de encima de sus hombros y dejando caer la piedra a mi lado. Un chorro de sangre cayó encima de mí y vi como el otro infectado que me torturaba caía acribillado al suelo. Antes de cerrar los ojos me giré hacia Merche. Estaba acurrucada sobre sus rodillas. Lloraba. Tenía la camiseta hecha girones. Aun mantenía los pantalones intactos. Tres cuerpos yacían a sus pies. Tras ella dos siluetas vestidas con pantalones de color Kakhi, gorras y chalecos tácticos se aproximaban disparando ordenadamente y lanzando granadas. Una voz sonó a mi lado.

-Asegurad el perímetro.-Comenzó.-Traed los equipos de evacuación. Eliminadlos hasta dejar veinte metros de seguridad. Moveos, moveos.

Un hombre con gorra, gafas de sol y abundante barba blanca se inclinó sobre mí.

-Código... XXXXXX.... Siete... Personas... Ayuda.-No aguanté más. Me desmayé.

ENTRADA 66

La Pedriza Parte II

Dejamos la mayor parte de nuestras cosas atrás. Durante más de tres horas las luces rojas no se movieron de su sitio pero casi llegada la cuarta hora de vigilancia, cuando la noche cayó definitivamente sobre nosotros, comenzamos a sentir que la mayoría de ellos se estaban acercando poco a poco.

Por un momento dejamos de verlos. No sé si fue por el cansancio que sentíamos todos pero ninguno los vimos aproximarse. En pocos minutos tres siluetas negras se lanzaron contra el caballo que nos quedaba. Lo habíamos dejado en el lugar donde estaba el campamento. Nosotros nos movimos unos metros hasta llegar al siguiente grupo de arboles. Lo arrancaron del árbol y se lo llevaron a rastras chillando y golpeándolo. Fue alucinante ver como el caballo viejo se revolvía en vano mientras sus captores lo machacan a palos y golpes hasta matarlo.

A los quince minutos unos pulmones y un corazón cayeron a nuestro lado, acompañados de siniestras carcajadas.

-Si queréis vivir un poco más deberíais entregarnos a uno de vosotros.-Gritó una voz con sorna.

Gonzalo, Merche y yo nos quedamos vigilando las luces mientras Ana, Laura, la madre de Merche y Elena con las perritas se alejaron unos metros más.

-Mierda, ¿qué coño hacemos? - Gonzalo estaba muy nervioso.

-Ni idea. - Dijo Merche.

-El punto seguro está a unos kilómetros en esa dirección. Lo único que nos queda es avanzar hacia allí cómo podamos.-Respondí.

La única opción que teníamos era esperar la ayuda de los militares del punto seguro. Aunque no teníamos con nosotros al cien por cien que nos fueran a ayudar.

-Merche, Gonzalo.-Dije.-Id con las chicas. Id avanzando. Yo me quedo en retaguardia.
Ambos me miraron con cara de preocupación. Pensaban que era un suicidio separarse demasiado. Le di la radio a Merche para que la llevara y fuera comunicándose con los del punto seguro.

-No pares de llamarles.-Le dije.-Hasta que se harten. Hay que hacer que salgan a por nosotros.

Las luces rojas comenzaron a avanzar lentamente. Debieron pasar muchas horas. La tenue luz de la mañana se iba acercando a pesar de los nubarrones grisáceos que dominaban el cielo. La lluvia y la niebla dominaban a ras de tierra.

El grupo comenzó a avanzar rápidamente. Me quedé a unos metros de ellos. Por fin pude ver a algunos de nuestros perseguidores. Pude contar por lo menos a diez de ellos. Debía de haber más de una treintena hostigándonos. Me levanté de mi sitio y corrí por el mismo camino que habían tomado Merche, Gonzalo y los demás.

-Jajaja. Eres mío.-Me gritó una voz a mi derecha.

Una cabeza asomó entre los arbustos y trató de saltar sobre mí. Se quedó enganchado en una de las ramas y cayó de espaldas al suelo. Me acerqué a él rápidamente y le disparé en la cabeza. La agitación que eso provocó fue tremenda. Los gritos se multiplicaron, las carcajadas aumentaron, se estaban excitando con la posibilidad de una cacería y de que las presas dieran guerra. Las ramas de los arbustos y de los arboles comenzaron a menearse violentamente a mi alrededor. Dos nuevos atacantes se lanzaron sobre mí. El primero de ellos me empujó, sin quererlo descargué una ráfaga del fusil de asalto con tanta fortuna que le atravesó dos veces la cabeza y el cuello. El segundo fue a saltar sobre mí mientras estaba en el suelo pero una ráfaga desde unos arbustos acabó con él.

-Vamos Borja.-Gonzalo había acudido en mi ayuda.

El revuelo se multiplicaba por momentos. Corrimos y llegamos a una explanada. Vimos al otro lado que las chicas se ocultaban entre unos arbustos y Merche se colocaba con el fusil para dar cobertura.

-No lo pensemos.-Nos dijimos.-¡¡Aaaaah!!

Nos lanzamos chillando por la explanada. Hasta ocho infectados salieron de diversos puntos para atacarnos. La carrera fue un caos. Desde lejos Merche disparó un par de ráfagas. Uno de los atacantes cayó a nuestros pies. Tuve que saltarlo para no tropezarme.

-Cuidado.-Grité.

Gonzalo iba un par de metros delante de mí. Un infectado me adelantó y se lanzó contra él. Gonzalo saltó en el momento justo en el que el atacante trató de placarle las piernas. Cuando cayó al suelo disparé un tiro contra su cuello. Seguimos corriendo como posesos. Frente a nosotros se encontraba un árbol caído. Gonzalo lo bordeó, le quedaba en mejor posición para hacerlo. Le escuché gritar y disparar varias veces. Yo llegué al árbol y dos infectados se lanzaron desde atrás contra mí. Me arrojé por debajo de las ramas y me deslicé como un jugador de baseball llegando a una de las bases. Sentí como uno de los infectados se estrellaba contra el árbol y emitía un agudo chillido de dolor. El otro infectado cayó al otro lado del árbol. Acabé a sus pies. Me agarró del cuello y me levantó como si fuera de papel. El tío debía medir por lo menos dos metros y era un puñetero armario. Comencé a darle patadas en el estomago pero no sintió nada. Agarré el fusil y lo apunté contra sus piernas. Descargué varias ráfagas que le cortaron una de ellas. Los dos caímos. Conseguí mantener el equilibrio. El infectado trató de agarrarme pero me alejé lo suficiente.

-¡¡Borja!! ¡¡Espabila!!- Gonzalo me gritó casi llegando a la posición de las chicas.

Esquivé el último intento del mostrenco por cogerme y continué mi carrera. Conté uno más. Justo cuando llegaba a la altura de la posición donde me esperaban los demás me giré violentamente, tropecé y disparé sin pensar. El infectado no se lo esperó y se "comió" los dos disparos que le lancé a bocajarro contra su boca la cual saltó por los aires dejando un espacio vacío sobre sus hombros.

-Dios, dios, dios.- Grité, invadido por la adrenalina.

Al otro lado de la explanada aparecieron multitud de infectados.

-Vamos, vamos, vamos.-Gritamos todos.

Como si de una película de terror se tratase, la niebla comenzó a caer sobre nosotros. Nos dio la ventaja de ocultarnos pero también nos desorientó. Los gritos se oían por todos lados. Dejamos de correr y avanzamos más cautelosamente. Los ruidos de ramas rompiéndose o arboles agitándose nos ponía en guardia en todas direcciones. De la niebla apareció una sombra que agarró a Elena y trató de salir corriendo. Merche reaccionó rápidamente y disparó contra las piernas del infectado. Elena cayó al suelo junto con la bolsa en la que llevaba a Yuko. Me acerqué y paré a Merche.

-No malgastes munición.-Le dije.

Le pedí a Ana, la madre de Merche, el machete desbrozador y descargué con fuerza un golpe contra las cervicales del infectado que se retorcía de dolor tratando de incorporarse. No le maté pero le dejé parapléjico. Gritó y trató de moverse pero fue en vano. Ni un solo musculo le hizo caso. Un nuevo atacante salió de las sombras.

-Cuidado.-Gritó Ana, la hermana de Merche.

Sin pensarlo clavó el cuchillo que llevaba en el estomago del infectado. Este la agarró dolorido. La madre cogió una piedra y la estrelló contra la cabeza del atacante abriendo un enorme hueco por el que comenzó a salir el cerebro y la sangre.
Estábamos agotados. La visión era cada vez peor. La niebla se cerraba por momentos sobre nosotros y la oscuridad invadió cada rincón de la montaña. Nos movíamos juntos, unos de la mano de otros para no separarnos. La noche llegó.

-¿Qué hacemos? - Preguntó Gonzalo.

Nos habíamos agazapado entre varios árboles y matorrales. La visión era nula y éramos incapaces de saber dónde estábamos. Sentíamos como a nuestro alrededor se movían y agolpaban una gran cantidad de infectados. No sabíamos el porqué pero nos habían dejado de atacar haría unos veinte minutos aunque nos hostigaban constantemente. De vez en cuando pasaba una silueta corriendo a nuestro lado golpeando los troncos de los árboles y chillando violentamente. Estábamos totalmente a oscuras. Debieron pasar varias horas cuando empezamos a ver luces a nuestro alrededor. Los infectados comenzaron a encender hogueras. El frío era muy intenso y estábamos helados. Al parecer ellos también lo notaban y se agolpaban alrededor de los fuegos. Los canticos, gritos y chillidos no dejaron de oírse, de hecho estaba convencido de que se iban intensificando poco a poco con cada hoguera encendida.

-He contado veinte lucecillas.-Me dijo Merche a mi lado.

Apenas la veía, sentía que estaba a mi lado. La tenue luz que llegaba hasta nosotros a través de la nieva le iluminó un poco la cara. Tenía las mejillas marrones debido al barro y el agua. Sus ojos mostraban un cansancio extremo. El pelo, cortado antes de salir del pueblo, estaba acartonado en mechones serpenteantes decorados con pequeñas piedrecillas. Mi aspecto no debía de ser mucho mejor.

-Yo no he contado ninguna.-Le dije.-Estoy esperando que se acerquen.

-Llevan tiempo allí parados.-Continuó Merche.-Hace rato que ni siquiera se acercan como antes.

-Ya.-Respondí.-Estoy muy preocupado. No sé si nos hemos desviado del camino. No sé cuántos infectados hay. No sé si lo conseguiremos.

Merche me cogió la mano y se acurrucó a mi lado. Elena dormía cerca de nosotros. Ana y Gonzalo estaban abrazados y parecía que ella se había quedado también dormida. Laura y la madre de Merche estaban enfrente nuestro, ambas con los ojos cerrados tratando de descansar.

-¿Qué hora es? - Preguntó Merche.

-No tengo ni idea.-Respondí.-Es Gonzalo el que tiene reloj pero no quiero molestarle.

-¿Qué día es hoy? - Volvió a preguntar Merche.

-Pues...-Me quedé un momento pensativo.-La verdad es que no lo sé. ¿Cuántas noches hemos pasado fuera?

-No sé.-Respondió Merche.-Dos o tres ¿No?

Pensé que seguramente mirando los apuntes del diario daría con el día en el que estábamos pero recordé que no había podido escribir los últimos sucesos. Debimos quedarnos dormidos.

Me desperté sobresaltado. Estuve soñando toda la noche con la situación que vivimos. Me noté muy cansado, seguramente apenas habría podido conciliar el sueño más de una hora seguida. El olor de los restos de hogueras llegaba hasta nosotros. La niebla seguía sobre la montaña y el frío se mantenía intenso. En algunos puntos se podían distinguir, todavía, los bailoteos de las llamas. Los canticos, gritos y chillidos habían cesado. "Ellos tendrán que dormir también" Pensé.

-Merche.-Dije muy bajito tratando de despertarla.-Despierta. Vamos a levantar a los demás y nos ponemos en camino otra vez.

-¿Qué dices? - Respondió algo adormecida.- ¿Estás loco? Nos van a matar.

-Creo que están durmiendo.-Le dije.- Estarán infectados pero siguen siendo "humanos", necesitan descansar y después de pasarse toda la noche de juerga estarán cansados.

Merche me miro incrédula. La idea de continuar con todo lo que nos rodeaba le asustaba muchísimo.

-No nos queda otra opción.-Le dije.-Eso o esperar a que vengan.

Ella sabía que era nuestra única salida. No nos íbamos a quedar allí parados esperando que nos atacaran y nos mataran. Teníamos que luchar. Después de todo lo que habíamos pasado no podíamos rendirnos.

Fuimos despertando a todos poco a poco y en silencio. Con cuidado preparamos las pocas cosas que nos quedaban. Nos ajustamos las armas; cuchillos, fusiles, palos. Y nos reunimos antes de salir.

-¿Hacia dónde vamos? - Preguntó Gonzalo.

-La mayoría de las hogueras estaban en aquella dirección.-Dijo Merche señalando a la zona por la que supuestamente habíamos llegado.

-Bien, esta claro entonces.-Dije.-Vamos en la dirección contraria.

Comenzamos a andar en silencio. Avanzábamos despacio para hacer el menor ruido posible y poder comprobar el suelo para no pisar ramas u hojas que pudieran desvelar nuestra situación. De vez en cuando oíamos chascar las hogueras que nos rodeaban. Nos quedábamos parados en el sitio escuchando y comprobando que no hubiera más ruido o movimiento que ese. Habíamos recorrido unos treinta metros cuando nos encontramos con el primer problema. Frente a nosotros se despejó la niebla un poco y vimos un pequeño campamento. Tres hogueras separadas por unos diez metros cada una reposaban rodeadas de una veintena de bultos. Una de ellas aun tenía el fuego avivado, las otras dos eran un hilillo de humo que se unía a la niebla unos metros por encima de la tierra.

-Mierda.-Escuché la voz de Gonzalo a mi espalda.

-Tranquilos.-Dije.-Despacio y sin hacer ruido. No podemos volver atrás ni rodearlos, perderíamos mucho tiempo.

Era una locura pero era muy posible que hubiera más grupos como este o más numerosos en otros puntos, rodeándonos. Volver atrás suponía perder tiempo.

-Merche, coge a Elena en brazos y a las perritas y pasa tu primero.-Le dije.-Gonzalo y yo nos quedamos para cubriros desde aquí. Después vosotras tres en fila india.

Se prepararon todas para pasar. Nos fuimos hacia la derecha del campamento. Estaba flaqueado por un muro de piedra y no parecía haber ningún bulto apoyado contra él. Por un momento valoramos la posibilidad de pasar al otro lado pero el estado de las piedras y la humedad lo hacía muy complicado.

Merche cogió a Elena en brazos. Ésta llevaba a las dos perras encima con sus mochilas. Yuko gimoteaba débilmente. Boni asomaba la cabeza por un rasgado de su mochila y gruñía de vez en cuando.

-Chist.-Le decía Merche a la perra.-Cállate.

Algunos cuerpos se movían de vez en cuando acurrucándose o colocándose en otra posición. Las cuatro comenzaron a avanzar. Las mirábamos con los ojos como platos. La tensión se notaba en cada uno de nosotros. Le dije a Merche que se fuera unos veinte metros más allá del campamento, tras un árbol caído sobre el muro de piedra. El tiempo pasó lentísimo. Paso a paso fue avanzando pasando a escasos dos metros de algunos infectados. Afortunadamente Merche no tuvo ningún problema para cruzar. Cuando dejó el campamento atrás aceleró el paso para llegar al árbol lo antes posible.

-Venga.-Dijo Gonzalo.-Ahora vosotras. Tened cuidado.

Laura, Ana y la madre de las chicas comenzaron a andar por el mismo camino que había seguido Merche. Al igual que ella las tres avanzaban poco a poco. Varios infectados se movieron a la vez y se pusieron muy nerviosas. Gonzalo trataba de calmarlas con gestos desde donde estábamos pero no sirvió de nada. Comenzaron a correr hacia el árbol. Laura pisó sin querer una rama que estaba atrapada entre las piedras del muro. El sonido de esta resquebrajándose nos dejó helados. Las chicas llegaron hasta el árbol y se escondieron. Gonzalo y yo nos tiramos al suelo y simulamos formar parte del campamento. Un par de infectados se levantaron. Miraron a su alrededor y se preguntaron uno a otro si habían escuchado el ruido.

-Joder.- Decía Gonzalo por lo bajo.-Nos van a pillar.

-No te muevas,-le dije- no hagas nada a no ser que este claro que nos han pillado.

Ambos infectados se incorporaron. Se desperezaron.

-Arg, ya no puedo dormir.-Dijo uno de ellos.- ¿Cómo estarán nuestras presas? -
Preguntó mirando hacia el lugar donde se suponía que estábamos.

-¿Por qué cojones tenemos que esperar? - Respondió el otro mientras bostezaba y se rascaba el pelo. - Quiero matarles ya.

-Ya oíste al jefe.- Le increpó el primero.- Aquel que los toque antes que él correrá peor suerte que las presas.

-Qué asco.-Se resignó el segundo.

-Quiero mear.-Dijo el primero.-De paso voy a buscar algo para comer.

Ambos se alejaron del campamento en dirección contraria a nosotros. En pocos segundos se perdieron en la niebla. "La niebla se está levantando" Caí en ese momento. La luz era cada vez más clara y se veía más terreno. Le hice una señal a Gonzalo y nos levantamos para cruzar el campamento y reunirnos con las chicas.

-Tenemos que darnos prisa.-Le dije a Gonzalo cuando me junté con él.-La niebla se está dispersando y verán que no estamos allí.

Procedimos de la misma manera que las chicas antes que nosotros. Pegados al muro fuimos avanzando lo más silenciosamente posible. Vigilábamos cada uno de los cuerpos que teníamos enfrente de nosotros. Clavé la vista en el cuerpo que tenía a menos de dos metros de mí. Tenía los ojos abiertos y me miraba asombrado.

-Joder.-Dije lo más bajo que pude.

Me lancé sobre su cabeza en el momento en el que trató de incorporarse y gritar. Le rodeé el cuello con los brazos apretando su cara contra mi estomago con toda la fuerza que pude. El infectado se revolvió violentamente. Sentí como Gonzalo tiró de mí para alejarnos de los cuerpos que teníamos al lado y evitar que recibieran una patada que los despertase. Debajo mío el infectado comenzó a golpearme. Era increíble la fuerza con la que me asestaba cada uno de sus puñetazos. Tenía que contenerme el dolor y mantenerme aferrado a él. Gonzalo sacó un machete y lo hundió en el estomago de nuestro enemigo. Repitió el proceso tres veces más hasta que el cuerpo dejó de moverse. Me separé poco a poco de él. La cara mostraba los ojos y la boca abiertos. La sangre manaba por las comisuras y caía al suelo.

-Vamos.-Gonzalo me golpeó el brazo.

Nos levantamos los dos y corrimos hacia las chicas. Los gritos a nuestras espaldas comenzaron a sonar en todas direcciones.

-Mierda.-Dijo Merche.-Ya se han enterado de nuestra huida.

La niebla era casi nula. Veíamos perfectamente el hervidero de infectados que había alrededor de nuestro antiguo campamento. Corrían como locos de aquí a allá. Golpeándose unos a otros. Luchando entre ellos.

-Parece que se están culpando los unos a otros de nuestra huida.-Dijo Ana, la hermana de Merche.

-Tenemos que aprovechar la confusión para huir.-Dijo Gonzalo.

Nos pusimos en marcha. Apoyados por el árbol caído saltamos al otro lado del muro de piedra y corrimos lo más rápido que nos permitían nuestras piernas. Ocultándonos entre los arbustos. Tratando de dejar a nuestras espaldas la mayor cantidad de vegetación posible.

ENTRADA 65

La Pedriza Parte I

No sabría decir cuánto tiempo tardamos ni cómo conseguimos llegar. Por lo que me dicen estuvimos cinco días a la intemperie pero no sabría contar con seguridad lo qué pasó en cada uno de esos días.

Como habíamos decidido, el domingo por la mañana salimos del picadero. Nos habíamos preparado para el frío y llevábamos un poco de ropa; sobre todo camisetas, calcetines y ropa interior para cambiarnos. Los abrigos tendrían que aguantar se mojaran o no. Daríamos un rodeo al pueblo. Pensamos que la mejor opción, aunque nos llevara más tiempo, era bordearlo. Entrar podría suponer un peligro, a pesar de haber visto a los habitantes muertos en el granero. A pesar de la cantidad de cuerpos que encontré era imposible saber si aún quedaba gente con vida.

Volveríamos sobre nuestros pasos para ir hacia el aparcamiento de La Pedriza que se encontraba a la entrada del pueblo. Subiríamos por esa vertiente, llena de caminos y preparada para ser una zona de paseo. Trataríamos de evitar, en la medida de lo posible, el tener que meternos campo a través.

El día comenzó despejado con algunas nubes altas a las que no les dimos importancia. Los caballos estaban animados, seguramente el salir de aquella pista y de aquel encierro los alegró bastante. Afortunadamente no iban muy fuertes, no tiraban y obedecían las órdenes. Elena comenzó el viaje montada en el caballo más viejo. Fuera de los muros se le veía mucho más enérgico. Incluso diría que su pelo cambió de color de un marrón apagado a un rojizo intenso con varios mechones blancos. Los otros dos también mostraban un color impresionante. El caballo que llevaba la carga tenía un color grisáceo con motas blancas por todo el cuerpo. Su cabeza era de un gris más fuerte al igual que sus patas desde las rodillas. Sobre su lomo, colgando de la silla, habíamos colocado los plásticos, los bidones de agua, algunos palos de aluminio, un pico, una pala y las mantas de los caballos. El caballo sobre el que iba Laura era de color marrón claro con la crin y el final de las patas negros. Este era el más joven de los tres pero no dio ni un sólo problema. Merche, antes de salir, se pasó casi una hora dándole cuerda al caballo para que se relajara.

En poco más de media hora llegamos hasta el aparcamiento. Encontramos muchos coches abandonados. Quizás de gente que iba al punto seguro o de gente a la que todo esto les pilló de paseo por La Pedriza. Tendríamos que estar alerta. No podíamos descartar la posibilidad de que nos encontráramos con otra gente en aquellas montañas ya fueran infectados o sanos.

Por un momento nos quedamos parados frente al camino que íbamos a coger. Serpenteaba a lo lejos hasta perderse entre los árboles y las rocas. El inicio del viaje era al descubierto. La parte baja no estaba demasiado poblada de árboles más bien eran todo arbustos y rocas. Respiramos hondo, nos miramos unos a otros para confirmar que estábamos todos preparados. Comenzamos a andar. El camino parecía no haber sido pisado en mucho tiempo. Ni una sola huella se veía en la arena. Rocas, arbustos, ramas y algo de basura poblaban la tierra que subía frente a nosotros. En algunas zonas tuvimos que usar los machetes desbrozadores para cortar las ramas de los arboles solitarios que vivían a un lado del camino y que habían formado una barrera cortando el paso. Merche y yo abríamos el grupo. En el centro iban los tres caballos con Laura, Elena, Ana y la madre de Merche. Detrás iba Gonzalo cerrando el grupo y vigilando la retaguardia. El avance era lento pero constante. La idea de no cansarse demasiado nos rondaba la cabeza. Muchos habrían pensado en hacer una jornada brutal avanzando lo más rápido posible al principio pero nosotros queríamos reservar las fuerzas para la parte dura y para enfrentarnos a los imprevistos.

Tras un par de horas llegamos a la zona donde la vegetación era más abundante. Las rocas se situaban a ambos lados del camino que ya había dejado de estar flanqueado por los muros de piedra.

-Hay que ir con cuidado.-Dijo Merche.-El camino es muy poco visible por aquí.

El camino de tierra se iba convirtiendo poco a poco en un manto verde. La vegetación lo había tomado. En tan solo dos meses de estado salvaje, sin gente ni animales pasando por el mismo lugar un día tras otro los brotes de hierba crecían libremente en cualquier esquina. Las ramas de los arboles caían sobre los restos del camino. Rocas caídas nos obligaban a rodearlas haciéndonos perder bastante tiempo en volver a identificar por donde teníamos que continuar. A cada paso que dábamos estábamos más cerca de perder el camino de vista.

Encendí el GPS pero no conseguí obtener señales de satélites. Lo mantuve encendido por lo menos para usar la brújula y orientarnos con ayuda del mapa. Merche llevaba con ella la radio. La habíamos dejado encendida y de vez en cuando daba el mensaje por el canal que nos habían adjudicado pero sin obtener respuesta.

-Apágala un rato.-Le dije.-Quedan dos rayas de batería y no sabemos cuánto va a durar.

-Sí.-Respondió mientras se guardaba la radio en su mochila.- ¿Crees que vamos bien?

-Espero que sí.-Le comenté.-El punto seguro esta hacia el noreste desde el aparcamiento. Estoy yendo en esa dirección. De momento vemos el camino.

Supuestamente a unos dos kilómetros tenemos que encontrar una bifurcación. Deberíamos coger el camino que sube, vamos, que queda a la izquierda. Otros tres kilómetros andando y meternos campo a través unos dos kilómetros.

-Joder.-Suspiró Merche.-Si estamos muy lejos todavía.

Decidimos tomar un descanso. Dar de beber a los caballos, tomar algo nosotros y relajarnos un poco. El cielo estaba despejado y el sol brillaba en lo alto. Nos quedarían todavía unas cinco horas de luz.

-¿Sabes que no llegaremos hoy, verdad? - Me dijo Gonzalo.

-Es muy posible.-Respondí.-Hemos recorrido poco más de dos kilómetros en casi tres horas.

-Vamos muy lentos.-Dijo Ana, la hermana de Merche.

-Ya, pero es preferible ir así que agotarse.-Dijo Merche.

Todos lo teníamos muy presente pero era lógico que estuviéramos preocupados por tener que pasar la noche al raso.

-Tenemos que mantener la calma ante todo.-Dije.-No podemos agobiarnos después de todo lo que hemos pasado. Estamos muy cerca de nuestra meta. No la caguemos ahora.

Desde donde estábamos se veía el aparcamiento y parte del pueblo. El embalse se extendía a lo lejos. Multitud de puntos decoraban las orillas y la propia agua. No quisimos pensar en lo obvio. Tras media hora volvimos a ponernos en marcha. El viento comenzó a soplar. De momento no era molesto pero sí muy frío. Las copas de los arboles danzaban sobre nosotros. El cielo comenzó a tornarse gris.

-No me lo puedo creer.-Dijo la madre de Merche.

Lamentablemente se estaba formando sobre nosotros una tormenta. Aún no habíamos alcanzado la bifurcación. La idea de que la habíamos pasado se asentaba en nuestras cabezas. Ya casi íbamos intuyendo el camino. El color verde predominaba sobre el amarillento de la arena. El viento se fue haciendo más fuerte por momentos. Las ramas y hojas volaban de un lado a otro.

-Esto no va bien.-Dije mientras trataba de encontrar la bifurcación. Sentía que ya habíamos recorrido dos kilómetros y no había señal de ella.

-Quizás deberíamos parar y acampar.-Me dijo Merche.-Montar el campamento con lluvia no será muy buena idea. Aun podemos coger un sitio seco.

Me quedé pensativo. La idea era la más sensata que podíamos tener. Miré hacia delante.

-Espera un momento.-Le dije a Merche.

Salí corriendo hacia un montón de piedras que se levantaban a unos veinte metros de donde estábamos. Cuando llegué vi que una pequeña porción de arena se dirigía hacia mi izquierda para luego perderse de nuevo bajo el manto verde. Recordé que en algunos montes me pareció haber visto este tipo de montones para marcar las bifurcaciones. Llamé a Merche haciendo gestos. Todo el grupo se acercó a mi posición.

-Creo que esta es la bifurcación.-Dije con todo de alivio.- ¿A vosotros no os suena haber visto en el monte este tipo de montones para marcar los caminos?

Me miraron con cara de asombro. Parecía que no sabían de qué estaba hablando.

-No sé si será verdad o no.-Por fin Gonzalo rompió el silencio.-Pero está claro que parece que por aquí pasaba un camino y es lo mejor que tenemos.

-Vale.-Respondieron los demás al unisonó.-Seguiremos por aquí.-Dijo Ana.

Conteníamos por ese camino durante una hora más. Miré el mapa para comprobar la dirección que tomaba el camino con respecto a las coordenadas. Teníamos que estar avanzando hacia el Norte con unos grados hacia el Este. Comprobé la brújula del GPS. Para mi sorpresa, en algún momento el aparato había obtenido la señal de algún satélite y, aunque en ese momento estaba perdida, tenía dibujado una línea sobre el camino que seguíamos.

-Mirad.-Se lo enseñé a los demás.-Yo creo que vamos bien, ¿no?-Dije con una sonrisa.

Las caras de alivio se dejaron ver en cada uno de nosotros. A pesar de no tener señal, el GPS mostraba la ruta óptima para llevar hasta las coordenadas que habíamos introducido y, para nuestra tranquilidad, estábamos encima de esa pequeña línea negra. Sin dudarlo un momento saqué el mapa de nuevo y con un lápiz comencé a señalar el camino que mostraba el aparato. Pulsé el botón para avanzar a la siguiente parte y para nuestra desgracia el GPS se apagó.

-¡¡Mierda!! - Grité.-Nos falta el último kilómetro.

Nos quedamos mirando la pantallita atontados, con la esperanza de que se encendiera. Pero no ocurrió. Pulsé varias veces el botón de encendido pero no tuvimos suerte.

-Según eso estamos a poco más de cinco kilómetros.-Dijo Ana.

El viento comenzó a soplar con mucha más fuerza. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer sobre nosotros.

-Vamos debajo de esos árboles.-Dijo Merche.-Aun está seco y podemos montar el campamento.

Los caballos comenzaron a estar nerviosos por primera vez en todo el camino. El que llevaba Laura comenzó a levantarse sobre sus cuartos traseros nerviosamente.

-Cuidado, cuidado.-Dijo la madre de Merche.

Laura salió despedida hacia atrás y cayó encima de Gonzalo. El caballo se encabritó y salió al galope saltando una pila de troncos. Le oímos relinchar durante un rato hasta que se apagó a lo lejos.

-Olvidaos de el.-Dije.-Vamos a montar un campamento.

Gonzalo y yo comenzamos a levantar un pequeño perímetro de tierra e hicimos algunos agujeros para meter los palos de aluminio que sujetarían las mantas de los caballos sobre nosotros. Atamos las cintas de cierre a los tres arboles que rodeaban el hueco. Creamos un pequeño tejadillo bajo el árbol dejando caer los laterales de las mantas a modo de cortinillas. Con los plásticos tapamos la parte superior para que el agua no entrara e hiciera de caída hacia los laterales. Como estábamos debajo de unos árboles muy frondosos la lluvia se notó muy poco.

Nos quedamos allí metidos. Fuera había muy poca luz. Imaginé que la noche estaba cayendo sobre nosotros. Los caballos relinchaban bajo los árboles. Los atamos uno a cada árbol para que tuvieran espacio. Merche le puso a cada uno una manta impermeable y les tapó la cabeza hasta los ojos. Dejaron de relinchar. El sonido de la lluvia contra los plásticos era constante. Al no caer directamente contra nosotros las gotas que se acumulaban en las hojas de los árboles eran más grandes.
Cuando me desperté la lluvia continuaba cayendo. La oscuridad dominaba el día. No nos movimos de allí. Encendí la radio y comencé a dar el mensaje. Seguimos sin obtener respuesta. Busqué el canal por el que escuché a los otros hablar. Llegué a él y la voz seguía allí dando su mensaje.

-Código... XXXXXX... tres personas... situación desconocida... no funciona... pero... estamos en... Pedriza. Ayuda... por favor.

"Tres personas" Si no recordé mal en el primer mensaje que escuché decía que eran cuatro. Habían perdido a uno en el camino. Volví a mi canal y comencé a cantar mi mensaje de nuevo.

-Atención código XXXXXX.-Una voz respondió a mi llamada.- Aquí punto seguro La Pedriza.-Era claro y limpio.-Confirmado código de acceso. No les tenemos en nuestro radio de apoyo. Por favor, aproxímense más.

-Aquí código XXXXXX.-Respondí eufórico.-Estamos atrapados en la tormenta. No tenemos muy claro la dirección qué debemos tomar. Solicitamos ayuda.

-Atención código XXXXXX. Negativo. No podemos proceder. Deben acercarse más.

"Joder" Pensé. No les costaba nada salir en nuestra búsqueda. Seguro que tenían los medios necesarios para ayudarnos.

-Atención código XXXXXX. Están en zona caliente. No podemos proceder. Aproxímense más.

¿"Zona caliente"? Qué demonios. Eso no significa nada bueno.

-Atención código XXXXXX. Mantengan comunicación cada tres horas por su canal.
Cuando establezcamos su situación dentro de nuestro radio de acción procederemos a rescatarles. Corto y cierro.

Me quedé mirando alucinado la radio.

-¿Qué es eso de que estamos en una zona caliente? - Preguntó Laura.

-Pues que estamos en zona peligrosa.-Respondió Gonzalo.

La preocupación se hizo visible en nuestras caras. Yo solo podía pensar que sería debido a que en la zona había infectados. Un trueno sonó en el cielo. La tormenta comenzaba a coger fuerza cada minuto. Tuvimos que salir a asegurar con piedras las partes de las mantas que caían sobre el suelo. Los caballos estaban muy nerviosos. El resplandor de los rayos se metía entre los huecos de las mantas. Una desagradable sensación de miedo e inseguridad nos abordó a todos.

Laura y Elena se quedaron dormidas. Merche y su hermana Ana trataban de aguantar el cansancio pero en pocos minutos se unieron al sueño de las dos pequeñas. La madre de Merche tampoco pudo aguantar y se quedó dormida en poco tiempo. Gonzalo y yo nos quedamos despiertos. Sentíamos la necesidad de vigilar el campamento.

-¿Crees que se referían a infectados? - Me preguntó.

-Estoy convencido.-Respondí sin dudarlo.

-Menudo follón. Tan cerca y no vamos a poder llegar sin problemas.

-Eso parece.-Dije.-Pero hemos salido bien de todo.

La cara de Gonzalo no dejaba lugar a dudas. Estaba muy preocupado. La verdad es que pensar que estas a las puertas de la salvación pero que antes tienes que pasar una prueba de fuego no es una sensación muy alentadora.

Los caballos comenzaron a relinchar insistentemente. Nos pusimos en guardia. De pronto uno de ellos coceó una de las mantas desmontando parcialmente el campamento. Las gotas que caían de los arboles comenzaron a caer entre nosotros. Las chicas se despertaron aterradas. Pensaron que estábamos siendo atacados. El caballo se revolvía violentamente. Comenzó a golpear el árbol hasta que finalmente se soltó y salió al galope hacia la oscuridad.

-Tranquilas, tranquilas.-Gritó Gonzalo tratando de calmarlas.-Ha sido uno de los caballos.

-¿Pero qué ha pasado? - Preguntó Merche mientras cogía a Elena y a las perritas.

-Se ha puesto nervioso con los rayos y los truenos.-Respondí.-Y se ha soltado.

-¿Se ha escapado? - Me preguntó de nuevo con cara de preocupación.

-Sí.-Dije.-Sólo queda el viejo.

Curiosamente, a pesar de estar asustadísimo, apenas se movía. De vez en cuando relinchaba pero no hacía nada en absoluto. La oscuridad no me permitió saber en qué momento del día estábamos. Estaba claro que no debía ser de noche completa porque había una ligera iluminación pero era tan mínima que podría ser de la tarde o de la temprana mañana. Una mano me agarró del hombro. Vi a Ana, la madre de Merche, agarrándome fuertemente mientras miraba aterrada hacia unos arbustos.

-Joder.-Sólo alcancé a decir eso.

Los malditos ojos rojos se multiplicaban a varios metros de nosotros. Estaban inmóviles pero nos vigilaban. Algunos se movían de lado a lado pero ninguno se acercaba. Los gritos comenzaron a escucharse unos detrás de otros. Las carcajadas los siguieron. Pero los ojos seguían sin acercarse.

ENTRADA 64

Sábado 3 Diciembre

Tres días. Desde que llegamos al picadero hemos estado cuidando de los caballos para que estén sanos. Han mejorado mucho. El que eligió Merche para llevar la carga está bastante fuerte y animado. Los otros dos no se encuentran peor. El elegido para llevar a Elena y Laura es un caballo bastante mayor, muy manso y que se limita a seguir a la personas que tenga delante. No mueve una pata si no tiene un guía.

En cuanto a nosotros. Estamos bastante descansados. No hemos tenido ni un solo problema estos días. Hemos podido ducharnos dos veces, todo un lujo. La carne de vaca que conseguimos hace días ya se agotó pero la disfrutamos muchísimo.
Tendríamos que empezar a usar las latas de las raciones militares.

El tiempo, aunque era muy frío, se mantuvo seco a lo largo de los días. Salvando las nieblas que se dieron por las mañanas, creando un tremendo manto húmedo en el suelo. La verdad es que hemos estado muy bien, de momento.

-¿Crees que mañana podremos continuar? -Le pregunté a Merche mientras miraba a los caballos corriendo por la pista.

-Yo creo que si-Me respondió. Había vestido a un caballo y lo estaba montando alrededor de la pista. Se portaba bastante bien y respondía a las órdenes.

La madre de Merche y Laura la observaban desde uno de los muros. En el bar, donde habíamos levantado el campamento, estaban Gonzalo y Ana mirando a través del ventanal. Elena jugaba con Yuko y con Boni en un pequeño pasillo que rodeaba la pista tras los muros.

Aproveché ese momento para volver a comunicar nuestra posición, número de personas y código con la radio. Llevaba tres días intentándolo pero no obtuve respuesta en ninguno de mis intentos. Me dio por trastear un poco con los canales. Muchos de ellos estaban totalmente en silencio. En algunos me pareció escuchar voces pero el ruido era muy intenso. Por fin llegué a un canal, dando vuelta en el que me quedé sorprendido por lo que escuchaba.

-Código...XXXXXXXX...cuatro...personas...según...GPS...dos... kilómetros...coordenadas...XXXX

No supe qué hacer en ese momento. Por un instante estuve tentado de responder a esa llamada. Tendrían que ser compañeros del laboratorio pero tal y como han pasado las cosas y como está el mundo no sabía si arriesgarme. La voz volvió a sonar repitiendo de nuevo la secuencia.

Merche se paró delante de mí con el caballo.

-¿Vas a contestar?-Me preguntó.

-No tengo ni idea.-Respondí.-No quiero tener problemas. Creo que no. Ya les conoceremos en el punto seguro.

Me sonrió y continuó dando vueltas a la pista con el caballo. Noté que ella estaba también muy reacia a liarnos con más problemas con otras personas.
Por la noche nos reunimos todos delante del fuego por última vez. La mañana siguiente nos esperaba con un largo viaje que debíamos cubrir lo antes posible. Estábamos muy cerca de nuestro objetivo.

ENTRADA 63

Miércoles 30 Noviembre

No sé qué ha pasado con las notas que tomé el martes. Decidimos salir del refugio ese día hiciera el tiempo que hiciera para continuar avanzando. El frío nos ha estado acompañando todos los días. Las lloviznas matinales han sido continuas. Afortunadamente las tardes han estado despejadas y hemos podido coger algo de calor.

La verdad es que no han pasado demasiadas cosas el día que salimos. Avanzamos bajo la lluvia durante unas horas. El camino estaba embarrado y los charcos abundaban.

Tras cinco horas andando vimos por fin el castillo de Manzanares. Estábamos en lo alto de una pequeña colina. Nos pareció tremendamente extraño. El pueblo estaba intacto. Totalmente abandonado, no había ninguna señal de vida. Desde donde nos encontrábamos se veía también el picadero al que queríamos llegar.

Encendí el GPS que le quité a uno de los soldados muertos. Tras diez minutos esperando por fin obtuve la señal de un par de satélites. Introduje las coordenadas del punto seguro. Desde nuestra posición teníamos que avanzar en diagonal dejando el pueblo a nuestra derecha unos cinco kilómetros. Después ir hacia el norte otros cuatro kilómetros y llegaríamos a la zona donde se encontraba el punto seguro. EL GPS nos trazó una ruta por varios caminos rurales.

-¿Vamos a seguir ese camino? – Preguntó la madre de Merche.

-Sí.- Respondí.- No pienso arriesgarme a perdernos por el monte.

Tras marcar la posición en el mapa militar para no tener que depender de las señales del GPS nos pusimos en marcha hacia el picadero.

-Creo que hay dos caballos en la pista trasera.-Dijo Merche afinando la vista.

Aceleramos el paso. Las nubes taparon el cielo azul oscuro de la tarde. Queríamos estar a cubierto lo antes posible. Estábamos empapados por las lloviznas de la mañana, si seguíamos así mucho tiempo seguramente alguno caería enfermo y eso sería fatal.

Llegamos por fin a la puerta del picadero. Este quedaba a varios metros de la primera rotonda del pueblo. La puerta estaba cerrada y tuvimos que saltarla. Dentro la mayoría de las cuadras estaban vacías o con un animal muerto. Fuera encontramos tres caballos. Habían sobrevivido gracias a las hierbas que crecían en la pista y los frutos de los arboles que decoraban uno de los laterales dejando caer sus ramas sobre la arena.

Encontramos una zona de bar dentro del edificio. Una pequeña chimenea decoraba el centro de la sala. Sin pensarlo la madre de Merche encendió un fuego con las últimas pastillas de encendido que nos quedaban. “Hay que secar la ropa y preparar comida caliente” Nos dijo. Nos quedamos todos en ropa interior con las mantas que llevábamos en las mochilas a modo de capa. Teníamos que secar la ropa lo antes posible. Preparamos un par de sobres de sopa caducada que nos sentó tremendamente bien. El calor de la chimenea era muy agradable. En poco tiempo nos quedamos casi todos dormidos. Es lo poco que recuerdo del martes.

El miércoles por la mañana nos levantamos y la ropa estaba seca y calentita. La habíamos colgado del metal que coronaba la chimenea. Olía un poco a restos quemados pero se agradeció lo bien que estaba. El día se había despertado despejado. Merche y yo bajamos a las cuadras a buscar las sillas y riendas. Ella montó a caballo durante varios años y yo monté un par de ellos con ella. En uno de los cuartitos encontramos el material de equitación. También encontramos pienso para caballos.

-Vamos a darles de comer.-Dijo Merche.-Si los vamos a usar como mulas de carga será mejor que estén bien alimentados.

La verdad es que a pesar de que habían tenido acceso a comida no tenían un aspecto muy vigoroso. Nos acercamos a ellos. Estaban un poco asustados pero cuando me vieron sacar la carretilla con el pienso se les pasó el miedo. Parecía que nos agradecían la comida y se acercaron a nosotros sin problemas.

-Podríamos usar este para llevar las cosas más pesadas.-Dijo Merche mientras observaba y tocada a los caballos.- Este podríamos usarlo para llevar a Elena y a Laura cuando se cansen. Aquel podríamos usarlo para explorar y avanzar más rápido.

Les pusimos las mantas para que cogieran calor. Los metimos en unas cuadras donde les habíamos puesto agua y más comida. Los caballos fueron realmente agradecidos.

-¿Cuánto tiempo crees que deberíamos esperar? -Le pregunté a Merche mientras metía a uno de los caballos en la última cuadra.

-Yo creo que en unos tres días podríamos salir.-Respondió.-Están bastante mejor de lo que parecía. En cuanto coman un par de días y beban agua estarán listos.

-Bien.-Dije.- Vamos arriba y se lo contamos a los demás.

Cuando salimos de las cuadras reparé en una pequeña habitación. Dentro había un aparato de metal muy curioso. Un cilindro metálico de unos cien litros de capacidad colgaba del techo. A los lados había restos de madera quemada. Parecían hoguerillas que calentaban el metal. Tras un tubo de unos veinte centímetros colgaba una pera de ducha.

-No me lo puedo creer.-Le dije a Merche mientras me subía a un taburete.-Creo que vamos a poder ducharnos.

-¿Qué dices?-Dijo Merche con tono alegre.

-El depósito está lleno de agua, está un poco sucia pero hay por lo menos cien litros.-Le conté.-Encendiendo fuego a ambos lados tendremos agua caliente.

Estábamos contentísimos. Una ducha caliente, por fin. Subimos a contárselo a los demás. Hicimos un sorteo para establecer el orden de ducha. Me tocó el primero pero le dije a Merche que cogiera a Elena y se ducharan juntas las primeras. Tras ellas le tocó a Ana que le dijo a Gonzalo que se ducharan juntos y así usar menos agua. Después irían Ana madre y Laura. Por último me ducharía yo y limpiaría un poco a las perritas. Decidimos que lo mejor era abrir un poco el grifo y mojarse el cuerpo un poco. Enjabonarse y después con otro poco de agua terminar la ducha.

-Déjame la navaja.-Me dijo Merche antes de bajar a ducharse.

-¿Qué vas a hacer?-Pregunté.

-Voy a cortarme el pelo a melena.-Respondió.

Merche tenía el pelo bastante largo y estaba realmente sucio. Pensó que en lugar de gastar agua a lo tonto lo mejor seria dejárselo más corto. Hasta ese momento habíamos tenido la suerte de tener depósitos de agua abundantes pero desde el último supermercado el aseo se había complicado. Ana y Laura hicieron lo mismo en su turno de ducha. La madre de Merche ya llevaba el pelo a melena.

La ducha fue como estar en la gloria. Nos olvidamos por unos minutos de los problemas que teníamos. Fue como volver a la normalidad.

Para comer preparamos los trozos de carne de vaca que nos quedaban. Dejamos algunos para la cena junto a un par de sobres de sopa. Teníamos comida para unos cinco días y teníamos que pasar tres en ese lugar.

Los caballos comidan bien y se les notó mucho mejor por la noche. Estaban más animados que hace unas horas.

Tres días más. Encendí la radio militar y busqué el canal de contacto con el punto seguro. La señal era nítida, sin ruido pero no se escuchaba a nadie. Sabía que no estábamos cerca pero transmití el código, el número de personas y nuestra posición actual. No obtuve ninguna respuesta. Lo seguiría intentando todos los días. No nos responderían pero por lo menos sabrían que estábamos por allí.

ENTRADA 62

Lunes 28 Noviembre

Dos días sin poder movernos. Tuvimos que quedarnos en el refugio de pastores todo el fin de semana. Las lluvias y el viento eran abundantes. Con ayuda de algunas maderas que había tiradas por el suelo conseguimos levantar un pequeño tejado. Con las pastillas de fuego que venían en las raciones militares pudimos encender un pequeño fuego dentro de un cubo de pintura hecho de metal. Conseguimos alimentarlo de varios papeles, ramas, maderas y ropa rota que decidimos usar para mantener el fuego lo más posible.

Gonzalo y yo salimos un par de veces en busca de comida. Nos pareció oír vacas en algún lugar no muy lejano. Con una botella de plástico rellena con varios trozos de camisetas improvisamos una especie de silenciador. Sacamos la idea de una película que nos gusta bastante a los dos sobre un francotirador. Nuestra primera expedición no fue muy fructífera. Oíamos a las vacas pero el eco de la montaña y el silencio no nos dejaban establecer hacia dónde teníamos que ir. Al día siguiente decidimos ir en dirección contraria.

Nos acercamos mucho al pueblo y pudimos ver que de algunas casas salían algunos hilillos de humo junto a pequeños destellos. ¿Supervivientes o infectados? No íbamos a quedarnos para comprobarlo.

Para volver al campamento decidimos dar un pequeño rodeo y por fin vimos cuatro cabezas de ganado. Las vacas estaban bastante famélicas pero seguían manteniendo partes con bastante carne. Suficiente para nosotros.

-Bueno.-Dije.-Ha llegado el momento de probar el invento.

Ambos nos sonreímos. La idea era absurda pero en la película funcionaba. Nos acercamos poco a poco hacia las vacas. Gonzalo preparó un cuchillo y una mochila para cortar trozos de carne y poder llevárnoslos cómodamente.

Me aposté sobre una roca y apunté con tranquilidad a través de la pequeña mira del G36. Cuando tuve al animal en el centro apreté el gatillo. Un sonido ronco salió de la bocacha. Nos dio la sensación de haber metido un ruido tremendo pero no hubo respuesta del eco. Parecía que el silenciador había funcionado. Una de las vacas cayó desplomada al suelo. Le atravesé la cabeza de lado a lado. Las otras tres salieron corriendo en dirección contraria al cuerpo. Tuve que quitar rápidamente la botella. La camiseta que había dentro comenzó a arder.

-Date prisa.-Gritó Gonzalo que ya había comenzado a correr hacia el cuerpo.

Salté de la piedra. Al caer me quedé unos segundos escuchando el ambiente. Estaba preocupado por el sonido que había salido al disparar. No había sido muy fuerte pero podría haberse oído. Cuando me tranquilicé corrí tras Gonzalo.

Al llegar hasta él ya había comenzado a despedazar el cuerpo. Lo hacia rápidamente y cogiendo trozos grandes. No se paró a quitar la piel ni a limpiar la carne. Metía un trozo detrás de otro en la mochila. La sangre comenzó a acumularse en el fondo de la tela y gotear poco a poco.

Unos gruñidos nos sacaron de nuestra labor.

-¿Qué coño es eso? -Preguntó Gonzalo.

-Ni idea.-Le dije.

Me asomé por encima del cuerpo de la vaca. Miré a todos los lados posibles. Al fondo, entre unos arbustos vi varias formas.

-Mira.-Avisé a Gonzalo señalando hacia las formas.

Poco a poco las formas se fueron acercando. Estábamos realmente preocupados. Sólo habíamos traído un G36 y no creíamos tener muchas balas.

-Son perros.-Dijo Gonzalo.

Un sentimiento de terror me invadió. No estábamos preparados para enfrentarnos a unas bestias de ese calibre. Me incorporé y volví a mirar hacia los animales. Cuatro perros se acercaban hacia nosotros. Gruñían pero no tenían cara de rabia ni furia. Más bien parecían tremendamente asustados.

-Joder.-Suspiré aliviado.-Menos mal. No son perros mutantes.

Los perros se mantuvieron a una cierta distancia. Gruñían, se tumbaban y daban vueltas a nuestro alrededor. Estaban hambrientos. No eran muy grandes. Eran razas caseras y muy dóciles.

-Coge un trozo más y vámonos.-Le dije a Gonzalo.-Hemos cogido suficiente como para tres días y ya casi no podemos cargar más.

Nos incorporamos. Los perros recularon un poco desconfiados. Nos fuimos alejando de la vaca y de ellos poco a poco sin darles la espalda. Cuando estuvimos a unos cincuenta metros uno de ellos, el más pequeño, se acercó al cuerpo y comenzó a comer. Los demás nos miraban y al ver que seguíamos alejándonos se acercaron al cuerpo y se unieron al festín.

-Mira que pensar en alimentar perros.-Me dijo Gonzalo mientras nos alejábamos cada vez más.

-Mejor que no tengan hambre y que decidan atacarnos.-Le respondí-Lo agradeceremos.

Gonzalo hizo un gesto de afirmación. Eran pequeños pero cada vez había más. Si no comían podrían ser un serio problema para nosotros. Sobre todo para nuestras perras y para la pequeña Elena.

Esa noche comimos tranquilamente. La mañana del lunes siguió nublado y llovía abundantemente de vez en cuando. Decidimos darnos un día más. Amaneciese como amaneciese el martes continuaríamos nuestro camino.

ENTRADA 61

Viernes 25 Noviembre.

La mañana del viernes llegó muy rápido. Estábamos todos agotadísimos y dormimos muchísimas horas. Cuando me desperté y me di cuenta de la hora me quedé pensativo por un momento. Si habíamos podido dormir tanto era porque había tranquilidad en el exterior. En el fondo esa idea me preocupaba. Últimamente los momentos de descanso son el prólogo de una situación de extremo peligro. Lo cierto era que llevábamos varios días sin sobresaltos. Hemos tenido que abandonar a más familiares.

Me acerqué a las puertas de entrada. El sol lucia alto en el cielo pero el frío era intenso. Se notaba que estaba llegando al invierno. Nos quedaban unos quince kilómetros para llegar a nuestro objetivo. Desde donde estábamos se veía perfectamente La Maliciosa, montaña que flanqueaba a La Pedriza por su izquierda. Una de las opciones que barajamos con Bea era llegar hasta su base y tomar La Pedriza desde ella pero la habíamos descartado por el tremendo frío que hace en la zona. La decisión final fue tomar la "línea recta". Avanzaríamos por Cerceda, El Boalo y llegaríamos hasta Manzanares. El terreno tenía muy poco desnivel y pasaríamos por varios lugares en los que refugiarnos sin necesidad de entrar en los pueblos. Aún y todo, la situación seguiría siendo muy peligrosa.

-¿Qué haces? - La voz adormilada de Merche sonó a mis espaldas.

-Pensar.- Respondí mientras la abrazada y besaba.

-¿En qué?- Preguntó.

-En todo lo que está pasando, en lo que ha pasado y en lo que pasará.-Dije mirando hacia las montañas.-Lo veo tan cerca pero a la vez tan lejos. Es preocupante. Espero que lleguemos todos los que quedamos.

Merche no respondió. Se limitó a devolverme el abrazo y quedarse un rato en esa posición. Dentro los demás comenzaban a despertarse.

-Vamos a comer algo y a hablar con todos.-Le dije.- Deberíamos continuar hoy que hace buen día.

Nos metimos dentro. La noche anterior, la madre de Merche, había encontrado una bolsa de leche en polvo. Había caducado haría tres semanas pero nos arriesgamos a tomarla. Una bebida caliente que no fuera sopa sería de agradecer en ese momento. Elena, en una de sus aventuras con Yuko y Boni, había encontrado una bolsa de bollos, algo pisoteados pero en sus envoltorios. Así que nos dimos, todos, un desayuno como los de antes. Nos sentó increíblemente bien.

-¿Cómo lo vamos a hacer? - Preguntó Gonzalo.

-Pues iremos andando. No nos queda demasiado. Yo creo que hoy podríamos cubrir la mitad del camino para no cansarnos demasiado.-Respondí.- Si llegamos hasta Manzanares podríamos parar en el picadero que hay en las afueras y ver que tal están los caballos.

La idea gustó bastante a todos. Poder dejar de andar y tener varios caballos para avanzar y no tener que cargar con el equipo podría decantar la balanza hacia el lado de la supervivencia.

-Tengo una pregunta.-Dijo Ana, la hermana.- ¿Cómo nos van a dejar entrar en el refugio ese?

La verdad es que fue una pregunta que me extrañó mucho que no me la hubieran hecho antes. Aunque es cierto que las situaciones que hemos vivido no han dado tiempo a ninguno a pensar demasiado.

-Veréis -comencé- tenemos las coordenadas de la posición exacta del punto seguro. Esperemos que el GPS funcione por lo menos un momento para comprobar dónde se encuentra. De todos modos, en el mapa, tenemos la posición del pueblo con lo que más o menos podríamos establecer la situación del sitio a ojo.

-Pero vagar por La Pedriza por la noche y con el frío que hace será muy peligroso.-Comentó la madre de Merche.

-Sí. Estoy de acuerdo. Por eso tenemos que ir con cuidado y paciencia.-Respondí.- O por lo menos con la que nos permita la situación. No pretendo estar vagando por la montaña sin rumbo.

-Vale, eso para llegar pero yo quiero saber cómo vamos a entrar.-Volvió a comentar Ana.

-¿Recordáis que cogí una radio militar? -Continué.- Tenemos un canal privado por el que tenemos que comunicarnos cuando estemos cerca. Con un código especial que nos dieron debemos establecer contacto y saldrán a buscarnos.

-¿Y no podemos pedir la ayuda ahora? - Preguntó Ana de nuevo.

-No. Las instrucciones son claras. Solo actuarán si confirman que estamos dentro de su perímetro.-Respondí.-Según parece está vigilado por cámaras, radares y demás parafernalia de seguridad.

-Pero puede ser peligroso, ¿no?- La madre de Merche temía por nuestra seguridad.- Si nos confunden con infectados nos pueden matar.

-Ya, es un riesgo que habrá que correr.-Respondió Merche.- Pero es lo mejor que tenemos.

Lo cierto era que estábamos frente a un viaje peligroso con un final incierto en algunos puntos. Pero Merche y yo tomamos la decisión de ir allí para estar a salvo. No obligamos a nadie a venir pero les dimos la oportunidad de hacerlo. No es que dudasen ahora de estar allí. Tenían muy claro que no estarían vivos de haberse quedado en el pueblo pero después de todo lo sucedido fue normal que tuvieran esas dudas.

-Permaneceremos todos juntos.-Finalicé tratando de tranquilizarles.- O todos o ninguno.

Tras la pequeña reunión delante del desayuno comenzamos todos a prepararnos.

-Toma.-Merche me tendió una cajita de toallas húmedas para limpiar a los bebes.-Seguro que agradeces lavarte un poco.

Lo cierto es que limpiarme un poco con esas toallitas me sentó muy bien. Llevábamos varios días sin parar y no hemos podido asearnos bien. Algo de ropa colgaba de las barandillas de la escalera. La noche anterior lavamos con espráis de limpieza en seco la poca ropa que nos quedaba. Cuando llegué arriba Gonzalo salía de uno de los vestuarios. Se había cambiado de ropa. Llevaba puestos unos pantalones del ejército y un forro polar. Ana salió tras él igualmente vestida con unos pantalones del ejercito y un chaquetón. Entré en el despacho donde estaba el ordenador que usé ayer. El sait estaba apagado y el portátil ya no se encendía. La pequeña tarjeta 3g con la que pude conectarme a internet ya no parpadeaba. Me la metí en el bolsillo por si acaso.

En poco más de media hora estábamos todos preparados. Metimos en las mochilas todo lo que pudimos llevar de comida y agua repartiéndola equitativamente esperando no perder más de una en caso de problemas. Cada dos mochilas nos darían para comer dos días e hidratarnos tres a todos. Nos ajustamos las armas y salimos al exterior. La calma seguía reinando. Incluso se oyó algún pájaro que canturreaba a unos metros. El cielo se mantenía despejado.

Comenzamos a andar por la carretera. Tendríamos que llegar a una de las primeras urbanizaciones antes de meternos por el camino rural. El camino más rápido era esa pequeña carretera de unos tres kilómetros. Tardamos algo más de hora y media en conseguir recorrerlos. Sobre el grupo pesó un desagradable ambiente de inseguridad. La carretera estaba llena de vehículos quemados y destrozados. Algún que otro cráter producido por alguna bomba que no llegó a su objetivo decoraba los campos colindantes. Cientos de cuerpos yacían inmóviles en las cunetas y en el interior de los coches. Multitud de cascotes y restos de edificios descansaban humeantes allá donde alcanzaba la vista. Estaba claro que Cerceda había sido objeto de una purga como la del pueblo del que veníamos.

-Cuando lleguemos a la entrada de la urbanización tenemos que meternos e ir por la carreterilla que va hacia la derecha.- Dijo Gonzalo recordando las instrucciones de Bea.

Nos quedaban poco más de cien metros para llegar cuando se escuchó el rugir del motor de un camión que se aproximaba por la carretera. Debía de avanzar embistiendo los coches y restos que se encontraba por el camino porque se oían multitud de golpes secos que apagaban el sonido del motor de vez en cuando.

-Rápido.-Grité.-Todos detrás del muro.

Comencé a mover a todos hacia un muro cercano. Se encontraba a unos diez metros de la carretera pero estaba medio tapado por varios arbustos, algo quemados, que apenas conservaban hojas verdes. Fuimos tremendamente rápidos en ocultarnos. Gonzalo, Merche y yo nos quedamos en primera línea con los fusiles de asalto preparados. Ana, Laura, Elena y la madre de las chicas se acurrucaron tras unos restos de lo que parecía el frontal de una casa aún con los marcos de las ventanas y una pequeña campanilla colgada.

-Silencio.-Dijo Merche que oteaba la carretera por el hueco formado por las piedras en el muro.-Ya están ahí.

En un principio todos pensamos que trataría de un camión del ejército pero lo que apareció tras la curva fue un camión mediano de obra. Del frontal colgaba una pala de buldócer con la que iban apartando los restos. Estaba decorada con alambre de espinos en los bordes y unos ojos rojos pintados sobre fondo blanco miraban amenazantes hacia el frente. En la cabina pudimos ver a dos personas. Llevaban las caras tapadas con gafas de ventisca y gorros de lana. Del cuello colgaban unas maltrechas bufandas negras. El conducto dirigía el camión con destreza tratando de esquivar, en la medida de lo posible, los restos que bloqueaban la carretera. Cuando no podía hacerlo, aceleraba bruscamente y los golpeaba hasta que quedaban apartados del camino. El copiloto iba armado con un AK47 bastante viejo y usado. El volquete había sido transformado en una fortaleza móvil. En la pequeña cornisa que quedaba sobre la cabina se había montado un puesto de vigía. Un hombre con barba rugía, desde ella, órdenes para el conductor informándole de las mejores vías para avanzar. Tras él, la cuenca del volquete estaba decorada de la misma manera que la pala frontal. El alambre de espino se extendía por todo el reborde cortándose de vez en cuando para dejar una posición de defensa desde la que los hombres y mujeres de su interior pudieran disparar o arrojar lo que tuvieran a mano contra los atacantes. Los laterales estaban decorados con calaveras y palabras como "Muerte", "Juicio Divino", "Los Únicos" y todo tipo de palabrería sensacionalista que daba a entender que ellos se creían los elegidos. Las ruedas de todo el camión estaban tapadas con planchas de acero para protegerlas de ataques.

Cuando llegaron a una gran acumulación de coches entre los que había un camión de los supermercados Gigante, el vehículo redujo la marcha y de su parte trasera bajaron cuatro individuos. Tres hombres y una mujer corrieron hacia los coches y el camión. Rebuscaron rápidamente entre los restos de coches pero no encontraron nada de interés. Del camión bajaron dos de ellos bastante contentos.

-Hemos conseguido algo de comida.-Gritó uno de ellos.-Esta caducada pero puede servir.

No hubo ni una sola pelea. Los hombres entregaron la comida a otro que les esperaba en el camión. Llevaba unas enormes gafas y apuntaba, con una sonrisa en la boca, lo que le habían entregado en un cuaderno medio deshojado. Los demás volvieron a rastrear la zona. Un grito sacó a todos de su alegría.

-Mierda.-Gritó el hombre que iba en puesto de vigía.-Los demonios se acercan. Subid, rápido.

Los cuatro individuos dejaron lo que estaban haciendo y corrieron hasta el camión. Subieron veloces y se pusieron de nuevo en marcha. Los gritos se hacían cada vez más cercanos y fuertes. El camión no encontraba un camino despejado y se entretenía demasiado quitando los coches que estaban en el medio.

-Date prisa.-Gritó de nuevo el hombre del puesto vigía.-Les veo al fondo. Son diez, creo.

En la parte de atrás se afanaban en poner una serie de placas con pinchos que formaban una pequeña cúpula sobre el volquete. Varios se colocaron con sus escopetas y rifles de caza en los agujerillos que quedaban.

-Joder.-Se oyó dentro del volquete.-¡¡Preparaos, nos cogen!!!

En poco tiempo una docena de infectados atacaron el camión. Lanzando piedras, golpeándolo con palos y disparando algunos rifles contra las placas de metal. Del interior del vehículo comenzaron a escucharse los primeros disparos.

-Por la izquierda, por la izquierda.-El vigía dirigía la defensa.

El fuego del interior se concentro en el lateral izquierdo. Varios infectados cayeron fulminados por los disparos casi a bocajarro que salían desde el volquete.

-Tened cuidado en la retaguardia.-Gritó de nuevo el hombre.-Van a...-Un infectado saltó sobre la cabina, a sus espaldas. Le agarró de la cabeza y tiró de él fuera de su puesto. Le dio un tremendo cabezazo, varios puñetazos y lo arrojó hacia la carretera.

El hombre trató de incorporarse pero recibió una embestida que lo arrojó contra una placa de metal de las que cubría las ruedas. La mala suerte quiso que se quedara enganchado entre la placa y la rueda y comenzó a girar a la velocidad del vehículo dejando un rastro de sangre contra el asfalto y el camión. Los gritos de dolor se debían escuchar a kilómetros. Cuando la rueda avanzó un poco el destrozado cuerpo se cortó en dos al chocar contra la placa de metal.

En el tiempo que nos fijamos en esa escena. Varios infectados habían arrojado unas piedras enormes contra el tejadillo de placas que habían formado en el camión. El peso y tamaño de las piedras hizo que una de las placas cediera y cayera en el interior. Los gritos de la gente aplastada surgían del interior.

-Socorro.-Gritaba una voz.-Tengo la pierna atrapada. ¡¡Duele!!

Una mujer lloraba y chillaba. Los disparos no cesaron. Dos infectados saltaron al interior del vehículo. Los golpes de las balas contra el metal sonaban como un martillo que golpeaba con fuerza. Uno de los infectados salió disparado por el hueco dejando sus sesos esparcidos por el volquete. Más gritos, más disparos. Dos individuos del camión fueron arrojados al exterior. Trataron de levantarse pero fueron cazados por otros dos infectados que comenzaron a arrancarles los brazos y piernas. Del camión volvieron a salir los disparos contra el exterior. Seguramente habían reducido a su asaltante. Por fin, el conductor encontró una vía despejada. Para desgracia nuestra era la entrada de la urbanización. Sin pensarlo se metió dentro. Los disparos perdidos hicieron que nos ocultáramos más detrás del muro. Las balas golpearon la piedra y los zumbidos nos pasaban por encima de nuestras cabezas.

Los restos de la batalla se dejaron ver en la carretera. Tres cuerpos de los individuos del camión decoraban macabros varios puntos. Seis cuerpos de infectados en posturas imposibles descansaban a lo largo del corto camino que había recorrido el vehículo. Los disparos se seguían escuchando dentro de la urbanización.

-¿Qué hacemos? - Preguntó Gonzalo.- Se han ido por donde tenemos que ir nosotros.

-No se.-Miré hacia la urbanización con cara pensativa.

-No, no, no.-Merche se olía lo que pasaba por mi cabeza.-Ese camión nos vendría muy bien pero hay demasiada gente. Infectados y no infectados, unos son peligrosos pero los otros no lo sabemos.

-Con ese camión podríamos llegar a Manzanares sin problemas.-Les dije.

-Si claro, pero has visto que llama la atención.-Dijo Gonzalo.-No creo que sea buena idea.

-Pero tenemos que ir por allí.-Respondí.-La otra opción es ir por el pueblo y no sabemos lo que nos vamos a encontrar.

La cosa se complicó. Los disparos bajaron de ritmo y se oían más lejanos.

-Yo creo que se han ido hacia el interior de la urbanización.-Dijo Merche.-Nosotros tenemos que ir por la calle que esta nada más entrar a la derecha.

Estaba claro a dónde quería llegar.

-Está bien.-Dije.-Vamos lo más rápido que podamos. Si vemos problemas nos metemos en alguno de los chalets.

Les hicimos una señal a las demás que aún permanecían ocultas. Cogimos todas las cosas y corrimos hacia la urbanización. Al llegar a la entrada nos paramos todos y me asomé. Varios cuerpos más descansaban sobre el asfalto. Vi que uno de ellos se arrastraba mal herido.

-Creo que es uno de los del camión.-Dije.

-Pasa de él.-Dijo Gonzalo.-Esta arrastrándose en dirección contraria a la que tenemos que coger.

Pasamos corriendo por la entrada y nos dirigimos hacia la calle por la que teníamos que avanzar. No le quitaba ojo al cuerpo que se arrastraba tras nosotros.

-¡¡Cuidado!!- Grité al grupo.-¡¡Agachaos!!

El individuo reparó en nosotros y levantó una pistola hacia nuestra posición. Sin pensarlo le apunté con el G36 y descargué una ráfaga contra él. Cayó al suelo.

-Joder.-Dije.-Espero que esto no haya llamado la atención.

Todos se levantaron de nuevo y continuamos corriendo. Cogí a Elena en brazos. Los disparos del ataque al camión cesaron. El silencio que comenzó a rodearnos se tornó realmente preocupante e incomodo. Nos sentíamos mucho más seguros sabiendo que aún se estaban peleando. Unos gritos muy familiares resonaron en las calles. Los infectados habían ganado el combate. Lo cierto era que no parecían tan numerosos como al principio pero estaba clarísimo que estábamos en peligro.

-Mira.-Me dijo Merche.

Una columna de humo comenzó a elevarse por encima de los tejados de las casas. Estarían a tres o cuatro parcelas de nosotros.

-Seguid corriendo.-Ordené a todos.-No pararemos hasta que lleguemos al camino rural.

-Tiene que estar por aquí cerca.-Dijo Gonzalo que continuaba repasando mentalmente el plan que nos dio Bea.

Tras varios metros, en los que apenas podíamos correr e íbamos andando lo más rápido que las piernas nos permitían, vimos la puerta de metal que separaba el camino de la urbanización. Nos sentimos aliviados. Gonzalo se adelantó y lanzó su mochila al otro lado antes de llegar. Apoyándose en un montón de piedras que había en un lateral se aupó y salto la puerta.

-Vamos, daos prisa.-Nos alentaba desde el otro lado.

Llegamos todos y le entregué a Elena por encima de la puerta. Gonzalo la cogió y la dejo al otro lado. Merche le dio la bolsa con Boni. Después saltaron Laura y la madre de las chicas. Ana, la hermana, comenzó a saltar. Las fuerzas le faltaban y no podía darse el impulso necesario. El maldito grito se oyó a nuestras espaldas.

-Joder.-Dije mientras me daba la vuelta.

Tres infectados nos miraban desde una de las calles. Sus caras mostraban incredulidad a la vez que ansias. Más víctimas en poco más de unos minutos. Les había tocado la lotería.

-Rápido.-Grité colocándome el G36 para disparar.

No tenía ni idea de cuantas balas quedaban en el cargador. No lo había comprobado antes de salir. El fusil perteneció a uno de los soldados que asaltaron el pueblo hace días y lo disparó varias veces.

Los tres infectados arrancaron contra nosotros. Me dio la sensación de que eran mucho más rápidos. Se abrieron para abarcar todas nuestras vías de escape. Merche se colocó a mi lado.

-No, no.-Le dije.-Ayuda a tu hermana a saltar.

Disparé la primera ráfaga. Alcancé en el estomago a mi objetivo que cayó dando una voltereta hacia delante y con ese mismo impulso se volvió a poner en pie. Sangraba abundantemente y sus intestinos se iban saliendo con cada sacudida de la carrera pero no parecía importarle. "Me cago en la puta" Pensé para mí. Disparé una nueva ráfaga. Esta vez contra el que venía por mi izquierda. Le alcancé en el brazo y en el cuello. Como si de una fuente se tratara la sangre a presión que pasaba por su arteria carótida comenzó a manar de su cuello. Su carrera cada vez era más lenta. No apartaba los ojos de mí y tras unos pasos se derrumbó. Comenzó a arrastrase con sus últimas fuerzas. Gritaba desesperado, desencajado por no poder llegar hasta nosotros.

-Borja, cuidado.-Gonzalo me alertó desde la puerta.

Una ráfaga salió de su fusil pasando a escasos centímetros de mi cabeza dejándome medio sordo por el zumbido de las balas. Cuando me giré vi que el infectado que vino por ese lado había recorrido en pocos segundos la distancia que nos separaba y se dispuso a lanzarse sobre mí. Las balas de Gonzalo le acertaron en la cabeza haciéndola desaparecer y provocando que el cuerpo se lanzara sobre mi tirándome al suelo.

Ana por fin consiguió saltar la puerta. Merche se lanzó hacia mí para ayudarme a levantarme. El infectado al que le había sacado las tripas se lanzó sobre ella. Con los ojos desencajados comenzó a zarandearla. Le agarró del cuello y la empezó a estrangular. Me levanté lo más rápido que pude y estrellé la culata del fusil contra su cabeza. Merche consiguió escapar de su estrangulamiento. El infectado se giró hacia mí y descargue con toda la fuerza que tenía un nuevo golpe contra su cabeza. Cuando cayó al suelo le metí la bota en los agujeros del estomago haciendo que la piel se desgarrara e introduciendo todo el pie hasta la mitad de mi espinilla en su interior. El infectado comenzó a revolverse de dolor pero me golpeaba con fuerza la pierna. Le apunté con el fusil y disparé. Me había quedado sin balas. Descargué un nuevo golpe con la culata sobre su nariz la cual se rompió en mil pedazos. Quedó inmóvil bajo mi pie. Le había incrustado los huesos en el cerebro.

-¿Estás bien? - Le pregunté a Merche.

-Sí.-Me respondió mientras recogía su mochila y se disponía a saltar la puerta.

Saqué el pie del cuerpo del infectado. Me di la vuelta para saltar detrás de Merche. Me placaron con fuerza. Sentí como la sangre me corría por la cara. El infectado se levantó y me atacó de nuevo. Tenía casi todos sus intestinos colgando y la cara le sangraba abundantemente. Me golpeó con fuerza. Su sangre me salpicaba con cada movimiento.

-¡¡Borja!! - Gritó Merche que estaba a medio camino de saltar.

Me revolví como pude y conseguí tumbarme boca arriba. Paré los puñetazos que me lanzaba con rabia. Le clavé la rodilla en los agujeros del estomago. Parecía que eso ya no le hacía efecto. Estuvimos forcejeando un buen rato hasta que, de repente y para mi sorpresa, los ojos del infectado se quedaron en blanco y cayó como un plomo encima de mí.

-¿Estás bien?-Merche gritaba al otro lado.-¿¿Estás bien??

-Sí, sí.-Respondí mientras me incorporaba observando detenidamente el cuerpo del infectado.

Recogí el fusil y me fui hacia la puerta de metal. No le quité ojo al cadáver. Estaba convencido de que iba a levantarse de nuevo. Pero allí se quedó.

Salté la puerta y Merche me recibió con un fuerte abrazo. Les conté lo que pasó y todos pusieron la misma cara de asombro que puse yo cuando lo viví.

-Continuemos.-Dije.-Hemos perdido mucho tiempo con todo esto.

El camino de tierra estaba tomado por la maleza. Se notaba que hacía tiempo que no pasaban por allí los tractores ni camiones que llevaban comida al ganado de los campos. Al llegar a una intersección de caminos tomamos el que avanzaba hacia la izquierda. Seguir recto nos llevaba al pueblo y a las columnas de humo que se veían al fondo. Siguiendo ese camino llegaríamos a otra vía que nos llevaría directos al siguiente pueblo. Pasaríamos de largo y entraríamos en La Pedriza. El camino acababa en Manzanares, al lado del picadero del que hablamos unas noches atrás. Seguíamos con la idea de ver si los caballos seguían allí antes de meternos de lleno en el parque natural.

La luz comenzaba a abandonarnos y el frío era más intenso. Nos estaba costando mucho avanzar. En una situación normal podríamos cubrir unos cuatro kilómetros en algo más de una hora. Pero esto no era normal. Ninguno estábamos con energías. Recorrimos unos tres kilómetros en casi cuatro horas. Teníamos que parar. Pasamos de largo el pequeño pueblo por el que cruzaba el camino. La madre de Merche recordaba que por la zona había un refugio. Las montañas comenzaban a imponerse ante nosotros y antiguamente había varias casetas que servían de cobertura para los pastores. Tuvimos que salir del camino unos cuantos metros hasta que dimos con una de ellas. Estaba medio derruida pero sería el mejor lugar que encontraríamos en esos momentos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

ENTRADA 60

Eran las seis de la tarde. Hacía doce horas que Igor y Bea nos abandonaron por el bien del grupo. Ambos tuvieron la mala suerte de caer en manos de los infectados y fueron contagiados con el maldito virus.

Los ánimos estaban por los suelos. No sé cómo lo vamos a hacer pero deberíamos abandonar el lugar lo antes posible. Me fio de que el Igor y la Bea sanos no nos ataquen pero no puedo afirmar lo mismo cuando se infecten definitivamente.

Mientras todos descansaban abajo, subí a la planta superior. El pasillo, de unos veinte metros tenía cuatro puertas a cada lado. Dos de ellas eran vestuarios, una la cocina donde encontramos a Gonzalo y a Bea, dos eran pequeños almacenes y tres despachos.

Entré en el primer almacén. Al fondo de la habitación había un cuadro de mandos. Parecían todos los diferenciales del edificio. Los conecté todos. No hubo respuesta. La luz no funcionaba. Seguramente los bombardeos habían destrozado todas las infraestructuras que abastecían a la sierra. El otro almacén estaba lleno de utensilios de limpieza. Los despachos eran pequeños cubículos con una mesita en el centro precedida por dos sillas para invitados. Un ordenador portátil descansaba sobre cada una de ellas. En los dos primeros los ordenadores no funcionaban. En el tercero el portátil tenía algo de batería. Estaba enchufado a un pequeño sait que ya pitaba por la falta de energía.

Con la tranquilidad del momento aproveché para actualizar todas las entradas que me faltaban en el blog. Recordar todo lo sucedido fue muy duro pero no quiero que nada se pierda y ningún detalle se me olvide. La web del correo electrónico no funciona. Pocos sitios están activos. Parece que está llegando el apagón tecnológico. La verdad es que es lo más normal, poca gente quedará que pueda realizar el mantenimiento y mantenerlos en funcionamiento.

Elena acababa de subir, adormilada con Yuko en brazos. Quería ver una película de Disney.

-Pero no tengo ninguna pequeña.-Le dije.

-Yo sí.-Me respondió mientras me tendía el DVD de Blancanieves.-Lo cogí de la casa donde vivíamos.

La pequeña había cogido la película de la casa donde nos refugiamos en Alpedrete. Ese DVD se había convertido en su favorito desde la primera vez que se lo pusimos en el reproductor portátil. Se lo puse. A los diez minutos se quedó dormida. Cogí a las dos en brazos y bajé a dormir junto a Merche.

ENTRADA 59

Miércoles 23 Noviembre. 03.45 Horas.

De madrugada nos despertaron los gritos de Igor. Estaba teniendo sueños febriles. Deliraba gritando, parecía que buscaba algo y no lo encontraba, produciéndole una sensación de ansiedad que iba incrementando por momentos. Al tocarle le notamos tremendamente caliente. Su temperatura corporal era excesivamente alta. Bea nos dijo que comenzó a encontrarse mal por mañana y que por eso no se ofreció voluntario para entrar en el supermercado.

Le abrí los ojos. Sus pupilas estaban inusualmente dilatadas. Las venillas de los globos oculares se habían hinchado. Miré a Merche con cara de preocupación.

-Me temo que se ha infectado.-Dije decaído.

-¡¡No puede ser!! - Bea gritó y se agachó a su lado.

"¿Pero cómo?" Me pregunté. Que supiéramos no habían tenido contacto con infectados. Supuestamente, cuando se quedaron atrapados en el supermercado del pueblo, no les atacaron y consiguieron huir sin problemas. "¿O no?" Me dije mirando a Bea.

-Bea.-Dije.- ¿Cómo escapasteis del supermercado?- Ella me miró asustada.- Sergio dijo que prendieron fuego al local cuando estabais dentro.

Rompió a llorar. Se quitó la camiseta, quedándose solo con el sujetador. Su cuerpo estaba lleno de pequeños cortes. Todos habían cicatrizado de manera extraña. Las costras que se formaron en cada uno de ellos parecían podridas, algunas rezumaban algo de pus anaranjado. Hizo lo mismo con Igor. Al igual que ella, su cuerpo estaba lleno de pequeñas heridas mal curadas, tenía mucha más cantidad.

-Nos cogieron dentro del supermercado.-Comenzó a contar su historia.-Vimos como se llevaban a Sergio. Lo arrastraban por la calle, parecía muerto. Estábamos realmente asustados. Nos llevaron a uno de los chalets cercanos. La piscina estaba llena de cadáveres, había muchísima sangre.- El recuerdo de lo que les sucedió le provocada temblores.- No nos dijeron nada. Nos desnudaron y comenzaron a hacernos cortes con varias navajas. Después de eso nos colgaron de unos ganchos y nos introdujeron en la piscina. La sangre y los cuerpos nos golpeaban por todos lados. No sé cuánto tiempo nos tuvieron allí metidos. Ambos nos desmayamos por el olor y el dolor producido por los cortes. Cuando despertamos estábamos tirados en el fondo de la piscina sobre todos los cadáveres. No había nadie. Nos vestimos y salimos corriendo. Estábamos convencidos de huir. No queríamos volver y ser un peligro para vosotros. Recordamos lo que nos contó Merche la noche que nos encontraron. Lo que habían vivido con la madre de Elena. Pero cuando saltamos el muro os oímos al otro lado y vimos que estabais en peligro. No pudimos evitar ayudaros.

El silencio reinó durante mucho tiempo. Estábamos tratando de digerir esa horrible historia. Íbamos a perder a dos miembros de la familia.

-Cof, cof.-Igor recuperó el sentido un momento.-Dejadnos... ir.-Dijo sin casi fuerzas.-Dejadnos... ir.

-Estábamos planeando marcharnos esta noche.-Continuó Bea.-Pero cuando he ido a despertarle estaba así.

La decisión estaba clara pero era difícil de llevar a cabo. Las hermanas se negaban a dejarles solos en el exterior pero a la vez sabían que allí serian un peligro mayor para nosotros. Además sería peor tener que matarlos a sangre fría. Tras un par de horas, en las que Igor se recuperó un poco y ya se mantenía en pie, Bea tomó la decisión y habló con su familia.

Dejamos a las cuatro hermanas y a su madre un rato a solas. Todas lloraban y se abrazaban. Igor se despidió de todas y Gonzalo y yo le ayudamos a salir a la calle.

-Tampoco es que nos hayamos conocido mucho.-Comenzó a decir mientras miraba el cielo estrellado.-Pero sois muy buena gente. Creo que nos habríamos llevado muy bien.

-No lo dudes.-Dijo Gonzalo.

Yo no pude decir nada. Desde que empezó esta mierda he tenido que dejar a mucha gente atrás, he tenido que matar a demasiada gente. La rabia y la impotencia me consumían y no me dejaban hablar. Recordé a mis padres y sentí mucha desesperanza. No sabía nada de ellos desde hace mucho tiempo. Tampoco sabía la suerte de mi hermana. Me sentí egoísta y cobarde por no haber insistido más e ir a buscarles quisieran o no. no pude evitar derramar algunas lágrimas. Gonzalo me miró. Después de diez años, como cuñados, sabia reconocer mi estado de ánimo. No dijo nada. Igor se preguntó que tal estaría su Madre. Vivía en Madrid y tampoco sabía nada de ella desde que había estallado la infección. Nos encontramos todos pensando en ese momento en la gente que conocíamos y en nuestros familiares, en la suerte que habrían corrido esos días.

La familia de Merche salió por la puerta del supermercado. No lloraban pero estaban tremendamente tristes. Bea se acercó a nosotros. Abrazó a Gonzalo y después a mí.

-Cuida de Merche.-Me dijo al oído.- Espero que os vaya bien.

Tras un rato de nuevos abrazos y alguna lágrima más. Igor y Bea se perdieron en la oscuridad. Cuando casi no les veíamos comenzaron a correr, se dirigieron hacia el pueblo del que habíamos huido. Por la carretera, no querían ocultarse, ya no.

Nadie pudo dormir más aquella noche.

ENTRADA 58

Martes 22 Noviembre. 11.15 Horas.

Tras la tardía cena que nos dimos, nos quedamos todos durmiendo. Hace un par de horas que me he despertado. Aún están casi todos descansando. Aproveché para salir al exterior y comprobar la situación. Un resplandeciente sol brillaba en lo alto. Una ligera neblina cubría el suelo del monte. El olor a quemado aún dominaba el ambiente. Desde el establo podía ver las enormes columnas de humo que se elevaban amenazantes en múltiples puntos de la sierra. El sonido de los aviones había cesado, hace unas cuatro horas que pasó el último avión. Encendí la radio que le quité a un soldado. Crepitaba constantemente y de vez en cuando se oían lo que parecían voces. Las interferencias eran abundantes y fui incapaz de descifrar lo que decían.

Subí un poco más. Aún quedaban unos cincuenta metros para estar en la parte más alta del monte. Una enorme antena de repetición lo coronaba. Poco quedaba de su forma original. Varios trozos se repartían por el suelo y la parte alta estaba retorcida hacia abajo.

Cuando llegué el espectáculo que se extendía ante mí era increíble. Desde mi posición se veían cuatro pueblos. Bueno, lo que quedaba de cada uno de ellos. Donde antes se extendían cientos de casas y carreteras ahora sólo había escombros, chatarra, cenizas y decenas de cráteres producidos por las bombas. Muchos de ellos aún tenían varios incendios en diversos puntos. Me pareció ver, en una explanada, una fortificación militar. Cientos de bloques de arena formando muros, garitas móviles, camiones verdes y tiendas de campaña enormes totalmente abandonados. "Quizá podemos hacernos con un Humvee" Pensé, pero en un momento se me fue de la cabeza. "Muy listo, ¿y cómo pretendes pasar por las carreteras destruidas?" Mi propia mente se contradecía a sí misma. "Podríamos ir por los caminos forestales." "¿Te los conoces? porque yo no." Una pequeña conversación se formó en mi cabeza. Estaba claro que no era buena idea pero estábamos lejos de La Pedriza. El viaje a pie sería muy duro.

-¿Borja?-Una vocecilla me habló mientras una pequeña manita me tiraba del abrigo.- ¿Qué te pasa?

Elena se encontraba a mi lado, resoplando por la carrera que se había dado para llegar a mi lado. Merche, Yuko, Boni y ella habían subido detrás de mí unos minutos después de que yo saliera del establo. Las perritas correteaban por el monte. Merche se acercó a mí y me dio un beso.

-¿Estás bien? - Preguntó

-Sí. Bueno, lo bien que se puede estar en esta situación.-Respondí mientras cogía a la niña en brazos.- Es alucinante lo que pasó ayer.

-Es una mierda.-Respondió Merche mirando el espectáculo que se extendía frente a nosotros.- Todo esto es un asco.

Nos quedamos un rato allí los tres mirando lo que quedaba de la sierra de Madrid. Las perras, ajenas a todo, correteaban detrás de un ratoncillo de campo.

-¿Les habéis dado de comer? - Pregunté refiriéndome a ellas.

-Sí. Ahora mismo.-Respondió Merche.- Elena les ha dado un poco de carne.

-Se la han comido toda.-Dijo la pequeña.- Yuko me ha mordido el dedo.-Dijo sonriendo mientras me enseñaba su pequeño dedo índice.

-Ay, ¿y te ha hecho daño? - Le pregunté achuchándola.

-No.-Respondió entre carcajadas.

Los tres nos estuvimos riendo un buen rato. La niña estaba alegre y nos contagió un poco. Estoy convencido de que sabe lo qué pasa en el mundo pero no pierde la inocencia ni las ganas de reír y jugar. Es un rayo de esperanza para nosotros.

-Pues sí que estáis animados esta mañana.-La voz de Ana, la hermana mayor, sonó a nuestro lado.

Ella y Gonzalo subían hacia nosotros. El sol de esa mañana era tremendamente agradable y en lo alto del monte, a pesar del ambiente creado por el humo de los incendios, la sensación sobre nuestras caras era cálida. Un pequeño viento frío nos encogió a todos pero por un momento se llevó con él el penetrante olor de la destrucción que nos rodeaba. Por un momento sentimos un olor fresco, vivo.

-Vamos al establo.-Les dije a todos.-Tenemos que ponernos en marcha.

Por un momento todos me miraron con cara de suplica. "Un rato más, por favor" decían todas las caras. Les sonreí a todos y comencé a bajar hacia el establo. Al llegar vi a la madre de Merche en la puerta, desperezándose.

-Buenos días.-Me dijo.

-Buenas, ¿has descansado?

-Más o menos.-Respondió

Bea e Igor salieron del establo. Ambos con unas tremendas caras de sueño.

-Jo, que buen día hace.-Dijo Bea.

-No os relajéis mucho que dentro de un rato tenemos que comenzar el viaje.-Les dije.

-¿Dónde están mis hermanas? - Preguntó Bea.

-Allí arriba. - Respondí señalando hacia los restos de la antena. - Tomando el sol y viendo el espectáculo.

Los tres se dirigieron hacia arriba. Yo entré en el establo y comencé a recoger las cosas que teníamos. No era mucho pero no podíamos permitirnos perder nada. Guardamos en varias bolsas los trozos de carne del ternero. Por lo menos hoy podríamos comer y cenar tranquilamente. Gonzalo y yo pudimos hacernos con seis raciones de combate y tres paquetes de pan galleta. Eso nos daba comida para todos durante dos días si las racionábamos bien. Entre los principales y los acompañamientos lo podríamos estirar. Aún nos quedaban cinco botellas de agua de litro y un par de cantimploras casi llenas.

Volví a salir. Encendí de nuevo la radio y los mismos sonidos surgían del altavoz. Parecía gente hablando pero era incomprensible lo que decían. Ya bajaban todos hacia el establo.

-¿Hacia dónde está el supermercado? - Pregunté en general.

-Pues si la carretera está en aquella dirección,-respondió Bea pensativa-debería estar bajando por aquella finca.-Dijo señalando una tapia de cemento que se situaba a unos ochenta metros de nosotros.

-Creo que deberíamos intentar ir allí.-Comenté al grupo.-La comida escasea y el agua será un problema en breve. Con suerte aún estará en pie. ¿Estaba en las afueras del pueblo, no?

-Sí. Más bien lejos.-Respondió Igor.-No creo que lo hayan bombardeado.

-Bien.-Dije.-Haced lo que necesitéis y preparaos. No quiero estar a la intemperie por la noche. Tendremos unas siete horas de luz.

Todos se metieron en el establo y cogieron sus mochilas y las bolsas que habíamos rescatado de la casa antes de abandonarla a toda prisa. Gonzalo, Merche y yo llevábamos los G36, Ana, la hermana mayor, y Bea llevaban las escopetas. Igor no se sentía cómodo llevando un arma así que se hizo con uno de los cuchillos desbrozadores. La madre de Merche prefirió no llevar nada.

El descenso del monte fue de lo más tranquilo. Ya no nos preocupamos por las minas y fuimos saltando de finca en finca. En una de ellas tuvimos que salir todos corriendo y saltar lo más rápido que pudimos a la colindante. Un toro bravo se lanzó sobre nosotros. Menos mal que estaba lejos y Elena nos aviso a todos. "Una vaca negra viene corriendo" Dijo la pequeña apretando la mano de Merche. Un buen susto pero no pudimos evitar reírnos todos. Sobre todo cuando Gonzalo se quedó enganchado en el muro de piedra al tratar de saltarlo haciendo una voltereta y cayendo de bruces como una torpe marioneta. "Eso me pasa por hacer el payaso" Dijo levantándose.

Aprovechando el momento saqué el mapa y el GPS. Los satélites no funcionaban pero la brújula estaba operativa.

-Tenemos que ir hacia aquí.-Dije señalando en el mapa el pueblo cercano al supermercado.- Hay que bajar hacia allí.-Señalé la diagonal que cruzaba la finca de la que acabábamos de huir indicado por la flecha de la brújula.

-Bajemos por aquí,-Dijo Igor-hasta que pasemos la finca del toro y nos metemos en la siguiente.

Nos levantamos todos y continuamos caminando. La finca era bastante grande. Por fin encontramos un pequeño camino de tierra que bajaba hacia la carretera.

-¿Vamos por aquí? -Pregunto Ana.

-Sí.-Respondió Gonzalo.-Yo creo que desde este camino cogemos la pequeña urbanización de chalets que hay cerca del supermercado.

La tranquilidad del ambiente era tal que nos decidimos por bajar a través de ese camino. Antes de enfilarlo nos metimos en una pequeña casa derruida y abandonada hace años. Preparamos un poco de la carne del ternero que teníamos guardada y comimos. Descansamos un par de horas antes de continuar. El sol se fue ocultando tras algunas nubes.

-Parece que va a llover.-Dijo la madre de Merche.

-Vamos a darnos prisa.-Ordené al grupo.-No sería bueno que la lluvia nos pille en el exterior.

Nos colocamos de nuevo el material y apretamos el paso mientras bajábamos por el camino de tierra. Tras una hora de caminata los tejados de los chalets comenzaron a asomar por encima de los arboles. La destrucción no había llegado a esa zona. Se parecía mucho a la que habíamos abandonado el día anterior. Una pequeña colonia de unas doce casas. Todas abandonadas, todas cerradas. Por un momento dudamos en quedarnos allí o continuar.

-Se ve el supermercado desde aquí.-Dijo Bea desde la entrada a la colonia.

Decidimos continuar. El supermercado se encontraba a escasos doscientos metros de nosotros. En su parking descansaban varios coches, casi todos destrozados o abandonados con sus puertas abiertas. Los cristales del edificio habían desaparecido. Supusimos que por las explosiones de ayer aunque no lo podíamos afirmar con certeza. Teníamos que tener en mente que era posible que ya hubieran asaltado el lugar y no quedase nada. Incluso que tuviéramos que enfrentarnos a alguien allí dentro.

La entrada al supermercado estaba bloqueada por una barricada. Las puertas correderas se encontraban abiertas. Aunque eso hubiera dado igual, los cristales estaban tirados por los suelos hechos pedazos. Gonzalo, Merche, Bea y yo saltamos la barricada. Los demás se quedaron parapetados tras unos contenedores cercanos cubriendo la salida y la entrada al parking.

Merche y yo comprobamos la planta principal. Gonzalo y Bea subieron a la zona de oficinas. Los estantes de comida estaban desordenados, miles de cajas tiradas por los suelos explicaban que ese lugar había sufrido varios saqueos. La estampa nos recordaba tremendamente a la del Mercadona. Un escalofrío nos recorrió el cuerpo cuando recordamos el ataque que sufrimos el día que fuimos a por comida. Por un momento nos quedamos mirando hacia la puerta principal. Nos quedamos pensativos pero recordamos que la situación era distinta. Fuera teníamos gente que nos avisaría en caso de problemas. Continuamos andando por los pasillos buscando los de comida envasada y las sopas preparadas. Al girar hacia la derecha dimos con un estante elevado donde descansaban tres garrafas de cinco litros de agua. Sin dudarlo escale por los estantes bajos y se las fui pasando a Merche que las iba dejando a sus pies.

Un fuerte golpe en el piso superior nos puso en guardia. Estuvimos unos segundos esperando nuevos ruidos pero el silencio dominó el lugar.

-¿Qué hacemos? - Preguntó Merche. El temor a que Gonzalo y Bea se hubieran encontrado con problemas crecía en nuestro interior.

-No sé. - Respondí.

Mi mente se debatía entre conseguir comida, por lo menos algunas latas para sobrevivir unos días, o subir a comprobar si estaban bien. Un nuevo golpe, más fuerte que el anterior, se escuchó de nuevo. Tras él, varios golpes más.

-Joder.-Grité y ambos salimos corriendo hacia las escaleras.

Cuando llegamos al piso de arriba nos paramos en seco. El lugar estaba oscuro. No había ventanas y un extenso pasillo se abría ante nosotros. Nuevos golpes surgieron al fondo, en la parte más alejada de nuestra posición.

-¿Gonzalo? -Dijo Merche en un tono poco elevado.

No obtuvimos respuesta. El silencio se hizo de nuevo. Tras unos segundos, los golpes comenzaron de nuevo.

-Mierda.- Dije por lo bajo.- ¿Gonzalo? - Grite más alto tratando de superar el volumen de los golpes. Éstos volvieron a apagarse. Un susurro sonó al fondo.

Nos pareció más un gemido que una voz normal. Nos temíamos lo peor. De nuevo los golpes comenzaron a sonar.

-No hay más remedio.- Le dije a Merche mientras me colocaba el G36 en posición de disparo.

Avanzamos lentamente hacia el origen de los golpes. Poco a poco se iban escuchando más intensamente. Nos encontrábamos enfrente de una puerta blanca cerrada. Un pequeño cartel impreso en un folio verde nos informaba de que tras ella se encontraba el comedor.

-A la de tres.-Le dije a Merche.- Yo le doy una patada a la puerta y tu iluminas con la linterna.

Merche asintió. "Un, dos, TRES..." Y la puerta se abrió. Nos quedamos atónitos. Gonzalo nos miraba con cara de asombro con decenas de chocolatinas entre los brazos. Bea estaba detrás de él, con una bolsa de plástico llena de Coca Colas y Fantas.

-¿Pero qué coño? - Le dije. - ¿Qué cojones hacíais?

-Joder, que hay dos maquinas expendedoras aquí y las estábamos rompiendo para sacar la comida y la bebida. - Respondió Gonzalo como si fuera obvio.

-Serás mamón.-Le dijo Merche.- ¿No nos has oído llamarte?

-No.-Respondió.- Me ha parecido oír algo pero no le he dado importancia porque no se repetía. Bea estaba dando patadas a la máquina y no le di importancia.

-Mierda. Que susto nos habéis dado.-Le dije.

Bajamos los cuatro a la planta principal. Cogimos las garrafas de agua y algunas sopas y latas que aún quedaban. "Vuelvo a dar gracias a la gente que no valora ésta comida" Dije en silencio. Bea salió para avisar a los demás de que entraran. El supermercado estaba totalmente vacío. Pudimos pasar la noche allí sin problemas.

Mientras Ana madre preparaba los últimos trozos de ternero con la inestimable ayuda de Elena. Habíamos encontrado un par de barbacoas de un solo uso y estaban encendiendo el carbón. Los demás nos dedicamos a hacer un inventario de todo lo que teníamos. Tres G36 con ocho cargadores, dos escopetas con unos treinta cartuchos y varios cuchillos. Con las prisas al salir de la casa nos dejamos el rifle de caza y una caja completa de cartuchos para las escopetas. Seis raciones de combate, tres paquetes de pan galleta, ocho latas de comida preparada y seis sobres de sopa es lo que habíamos conseguido reunir. Estábamos a unos quince kilómetros de la entrada a La Pedriza. El parque era tremendamente grande y yo tenía un papel con las coordenadas de posición del punto seguro pero el GPS no había funcionado correctamente desde que lo encontré. Las señales de los satélites eran demasiado débiles y al poner la posición se perdían en el proceso de encontrar la mejor ruta.

Nos pusimos todos a cenar alrededor de un par de linternas y los restos de la barbacoa para darnos calor. Tras la cena, estuvimos hablando tranquilamente de las cosas que echábamos de menos o que nos gustaría poder volver a hacer. Pasamos un buen rato entre risas y lágrimas.